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La Muchacha: “Yo no lavo los platos, los rompo”

Isabel Ramírez Ocampo es una artista manizaleña que le canta a la vida, la injusticia, las mujeres y la tierra. En entrevista con El Espectador, habló sobre su música, las razones que encuentra para llamarse a sí misma bruja y hasta lo que ha aprendido de las serpientes.

Daniela Villamarín Solorza
09 de febrero de 2024 - 04:00 p. m.
Isabel Ramírez Ocampo, conocida en la escena musical como "La Muchacha".
Isabel Ramírez Ocampo, conocida en la escena musical como "La Muchacha".
Foto: @ la_muchacha_isabel
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La música de Isabel, conocida como La Muchacha, es valiente, rebelde y cruda. Es un reclamo honesto, un grito herido, un desahogo contra la injusticia, la violencia y “la realidad de este país que está tan frito”. Así lo dice ella con acento paisa. Ese que le da a su voz la ternura que pierde cada vez que agarra su guitarra para cantar sin pelos en la lengua.

Cuenta que lleva el arte bajo la piel, inherente, y que aunque decidió ser artista a los 18 años, cuando entró a estudiar Artes Plásticas en la universidad, la música ya había empezado a tejer dentro de ella su futuro. “En ese momento decidí ser artista, pero siento que la decisión ya estaba tomada por mí”.

La Muchacha se hizo grito durante un momento de ruptura política en Colombia. En el Paro Nacional de 2021, y con su guitarra en el metro de Medellín, empezó a cantar las letras que se convertirían en un himno de la reivindicación social y feminista. “Si aquí la gente para, el Estado dispara, fue la orden del para”, cantaba en ese entonces junto a Briela Ojeda y Lianna sobre un vagón en movimiento.

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Isabel explica que la mujer está presente en todas sus canciones, pues tienen que ver con ella, con su proceso y con la forma en que encuentra en el feminismo un aliado para resolver las preguntas sobre su lugar como mujer en el mundo. Sus canciones son ella. Y ella es también sus canciones.

Mientras el sol del mediodía se cuela por la ventana e ilumina sus aretes de serpientes, La Muchacha confiesa que su fórmula para componer es la vida. La velocidad con la que cambia. La misma velocidad con que ella muta. La velocidad con la que su reclamo se transforma. De allí nacieron sus cuatro álbumes: “Polen” (2018), “Canciones crudas” (2020), “Más canciones crudas” (2021) y “Los ombligos” (2023).

En entrevista con El Espectador, La Muchacha habla sobre su música y sobre ella. Sobre las razones que encuentra para llamarse a sí misma bruja y sobre lo que ha podido aprender de las serpientes que hoy lleva en las orejas. Isabel explica dónde nace su rebeldía y porque cree que es necesaria una dosis de “anarquía” para vivir. Nos cuenta sobre el lugar en el que nacen sus canciones, que calan en los huesos y salen de las tripas. Y lo que aprendió durante todo este camino de polen, ombligos y muchas canciones crudas. “He aprendido a ser valiente”, asegura.

¿Por qué escogió La Muchacha como su nombre artístico?

Fue una coincidencia con la frase de una canción de Sabú que escuchaba mi mamá. La frase es “Muchacha pájaro, mi cielo azul”. Empecé a jugar con “Muchacha pájaro”, pero luego me deshice del “pájaro” y me quedé solo con “Muchacha”, porque es lo que soy, una muchacha. Después investigué su significado en la RAE, que es lo más hegemónico del mundo y que la define de forma despectiva, como un ser de poca sabiduría, que solo sigue órdenes. Creo que lo chévere de ese concepto es tergiversarlo, decir “yo no sigo órdenes”, “yo digo lo que pienso”, “yo no lavo los platos, sino que los rompo”.

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En su canción “No me toques mal” dice que es una “bruja rebelde”, ¿por qué?

Porque aprendí a conocer mi misticismo y mi espiritualidad. Me gustan mis piedritas, mis ramas, ese tipo de cosas. Pero también porque soy una bruja que aprendió a rebelarse y a entender su rebeldía, no desde el capricho, sino desde algo que necesita para alimentarse y crecer. No solo soy una bruja rebelde porque voy a contracorriente, sino porque me escucho, porque abogo por la autonomía, por una suerte de anarquía propia para hacer las cosas y para vivir en este mundo. Una bruja rebelde que se construye, que no permite que le impongan cómo ser una bruja o qué tipo de bruja ser, una bruja que no se traga el olvido porque quiere proponer ejercicios de memoria con su trabajo.

¿De dónde viene esa necesidad de reclamar, gritar y exigir mientras canta?

Antes, cuando era más jovenzuela, cuando era cachorrina, no pensaba en reclamar nada. Pero a medida que fui creciendo y entendiendo quién era yo y que tenía cosas que reclamar, no solo del mundo exterior, sino propias, empecé a hacerlo como una manera de hacer escuchar mi voz. Lo importante es no caer en el asunto de reclamar por reclamar, de volverlo una fórmula para hacer canciones, no puede volverse mecánico. Si no va a ser genuino, que no pase mejor. El reclamo no es así, la protesta no es así, tiene que ser pensada, verdadera, que te salga de la tripa y del corazón. Hacerse cargo del reclamo también es aportar un poco a decir: bueno, ¿cómo lo solucionamos?

¿Qué implicaciones tuvo el Paro de 2021 en su vida?

