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La primera impresión que tuve de Iris Marín, al encontrarnos fuera del restaurante Padre, en las cercanías del Congreso de la República, fue la de una mujer sencilla y amable. En el bullicioso entorno del restaurante, un lugar conocido por ser frecuentado por congresistas, uno de ellos se acercó a saludarla efusivamente, felicitándola por ser la primera mujer defensora del Pueblo en Colombia. Y ella respondió al saludo con calidez y un abrazo. “Discúlpame, no recuerdo tu nombre”, le dijo, una frase que parecía ser tanto una disculpa como una manifestación de humildad. Y como si aún no hubiera terminado de asimilar la magnitud de la exposición pública que su nuevo cargo implicaría. Era un claro reflejo de que no estaba allí para aparentar.
El 16 de agosto, la Cámara de Representantes la nombró defensora del Pueblo, en un momento histórico para el país que había presentado, por primera vez, una terna de solo mujeres: Jomary Ortegón, Dora Lucy Arias e Iris Marín. Era casi un hecho que Colombia contaría con la primera mujer en ese cargo. Hoy, Marín se posesionó desde Nuquí, un pintoresco municipio del departamento de Chocó en el Pacífico colombiano, en compañía del presidente Gustavo Petro y de destacadas lideresas afro.
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Al sentarnos en la mesa, me dijo con franqueza: “Todavía no tengo asesores de comunicaciones. Tuve una reunión el fin de semana en la que me dijeron que por el momento no aceptara entrevistas, pero la verdad acepté esta como una manera de enfrentar mis miedos y sentirme empoderada.” La manera en que lo expresó revelaba una mezcla de valentía y vulnerabilidad. Luego, pidió una soda con zumo de limón, se acomodó en la silla, puso a cargar su celular lejos de la mesa y se dispuso para preguntarme sobre mi vida.
Aunque ella dice que públicamente la reconocen más por su trabajo como magistrada auxiliar de la Corte Constitucional, su trabajo en la defensa de los derechos humanos ha sido más amplio. Fue asesora del gobierno de Juan Manuel Santos, durante las negociaciones en La Habana con la extinta guerrilla de las FARC. Ha colaborado con organizaciones como la JEP, la Unidad para las Víctimas, ONU Mujeres y la Comisión de la Verdad. Y es experta en justicia transicional, víctimas y paz. Y se define como feminista, hacia allí iría nuestra conversación.
Es la primera mujer defensora del Pueblo, pero ¿cómo se definiría a sí misma?
Yo soy hija de mis papás y del glorioso Independiente Santa Fe. Mi papá es un caldense que llegó a Bogotá desde los ocho años en condiciones de mucha pobreza. Mi mamá es una mujer de Pacho, Cundinamarca, que también llegó a Bogotá desde los siete años, en un contexto de pobreza y mucha dificultad. Ellos salieron adelante juntos, y yo soy la tercera de cuatro hijos: tres mujeres y un hermano menor.
Soy abogada; estudié derecho porque siempre quise ayudar a resolver la violencia a través de métodos pacíficos y de diálogo. Esa fue mi razón para estudiar derecho, además de que para mis papás fue importante el tema de darnos educación, que sería nuestra herencia, ya que ellos no pudieron acceder a ella. También soy la mamá de Simón. A los 26 años tuve a Simón, quien ya va a cumplir 20 años.
Soy amiga de mis amigos, especialmente de mis amigas, y soy defensora de derechos humanos. Desde pequeña quise ser defensora de derechos humanos, pero lo hice a través de la profesión. Cuando comencé a trabajar en la Comisión Colombiana de Juristas, encontré mi lugar en el mundo. Allí trabajé en derecho constitucional, litigio estratégico y seguimiento legislativo. Me dediqué a la defensa de los derechos humanos y no he parado desde entonces, y creo que nunca lo haré.
También soy feminista. El feminismo lo encontré en el camino. Desde pequeña, tenía razones para ser feminista, pero no lo sabía. Más tarde, el trabajo en derechos humanos me llevó al feminismo, ya que es evidente, desde la perspectiva de los derechos humanos, que la desigualdad existe y está mal. Esta perspectiva me ayudó a comenzar a ver la desigualdad en mi propia vida, en las relaciones familiares, en mis relaciones interpersonales y en comportamientos machistas. Así, me di cuenta de que debía ser feminista.
