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Angustia. Esa es la palabra que David Zuluaga usa al recordar su adolescencia y lo que sentía al darse cuenta de que le gustaban los hombres. Toda su vida le dijeron que la homosexualidad era pecado y esa gran angustia no le permitía asimilar su orientación sexual. Más bien, lo llevó a pensar que era un asunto que debía “resolver”.
Contexto: Proyecto contra “terapias de conversión” fue aprobado en primer debate en Cámara
Hoy la plenaria de la Cámara de Representantes debate el proyecto de ley que pretende ponerle un fin a los esfuerzos de cambio de orientación sexual, identidad y expresión de género (Ecosieg), las mal llamadas “terapias de conversión”. La iniciativa conocida como “Inconvertibles” busca evitar que las personas LGBTIQ+ en Colombia sean sometidas a maltratos y violencia forzada, bajo la excusa de que su orientación sexual o identidad de género es algo de lo que deben ser supuestamente curados.
Según Naciones Unidas, las “terapias de conversión” son una forma de tortura. Por eso, Carolina Giraldo, autora de la iniciativa, explica que prohibir estas prácticas es un asunto de “no violencia, dignidad humana y respeto a los derechos humanos”. Sin embargo, sectores que se oponen al proyecto, dicen que este atenta contra la libertad de culto, de cátedra y el ejercicio profesional.
Según cifras de la organización All Out, el 22 % de las personas LGBTIQ+ en Colombia han sido sometidas a Ecosieg y 49 % de estas prácticas fueron realizadas por un líder o comunidad religiosa. La mayoría de las personas que fueron sometidas a “terpias de conversión” eran menores de 20 años. Ese fue el caso de David.
David es oriundo de El Carmen de Viboral, un municipio en el oriente antioqueño. Siempre fue muy tímido y sabía que era “diferente”, aunque no tuviera las palabras para entender esa diferencia. En el colegio sufrió de bullying que lo llevó a dos intentos de suicidio cuando tenía 11 años. Se sentía solo y aislado.
Aunque su familia no era la más religiosa, desde pequeño había participado en la iglesia. Había sido monaguillo y entre todo lo veía como algo de tradición. A sus 12 años, conoció Lazos de Amor Mariano, una comunidad católica conformada por personas laicas, es decir, no son sacerdotes ni hacen parte de alguna autoridad religiosa. Su prima era la directora local y al llegar al grupo de oración se sintió por primera vez bien recibido.
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“Allá se me empezó a tratar como un niño prodigio. Aprendí a tocar la guitarra, cantaba en los grupos de oración, todos los días de la semana tenía una actividad diferente. Hice lo posible para recoger el dinero para ir a mi primer retiro; me consagré; convertí en misionero; y a los 13 años ya estaba súper involucrado en la comunidad”, relata David.
Lazos de Amor Mariano se presenta como una “asociación privada de fieles católicos, dedicada a la conversión de las almas y santificación de sus miembros”. Nació en 1999 en Medellín como un grupo de oración y actualmente tiene 178 sedes en Colombia y otras más en 16 países. En los últimos años, se han colado en el panorama político del país. Los congresistas conservadores Óscar Mauricio Giraldo y Luis Miguel López pertenecen a este grupo; al igual que el exdirector de la Policía, Henry Sanabria, quien estuvo involucrado en un escándalo por presuntamente presionar a oficiales a asistir a costosos retiros religiosos.
Una investigación del año pasado de Manifiesta y 070, con apoyo de la Liga Contra el Silencio, encontró que Lazos de Amor Mariano promulga una narrativa en contra de aquello que considera pecaminoso y mundano. Se opone abiertamente a los derechos sexuales y reproductivos, en especial el aborto, y dice que los anticonceptivos son “inmorales”. También ofrece servicios de “conversión” para protegerse de aquellos que buscan “destruir la vida y la familia” y asegura que ser homosexual es una “enfermedad”.
David tenía 14 años la primera vez que fue sometido a las mal llamadas terapias de conversión por su orientación sexual. “Yo soy muy sincero y digo ‘pero a mí me gustan los hombres’ y eso lo veía de una manera pecaminosa. Me acerco muy angustiado donde la directora, mi prima, y la estrategia que ella halló fue empezar mi conversión para expulsar el ‘espíritu de la homosexualidad’, así lo llamaban”, comparte con este diario.
Jornadas extensas de oración, colocarse piedras en el zapato y ayunos fueron solo el comienzo de esos esfuerzos por cambiar su orientación sexual, algo que no se puede cambiar. “Decían ‘vas a entregarle ese sacrificio, esa mortificación a Jesús y María, para que te ayuden a liberarte’ y siempre se trataba como un espíritu, como algo que me había invadido y tenía que deshacer”. David hizo ayunos por más de un año que generaron una úlcera gástrica, eso le causaba vómitos constantes. Él paró, no porque desde la comunidad lo vieran como enfermo, todo lo contrario, le decían que ese vómito era muestra de que estaba funcionando. “Tu cuerpo se está liberando”, afirmaban.
