“Las mujeres tendrían que tener más alas”: Piedad Bonnett
En su último libro publicado, “Qué hacer con estos pedazos”, la escritora retrata la vida de una mujer de 64 años que se cuestiona sobre sus vínculos familiares y su matrimonio. Emilia no se siente feliz y la remodelación de su cocina se vuelve el pretexto para preguntarse qué ha valido la pena y por qué.
Pilar Cuartas Rodríguez
Emilia está desganada, agobiada, no es feliz. Hace años, dejó de pensar en ella, en su disfrute, en su diversión, en su placer. Se enamora con frecuencia de hombres que maltratan. De esos que lo hacen de frente, que te abandonan en un bar después de discutir o que coquetean con otras a la vista de tus propios ojos; y de esos que lo hacen camuflados, que te golpean con el tono de sus palabras y te castigan con el silencio. Un bajón después del subidón en el que prometieron una eternidad romántica.
Emilia es el nombre de la protagonista del libro “Qué hacer con estos pedazos”, pero también puede ser Paula, Laura, Marcela, María, Camila, Valentina o Miriam. Todas podemos ser Emilia. Su historia empieza con la remodelación de su cocina y transcurre en un escaneo profundo de sus vínculos, que ahora parecen estar rotos. Se pregunta también por la relación con su mamá, su papá, su hermana y su hija. La paz de lo mismo empieza a incomodarle, no sabe si ha valido la pena y si aún hay tiempo de abrir las alas. ¿Podría después de tantos años cambiar su vida? ¿Hacer lo que le dé la gana? ¿Romperlo todo?
La vejez, la culpa en las relaciones de los hijos con sus padres y la sumisión femenina son otros de los temas que tocan las páginas de este libro, el último publicado por Piedad Bonnett. En entrevista con El Espectador, la escritora conversa sobre lo que pueden encontrar las lectoras y los lectores en esta historia y lo que ella misma piensa en la realidad sobre asuntos como el matrimonio.
Es licenciada en Filosofía y Literatura de la Universidad de los Andes y magíster en Teoría del Arte y la Arquitectura de la Universidad Nacional. Fue profesora universitaria y ha sido galardonada en distintas ocasiones con reconocimientos como el Premio Nacional de Poesía, el premio Casa de América de poesía americana de Madrid, el José Lezama Lima de Casa de las Américas y el Premio Poetas del Mundo Latino.
Piedad Bonnett ya está escribiendo su siguiente obra. Una en la que hablará de ella misma, su enfermedad y su cuerpo. Una en la que promete revelar su propia rebeldía y sus liberaciones, como irse a estudiar y dejar a sus hijos. También hablará de sus opresiones, fragilidades, dilemas y contradicciones. Mientras termina de escribirla, hablamos con ella en la siguiente entrevista.
En “Qué hacer con estos pedazos” se aborda con naturalidad las relaciones familiares, la complejidad de estos vínculos y las emociones opuestas que nos despiertan. Podemos sentir rabia, fastidio y a la vez amor por nuestros papás, hermanas e hijos. “Los lazos familiares son también grilletes”, como usted escribe en el libro. ¿Por qué decidió hablar de la familia desde esta óptica?
Es un tema recurrente en mi literatura. Pero no me di cuenta de inmediato. Si tú revisas mi poesía, hablo de la infancia, el papá y la mamá. En mis primeros libros está un papá autoritario y una mamá amorosa que me enseñó a leer. La marca del padre. Mi papá hizo abandonar a mi mamá su futuro, porque ella era una maestra, se había preparado para eso. Luego, viene el tema de la muerte de mi hijo y entran los hijos ahí. En mi primera novela también hay una hija que no se entiende bien con la madre. Entonces, los temas de la relación con el otro, las fisuras, me han interesado mucho.
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En pandemia, yo iba a escribir otro libro, y que ahora estoy terminando, sobre mi relación con la enfermedad y mi cuerpo. Empecé a tomar notas y cuando llegué a Bogotá, porque me quedé atrapada en una finca, me enfrenté con la casa, con la ausencia de la empleada del servicio. Empecé a ver maltrato familiar por todos lados, amigas aburridas del marido.
