¿El porno afecta el sexo en pareja? Expertas responden
Psicólogas y sexólogas aseguran que el porno tiene efectos positivos y negativos en las relaciones sexuales entre parejas. Le contamos cuáles son y por qué.
Redacción Género y Diversidad
Casi todo lo que pasa en nuestra vida, incluida la pornografía, tiene afectaciones, positivas y negativas, en nuestras relaciones sexuales. Así lo explica Natalia Restrepo, psicóloga y sexóloga clínica, quien asegura que “lo que consumimos, cómo lo consumimos y qué sentimos con respecto a ese consumo, influye en nuestra relación íntima con otras personas”.
La sexóloga le dijo a El Espectador que en el ámbito de la sexología, la pornografía es entendida como una herramienta que, dependiendo de su uso, puede beneficiar nuestra vida sexual. “Puede ayudarnos a encontrar otras formas de intimidad, explorar fantasías, compartirlas con nuestras parejas o vínculos, conocer dimensiones de nuestro vínculo que no conocíamos y erotizar algunas prácticas, es decir, hacer que las deseemos en nuestra relación con otra persona”.
Erika Pinzón, psicóloga y experta en salud y educación sexual, concuerda con que el porno puede ser beneficioso, pues causa en el cuerpo algo similar a lo que ocurre durante las relaciones sexuales o la masturbación: “Se activa el deseo, la excitación, el orgasmo y la resolución. Nuestro cerebro empieza a producir dopamina, serotonina y oxitocina, que son químicos que nos generan felicidad y tranquilidad”.
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Aclara que este tipo de contenidos pueden consumirse de muchas formas y no solo a través de imágenes, videos o revistas pornográficas, como se piensa tradicionalmente. También está presente en la literatura erótica, el cine, la música y hasta el arte, siempre que tengan material sexual explicito y su objetivo sea la excitación sexual. Además, Pinzón enfatiza en que cada vez es más fácil acceder a él y que no debe satanizarse, pues “el erotismo y el placer son un derecho”.
Sin embargo, ambas sexólogas advierten un problema fundamental: las altas expectativas generadas por la pornografía pueden tener consecuencias negativas en el encuentro sexual. Restrepo explica que como el porno también es una forma de entretenimiento, las experiencias que representa no pueden trasladarse tal cual a la realidad. Su ejemplo es divertido: una persona no aprende a volar un avión viendo “Top Gun”, ni se le ocurriría preguntarle a Tom Cruise los secretos de la aviación. “Si esperamos que nuestra vida erótica y sexual se comporte como en la pornografía, podemos sentirnos decepcionados”.
Para Pinzón, estos estándares, que van desde los cuerpos hasta el desempeño, pueden traer como consecuencia la ansiedad sexual o de rendimiento, el bajo deseo sexual, inseguridad y disfunciones sexuales, e incluso aversión al sexo. En últimas, todo esto impide que la persona pueda disfrutar del encuentro sexual. Además, estos y otros problemas pueden presentarse durante la masturbación, pues la forma en que las personas aprenden a tocarse suele estar determinada por la pornografía, que está muy presente en la masturbación.
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¿Cuántas veces debería ver porno?
Según Pinzón, no hay una dosis ideal para el consumo de pornografía, pues depende de cómo se sienta cada persona frente a ella. Por su parte, para Restrepo, la clave del consumo no está en el cómo, sino en el para qué. “Es necesario entender para qué lo estamos haciendo y cuál es la función que cumple en nuestra vida. Es saludable si tiene una función erotizante, me trae placer, me permite explorar algunas partes de mí, me ayuda a gestionar emociones negativas o desagradables sobre la sexualidad, como mi culpa, mi ansiedad, mi vergüenza o la relación con mi cuerpo”.
No obstante, asegura que es probable que su consumo sea problemático si, después de consumir el contenido, la persona se siente separada de su vínculo o pareja, alienada o molesta; si durante la relación sexual piensa constantemente en cómo se está viendo su cuerpo y si se asemeja o no a cómo se ve en la pornografía; si genera que se sienta mal con su cuerpo, con lo que hace, con su movimiento, con la forma en que experimenta el placer. Restrepo asevera que, en este caso, “no es necesario que se suspenda, pero sí que se alterne. No se trata de atacar una práctica, sino de diversificar”.
