Ley Brazos Vacíos: la promesa de cuidar a las mujeres que perdieron a sus bebés
Ángela María Muñoz vio morir a su bebé una semana después de haber nacido. Desde entonces, se ha dedicado a luchar por los derechos de mujeres que atraviesan un duelo por la pérdida de sus hijos. Ella logró que se sancionara la Ley Brazos Vacíos, con la que el Minsalud acaba de publicar un lineamiento para garantizar la atención integral en estos casos.
Daniela Villamarín Solorza
Después de ver a su hijo sin vida en la Unidad de Cuidados Intensivos Neonatales, Ángela María Muñoz salió del hospital confundida. Eran las tres de la mañana y el sol estaba lejos de salir. Todavía tenía la barriga que durante 30 semanas le había crecido sin parar. La cicatriz de la cesárea. Los síntomas del posparto. Pero no tenía a su bebé. Juan Isaac, el hijo que había deseado y esperado junto a su esposo durante diez años, había muerto por una infección a los siete días de nacido.
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Después de ver a su hijo sin vida en la Unidad de Cuidados Intensivos Neonatales, Ángela María Muñoz salió del hospital confundida. Eran las tres de la mañana y el sol estaba lejos de salir. Todavía tenía la barriga que durante 30 semanas le había crecido sin parar. La cicatriz de la cesárea. Los síntomas del posparto. Pero no tenía a su bebé. Juan Isaac, el hijo que había deseado y esperado junto a su esposo durante diez años, había muerto por una infección a los siete días de nacido.
“Cuando vi a mi hijo muerto, pensé que una parte de mí se había muerto con él”, recuerda. En su casa la esperaban una cuna armada, un nombre pintado en la pared, un tren de colores que habían comprado los abuelos, pañales y un gorrito de lana. Ese día entró al hogar que le había construido a su primer hijo con los brazos vacíos. De allí el nombre de la ley que lograría que aprobara el Congreso siete años después.
Durante su embarazo, Ángela presentó un hematoma que hizo que Juan Isaac dejara de crecer a las 30 semanas. Por eso, tuvo que nacer por cesárea y de manera prematura, pero los médicos no dejaron de repetirle que todo estaba bien. “Nadie te dice que la muerte es una posibilidad, ni te preparan con información, porque hablar de la pérdida durante o después del embarazo es un tabú. Todo en el proceso de gestación tiene que ser perfecto y, si no lo es, que no se hable mejor”, dice ella.
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Explica que de ese tabú se desprenden prácticas muy comunes y dolorosas para las mujeres que experimentan pérdidas similares. “Cuando quedamos en embarazo nos dicen que no contemos nada hasta tener 12 semanas. Detrás de esta costumbre están el silencio y la soledad. Está el mensaje de que si de pronto pierdes a tu hijo, es mejor que nadie lo sepa”.
Luego de que Juan Isaac muriera, Ángela asegura que no recibió información sobre el proceso que iba a tener que transitar. No le explicaron la importancia de darse tiempo para despedirse de su bebé, que iba a seguir lactando, que su cuerpo seguiría adaptándose a ser una mamá, que el posparto haría todo más difícil, ni siquiera qué iba a pasar con el cuerpo de su hijo. “Pero con todo esto se abrió una realidad que era desconocida para mí y es que los bebés esperados también mueren y que las personas a tu alrededor, el cuerpo médico, las instituciones, la sociedad en general, no saben cómo acompañarte cuando eso sucede”, cuenta ella.
Empezó a encontrarse con mujeres que también habían perdido a sus hijos y creó un círculo de apoyo dentro de su casa, donde tejían y compartían experiencias para sanar su dolor. “Todo cambió cuando empezamos a hablar de nuestro duelo, de lo que habían sido nuestros embarazos, a validar la muerte de nuestros bebés, a reconocer que seguían siendo nuestros hijos y que nosotras seguíamos siendo madres, aun cuando ellos hubieran muerto”.
Lina Mondragón es comunicadora social y periodista. Ella también esperaba con ansias la llegada de Lucas, su primer hijo. Cuando tenía 14 semanas de embarazo, durante una de las citas de control, los médicos le dijeron que el corazón de su bebé no estaba funcionando como debería y que no había nada que pudieran hacer para salvarlo. “Me dijeron que esperara una semana. A que pasara lo que tenía que pasar”.
