Chell, la artista que solo escribe canciones sobre lo que ha vivido
La cantante y compositora bogotana habló sobre la necesidad de que todas sus canciones sean reales y cuenten algo sobre ella. Y sobre cómo esa fórmula le ha servido para sanar.
Daniela Villamarín Solorza
Hoy en día que los días pasan rápido.
Y en las noticias todo lo que veo es trágico.
Es tu compañía que me saca del ático,
donde me encierro cuando estoy entrando en pánico.
Ambiguo. Digo. Que mi corazón es un lío.
Digo. Que si tú no quieres yo no te obligo.
Pero, que te quedes es lo que pido…
Chell canta a capela con los ojos cerrados. Tiene las manos delgadas sobre el regazo. Las características candongas que usa siempre bailando dócilmente junto a su rostro. El pelo largo y negro lo volvió dos trenzas adornadas con un moño rojo en el final. Arruga un poco la frente. Mueve las cejas. Lleva el beat con los pies. Luego, se toca el corazón con la punta de los dedos. Allí. Allí donde nacen todas sus canciones.
“Sin duda es el amor de mi vida. Y no me refiero a la música. Yo la admiro, la respeto, conecto con ella. Pero mi música”, dice subiendo un poco el tono para hacer énfasis en mi. “Mi música es el amor de mi vida”.
Chell es bogotana, cantante y compositora. Su carrera empezó en 2019 y ya lanzó dos álbumes (Acción y Me hizo un amarre) y un EP (Fluir) como independiente. El 26 de mayo, se paró en una tarima frente a miles de personas y cantó junto a los Petit Fellas en el Chamorro City Hall de Bogotá. Cuenta que no tuvo miedo y que interpretó frente a la multitud con la misma seguridad de siempre. Fue cuando se bajó del escenario que le temblaron las piernas, perdió de a poco el aire y sintió que todo eso era imposible. Pero no lo era. Ahora tiene toda su energía puesta en el lanzamiento de su siguiente disco: “Querer quedarse, queriendo irse”.
Dice que prefiere no encasillarse dentro de ningún género porque eso significaría cortarse un poco las alas. Le gusta cambiar. Experimentar. Transformarse. Se considera una persona romántica. Adora estar a solas, pero solo cuando es ella quien lo elige. Disfruta estar con Blue, su perro; leer fantasía, ver anime, tomarse un buen café.
La primera canción que hizo la firmó como Michell, su nombre real, pero luego decidió que su nombre artístico sería el apodo que solo le decía su papá. “Toda la vida me ha dicho Chell. Cuando le pregunté por qué, me dijo: ‘Porque el Mi ya es mío. Entonces le respondí: ‘Bueno, que el Mi sea tuyo para siempre y el Chell sea para el público’”.
Michell estaba estudiando Artes Escénicas en la universidad y, aunque siempre se sintió atraída por el mundo artístico, no lograba verse en el futuro practicando guiones todos los días. Su novio de ese momento, un rapero con quien escribió su primera canción, la convenció de arriesgarse y meterse, con lo poco que sabía, en la industria musical. Aunque ella ya estaba acostumbrada al escenario, cantar y componer le parecían dos cosas mucho más difíciles de hacer.
“Cuando actuaba, sentía que de alguna manera no era yo. Si la cagaba, si me equivocaba, si me confundía, era mi personaje. Pero en la música era diferente porque cantar era un terreno mucho más vulnerable para mí”, recuerda. A pesar del miedo y siguiendo su lema de: “Hazlo, que algo te va a enseñar”, Chell escribió su primera canción. Desde ese primer encuentro con la música, componiendo durante horas en el pequeño estudio de su exnovio, decidió que sería eso o nada.
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“Pero aunque sienta que no estoy bien, sigo aquí de pie, porque en esto puse toda mi fe”, dice Chell en “Fluir”, una canción en la que explora el miedo al fracaso, la ansiedad por el futuro y la importancia de dejar que las cosas pasen como tienen que pasar. “Cuando digo ‘en esto puse toda mi fe’ me refiero a la música, a que ya no voy a parar, a que con esto es todo o nada. No hay plan B”, dice con los ojos llenos de ilusión.
Chell abandonó la universidad. Le dijo a sus papás que iba a dedicarse a la música. Consiguió un trabajo en las mañanas y se la pasó metida en los estudios muchas noches. Pero su mamá, que pensaba que su hija tenía que salir del colegio, entrar a la universidad, graduarse y conseguir un buen trabajo, le seguía insistiendo para que volviera a estudiar. “Al principio sentí que iba en contra de lo que todo el mundo quería. Sabía que esto era lo que yo quería, pero también que era diferente a lo que todos esperaban de mí”.
Como la música era un universo que apenas empezaba a conocer, el camino para componer sus canciones era largo e intrincado. Mientras escribía aprendía sobre estructuras, métricas, tiempos, compases, pistas e instrumentales. La industria le pedía que fuera fresca. Pegajosa. Bailable. Diferente. Pero no tan diferente. Única. Y aunque en un principio trató de complacerlos y cumplir todas esas exigencias, luego decidió que iba a regirse solo bajo sus criterios: “Yo no escribo nada que no haya vivido”.