Yo misma tengo un marido, y los roces en una convivencia tan grande te abren los ojos a un montón de cosas. Por ejemplo, empecé a leer columnas que hablan de cosas con las que me identificaba, como que los hombres pueden hacer los oficios, pero los hacen mal y tú los quieres repetir. O que los hombres no piensan en las necesidades domésticas, entonces tú estás pensando mañana qué almorzamos y ellos no. Ahí fue cuando dije: “voy a empezar a hablar de esto” y el detonante fue la cocina. La remodelación de la cocina en el libro es la metáfora de lo que puede pasar en la vida de un ser humano que ve que esos vínculos están quebrados.
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El matrimonio es otro de los temas que toca el libro y lo complejo que es mantener a flote una relación de pareja con el paso de los años. ¿Qué preguntas se hace Piedad Bonnett, la escritora, sobre el matrimonio?
La primera pregunta que me hago es qué tanta vigencia tiene el matrimonio como institución social. También qué es lo que hace que un matrimonio se perpetúe, tengo muchas amigas separadas, pero otras con matrimonios larguísimos como el mío. La costumbre y la naturalización de un montón de cosas como parte de lo que explica que un matrimonio perdure tantos años. La claudicación frente a la lucha, porque la gente más joven y bueno de mi generación también, se harta y tiene el valor de irse. El personaje de mi novela no ha tenido ese valor. Entre otras cosas, por la edad que tiene Emilia, porque en esta sociedad nos han planteado que las mujeres después de los 60 años no tenemos una segunda oportunidad sobre la tierra. Los hombres sí.
La perspectiva de vivir una vejez sola, sin el apoyo de otra persona, es como una fantasía muy generalizada en las mujeres mayores de 60 años. Igual da que te enfermas y, si no tienes una persona que te prodigue el cuidado, igual vas a quedar sola.
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Esa idea de mejor malo conocido que bueno por conocer…
Sí, un poco de eso. Y sobre todo que en estas sociedades los hombres cuando se separan tienen mujeres mucho más jóvenes. Un hombre viejo puede ser de más de 75 años. En ese tránsito de juventud a vejez, los hombres tienen muchas más opciones que las mujeres. La manera en que la mujer se mira así misma la hace pensar que no va a tener otra oportunidad. Prefiere perpetuarse en su inconformidad y resiste todos los días a esa incomodidad y a ese “pequeño” maltrato que va lesionando mucho.
En la relación de Emilia, la protagonista del libro, con su marido se observan gestos de maltrato psicológico. Ella sabe que él no respeta sus límites, el trato es intermitente, hay silencios, ironía. ¿Por qué cree que está tan normalizada ese tipo de violencia en las relaciones de pareja?
Porque nos han hecho creer que las razones para separarse son siempre las “grandes” violencias, entonces fíjate que en el universo femenino también está la madre o una amiga que puede decirte que ese es un buen hombre, porque no es un alcohólico, porque es trabajador. Aunque a veces te levanta la voz, te cela. Minimizan esas “pequeñas” violencias, que sumadas pueden dañar una vida.
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En el libro también se describen algunos roles en los que la sociedad encasilla a las mujeres: cuidadoras, sumisas, sin deseo sexual. ¿Ha sentido usted esos roles en su vida personal y profesional?
El libro que estoy escribiendo es sobre eso, porque mi mamá me crio para que yo fuera a la universidad, nunca me criaron para el matrimonio ni crecí con la idea de que me tenía que casar ni tener hijos. Lo que pasa es que yo me casé muy joven y tuve hijos, pero no porque tuviera la idea de que el matrimonio eran mi fin ni la maternidad. De hecho, me dio trabajo la maternidad, porque tuve a mi hija a los 20 años mientras estaba en la universidad y seguí estudiando, nunca paré.
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Pero sí te podría decir que me sentí maltratada, e incluso en la universidad, por mi condición de mujer. Profesores me gritaron, editores me maltrataron. Siempre participé primero en los concursos de literatura con seudónimos masculinos porque sabía que, si tenía seudónimos femeninos, lo más probable es que no ganara. Viví en carne propia esa sensación tremenda de que ser mujer era la posibilidad de que te cerraran puertas.
¿Qué le diría a las mujeres como Emilia, que se enamoran de hombres que maltratan y se quedan en una relación que les hace daño, por “falta de fe en la felicidad, pragmatismo, sentido común” u otra razón, como usted describe en el libro?