Casi todo lo que pasa en nuestra vida, incluida la pornografía, tiene afectaciones, positivas y negativas, en nuestras relaciones sexuales. Así lo explica Natalia Restrepo, psicóloga y sexóloga clínica, quien asegura que “lo que consumimos, cómo lo consumimos y qué sentimos con respecto a ese consumo, influye en nuestra relación íntima con otras personas”.
La sexóloga le dijo a El Espectador que en el ámbito de la sexología, la pornografía es entendida como una herramienta que, dependiendo de su uso, puede beneficiar nuestra vida sexual. “Puede ayudarnos a encontrar otras formas de intimidad, explorar fantasías, compartirlas con nuestras parejas o vínculos, conocer dimensiones de nuestro vínculo que no conocíamos y erotizar algunas prácticas, es decir, hacer que las deseemos en nuestra relación con otra persona”.
Erika Pinzón, psicóloga y experta en salud y educación sexual, concuerda con que el porno puede ser beneficioso, pues causa en el cuerpo algo similar a lo que ocurre durante las relaciones sexuales o la masturbación: “Se activa el deseo, la excitación, el orgasmo y la resolución. Nuestro cerebro empieza a producir dopamina, serotonina y oxitocina, que son químicos que nos generan felicidad y tranquilidad”.
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Aclara que este tipo de contenidos pueden consumirse de muchas formas y no solo a través de imágenes, videos o revistas pornográficas, como se piensa tradicionalmente. También está presente en la literatura erótica, el cine, la música y hasta el arte, siempre que tengan material sexual explicito y su objetivo sea la excitación sexual. Además, Pinzón enfatiza en que cada vez es más fácil acceder a él y que no debe satanizarse, pues “el erotismo y el placer son un derecho”.
Sin embargo, ambas sexólogas advierten un problema fundamental: las altas expectativas generadas por la pornografía pueden tener consecuencias negativas en el encuentro sexual. Restrepo explica que como el porno también es una forma de entretenimiento, las experiencias que representa no pueden trasladarse tal cual a la realidad. Su ejemplo es divertido: una persona no aprende a volar un avión viendo “Top Gun”, ni se le ocurriría preguntarle a Tom Cruise los secretos de la aviación. “Si esperamos que nuestra vida erótica y sexual se comporte como en la pornografía, podemos sentirnos decepcionados”.
Para Pinzón, estos estándares, que van desde los cuerpos hasta el desempeño, pueden traer como consecuencia la ansiedad sexual o de rendimiento, el bajo deseo sexual, inseguridad y disfunciones sexuales, e incluso aversión al sexo. En últimas, todo esto impide que la persona pueda disfrutar del encuentro sexual. Además, estos y otros problemas pueden presentarse durante la masturbación, pues la forma en que las personas aprenden a tocarse suele estar determinada por la pornografía, que está muy presente en la masturbación.
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¿Cuántas veces debería ver porno?
Según Pinzón, no hay una dosis ideal para el consumo de pornografía, pues depende de cómo se sienta cada persona frente a ella. Por su parte, para Restrepo, la clave del consumo no está en el cómo, sino en el para qué. “Es necesario entender para qué lo estamos haciendo y cuál es la función que cumple en nuestra vida. Es saludable si tiene una función erotizante, me trae placer, me permite explorar algunas partes de mí, me ayuda a gestionar emociones negativas o desagradables sobre la sexualidad, como mi culpa, mi ansiedad, mi vergüenza o la relación con mi cuerpo”.
No obstante, asegura que es probable que su consumo sea problemático si, después de consumir el contenido, la persona se siente separada de su vínculo o pareja, alienada o molesta; si durante la relación sexual piensa constantemente en cómo se está viendo su cuerpo y si se asemeja o no a cómo se ve en la pornografía; si genera que se sienta mal con su cuerpo, con lo que hace, con su movimiento, con la forma en que experimenta el placer. Restrepo asevera que, en este caso, “no es necesario que se suspenda, pero sí que se alterne. No se trata de atacar una práctica, sino de diversificar”.