“No fui hombre nunca”: el documental que le da un rostro a la vejez trans
Este proyecto audiovisual cuenta la historia de Albertina, una mujer trans de 86 años en Antioquia. A través de sus anécdotas, ella revive su juventud y reflexiona sobre el placer, el amor y la identidad.
Mariana Escobar Bernoske
Albertina camina lentamente hacia su casa durante una hora y media adentrándose en el monte del Urabá antioqueño. Tiene 86 años y parece que le duele caminar, pero ella nunca se queda quieta. Es una mujer coqueta, sobreviviente de múltiples violencias y que se impone a la vida con cada recuerdo de “lo bueno que la pasó” en su juventud.
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Albertina camina lentamente hacia su casa durante una hora y media adentrándose en el monte del Urabá antioqueño. Tiene 86 años y parece que le duele caminar, pero ella nunca se queda quieta. Es una mujer coqueta, sobreviviente de múltiples violencias y que se impone a la vida con cada recuerdo de “lo bueno que la pasó” en su juventud.
Ella dice que fue muy famosa en la década de los 60, sus fotos fueron publicadas en varios periódicos en Medellín. Hay quienes la conocieron como Ruth, otros como Luz y, ahora en su vejez, la llaman Albertina. Nadie sabe con certeza, pero se sospecha que quizás ella es la mujer trans de mayor edad en Antioquia.
El documental No fui hombre nunca, pero sí una mujer muy mujer cuenta la vida de Albertina en primera persona. Ella guía a la audiencia a través de sus recuerdos de cómo fue ser una mujer trans en mediados del siglo XX. Además, abre la discusión sobre los avances hacia la aceptación social de la diversidad sexual y de género hoy.
“Albertina es parte de la historia del mundo trans en Medellín y de Colombia”, dice en diálogo con El Espectador Guillermo Correa, docente investigador de la Universidad de Antioquia y director del documental. Correa ya había escrito sobre Albertina en su libro Raros, en el que aborda la construcción cultural de la homosexualidad en Medellín entre 1890 y 1980. Sin embargo, para él, su nombre era Luz Vélez y no sabía que todavía estaba viva.
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Desde muy pequeña, para ser exacta desde los siete años, Albertina tenía claro que nunca iba a ser el varón que la sociedad esperaba que fuera. Le gustaban los hombres y detestaba que la llamaran en masculino. Tuvo que huir de casa y así fue como empezó a conocer a más personas como ella que, eventualmente, se convirtieron en su familia elegida. Aun así, vivió las agresiones de muchos que consideraron vicio o pecado su forma de transitar por el mundo.
Para Albertina, vivir abiertamente como mujer nunca ha sido un pecado. Es profundamente creyente y cada vez que puede baja al pueblo para rezar en la Iglesia. Por eso, ella cree que Dios quiso que fuera así y no entiende a la gente que se excusa en la religión para hacerle daño.
“Una vez un cura habló sobre la vida sexual mía y con eso me llevaron a donde el Ejército y abusaron de mi confianza. El padre le dijo al mayor del Ejército: ‘motílenla’. Y le dije: ¿cómo así reverendo?Usted no dizque estudia las sagradas escrituras y no que es una persona de talento que está con Dios, o pa’ qué se pone esa sotana”, comparte Albertina en el documental.
Esta mujer trabajó en el campo y en casas de familia por muchos años, pero el documental relata que, según periódicos de la época, perteneció a un grupo de ladronas que engañaba a los hombres para robarlos. Una vez la Policía la detuvo, pero no lograron declararla culpable de un delito y la dejaron libre. Eso sí, para Albertina, las fotografías que le tomaron esa noche en la estación de Policía son la prueba de lo “hermosa que era” y del por qué “tantos hombres se enamoraron de ella”.
“Miedo ya no lo recuerdo. Yo ya no le rezo, lo enterré al lado de mis viejos. Siempre seré Albertina, que así se me recuerde por la magia de mi vida. Flores que crecen en el monte que llenan su maleta y la llevan sin vergüenza. Sinvergüenzas de qué se creen dueños si no saben de sueños ni lo que tengo en el pecho”.
Fragmento de canción compuesta por Alejandro Ardila, director de fotografía del proyecto.
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Este documental surge a partir de la convocatoria del Ministerio Tecnologías de la Información y Comunicaciones (Min Tic) Regiones Sin Límites, cuyo objetivo era visibilizar historias de personas LGBTIQ+ desde el territorio. Para el equipo detrás de la producción, esta es la historia de una persona que ha disfrutado la vida y que, al mismo tiempo, ha tenido una inteligencia estratégica para sobrevivir en un mundo de negaciones hacia ella.
“Hay una tentación muy fuerte de narrar la vida de las chicas trans, sobre todo a partir de la desgracia y no queríamos eso”, menciona Correa. El director, para quien Albertina se ha convertido en una especie de abuela, añade que en ella “se ha construido un lugar de la resistencia trans al ser una persona que a sus 86 años es muy consciente de su disidencia sexual y de género, pero que, al mismo tiempo, encuentra en su vida espacio para el placer y los amores”.
Hablar sobre la vejez de las personas trans no es común. En Latinoamérica, según datos de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), la expectativa de vida de las personas trans no pasa los 35 años, mientras que para la población general la edad es de 75 años. Para el organismo regional, esto es resultado directo de la violencia, la discriminación y el rechazo que viven a razón de su identidad de género.
Por eso, aunque en el documental se da a entender que en un principio Albertina está algo confundida, pues no entiende cómo su vida podía ser significativa para otras personas; a medida que avanza el relato, ella comprende que su cuerpo, su vida y sus maneras de sobrevivir, es decir, ese constante transitar y estar en movimiento, resulta poderoso para mujeres trans más jóvenes que ella.
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