A mí no me gusta dar consejos, por eso escribo literatura. Si no, escribiría otra cosa como libros de autoayuda. Lo que me gusta plantear fue lo que hice en mi novela: que a veces la realidad es muy gris. Emilia sufrió un maltrato. Si te acuerdas, tuvo un aborto voluntario y está marcada por eso y por la muerte de un niño. Ha construido su propia cueva, su cuarto propio; ha hecho del trabajo una justificación que le permite hasta cierto punto eludir lo otro.
Por eso, Emilia es un personaje que no es una mujer derrotada, ni es una mujer sometida, sino es una mujer a la que se le pasó la vida antes de que supiera reaccionar a un montón de “pequeñas” afrentas que han hecho que su vida sea, como mínimo, muy aburrida.
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En la realidad, creo que cada sujeto puede evaluar y decidir. Pero por supuesto que yo, en términos generales, pienso que las mujeres tendrían que tener más alas. Y buscar ayuda también, porque a veces están muy solas y tienen a una madre o una amiga que reafirma que se queden. Hay una amiga en la novela que le dice a Emilia: “Nunca te separes”. Lo que quiero mostrar es que esto tiene muchos matices, que hay mujeres que le temen mucho a la soledad y que la soledad no es una garantía de felicidad. La felicidad es lo que tú construyes con tu propia vida y que te sientas segura andando por el mundo.
Ahora, ¿qué le diría la Piedad Bonnett de hoy a la Piedad de Bonnett de 30 años sobre el amor y las relaciones de pareja?
Lo que me habría gustado es que esa mujer de 30 años rompiera sus miedos. Durante muchos años, en la universidad pagaban pésimo y nunca di pasos para otro lado para liberarme de ciertos yugos como ese. Pero fíjate que con el trabajo puede pasar lo mismo que con el matrimonio. Es una cosa que a ti te trae mucha recompensa, pones eso en una balanza y no tomas la decisión de irte para otro lado. Siempre en retrospectiva las cosas son fáciles de decir y no cuando estás parado ahí, entonces las mujeres estamos muy presas de los hombres, presas de nuestras circunstancias.
Emilia está desganada, agobiada, no es feliz. Hace años, dejó de pensar en ella, en su disfrute, en su diversión, en su placer. Se enamora con frecuencia de hombres que maltratan. De esos que lo hacen de frente, que te abandonan en un bar después de discutir o que coquetean con otras a la vista de tus propios ojos; y de esos que lo hacen camuflados, que te golpean con el tono de sus palabras y te castigan con el silencio. Un bajón después del subidón en el que prometieron una eternidad romántica.
Emilia es el nombre de la protagonista del libro “Qué hacer con estos pedazos”, pero también puede ser Paula, Laura, Marcela, María, Camila, Valentina o Miriam. Todas podemos ser Emilia. Su historia empieza con la remodelación de su cocina y transcurre en un escaneo profundo de sus vínculos, que ahora parecen estar rotos. Se pregunta también por la relación con su mamá, su papá, su hermana y su hija. La paz de lo mismo empieza a incomodarle, no sabe si ha valido la pena y si aún hay tiempo de abrir las alas. ¿Podría después de tantos años cambiar su vida? ¿Hacer lo que le dé la gana? ¿Romperlo todo?
La vejez, la culpa en las relaciones de los hijos con sus padres y la sumisión femenina son otros de los temas que tocan las páginas de este libro, el último publicado por Piedad Bonnett. En entrevista con El Espectador, la escritora conversa sobre lo que pueden encontrar las lectoras y los lectores en esta historia y lo que ella misma piensa en la realidad sobre asuntos como el matrimonio.
Es licenciada en Filosofía y Literatura de la Universidad de los Andes y magíster en Teoría del Arte y la Arquitectura de la Universidad Nacional. Fue profesora universitaria y ha sido galardonada en distintas ocasiones con reconocimientos como el Premio Nacional de Poesía, el premio Casa de América de poesía americana de Madrid, el José Lezama Lima de Casa de las Américas y el Premio Poetas del Mundo Latino.