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¿En qué momento decidió definirse como feminista?
Creo que la Comisión Colombiana de Juristas tuvo un papel importante en mi desarrollo como feminista, aunque me di cuenta de que mi feminismo desde antes, solo que no sabía que eso era feminismo. Mi mamá siempre nos decía que no quería que aprendiéramos a cocinar para terminar cocinándole a un hombre. Aprendí a cocinar en la pandemia, aunque ya había hecho algo antes. Mi mamá nos enseñó que debíamos estudiar, salir adelante, tener nuestros propios ingresos y no depender de nadie, especialmente de un hombre. Ese mandato fue muy fuerte para mis hermanas y para mí desde pequeñas. Crecí con esos principios y creo que eso ya es bastante feminista.
Sin embargo, asumirlo racionalmente fue algo que ocurrió en la Comisión Colombiana de Juristas. Allí, muchas mujeres en mi vida me mostraron el camino. Mi mamá, por supuesto, pero también Ana María Díaz, quien era la encargada de derechos de las mujeres en la organización. Ella solía darme reflexiones importantes. Recuerdo una vez en una reunión en la que dije que había que llegarle a todos: a las mujeres en las casas y a los hombres en el trabajo. Ana María me corrigió, diciéndome que no podía encasillar a las mujeres en las casas. Y yo decía eso a pesar de que yo era poco hogareña y estaba trabajando. Yo pensaba ¿yo dije eso? Esas reflexiones me hicieron pensar en el feminismo. También Claudia Mejía, quien fue directora de Sisma Mujer durante muchos años, fue una amiga amorosa que me enseñó mucho con su ejemplo.
¿Ha recibido algún tipo de comentarios por nombrarse como feminista?
Sí, unas dos o tres veces me han felicitado. No lo han visto como algo malo el auto reconocerme feminista. Y claro, yo pensaba que es raro, porque ¿por qué piensan que es raro que uno se reconozca feminista? Creo que hay mucho feminismo enclosetado. Muchas personas saben que el machismo está ahí, y no me refiero solo como una causa, una pelea, una lucha de hombres y mujeres. El machismo es la cultura, y tanto hombres como mujeres somos machistas. Portamos el machismo.
El feminismo es una vocación. Yo no creo que ya haya transformado todo mi pensamiento y sea absolutamente igualitaria. Todos los días me descubro formas nuevas de ser feminista, formas nuevas de desigualdad, comportamientos propios o en mi círculo más cercano que son machistas. Todo el tiempo estoy construyendo esto. Creo que hay personas que se alegran de que: “Ay, la defensora del Pueblo dice que es feminista.” Y me gusta que se sientan felices porque, pues, es darle ánimo al mundo a que no sienta vergüenza de ser feminista.
El feminismo lo que busca es la igualdad, que hombres y mujeres seamos iguales en libertades y derechos, que nadie nos diga cómo actuar ni qué tipo de persona ser. Creo que eso es lo que todo el mundo realmente quiere. Yo creo que aquellas personas que no son feministas es porque de pronto no tienen toda la información. Así que creo que he encontrado un alivio en ciertas personas que dicen: “Qué bueno que lo digas sin vergüenza”.
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Quizá esta sea una pregunta que muchas personas que no están familiarizadas con el feminismo puedan tener: ¿El hecho de que se defina como feminista significa que la Defensoría del Pueblo no le prestará atención a los hombres?
El feminismo no solo afecta a las mujeres; afecta principalmente a las mujeres, pero también a muchos hombres. Por ejemplo, hay hombres que desearían estar más tiempo cerca de sus hijos sin que se les considere malos hombres o fracasados por querer quedarse en casa cuidándolos. En este sentido, el feminismo no es solo para mujeres, aunque obviamente las mujeres sufrimos la mayor discriminación y violencia. Superar el machismo beneficia a hombres y mujeres por igual.