Chell sabe que poner la piel al desnudo frente a su público no es una tarea fácil, pero es feliz sintiendo que cuando la escuchan también la está conociendo poco. “Cuando alguien escucha mis canciones es como si estuviera leyendo mi diario personal. Ya no me importa qué tan pegajoso esté, me da igual. Yo escribo lo que me nace del corazón”.
Incluso, varios productores le han ofrecido canciones escritas por otros artistas, pero ella no ha aceptado ninguna. “Son temazos, pero no son míos. A veces me molestan y me dicen que eso de no cantar otras canciones parece un trauma, pero no. Esto lo que defiendo. Es mi arte y si algo identifica mi música es que yo compongo lo mío. Punto”.
El amor y el desamor han sido muy importantes en el proceso de componer esas canciones. Contrario al pensamiento de muchos, Chell cree que “uno debería vivir el desamor tan apasionadamente como el amor” y que es precisamente eso lo que le ha permitido aprender, poco a poco, el desapego. “No es restarle importancia a las cosas que la tienen, sino a aprender decir: Sí, me dueles como un putas, me hace daño que te hayas ido, pero si tienes que irte, está bien. Si no funciona, está bien. Si no puedes quedarte, está bien. Igual voy a seguir adelante. Me atengo mucho a esto: suélalo que algo te va a enseñar”.
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Aunque su discografía está llena de verdades, de sentimientos, miedos, amores, arrepentimientos, días tristes y felices, hablar sobre todo eso resulta ser un poco más complejo que cantarlo. Cuenta que no suele recurrir a sus amigas para señalarles dónde le duele, sino hasta después de haber comprendido lo que siente con un beat, un lápiz y papel. “Cuando escribo estoy frente a frente conmigo. A veces me siento, escribo la canción, lloro y después de todo eso entiendo qué era lo que sentía. Lo más lindo de este sueño es eso, la relación que ahora tengo conmigo y que la música me ha ayudado a sanar”.
Chell sostiene una taza amarilla con ambas manos. Toma un sorbo del café que ya debe estar frío. Luego confiesa: “Quiero ser una artista de talla mundial, ¿sabes?”, sonríe y arruga un poco la nariz. “Siento que es todo un reto y decirlo se siente demasiado grande, pero esa es mi mentalidad. No sé cómo vaya a suceder, pero voy a hacer todo y más para que funcione”.
Hoy en día que los días pasan rápido.
Y en las noticias todo lo que veo es trágico.
Es tu compañía que me saca del ático,
donde me encierro cuando estoy entrando en pánico.
Ambiguo. Digo. Que mi corazón es un lío.
Digo. Que si tú no quieres yo no te obligo.
Pero, que te quedes es lo que pido…
Chell canta a capela con los ojos cerrados. Tiene las manos delgadas sobre el regazo. Las características candongas que usa siempre bailando dócilmente junto a su rostro. El pelo largo y negro lo volvió dos trenzas adornadas con un moño rojo en el final. Arruga un poco la frente. Mueve las cejas. Lleva el beat con los pies. Luego, se toca el corazón con la punta de los dedos. Allí. Allí donde nacen todas sus canciones.
“Sin duda es el amor de mi vida. Y no me refiero a la música. Yo la admiro, la respeto, conecto con ella. Pero mi música”, dice subiendo un poco el tono para hacer énfasis en mi. “Mi música es el amor de mi vida”.
Chell es bogotana, cantante y compositora. Su carrera empezó en 2019 y ya lanzó dos álbumes (Acción y Me hizo un amarre) y un EP (Fluir) como independiente. El 26 de mayo, se paró en una tarima frente a miles de personas y cantó junto a los Petit Fellas en el Chamorro City Hall de Bogotá. Cuenta que no tuvo miedo y que interpretó frente a la multitud con la misma seguridad de siempre. Fue cuando se bajó del escenario que le temblaron las piernas, perdió de a poco el aire y sintió que todo eso era imposible. Pero no lo era. Ahora tiene toda su energía puesta en el lanzamiento de su siguiente disco: “Querer quedarse, queriendo irse”.
Dice que prefiere no encasillarse dentro de ningún género porque eso significaría cortarse un poco las alas. Le gusta cambiar. Experimentar. Transformarse. Se considera una persona romántica. Adora estar a solas, pero solo cuando es ella quien lo elige. Disfruta estar con Blue, su perro; leer fantasía, ver anime, tomarse un buen café.
La primera canción que hizo la firmó como Michell, su nombre real, pero luego decidió que su nombre artístico sería el apodo que solo le decía su papá. “Toda la vida me ha dicho Chell. Cuando le pregunté por qué, me dijo: ‘Porque el Mi ya es mío. Entonces le respondí: ‘Bueno, que el Mi sea tuyo para siempre y el Chell sea para el público’”.