Piedad Bonnett ya está escribiendo su siguiente obra. Una en la que hablará de ella misma, su enfermedad y su cuerpo. Una en la que promete revelar su propia rebeldía y sus liberaciones, como irse a estudiar y dejar a sus hijos. También hablará de sus opresiones, fragilidades, dilemas y contradicciones. Mientras termina de escribirla, hablamos con ella en la siguiente entrevista.
En “Qué hacer con estos pedazos” se aborda con naturalidad las relaciones familiares, la complejidad de estos vínculos y las emociones opuestas que nos despiertan. Podemos sentir rabia, fastidio y a la vez amor por nuestros papás, hermanas e hijos. “Los lazos familiares son también grilletes”, como usted escribe en el libro. ¿Por qué decidió hablar de la familia desde esta óptica?
Es un tema recurrente en mi literatura. Pero no me di cuenta de inmediato. Si tú revisas mi poesía, hablo de la infancia, el papá y la mamá. En mis primeros libros está un papá autoritario y una mamá amorosa que me enseñó a leer. La marca del padre. Mi papá hizo abandonar a mi mamá su futuro, porque ella era una maestra, se había preparado para eso. Luego, viene el tema de la muerte de mi hijo y entran los hijos ahí. En mi primera novela también hay una hija que no se entiende bien con la madre. Entonces, los temas de la relación con el otro, las fisuras, me han interesado mucho.
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En pandemia, yo iba a escribir otro libro, y que ahora estoy terminando, sobre mi relación con la enfermedad y mi cuerpo. Empecé a tomar notas y cuando llegué a Bogotá, porque me quedé atrapada en una finca, me enfrenté con la casa, con la ausencia de la empleada del servicio. Empecé a ver maltrato familiar por todos lados, amigas aburridas del marido.
Yo misma tengo un marido, y los roces en una convivencia tan grande te abren los ojos a un montón de cosas. Por ejemplo, empecé a leer columnas que hablan de cosas con las que me identificaba, como que los hombres pueden hacer los oficios, pero los hacen mal y tú los quieres repetir. O que los hombres no piensan en las necesidades domésticas, entonces tú estás pensando mañana qué almorzamos y ellos no. Ahí fue cuando dije: “voy a empezar a hablar de esto” y el detonante fue la cocina. La remodelación de la cocina en el libro es la metáfora de lo que puede pasar en la vida de un ser humano que ve que esos vínculos están quebrados.
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El matrimonio es otro de los temas que toca el libro y lo complejo que es mantener a flote una relación de pareja con el paso de los años. ¿Qué preguntas se hace Piedad Bonnett, la escritora, sobre el matrimonio?
La primera pregunta que me hago es qué tanta vigencia tiene el matrimonio como institución social. También qué es lo que hace que un matrimonio se perpetúe, tengo muchas amigas separadas, pero otras con matrimonios larguísimos como el mío. La costumbre y la naturalización de un montón de cosas como parte de lo que explica que un matrimonio perdure tantos años. La claudicación frente a la lucha, porque la gente más joven y bueno de mi generación también, se harta y tiene el valor de irse. El personaje de mi novela no ha tenido ese valor. Entre otras cosas, por la edad que tiene Emilia, porque en esta sociedad nos han planteado que las mujeres después de los 60 años no tenemos una segunda oportunidad sobre la tierra. Los hombres sí.
La perspectiva de vivir una vejez sola, sin el apoyo de otra persona, es como una fantasía muy generalizada en las mujeres mayores de 60 años. Igual da que te enfermas y, si no tienes una persona que te prodigue el cuidado, igual vas a quedar sola.
Lea aquí: “Los estereotipos son cárceles”: primera viceministra de mujeres de Colombia
Esa idea de mejor malo conocido que bueno por conocer…
Sí, un poco de eso. Y sobre todo que en estas sociedades los hombres cuando se separan tienen mujeres mucho más jóvenes. Un hombre viejo puede ser de más de 75 años. En ese tránsito de juventud a vejez, los hombres tienen muchas más opciones que las mujeres. La manera en que la mujer se mira así misma la hace pensar que no va a tener otra oportunidad. Prefiere perpetuarse en su inconformidad y resiste todos los días a esa incomodidad y a ese “pequeño” maltrato que va lesionando mucho.
