Así era la vida de Ana María Serrano, víctima de feminicidio en México
Tenía 18 años, era la hija menor de una colombiana, soñaba con ser médica y amaba a los animales. El pasado 12 de septiembre fue asesinada presuntamente por su exnovio.
Pilar Cuartas Rodríguez
Ximena Céspedes es colombiana, pero ha vivido la mitad de su vida en México. Migró a ese país por amor y allá conformó su familia. Se volvió mamá a los 28 años, cuando nació Daniela, y tres años después llegó Ana María, a la que acaban de asesinar con apenas 18 años. Aun le cuesta creer que muriera tan joven, con tantos sueños por delante, y que el agresor sea presuntamente su exnovio. En su familia, la gente solía morir de vieja (hay quienes han vivido más de 100 años) y ésta es la primera vez que se encuentran de frente con la violencia machista en un mundo donde, cada hora, cinco mujeres son asesinadas por sus parejas o familiares, según las Naciones Unidas.
(Lea aquí: La carta de despedida de la hermana de Ana María Serrano tras su feminicidio)
Ana María nació en México el 05/05/05. Entre risas, su mamá recuerda que ese día estuvo en la sala de recuperación junto a otra mujer que también había parido el 05/05/05 a una niña de nombre Ana María. Años más tarde, las Ana María se reencontraron en el colegio usando la misma maleta y se volvieron amigas. “¡Qué asombrosa coincidencia!”, dice Ximena a El Espectador. Como casi todas las mamás, creía que ella moriría primero que su hija, pero fue asesinada el pasado 12 de septiembre en su casa, mientras sus papás celebraban 23 años de matrimonio en Roma. Un viaje soñado y que habían aplazado por la pandemia del Covid-19.
(Lea aquí: Caso de Ana María Serrano: la emotiva despedida de su primo tras su feminicidio)
Ana conoció a su presunto agresor, Alán Gil Romero, en el colegio y tuvieron una relación amorosa durante más de un año. Cuentan sus allegados que, cuando ella quiso terminarla, él empezó a acosarla a través de mensajes, regalos y amenazas, para así forzarla a volver. La Fiscalía mexicana tiene la hipótesis de que fue asesinada por decidir romper ese vínculo, un móvil que evidenciaría el control que históricamente los hombres machistas han creído tener sobre la de vida de las mujeres y sus decisiones. Por eso, el caso está siendo judicializado como un feminicidio.
(Lea aquí: Feminicidios en México: colombianas, asesinadas y revictimizadas)
Las pesquisas apuntan a que Alán ingresó a la casa en la que estaba sola Ana y la habría asfixiado. Para tratar de encubrir el crimen, habría enviado unos mensajes de texto diciendo que estaba triste y así intentar simular un suicidio. La víctima fue hallada muerta, luego de que su mamá le pidiera a un vecino verificar cómo estaba. Una llamada la había despertado a las 2:00a.m. en el hotel en Roma donde estaba con su esposo. No sabe quién la llamó, porque no alcanzó a contestar y era un número desconocido, pero, ya que estaba despierta, quiso contactar a su hija y ahí se activó su presentimiento.
Cuando Ximena supo que su hija estaba muerta, llamó a su mamá en Colombia y le dijo: ¡Acaban de matar a Ana María, vete para México! Los abuelos de la víctima se encargaron de avisarle al resto de la familia. Una de las primeras llamadas que hicieron fue a Tatiana, la segunda de sus tres hijas y quien, apenas vio que su papá la llamaba en pleno partido de Colombia vs. Chile, supo que era una mala noticia. Es aficionado al fútbol, por lo que algo estaba ocurriendo si había interrumpido su concentración en el juego. Al siguiente día, todos estaban en el país azteca.
(Lea aquí: La autopsia de Ana María Serrano confirma que fue asesinada)
Desde entonces, Ximena y Tatiana han atravesado unidas esta tragedia. Se llevan tres años de diferencia, pero se criaron casi como gemelas. Empezaron a ir a fiestas juntas, tuvieron sus primeros novios en la misma época, estudiaron Derecho y quedaron embarazadas al tiempo. Incluso, las confunden físicamente. Vienen de una familia dominada por abogados. Su abuelo, José Enrique Arboleda Valencia, fue magistrado de la Corte Suprema de Justicia, ministro y embajador; y era primo de Guillermo León Valencia, expresidente de Colombia.
