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Cenicienta, Blanca Nieves, La Sirenita, entre otras princesas que consideramos naturalmente bellas, tienen dos puntos y una curva como nariz, además esta es respingada, pequeña y pulida. Mientras que las malvadas del cuento, es decir, las madres, hermanas y brujas, tienen esta parte del rostro grande, pronunciada, torcida, ancha o aguileña.
Si nos detenemos a analizar cuál de las dos aristas es la más común entre mujeres, por lo menos en Colombia, probablemente sea notorio que la mayoría tenemos la nariz imperfecta, desprolija y, según Disney, digna de un ser malvada. Entonces, ¿de dónde viene la creencia de que la belleza, no solo de la nariz, sino también de una persona, debe ser como la que tienen las princesas de película?
Vayamos siglos atrás, cuando artistas como Diego Velásquez, Leonardo da Vinci y Sandro Botticelliempezaron a usar una proporción en sus dibujos y pinturas, porque con esta es posible llegar a la máxima perfección posible.
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En realidad, la medida se denomina proporción áurea, Fi, número de Dios o número de oro y corresponde a 1,618. Para entender cómo funciona en lo práctico, imagínese un segmento, divídalo en dos, pero en partes desiguales. Bueno, resulta que entre más proporcionales sean estas líneas al segmento completo que visualizó primero, más bello se considerará un organismo u objeto siempre y cuando tenga estos trazos armónicos, explicó Ángel Gutiérrez en su artículo científico.
Estos conceptos, aplicados a la apariencia física se traducen en que “son más bellos quienes” pueden dividir su cabeza en mitades iguales con una línea horizontal a través de los ojos; tengan la longitud de la oreja igual a la de la nariz y el ancho de esta equivalente a la distancia que hay entre los ojos; y muchos más rasgos, según la Universidad del Rosario.
No obstante, podría decirse que estas formas de medir la perfección se plantearon en un mundo europeo, en el que, por ejemplo, no tienen cabida las grandes caderas de las mujeres latinas, la estatura de las asiáticas, entre otros rasgos que van cambiando de acuerdo a quienes fueron nuestros antepasados y según la parte del mundo en el que nos encontremos. Lo que ha impuesto un modelo de belleza hegemónico y muy difícil de seguir a quienes somos el resultado del cruce entre indígenas, negros, mestizos, mulatos, entre otras etnias.
En consecuencia, aparecen dos bandos a nivel global, uno que lleva una carga psicológica importante, pues “no cumplir con ese estereotipo europeo de cuerpo supone: no ser perfecta, no ser bella y seguir, de manera exhaustiva, estándares imposibles de cumplir”, comentó Carolina Morales, psicóloga de la Universidad Javeriana. Mientras que el otro grupo tiene cualidades “matemáticamente lindas”, que son socialmente aceptadas en Colombia, Chile, Argentina y casi todo el mundo. Porque cumple con toda la check list para ser considerada como bonita.
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Y es justamente en la división de ambos grupos que aparece la motivación de quienes no cumplen con las “normas de la belleza”, por cambiar su físico, así sea a través de cirugía plástica. Incluso, según Morales, el deseo de estos cambios se provoca por cómo se construye “la identidad personal, en función del contexto que nos rodea y de las relaciones que tenemos, ya que a partir de ahí se crean criterios para determinar qué es lo bello”.
Al respecto, la experta agregó que aquí el género, la clase social, entre otros factores, pasan por unos marcadores identitarios que son producto de nuestra histórica y que hablan de los modelos de sociedad en los que estamos viviendo. Para que, a partir de ahí, las personas piensen que tanto se parecen o no a los estándares que rigen la actualidad, cómo su individualidad tiene que ver con el mundo y el contexto social que dicta normas de quienes debemos ser.
Por ende, muchas veces, cuando nos paramos frente a un espejo, empieza la batalla más fuerte. Y hay quienes, por más esfuerzo que hacen, no logran sentirse cómodas, lo que en Colombia, para el 2022, ocasionó que 79.708 personas decidieran hacerse la liposucción, 63.204 aumento mamario y 55.667 personas aumento de glúteos, así como 41.087 la abdominoplastia y 33.028 levantamiento de senos, según la Sociedad Colombiana de Cirugía Plástica, Estética y Reconstructiva (SCCP).
“Cuando tú eres cirujano plástico, la idea es llevar a una persona a tener proporciones áureas en la cara o en el cuerpo, porque el físico sale de estas medidas”, dijo Ernesto Barbosa, miembro de la junta directiva de SCCP.
Así que en intervenciones quirúrgicas, Barbosa contó que se usan estas relaciones estéticas para definir la belleza de la persona, pues si sus medidas se alejan del número de Dios, “más fea puede ser, bajo los conceptos sociales y culturales”.
Y para tener un resultado al estilo de las princesas de Disney, los cirujanos planean hasta el más ínfimo detalle. “No es que llegue una paciente y me diga: ‘buenas, yo quiero una nariz como fulanita de tal’. Ahí le digo que no, porque la operación debe estar pensada para las proporciones de belleza que se han estandarizado”, dijo Fabián Cuevas, jefe del servicio de Cirugía Plástica de la Clínica Marly. El experto agrega que, en el caso de las narices, se toman unas medidas y se determina qué tanto hay que respingar su punta, qué tanto acortarla, alargarla, disminuir la altura del dorso, cerrar las fosas nasales.
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Sin embargo, este tipo de conversaciones, en los últimos años, también han expuesto la otra cara de la moneda. Que es la apertura a tener discusiones sobre lo que históricamente ha incomodado a las sociedades o que ha sido catalogado como feo por muchos. Tal es el caso de la gordofobia, los distintos estándares de belleza, una profundización de estos modelos corporales, entre otros temas que han generado espacios de discusión.
Todo lo anterior, para llegar al punto de que cada persona se sienta cómoda, independientemente si decide pasar por un quirófano o no, parecerse a actrices de televisión, princesas o si se siente a gusto con su apariencia, a pesar de que no cumpla con los estándares de la sociedad.