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El 1° de julio de 2016, en el municipio de Vista Hermosa (Meta), 19 mujeres crearon la Asociación de Mujeres Campesinas de Pitalito (Asomucapi). Hoy ya son 25. Algunas viven en Pitalito, otras en las veredas El Dorado, la Argentina y Siberia, en donde el paisaje son bosques deforestados.
Paola Madrid, la fundadora de Asomucapi, cuenta que, aunque para 2016 en Meta había diferentes asociaciones de campesinos, ninguna era de solo mujeres. Se organizaron porque sus hijos asistían a la escuela de la vereda La Siberia, por lo que ya se conocían desde hacía un tiempo. Además de ser madres, tienen en común el interés por aportar a la economía de sus hogares de una forma sostenible. La mayoría de sus familias vive del ordeño de vacas. Hace unos años vivían de los cultivos de coca.
El primer proyecto para el que recibieron apoyo (de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) como organización fue uno centrado en la producción de diferentes bioabonos orgánicos que realizaban en sus fincas. Luego de esto recibieron una guía técnica para elaborarlos. “Los probamos en nuestro pancoger y vimos que daban resultados”, cuenta Madrid. En otras palabras, algunas usaron los bioabonos en los pastos, otras en plantas, y vieron cómo estas crecían de una forma mucho más rica e incluso notaron efectos sobre las vacas que comían de esos pastizales. (Lea: Ni por todo el dinero podemos perder la Amazonia (Opinión))
Según Madrid, con los bioabonos buscan aportar a la fertilidad de sus tierras que, hasta hace unos años, estaban sembradas con cultivos de coca y que, además, se vieron afectadas con la erradicación forzada que desde la década de 2000 se venía adelantando en los alrededores del Parque Nacional Natural Sierra de La Macarena (Meta). “Esto es algo que nos abrió las puertas frente a la cooperación internacional”, agrega Madrid. Por medio del apoyo del programa Macarena Sostenible con Más Capacidad para la Paz, del Fondo Europeo para la Paz de Colombia, ejecutado por el Instituto Sinchi, esperan consolidar una planta de abonos para comercializarlo por fuera de Vista Hermosa.
“Lo más difícil de todo es que lo hacemos a las carreras. Hay que ordeñar, hacer el desayuno, dejar el almuerzo adelantado, recoger a los niños... Pero ahí vamos”, dice una integrante de Asomucapi en una reunión de la asociación, contando cómo es su día a día. “Algunas veces el marido se enoja por las reuniones, pero le contesto que así como él tiene sus cosas, yo también”, comenta otra, y agrega, “no solo los hombres tienen derecho a ser alguien en la vida, a veces hay que esforzarse, madrugar más, para cumplirse a una también”.
Este no es el único proyecto que tienen. Entre todas compraron una hectárea en la vereda La Siberia, en la que tienen planeado construir una granja piloto con la que quieren lograr un modelo de economía solidaria. La idea es que en la granja haya vacas para producir leche, gallinas ponedoras y cerdos de cría. “Esta economía solidaria lo primero que generaría sería seguridad para nuestras familias. Queremos demostrar que no solo somos capaces de llevar nuestro hogar, sino que también aportamos a la comunidad. Las ganancias las repartiríamos por partes iguales”, explica Madrid. (Lea: Europa amenaza con romper la COP27 si se abandona el compromiso de los 1,5 grados)
Brigitte Baptiste, bióloga y doctora Honoris Causa en gestión ambiental de Unipaz y quien fue elegida como uno de los 25 expertos mundiales de la Plataforma Intergubernamental para la Biodiversidad y los Servicios de los Ecosistemas (IPBES) entre 2016 y 2019, señala en entrevista con El Espectador que hay que resaltar cómo, con la transición de las economías ilícitas a otro tipo de economías, se transforman los roles de género. “Entre colonos campesinos el tema de género es fundamental, sobre todo por la estructuración de los papeles en el uso de los recursos”. Dice que normalmente en el campo “las mujeres tienen que desarrollar una serie de tareas complejas y pesadas. Con la coca todos los patrones de machismo afloraban y se convertían en una fuente de violencia intrafamiliar y discriminación”.
Para Baptiste, cuando se van transformando los roles de género al interior de las familias colono campesinas, también se dan nuevas miradas en términos ambientales. “Las mujeres que construyen una perspectiva independiente le dan una vuelta a su interpretación del territorio y tienen la capacidad de hacer cosas maravillosas y potencialmente más sostenibles. Aunque no lo monitoreamos tanto, esto está pasando desde los años 80 con mujeres desplazadas, viudas de la guerra, madres solteras, que están pensando y viviendo la selva de otra manera”.
Mónica Amador Jiménez, PhD en antropología, investigadora de la Universidad de Bristol y magíster en género, agrega que en Colombia hay un vacío de una política de conservación enfocada en los campesinos, especialmente en departamentos como Meta, que conectan los Andes y la Amazonia, en donde el suelo requiere un manejo diferente al resto de la región. Para Amador, se requiere este enfoque diferencial que tenga en cuenta que las campesinas colonas no conocen del todo el bosque, pues se trata de “poblaciones migrantes que están tratando de entender el ecosistema”. Algo en lo que coinciden las mujeres de Asomucapi, quienes piden un mayor acompañamiento técnico para conocer los suelos de sus fincas y qué vocación tienen.
Mientras proyectos como los del abono y la granja piloto se adelantan, al igual que más de 145 emprendimientos sostenibles que hay en Meta, según Cormacarena y la Oficina de Negocios Verdes del Ministerio de Ambiente, el departamento continúa estando en el top de los más deforestados de la Amazonia, junto a Caquetá y Guaviare. Solo en 2021 se deforestaron 174.000 hectáreas en Colombia, y el 77 % se concentró en Meta, Caquetá, Guaviare, Putumayo, Norte de Santander y Antioquia. (Lea: Contra todo pronóstico, EE.UU. no bloquearía el principal objetivo de la COP27)
La Unidad de Planificación Rural Agropecuaria (UPRA) señala que menos del 2 % del suelo en Meta tiene vocación para la ganadería, pero se le destina alrededor del 44 % de los suelos a esta actividad, algo que el mismo Ministerio ha asociado directamente con la deforestación. Según la Fundación para la Conservación y el Desarrollo Sostenible, este es uno de los departamentos en los que hay más cabezas de ganado sobre áreas de bosque deforestadas.
“Lo de la deforestación es una cultura muy difícil de cambiar y hasta ahora la gente se está concientizando”, dicen en la reunión de Asomucapi. “Yo no sé si es que los de corbata sí pueden tumbar y los pobres no. Si alguien tumba una hectárea llega la ley, y otros tumban cientos y no pasa nada. Los terratenientes hacen los desastres, pero a los campesinos nos echan la culpa”, agregan, refiriéndose especialmente a la Operación Artemisa del gobierno de Duque. “Lo indignante es que con Artemisa llegaban a quemarles la casa y todo a los campesinos en los Parques”, agrega Madrid.
Para Baptiste, las pérdidas ambientales que trae la deforestación “no es un tema para resolver con proyectos, se requiere una política de reconstrucción del desarrollo rural con más instituciones involucradas, con una agenda de agroforestería”, así como fortalecimiento agropecuario. Y aunque esa es una discusión que, según los expertos, tendría que darse entre los ministerios de Ambiente y Agricultura, en el mediano plazo, a las mujeres de Asomucapi les preocupa cómo van a sacar y comercializar sus productos. “Las vías no son muy buenas. Es bastante complejo ir de La Siberia a Vista Hermosa”, comenta Madrid.