Ximena es abogada de profesión, pero hace años se dedica a la comunicación corporativa. Por estos días, trabaja en su propio plan de relaciones públicas para hablar del feminicidio de su hija y pedir justicia para que no quede impune. Quiere contar lo que sucedió, recordar con amor a su niña y pedirle que descanse, porque su mamá va a persistir hasta que su feminicida sea condenado. Así como lo han hecho otras mamás de jóvenes muertas por culpa de la violencia machista: Laura Hidalgo, la mamá de Valentina Trespalacios, DJ asesinada por su novio en Bogotá; o Luz Divina Cabarcas, la mamá de Gabriela Romero, víctima de un feminicida serial en Atlántico.
(“La estaba amenazando”: mamá de Ana María Serrano sobre el presunto feminicida)
Ximena está viviendo su duelo trabajando, manejando su propia crisis y no la de una empresa, y es así como ha elegido empezar su propio camino de sanación. “Cada uno lleva su proceso de duelo a su manera. Así como mi mamá ya no quiere ver a nadie ni que la abracen, Ximena necesita contarlo para sanar”, considera Tatiana, quien está casada con el economista José Manuel Restrepo, exministro de Hacienda de Colombia, y quien fue una de las primeras personas en hacer público este feminicidio, que se volvió mediático, pero que no es el único ni es un hecho aislado.
Las violencias contra las mujeres y el feminicidio son un problema latente en todos los países del planeta. La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) afirma que, cada día de 2021, al menos 12 mujeres fueron asesinadas por razones de género en la región. Las adolescentes y jóvenes de entre 15 y 29 años, como Ana María, fueron las más afectadas. México no es ajeno a esta realidad. Una nota de El País afirma que, desde 2018 hasta 2022, 17.776 mujeres fueron asesinadas allí, lo que equivale a más de 3.500 cada año, 300 al mes, 10 al día. El 70% de las mexicanas ha experimentado algún tipo de violencia a lo largo de su vida.
La tasa de impunidad en los delitos de feminicidio es del 76%, según la asociación Mexicanos contra la Corrupción y la Impunidad. Y Ximena lo sabe. Esa es la preocupación que la tiene hablando en los medios de comunicación, “porque una cosa es que agarren al agresor y otra cosa que lo condenen. Lo que queremos es que se quede en la cárcel, tiene que pagar por lo que hizo”.
Todos recuerdan a Ana María como “Nana”. Desde niña tuvo un humor negro y sarcástico, que entretenía en las reuniones familiares. Su papá, mexicano, ingeniero químico y quien prefiere estar por fuera del foco de los medios de comunicación, se propuso que sus hijas probaran muchas actividades hasta que encontraran una que las apasionara. Nana se quedó por largo tiempo con la gimnasia olímpica. También amaba a los animales, tanto, que abandonó la idea de ser veterinaria porque no soportaba verlos sufrir. Y se fue finalmente por la Medicina, carrera en la que solo alcanzó a estudiar un par de meses.
A Nana no le gustaba el mar, le tenía miedo a esa inmensidad. En la Semana Santa acostumbraba a venir a Colombia para participar, junto a su tía Tatiana y sus primos, de las misiones católicas en territorios como San José del Guaviare o Santa Rosa de Osos. En esos recorridos, en los que se les presta asistencia en salud a comunidades vulnerables, la joven descubrió su vocación médica y hacía las veces de asistente de oftalmología u odontología.
“¿Si yo hubiese llamado antes, si no la hubiese dejado sola en la casa, estaría viva?”, se ha preguntado Ximena con una de las emociones con las que arrancó su duelo: la culpa. “Le enseñé a mi hija sobre la seguridad, cómo cuidarse en el bar, que mirara siempre su bebida para que no le echaran algo. Pero nunca se me ocurrió decirle que se cuidara de la persona que estaba a su lado, pues él era bien conocido por nosotros”, afirma la mamá de Ana María, quien ahora se ha propuesto usar su voz para alertar sobre los feminicidios.
No es su culpa. Más del 50% de los homicidios de las mujeres en el mundo en 2021, según la Organización de Naciones Unidas, fueron cometidos por sus parejas íntimas u otros miembros de la familia, mientras que sólo el 11% de todos los homicidios de hombres se cometen en el ámbito privado. Es decir, para ellas, el hogar es un lugar peligroso y sus personas más cercanas son sus potenciales agresores. Los comportamientos suelen estar dirigidos a controlar sus cuerpos, su autonomía o el contacto con otras personas.