Michell estaba estudiando Artes Escénicas en la universidad y, aunque siempre se sintió atraída por el mundo artístico, no lograba verse en el futuro practicando guiones todos los días. Su novio de ese momento, un rapero con quien escribió su primera canción, la convenció de arriesgarse y meterse, con lo poco que sabía, en la industria musical. Aunque ella ya estaba acostumbrada al escenario, cantar y componer le parecían dos cosas mucho más difíciles de hacer.
“Cuando actuaba, sentía que de alguna manera no era yo. Si la cagaba, si me equivocaba, si me confundía, era mi personaje. Pero en la música era diferente porque cantar era un terreno mucho más vulnerable para mí”, recuerda. A pesar del miedo y siguiendo su lema de: “Hazlo, que algo te va a enseñar”, Chell escribió su primera canción. Desde ese primer encuentro con la música, componiendo durante horas en el pequeño estudio de su exnovio, decidió que sería eso o nada.
Puede leer: Mara Viveros, la académica condecorada por su aporte al feminismo en Colombia
“Pero aunque sienta que no estoy bien, sigo aquí de pie, porque en esto puse toda mi fe”, dice Chell en “Fluir”, una canción en la que explora el miedo al fracaso, la ansiedad por el futuro y la importancia de dejar que las cosas pasen como tienen que pasar. “Cuando digo ‘en esto puse toda mi fe’ me refiero a la música, a que ya no voy a parar, a que con esto es todo o nada. No hay plan B”, dice con los ojos llenos de ilusión.
Chell abandonó la universidad. Le dijo a sus papás que iba a dedicarse a la música. Consiguió un trabajo en las mañanas y se la pasó metida en los estudios muchas noches. Pero su mamá, que pensaba que su hija tenía que salir del colegio, entrar a la universidad, graduarse y conseguir un buen trabajo, le seguía insistiendo para que volviera a estudiar. “Al principio sentí que iba en contra de lo que todo el mundo quería. Sabía que esto era lo que yo quería, pero también que era diferente a lo que todos esperaban de mí”.
Como la música era un universo que apenas empezaba a conocer, el camino para componer sus canciones era largo e intrincado. Mientras escribía aprendía sobre estructuras, métricas, tiempos, compases, pistas e instrumentales. La industria le pedía que fuera fresca. Pegajosa. Bailable. Diferente. Pero no tan diferente. Única. Y aunque en un principio trató de complacerlos y cumplir todas esas exigencias, luego decidió que iba a regirse solo bajo sus criterios: “Yo no escribo nada que no haya vivido”.
Chell sabe que poner la piel al desnudo frente a su público no es una tarea fácil, pero es feliz sintiendo que cuando la escuchan también la está conociendo poco. “Cuando alguien escucha mis canciones es como si estuviera leyendo mi diario personal. Ya no me importa qué tan pegajoso esté, me da igual. Yo escribo lo que me nace del corazón”.
Incluso, varios productores le han ofrecido canciones escritas por otros artistas, pero ella no ha aceptado ninguna. “Son temazos, pero no son míos. A veces me molestan y me dicen que eso de no cantar otras canciones parece un trauma, pero no. Esto lo que defiendo. Es mi arte y si algo identifica mi música es que yo compongo lo mío. Punto”.
El amor y el desamor han sido muy importantes en el proceso de componer esas canciones. Contrario al pensamiento de muchos, Chell cree que “uno debería vivir el desamor tan apasionadamente como el amor” y que es precisamente eso lo que le ha permitido aprender, poco a poco, el desapego. “No es restarle importancia a las cosas que la tienen, sino a aprender decir: Sí, me dueles como un putas, me hace daño que te hayas ido, pero si tienes que irte, está bien. Si no funciona, está bien. Si no puedes quedarte, está bien. Igual voy a seguir adelante. Me atengo mucho a esto: suélalo que algo te va a enseñar”.
Vea también: Premios Óscar: críticas por Barbie y el hito de una mujer latina
Aunque su discografía está llena de verdades, de sentimientos, miedos, amores, arrepentimientos, días tristes y felices, hablar sobre todo eso resulta ser un poco más complejo que cantarlo. Cuenta que no suele recurrir a sus amigas para señalarles dónde le duele, sino hasta después de haber comprendido lo que siente con un beat, un lápiz y papel. “Cuando escribo estoy frente a frente conmigo. A veces me siento, escribo la canción, lloro y después de todo eso entiendo qué era lo que sentía. Lo más lindo de este sueño es eso, la relación que ahora tengo conmigo y que la música me ha ayudado a sanar”.
Chell sostiene una taza amarilla con ambas manos. Toma un sorbo del café que ya debe estar frío. Luego confiesa: “Quiero ser una artista de talla mundial, ¿sabes?”, sonríe y arruga un poco la nariz. “Siento que es todo un reto y decirlo se siente demasiado grande, pero esa es mi mentalidad. No sé cómo vaya a suceder, pero voy a hacer todo y más para que funcione”.