Para mí, el feminismo es un punto de vista transversal. De hecho, mi carrera profesional no se ha caracterizado por el feminismo, aunque he trabajado con organizaciones de mujeres y en temas relacionados. Me identifican más como constitucionalista, por mi trabajo con víctimas y por mi enfoque en la paz. Actualmente, una de mis grandes prioridades es la superación de la desigualdad socioeconómica, incluyendo el derecho a la salud, el derecho al trabajo y el derecho a la educación.
Por supuesto, uno puede ser feminista y ver el feminismo como una perspectiva obligatoria para entender el mundo, pero los temas de derechos humanos son aplicables a todas las poblaciones y en todos sus diferentes componentes.
Parte de las funciones de la Defensoría del Pueblo es la pedagogía, ¿cómo hablar de machismo y de los derechos de las mujeres en las regiones?
Sí, ese es un reto enorme. Creo que, efectivamente, esa es una de las funciones de la Defensoría del Pueblo, que tiene cuatro funciones constitucionales, y para mí, una de las primordiales es la promoción y divulgación de los derechos humanos y la Constitución. Esta función es muy potente y creo que aún se puede maximizar. Es importante entender la pedagogía en las regiones no como cursos tradicionales, donde uno estudia, aprende y luego repite la respuesta correcta, sino más bien como un intercambio de experiencias entre las lideresas y los líderes sociales, para que, a partir de sus experiencias, identifiquen los tipos de violencia.
No se trata de ofrecer charlas sobre qué es el feminismo, sino de reconocer experiencias. Después, uno puede profundizar y estudiar, pero desde una perspectiva más humana. Hay cosas que estoy segura de que muchas personas encuentran indignantes, que consideran incorrectas y con las que no están de acuerdo, relacionadas con la violencia y la discriminación contra la mujer. En este contexto, podemos construir un consenso a partir de una pedagogía que se enfoque en lo humano, que escuche testimonios y realidades, y que busque mover corazones.
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Empieza a ejercer como defensora del Pueblo en uno de los años más violentos para las mujeres. ¿Está dentro de su agenda como defensora abordar las violencias basadas en género?
Sí, lo he mencionado varias veces. Tengo un decálogo, y el primer punto de ese decálogo es la violencia y la discriminación contra las mujeres. Lo que he dicho es que una de las crisis más graves de derechos humanos que enfrentamos en nuestra sociedad es precisamente esta violencia y discriminación contra las mujeres, que generalmente no se ve como un asunto de derechos humanos, sino como un problema de familia o de cultura. Se dice que las familias están perdidas, y aunque estas aproximaciones pueden ser válidas, el problema debería ser considerado igual de grave que el conflicto armado.
La violencia contra líderes sociales también es muy alta; aunque los homicidios no son tan frecuentes como los de hombres, siguen siendo preocupantemente altos. Este es un tema que definitivamente debemos abordar con urgencia. He señalado que los temas relacionados con las mujeres no deberían ser un asunto exclusivo de la Delegada de Mujer y Género, aunque, por supuesto, esa delegación debe ser fortalecida y trabajada más. Los temas de las mujeres deben ser una preocupación central para la defensora del Pueblo y para toda la Defensoría del Pueblo.
Mi propuesta es desarrollar un plan estratégico en el que todas las direcciones, todas las regionales y todas las delegadas tengan un diagnóstico específico sobre la situación de las mujeres en sus respectivos temas. No importa si se trata de la delegada de medio ambiente, de derechos económicos, sociales y culturales, o cualquier otro tema; todas deben tener un diagnóstico sobre cómo se encuentran las mujeres en ese ámbito y cómo transformar esta situación. Este es un reto enorme, ya que los cambios culturales son lentos. Sin embargo, mientras la cultura cambia, el derecho y las sanciones deben seguir siendo herramientas importantes. Es crucial que trabajemos en ambas líneas: transformar nuestra conciencia y corazón, mientras también aplicamos el derecho penal y las sanciones necesarias.
Aunque no creo que en cuatro años la Defensoría pueda transformar completamente la situación, sin duda, será una prioridad. Espero poder dejar una agenda clara para que todas las Defensorías del Pueblo futuras tengan esta cuestión como una base integral en todo su mandato.
¿Cuál es su opinión sobre el hecho de que, después de 32 años de existencia de la Defensoría del Pueblo, usted sea la primera mujer en dirigir esa entidad?