Sin embargo, los feminicidios son evitables. La ONU explica que pueden y deben prevenirse por varios actores que deberían unirse en alianzas estratégicas para, por ejemplo, reforzar las respuestas de la justicia penal y los sistemas para recopilar datos, y hacer programas para cambiar la cultura y transformar las masculinidades y los prejuicios que la sociedad ha construido sobre los roles de las mujeres y los hombres.
El pasado viernes, más de 400 personas fueron a despedir a Ana María en su entierro. No dejaron cremar el cuerpo, por el proceso judicial, en el que una autopsia ya determinó que murió de forma violenta y que no se trató de un suicidio. Sus amigos, familiares y compañeros de universidad se reunieron para hablar de su vida.
Su primo Julián recordó que sus anécdotas eran por una incesante, pero fascinante, competencia, incluso por la atención de su abuela. Su mejor amiga, Montserrat Aguilar, mencionó el gusto de Ana por los girasoles, habló de ella como “familia” y un lugar en el que podía llorar sin ser juzgada. “Siempre que llegaba a la escuela, me veía y corría a abrazarme. Ese gesto hacía la diferencia en mi día a día”.
Su hermana Daniela pensó en la canción “De ellos aprendí”, que Ana repetía una y otra vez y habla de dos estrellas, que ahora están tatuadas en su piel para honrarla. También prometió cuidar de Ginebra, la mascota que la acompañaba. “Tú descansa en paz, peque. Nosotros nos vamos a cuidar entre nosotros. Prenderé velas para que encuentres el camino. Vamos a estar bien, aunque ahorita no lo parezca”, escribió Daniela.
Sus padres, Ximena y José, reconocieron que la vida no volverá a ser como antes y que no encuentran las palabras suficientes para describir su dolor, pero les hablaron a los amigos de Ana, quienes están empezando a vivir. Les pidieron no culparse o sentirse responsables de no haber evitado la muerte de su hija. No normalizar nunca la violencia, que no solo es física, sino verbal o psicológica. Levantar la voz cuando algo no está bien. Creer en su instinto y buscar ayuda. Confiar y hablar más seguido con sus padres. Expresar sus sentimientos. Ser empáticos y compasivos con los demás y con ellos mismos. Creer en el amor y la amistad. Pelear por los sueños. Y agradecer cada experiencia, pues es un aprendizaje. Y finalmente: “Vivir cada momento del día como los vivió siempre Ana María. Y que brillen. Ella los estará acompañando siempre”.
Ximena Céspedes es colombiana, pero ha vivido la mitad de su vida en México. Migró a ese país por amor y allá conformó su familia. Se volvió mamá a los 28 años, cuando nació Daniela, y tres años después llegó Ana María, a la que acaban de asesinar con apenas 18 años. Aun le cuesta creer que muriera tan joven, con tantos sueños por delante, y que el agresor sea presuntamente su exnovio. En su familia, la gente solía morir de vieja (hay quienes han vivido más de 100 años) y ésta es la primera vez que se encuentran de frente con la violencia machista en un mundo donde, cada hora, cinco mujeres son asesinadas por sus parejas o familiares, según las Naciones Unidas.
(Lea aquí: La carta de despedida de la hermana de Ana María Serrano tras su feminicidio)
Ana María nació en México el 05/05/05. Entre risas, su mamá recuerda que ese día estuvo en la sala de recuperación junto a otra mujer que también había parido el 05/05/05 a una niña de nombre Ana María. Años más tarde, las Ana María se reencontraron en el colegio usando la misma maleta y se volvieron amigas. “¡Qué asombrosa coincidencia!”, dice Ximena a El Espectador. Como casi todas las mamás, creía que ella moriría primero que su hija, pero fue asesinada el pasado 12 de septiembre en su casa, mientras sus papás celebraban 23 años de matrimonio en Roma. Un viaje soñado y que habían aplazado por la pandemia del Covid-19.
(Lea aquí: Caso de Ana María Serrano: la emotiva despedida de su primo tras su feminicidio)
Ana conoció a su presunto agresor, Alán Gil Romero, en el colegio y tuvieron una relación amorosa durante más de un año. Cuentan sus allegados que, cuando ella quiso terminarla, él empezó a acosarla a través de mensajes, regalos y amenazas, para así forzarla a volver. La Fiscalía mexicana tiene la hipótesis de que fue asesinada por decidir romper ese vínculo, un móvil que evidenciaría el control que históricamente los hombres machistas han creído tener sobre la de vida de las mujeres y sus decisiones. Por eso, el caso está siendo judicializado como un feminicidio.
