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María José Cabra, Andrea Toro y Daniela Rojas son católicas practicantes, pero también son católicas con preguntas. Han estado en desacuerdo con la Iglesia, pese a sentirse profundamente amadas por Dios. Sentadas en la mesa redonda de un café soleado en Bogotá, dicen que por mucho tiempo se preguntaron si sus dudas sobre la moralidad de la iglesia, la castidad, la sexualidad, el papel de las mujeres y el feminismo las hacía menos católicas. Malas católicas. Sintieron culpa por no seguir a rajatabla algunas de las reglas de su religión e incluso miedo de empezar a expresar todo eso que las conflictuaba.
Luego de sentirse abrumadas por sus conflictos de fe, las tres decidieron crear un pequeño grupo de amigas en el que pudieran hablar sobre ellos. “Mi conflicto tenía que ver con que me sentía en un juicio constante, creía que no estaba siendo una católica lo suficientemente buena y la fe se volvió un peso muy grande para mí”, cuenta María José, historiadora y politóloga de profesión.
A Andrea, que es abogada, le pasaba algo similar, sentía que la fe ponía mucha presión sobre sus hombros, pero no quería que todas esas preguntas la alejaran de Dios. Daniela es ingeniera y dice que después de encontrar el feminismo, que cambió completamente su vida, sintió que esa fuerza iba por un camino muy distinto al de su religión.
“El feminismo me ayudó a entender muchas cosas, a luchar por cosas que no tenía, derechos que no me garantizaban, espacios donde no pertenecía. Fue encontrar una fuerza muy linda que me hizo más libre, pero que, en un principio, parecía chocar con la espiritualidad. Por eso, empecé a hacerme preguntas, porque no quería abandonar ninguna de las dos”, asegura.
Al principio, para ninguna fue fácil encontrar las respuestas que buscaban porque no tenían un lugar donde pudieran hacer esas preguntas. Los grupos católicos a los que pertenecían no eran lo suficientemente abiertos para hablar sobre sus dudas y los grupos liberales, feministas y de activismo en los que estaban poco entendían sus conflictos de fe.
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Ante ese panorama decidieron crear ellas mismas el espacio. Empezaron a reunirse semanalmente. Se ponían de acuerdo para trabajar un tema específico, el amor, por ejemplo, y buscaban qué decía la Biblia sobre eso, qué decía la Iglesia, el evangelio, alguna encíclica, el feminismo y la cultura popular. “Era un espacio abierto, seguro, donde podíamos poner sobre la mesa las preguntas más complejas sin ser juzgadas. Desde el principio defendimos que todas eran válidas, que ninguna nos hacía menos católicas y que queríamos que cualquier persona pudiera sentirse incluida”, explica María José.
Cada vez tenían más preguntas, se volvían más amigas y encontraban más personas conflictuadas como ellas. Seis meses después, coincidieron en que las conversaciones que habían empezado a hacer para desahogarse, habían fortalecido su fe. “Entendimos que era mejor no ocultar esos conflictos, no silenciarlos, no seguir colapsando solas en medio de nuestras dudas, y también sentimos un llamado de llegarle a otras personas. Sabíamos que no podíamos ser las únicas conflictuadas en el mundo”, dice María José, mientras revuelve con un pitillo su soda de gulupa.
Así nació su pódcast, que en marzo celebrará su segundo aniversario. Allí se han hecho preguntas sobre la castidad, el aborto, la santidad, el matrimonio, la culpa y la pureza. Han conversado sobre la autoestima, la homosexualidad, el feminismo, la naturaleza, el papel de la mujer dentro de la Iglesia y hasta la tusa. “Uno diría que eventualmente se nos van a acabar los temas, pero la realidad es que no se nos acaban los conflictos”, dice Andrea sonriendo. Luego agacha la cabeza y busca su libreta dentro de la bolsa de tela estampada con delfines que cuelga en un lado de su silla.
Daniela recuerda que fue en una de esas conversaciones que entendieron que el catolicismo y el feminismo no eran tan distantes como creían. “Me di cuenta de que ambas cosas tienen el potencial de devolverle la dignidad humana a las mujeres. El feminismo lo hace por medio de sus luchas, pero Jesús también puso el foco en que las mujeres merecen amor, respeto y cabida en el mundo. Sentí mucha paz cuando entendí que fue Dios quien me hizo así, él quiso que el feminismo fuera importante para mí, para que yo pudiera tejer puentes entre los dos”.
Pero otras preguntas quedaron inconclusas, pues la pretensión del pódcast no es encontrar verdades absolutas. “No se trata de encontrar soluciones, sino de entender los conflictos, conocer otras posiciones, ver las diferencias, pero también las convergencias. Se trata de profundizar en el conflicto, más que lograr salir de él”, explica Andrea. “Creemos que el hecho de que nunca haya una respuesta final, permite que Dios nos hable a través de la experiencia, un poco para respondernos y un poco para ayudarnos a responder”, agrega Daniela.
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El proceso de preguntar, conversar, intentar responder y volver a preguntar les ha dejado muchos aprendizajes. Daniela dice que aprendió a aceptar que no es perfecta y que ningún católico puede serlo. María José cuenta que aprendió que, contrario a lo que suelen enseñarle a las personas, las dudas ocultan una enorme fortaleza: la posibilidad de aprender, conocer algo nuevo, conectar con otras personas. Andrea cree que, más allá de los aprendizajes, esta ha sido una oportunidad para hablar con Dios. Pese a eso, las dudas seguirán surgiendo infinitamente. Siempre.
“Cuando estés en un momento de crisis, de dudas sobre tu fe, hay que intentar abrazar la espiritualidad más que la religión. La ley existe para el hombre y no el hombre para la ley y a veces nos olvidamos de eso. La religión es una herramienta, pero no es el centro. En medio de estos conflictos hay que volver al foco y es que somos amados por Dios. El resto son detalles que se pueden ir profundizando después”, concluye María José.