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Lo alejaron de la comunidad y lo retiraron de todas las actividades. A todo el mundo le dijeron que él estaba pasando por un “proceso de conversión muy fuerte” y que debían orar por él. Eso dejó la sensación de que tenía “lepra moral”. También, dentro de Lazos de Amor Mariano, hay un ritual llamado la Bendición de María Auxiliadora, este se hace durante los retiros, que son pagos. David explica que “ellos lo venden bajo la metáfora de recibir el abrazo de la madre, de la Virgen María, pero muchas personas entran en procesos de liberación, entonces es como un tipo de exorcismo hecho por laicos”.
No recuerda con exactitud cuántas veces fue sometido a este proceso, pero fueron muchas. Eso sí, dice que no puede olvidar cómo lo tiraban al suelo, forcejeaban y empezaban a orar para “retirarle el espíritu de la homosexualidad”. Ni mucho menos la vez que uno de esos misioneros lo agarró a codazos en el estómago con el fin de que vomitara su pecado. Esos procesos podían comenzar a las 11:00 p.m. y terminar hacia las 6:00 a.m. del otro día. David recuerda la angustia, el miedo, la confusión, el estar temblando y creer que todo eso lo hacían por amor, por querer “ayudarlo a salvarse”.
“Yo no me retiré de la comunidad frente a todo este montón de agresiones, violencias, maltrato y de tortura psicológica y física. No me retiré porque era el lugar social que yo tenía, era donde estaba mi parcería, eran mis únicas redes de apoyo en realidad”, relata. Él también asegura que hoy sabe que ese proceso de “conversión” al que lo sometieron no fue ninguna ayuda, ni acompañamiento psicosocial, pues, según su relato, este grupo católico se lucra de cada retiro y supuesta “santificación” que realiza.
Ese “espíritu” nunca abandonó su cuerpo como le habían prometido. A los 16 años, terminando el bachillerato, no estaba seguro si entrar a la universidad y buscó en la directora local un consejo. Ella lo sentó y le dijo: “lo que hemos visto en estos años es que tú le tienes que entregar tu soledad y tu celibato al Señor durante toda la vida”. David ingresó al Seminario convencido de que, aunque ese gusto por los hombres seguía, podía “entregar” su vida a Dios y ser perdonado.
Pero durante un año que pasó allí lo que encontró fue una gran incoherencia. “Sacerdotes, directores espirituales, incluso seminaristas de grados superiores, tuvieron insinuaciones sexuales conmigo y yo tenía 17 años”, afirma David. Para él, eso no tenía sentido y eran inconcebibles esas acciones; “yo digo no, este no es mi espacio. Yo quiero vivir una vida sincera. Me acuerdo mucho de la conversación que tuve con el director del Seminario antes de salir. Él me dice ‘a vos te puede gustar lo que pasa acá, no crees que se te nota”. Yo quedé frío en ese momento y nunca más volví. Estuve muy deprimido. Se me cayó el proyecto de vida que yo había montado”.
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Con el paso del tiempo, decide ingresar a la universidad y darle un nuevo sentido a su vida. Cuenta que a la mitad de la carrera se topa con el activismo LGBTIQ+ en el oriente antioqueño y, al escuchar los relatos de otras personas, logró poner en palabras lo que había sufrido. “Uno no es consciente de todo lo que hicieron. Era un gesto de violencia esa reiteración constante de la mortificación”, añade David.
Hoy su espiritualidad es la literatura, el arte y saber que los seres humanos se conectan desde lo simbólico. Trabaja en un colegio y está convencido que la educación es fundamental para reconocer a los otros y ser más compasivos ante la diversidad. Aunque le gustaría estar más involucrado en el activismo, se siente tranquilo porque hoy vive de manera sincera su sexualidad.
A sus 26 años, todavía se pregunta cómo permitió que al “David chiquito” le pasara todo eso. Así, siente que esa reconciliación consigo mismo es un proceso en construcción y quiere hacer todo lo posible para que nunca nadie más pase por lo mismo. Recuerda lo bonito que sintió la primera vez que se atrevió a ignorar esa angustia por gustarle un hombre; fue con otro chico que se había retirado de Lazos de Amor Mariano y también pasó por un proceso de “conversión”.
Si David tuviera la oportunidad de hablar con un niño de 12 años, que como él hace un tiempo, se siente confundido y tiene miedo de amar, le diría: “No lo tienes que entender en este momento todo. Dale espacio también a la vida para que te vaya enseñando. Rodéate de personas que vean que esa diferencia te va a conectar con la vida. El camino del autodesprecio, del desprecio de la propia identidad, lleva a la muerte. Tienes que ver la fuerza de esa diferencia”, concluye.
De ser aprobado en segundo debate, “Inconvertibles” continua el trámite legislativo en el Senado y requeriria otros dos debates más para ser ley de la República. Así, Colombia sería el noveno país en prohibir estas prácticas que, a toda luz, violan los derechos humanos. Países como Grecia, Chile, Francia, Alemania, Malta, Ecuador, Brasil y Canadá ya legislaron al respecto.