(Lea aquí: Feminicidios en México: colombianas, asesinadas y revictimizadas)
Las pesquisas apuntan a que Alán ingresó a la casa en la que estaba sola Ana y la habría asfixiado. Para tratar de encubrir el crimen, habría enviado unos mensajes de texto diciendo que estaba triste y así intentar simular un suicidio. La víctima fue hallada muerta, luego de que su mamá le pidiera a un vecino verificar cómo estaba. Una llamada la había despertado a las 2:00a.m. en el hotel en Roma donde estaba con su esposo. No sabe quién la llamó, porque no alcanzó a contestar y era un número desconocido, pero, ya que estaba despierta, quiso contactar a su hija y ahí se activó su presentimiento.
Cuando Ximena supo que su hija estaba muerta, llamó a su mamá en Colombia y le dijo: ¡Acaban de matar a Ana María, vete para México! Los abuelos de la víctima se encargaron de avisarle al resto de la familia. Una de las primeras llamadas que hicieron fue a Tatiana, la segunda de sus tres hijas y quien, apenas vio que su papá la llamaba en pleno partido de Colombia vs. Chile, supo que era una mala noticia. Es aficionado al fútbol, por lo que algo estaba ocurriendo si había interrumpido su concentración en el juego. Al siguiente día, todos estaban en el país azteca.
(Lea aquí: La autopsia de Ana María Serrano confirma que fue asesinada)
Desde entonces, Ximena y Tatiana han atravesado unidas esta tragedia. Se llevan tres años de diferencia, pero se criaron casi como gemelas. Empezaron a ir a fiestas juntas, tuvieron sus primeros novios en la misma época, estudiaron Derecho y quedaron embarazadas al tiempo. Incluso, las confunden físicamente. Vienen de una familia dominada por abogados. Su abuelo, José Enrique Arboleda Valencia, fue magistrado de la Corte Suprema de Justicia, ministro y embajador; y era primo de Guillermo León Valencia, expresidente de Colombia.
Ximena es abogada de profesión, pero hace años se dedica a la comunicación corporativa. Por estos días, trabaja en su propio plan de relaciones públicas para hablar del feminicidio de su hija y pedir justicia para que no quede impune. Quiere contar lo que sucedió, recordar con amor a su niña y pedirle que descanse, porque su mamá va a persistir hasta que su feminicida sea condenado. Así como lo han hecho otras mamás de jóvenes muertas por culpa de la violencia machista: Laura Hidalgo, la mamá de Valentina Trespalacios, DJ asesinada por su novio en Bogotá; o Luz Divina Cabarcas, la mamá de Gabriela Romero, víctima de un feminicida serial en Atlántico.
(“La estaba amenazando”: mamá de Ana María Serrano sobre el presunto feminicida)
Ximena está viviendo su duelo trabajando, manejando su propia crisis y no la de una empresa, y es así como ha elegido empezar su propio camino de sanación. “Cada uno lleva su proceso de duelo a su manera. Así como mi mamá ya no quiere ver a nadie ni que la abracen, Ximena necesita contarlo para sanar”, considera Tatiana, quien está casada con el economista José Manuel Restrepo, exministro de Hacienda de Colombia, y quien fue una de las primeras personas en hacer público este feminicidio, que se volvió mediático, pero que no es el único ni es un hecho aislado.
Las violencias contra las mujeres y el feminicidio son un problema latente en todos los países del planeta. La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) afirma que, cada día de 2021, al menos 12 mujeres fueron asesinadas por razones de género en la región. Las adolescentes y jóvenes de entre 15 y 29 años, como Ana María, fueron las más afectadas. México no es ajeno a esta realidad. Una nota de El País afirma que, desde 2018 hasta 2022, 17.776 mujeres fueron asesinadas allí, lo que equivale a más de 3.500 cada año, 300 al mes, 10 al día. El 70% de las mexicanas ha experimentado algún tipo de violencia a lo largo de su vida.
La tasa de impunidad en los delitos de feminicidio es del 76%, según la asociación Mexicanos contra la Corrupción y la Impunidad. Y Ximena lo sabe. Esa es la preocupación que la tiene hablando en los medios de comunicación, “porque una cosa es que agarren al agresor y otra cosa que lo condenen. Lo que queremos es que se quede en la cárcel, tiene que pagar por lo que hizo”.