Creo que el paro siempre significa una fractura en la dinámica cotidiana, política, en nuestras vidas. Es algo que no te afecta solamente a ti, sino que afecta a un colectivo gigante. Siento que el paro nos hace caer en la cuenta de que estamos en un montón de situaciones que solo podemos resolver colectivamente.

Lo que sucedió con las canciones en ese momento fue sorprendente. Ellas ya estaban creadas desde antes, pero fueron pertinentes para ese momento y me ayudaron a generar una relación diferente con la gente. Fueron un “estoy aquí”, “quiero acompañar este momento porque también me duele, porque me atraviesa”. Yo callejeé mucho, me fui a cantar a la calle y todo eso me ayudó a entender las consecuencias de las palabras que una dice y que, aunque duela, hay que cantarlo igual, hay que sacarlo, ponerle nombre y que ese dolor se convierta en algo más que sufrimiento. Que se vuelva aprendizaje.

¿Qué tan difícil es cantar música protesta y ser una artista independiente dentro de una industria tan machista?

A mí no me interesa llevar una etiqueta para tratar de calificar la música que hago, así se parezca a la música protesta o música social, porque en el fondo ni siquiera es eso. A veces tengo que pelear con un concepto u otro, pero luego me relajo y digo: pues sí, es música protesta y ya. ¿Por qué? Porque hay ganas de reclamar, de hacer preguntas, de llamar la atención, de sacudir a la gente.

Y claro que es difícil ser una mujer en el ámbito musical dentro de este sistema heteropatriarcal y desproporcionado, pero tenemos que seguir peleando contra la estructura. Es complicado, pero no es una excusa para no querer hacer parte de la historia de la música. Siento que lo importante, y también lo difícil, es aprender a habitar espacios incómodos alrededor de eso, como llamarle la atención a alguien en un teatro, o a una persona que es parte del staff y se saca un comentario maluco.

Me parece difícil, pero chimba, ser quien proporciona la incomodidad y dice: “Oye, hey, soy una mujer y me estoy sintiendo ofendida”. Muchas veces no decimos nada porque no queremos incomodar el parche y no, hay que decirlo, tenemos que incomodar. Qué chimba ser una mujer que está frenteando su situación y que aprendió a no tener miedo de decir las cosas.

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En sus canciones habla mucho del cuerpo: las heridas del ombligo, en “No me toques mal”; nos embutieron la guerra hasta el fondo de la tráquea, en “La Sentada”; y el útero sagrado que ahora está despierto, en “Vengo”. ¿Por qué el cuerpo está siempre presente en sus canciones?

Porque el cuerpo es el sustento, no solo biológico, físico, químico, muscular, fonador, sonoro, sino también una cápsula, un territorio, la vasija que alberga lo que soy y que lo contiene todo. No solo las tripas, la sangre, la carne y las enfermedades, sino que alberga mi espíritu, mi alma, mi palabra, mi pensamiento, mis sensaciones, mis miedos, todo.

También suelo comparar el cuerpo con el país, ese cuerpo-espejo que refleja todo lo que somos y que se comparte y se conecta con todo. Es posible, también, pensar en la idea de “acuerparnos”, que ese cuerpo se vuelva colectivo. Y no solo hay que verlo desde un punto de vista poético, sino que hay que empezar a fragmentarlo para entenderlo parte por parte, como la tráquea, que es la que se estrangula, la que nos impide hablar cuando está obstruida. Y hay que cuidarlo, aprender que ese cuerpo tiene que estar bien para poder seguir cantando. Es un énfasis que hago en las canciones que me recuerda a mí misma, a que tengo que cuidar de mí.

Tiene puestos unos aretes de serpientes. En muchas de sus canciones aparece esta figura, incluso tiene una canción llamada “La Serpiente”. ¿Por qué es tan importante este animal en su música?

Porque es un animal que me ha enseñado a descubrirlo fuera del concepto católico de la tentación, esa serpiente que tienta a Eva para comerse la manzana y donde empiezan todos los males del mundo. En la cosmogonía más nativa y ancestral, que prefiero, la serpiente es un animal dador de vida y le da origen al mundo. Es un animal que cambia, que suelta la piel muerta y empieza a ser otro, en un ciclo infinito que es necesario para su vida, para sostener su misticismo, su movimiento, su silencio, su manera de digerir el alimento, su reposo, su apareamiento, todo.

¿De dónde viene la canción “No me toques mal”? ¿Por qué cree que es tan importante para el empoderamiento femenino?

Hablar de empoderamiento me genera algunas cuestiones, porque una vez vi una charla de una mujer, ya no recuerdo su nombre, que decía que hablar de empoderamiento puede ser peligroso porque tiene que ver con trasladar las dinámicas de poder al feminismo y creo que eso no es lo que tenemos que hacer. Depronto lo que necesitamos no es poder, sino reconocimiento.

En ese sentido, creo que la canción es importante para recordarnos que tenemos unas dinámicas de acoso muy molestas y que no solo nos corresponde enfrentar y sentir a nosotras las mujeres adultas, sino también a la niñez. Creo que con esa canción me ha pasado algo muy bello y es escuchar a niñes cantando: “Ey, no me toques mal”, “no abuses de mi cuerpo”, “no abuses de mi confianza”. Siento que esa canción, para el feminismo, refuerza el llamado de atención que hay que tener sobre nuestras cuerpas y sobre la idea de que no podemos permitir que se nos acose en ningún momento de la vida.

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Daniela Villamarín Solorza

Por Daniela Villamarín Solorza

Comunicadora Social con énfasis en periodismo y producción audiovisual de la Universidad Javeriana. @Dvillamarinsdvillamarin@elespectador.com

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