En la relación de Emilia, la protagonista del libro, con su marido se observan gestos de maltrato psicológico. Ella sabe que él no respeta sus límites, el trato es intermitente, hay silencios, ironía. ¿Por qué cree que está tan normalizada ese tipo de violencia en las relaciones de pareja?
Porque nos han hecho creer que las razones para separarse son siempre las “grandes” violencias, entonces fíjate que en el universo femenino también está la madre o una amiga que puede decirte que ese es un buen hombre, porque no es un alcohólico, porque es trabajador. Aunque a veces te levanta la voz, te cela. Minimizan esas “pequeñas” violencias, que sumadas pueden dañar una vida.
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En el libro también se describen algunos roles en los que la sociedad encasilla a las mujeres: cuidadoras, sumisas, sin deseo sexual. ¿Ha sentido usted esos roles en su vida personal y profesional?
El libro que estoy escribiendo es sobre eso, porque mi mamá me crio para que yo fuera a la universidad, nunca me criaron para el matrimonio ni crecí con la idea de que me tenía que casar ni tener hijos. Lo que pasa es que yo me casé muy joven y tuve hijos, pero no porque tuviera la idea de que el matrimonio eran mi fin ni la maternidad. De hecho, me dio trabajo la maternidad, porque tuve a mi hija a los 20 años mientras estaba en la universidad y seguí estudiando, nunca paré.
En video: “Duele el alma”: la violencia psicológica que te manipula, humilla e intimida
Pero sí te podría decir que me sentí maltratada, e incluso en la universidad, por mi condición de mujer. Profesores me gritaron, editores me maltrataron. Siempre participé primero en los concursos de literatura con seudónimos masculinos porque sabía que, si tenía seudónimos femeninos, lo más probable es que no ganara. Viví en carne propia esa sensación tremenda de que ser mujer era la posibilidad de que te cerraran puertas.
¿Qué le diría a las mujeres como Emilia, que se enamoran de hombres que maltratan y se quedan en una relación que les hace daño, por “falta de fe en la felicidad, pragmatismo, sentido común” u otra razón, como usted describe en el libro?
A mí no me gusta dar consejos, por eso escribo literatura. Si no, escribiría otra cosa como libros de autoayuda. Lo que me gusta plantear fue lo que hice en mi novela: que a veces la realidad es muy gris. Emilia sufrió un maltrato. Si te acuerdas, tuvo un aborto voluntario y está marcada por eso y por la muerte de un niño. Ha construido su propia cueva, su cuarto propio; ha hecho del trabajo una justificación que le permite hasta cierto punto eludir lo otro.
Por eso, Emilia es un personaje que no es una mujer derrotada, ni es una mujer sometida, sino es una mujer a la que se le pasó la vida antes de que supiera reaccionar a un montón de “pequeñas” afrentas que han hecho que su vida sea, como mínimo, muy aburrida.
Lea aquí: Tutela contra Westcol: ¿Qué podría decir la Corte Constitucional?
En la realidad, creo que cada sujeto puede evaluar y decidir. Pero por supuesto que yo, en términos generales, pienso que las mujeres tendrían que tener más alas. Y buscar ayuda también, porque a veces están muy solas y tienen a una madre o una amiga que reafirma que se queden. Hay una amiga en la novela que le dice a Emilia: “Nunca te separes”. Lo que quiero mostrar es que esto tiene muchos matices, que hay mujeres que le temen mucho a la soledad y que la soledad no es una garantía de felicidad. La felicidad es lo que tú construyes con tu propia vida y que te sientas segura andando por el mundo.
Ahora, ¿qué le diría la Piedad Bonnett de hoy a la Piedad de Bonnett de 30 años sobre el amor y las relaciones de pareja?
Lo que me habría gustado es que esa mujer de 30 años rompiera sus miedos. Durante muchos años, en la universidad pagaban pésimo y nunca di pasos para otro lado para liberarme de ciertos yugos como ese. Pero fíjate que con el trabajo puede pasar lo mismo que con el matrimonio. Es una cosa que a ti te trae mucha recompensa, pones eso en una balanza y no tomas la decisión de irte para otro lado. Siempre en retrospectiva las cosas son fáciles de decir y no cuando estás parado ahí, entonces las mujeres estamos muy presas de los hombres, presas de nuestras circunstancias.