Todos recuerdan a Ana María como “Nana”. Desde niña tuvo un humor negro y sarcástico, que entretenía en las reuniones familiares. Su papá, mexicano, ingeniero químico y quien prefiere estar por fuera del foco de los medios de comunicación, se propuso que sus hijas probaran muchas actividades hasta que encontraran una que las apasionara. Nana se quedó por largo tiempo con la gimnasia olímpica. También amaba a los animales, tanto, que abandonó la idea de ser veterinaria porque no soportaba verlos sufrir. Y se fue finalmente por la Medicina, carrera en la que solo alcanzó a estudiar un par de meses.
A Nana no le gustaba el mar, le tenía miedo a esa inmensidad. En la Semana Santa acostumbraba a venir a Colombia para participar, junto a su tía Tatiana y sus primos, de las misiones católicas en territorios como San José del Guaviare o Santa Rosa de Osos. En esos recorridos, en los que se les presta asistencia en salud a comunidades vulnerables, la joven descubrió su vocación médica y hacía las veces de asistente de oftalmología u odontología.
“¿Si yo hubiese llamado antes, si no la hubiese dejado sola en la casa, estaría viva?”, se ha preguntado Ximena con una de las emociones con las que arrancó su duelo: la culpa. “Le enseñé a mi hija sobre la seguridad, cómo cuidarse en el bar, que mirara siempre su bebida para que no le echaran algo. Pero nunca se me ocurrió decirle que se cuidara de la persona que estaba a su lado, pues él era bien conocido por nosotros”, afirma la mamá de Ana María, quien ahora se ha propuesto usar su voz para alertar sobre los feminicidios.
No es su culpa. Más del 50% de los homicidios de las mujeres en el mundo en 2021, según la Organización de Naciones Unidas, fueron cometidos por sus parejas íntimas u otros miembros de la familia, mientras que sólo el 11% de todos los homicidios de hombres se cometen en el ámbito privado. Es decir, para ellas, el hogar es un lugar peligroso y sus personas más cercanas son sus potenciales agresores. Los comportamientos suelen estar dirigidos a controlar sus cuerpos, su autonomía o el contacto con otras personas.
Sin embargo, los feminicidios son evitables. La ONU explica que pueden y deben prevenirse por varios actores que deberían unirse en alianzas estratégicas para, por ejemplo, reforzar las respuestas de la justicia penal y los sistemas para recopilar datos, y hacer programas para cambiar la cultura y transformar las masculinidades y los prejuicios que la sociedad ha construido sobre los roles de las mujeres y los hombres.
El pasado viernes, más de 400 personas fueron a despedir a Ana María en su entierro. No dejaron cremar el cuerpo, por el proceso judicial, en el que una autopsia ya determinó que murió de forma violenta y que no se trató de un suicidio. Sus amigos, familiares y compañeros de universidad se reunieron para hablar de su vida.
Su primo Julián recordó que sus anécdotas eran por una incesante, pero fascinante, competencia, incluso por la atención de su abuela. Su mejor amiga, Montserrat Aguilar, mencionó el gusto de Ana por los girasoles, habló de ella como “familia” y un lugar en el que podía llorar sin ser juzgada. “Siempre que llegaba a la escuela, me veía y corría a abrazarme. Ese gesto hacía la diferencia en mi día a día”.
Su hermana Daniela pensó en la canción “De ellos aprendí”, que Ana repetía una y otra vez y habla de dos estrellas, que ahora están tatuadas en su piel para honrarla. También prometió cuidar de Ginebra, la mascota que la acompañaba. “Tú descansa en paz, peque. Nosotros nos vamos a cuidar entre nosotros. Prenderé velas para que encuentres el camino. Vamos a estar bien, aunque ahorita no lo parezca”, escribió Daniela.
Sus padres, Ximena y José, reconocieron que la vida no volverá a ser como antes y que no encuentran las palabras suficientes para describir su dolor, pero les hablaron a los amigos de Ana, quienes están empezando a vivir. Les pidieron no culparse o sentirse responsables de no haber evitado la muerte de su hija. No normalizar nunca la violencia, que no solo es física, sino verbal o psicológica. Levantar la voz cuando algo no está bien. Creer en su instinto y buscar ayuda. Confiar y hablar más seguido con sus padres. Expresar sus sentimientos. Ser empáticos y compasivos con los demás y con ellos mismos. Creer en el amor y la amistad. Pelear por los sueños. Y agradecer cada experiencia, pues es un aprendizaje. Y finalmente: “Vivir cada momento del día como los vivió siempre Ana María. Y que brillen. Ella los estará acompañando siempre”.