Es inaudito. La campaña de las organizaciones se llamaba “Es hora de una defensora”, pero yo creo que podríamos haberla llamado “Es tarde”. Llegamos muy tarde a este tema. Es impresionante. Antes trabajaba en la Corte Constitucional, y en las primeras dos cortes solo había hombres. A partir del año 2001, entró una primera mujer, y el número de mujeres ha ido creciendo; actualmente son cuatro, aunque en algún momento llegaron a ser cinco. Sin embargo, lo que veo es que cuando uno recorre el pasillo de la Corte y observa las fotos, me impacta mucho ver las fotos de la primera corte, en donde solo hay hombres. Esta Corte, que todas las personas que somos constitucionalistas admiramos profundamente, se llamaba la Corte de Oro. Eran personas increíbles que tomaron grandes decisiones para el país. Pero no había ni una sola mujer. Hoy en día esto resulta inadmisible e increíble.
Lo más sorprendente es que la Defensoría del Pueblo, que debería estar a la vanguardia en temas de derechos humanos, apenas ahora tiene a su primera mujer en el cargo. Esta mañana estuve en las oficinas de la Defensoría, y hay un corredor con las fotos de los defensores anteriores. Me cuesta mucho creerlo. No estoy segura de que sea tan importante que yo sea la primera defensora; tal vez sí lo sea, pero siento que no debería serlo tanto. No deberíamos estar celebrando esto. En realidad, es un poco triste que solo ahora haya una mujer defensora, y, aunque es un honor, también es un recordatorio de que hemos llegado muy tarde. La Constitución de 1991 tenía una vocación, en mi opinión, feminista, ya que la igualdad de género está en la esencia de la Constitución. La igualdad entre hombres y mujeres, como se menciona en el artículo 43, es algo básico.
De una parte, me siento muy honrada, pero de otra parte, digo que es triste que solo ahora haya una mujer defensora. Y, aunque defensoras de derechos humanos están en todas partes del país, la Defensoría del Pueblo debería haber sido pionera en esto.
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¿Cómo ha sido ser mujer en el campo de lo político y lo público?
Yo siento que para las mujeres es, más bien, no siento, sé que para las mujeres es más duro. A veces, el ser dulce… inclusive ahora me pasó en el Congreso que un congresista fue un poco rudo cuando estábamos hablando y me estaba presionando. Y yo le dije que no a lo que me estaba pidiendo, muy firme, pero porque estaba muy segura. Cuando terminamos la conversación, dije: “De pronto no aguanté”. Luego, en una reunión más amplia, donde estaba él entre otros congresistas, dijo: “Usted me recuerda a mis hermanas y a mi mamá. Yo crecí entre mujeres y ellas son muy dulces, muy sonrientes, pero son muy vehementes y muy firmes. Tiene mucho carácter. La felicito”. Entiendo al escucharlo que le costaba ver dulzura y poder al mismo tiempo.
Incluso un amigo, muy amigo, lo quiero mucho, me dijo un día: “No, es que en el cine las mujeres con poder tienen que no ser tan bonitas”. Entonces yo le dije: “Yo, que soy fea o tengo poder, ¿soy fea o soy inteligente?”. Es como si no se nos permitiera ser dulces, bonitas y tener poder. O sea, tienes que elegir. Entonces, eso es muy difícil porque tu credibilidad profesional se tiene que construir a partir de cierta rudeza.
Yo creo que hay, pues no hay una forma de ser mujer, ni la mujer femenina, ni la mujer más ruda, ni la mujer que quiere tener hijos, ni la que no quiere tener hijos. Pero sí, de pronto eres una mujer que es femenina, digamos, que es dulce, etcétera, te cuesta más lograr el reconocimiento de que también eres capaz. Puedes tener poder, no vas a obedecer simplemente a instintos o emociones, sino que eres capaz de tomar decisiones fuertes, racionales. Es como si todo el tiempo tuvieras que estar probando algo que no necesariamente los hombres tienen que probar. Tienes que probar cada paso que das, tienes que probar porque no está dado ni te creen de entrada. Sino que con todos los espacios, que el mundo ha venido cambiando, pero es un poco más difícil.