Lina regresó a la clínica para que le dijeran que, efectivamente, el corazón de su hijo ya no latía y que tenían que producirle el parto porque el bebé “ya estaba muy grande” para considerar otro procedimiento. “En la clínica me atendieron como si me fueran a sacar una muela. Te van diciendo qué tienes que hacer y poco te explican el proceso. Todo pasa en un abrir y cerrar de ojos, sin que entiendas muy bien lo que en realidad está pasando. Luego, ni siquiera te brindan apoyo emocional. Nada”, cuenta ella.
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En ese momento, Lina no sabía cómo socializar lo que había pasado, tanto, que en su oficina la seguían felicitando por el embarazo de Lucas. No sabía cómo afrontar el duelo, cómo validar su dolor. “Yo me preguntaba: ‘¿Será que estoy exagerando?’ Pero luego entendí que la invalidación de ese duelo es lo que hace que muchas mamás no podamos enfrentarlo”.
En ese proceso, y por medio de una excuñada, conoció a Ángela y se unió a su grupo de apoyo. Allí tejían mientras hablaban de sus hijos; de los cambios hormonales del posparto; sobre la culpa que sentían por creer que no habían podido mantener a sus bebés con vida; de sus dificultades para volver al trabajo, ver a sus seres queridos, retomar “la vida normal”. Hablaban de cómo ese dolor solía traducirse en problemas con sus parejas o afectaciones en los vínculos sociales; de la depresión o el estrés postraumático; y del silencio.
Ángela, abogada, magíster en gestión pública y estudiante de Psicología, encontró que la desinformación era un factor común en todos los casos que había conocido. Luego de sentarse a investigar, viajar a otros países para empaparse del tema y usar sus conocimientos de abogada para estudiar la legislación, descubrió que Colombia tiene un problema estructural para atender el duelo por pérdida gestacional o perinatal, es decir, las pérdidas que ocurren en cualquier momento de la gestación hasta el primer mes de vida del bebé.
En sus conversaciones, escuchó a mamás que, como ella y Lina, decían que la atención que habían recibido había hecho más traumática la pérdida de sus hijos. “Me decían: ‘A mí no me dejaron ver a mi bebé’, ‘a mí no me lo entregaron’, ‘a mí no me hablaron sobre las alternativas que tenía’, ‘no me dijeron que podía tomarle una foto si quería’, ‘ne hicieron parir junto a otras mujeres que estaban teniendo a sus hijos con vida, oyendo sus llantos, y eso fue violento para mí’”.
Ángela dice que en ese momento entendió la razón por la que Juan Isaac había llegado al mundo durante solo siete días. En 2018, dos años después de la pérdida de su hijo, institucionalizó su grupo de apoyo, que ya no cabía dentro de su casa, y creó JIC Fundación de apoyo ante la muerte gestacional y neonatal. Su organización está dedicada a brindarles apoyo, contención e información a mujeres y familias en Colombia y Latinoamérica que atraviesan un duelo por pérdida gestacional o perinatal, así como promover la humanización en la atención en salud.
“Esto le dio una motivación a mi vida. Yo me quería morir con mi hijo. Quería que me enterraran a su lado. Y luego entendí que tenía que transformar esa experiencia dolorosa en un cambio para las mujeres. Volver el dolor un cambio para el país”.
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El cambio, sin embargo, significaba cambiar la legislación. Ángela empezó una maestría en Gestión Pública en Los Andes y allí conoció al senador Mauricio Gómez Amín. Con él, y con su asesor de ese momento, José Caballero, logró que, el 2 de agosto de 2023, el Congreso de Colombia sancionara la ley Brazos Vacíos, que ordena que el Ministerio de Salud expida un lineamiento técnico “para la atención integral y el cuidado de la salud mental de la mujer y la familia, en casos de duelo por pérdida gestacional o perinatal”.
El congresista cuenta que lograr la ley implicó un ejercicio legislativo muy complejo: “Fueron tres años de constante insistencia, sin contar los de estudio”. Dice que Angelita, como la llama él de cariño, “fue la principal precursora de la iniciativa”. La describe como una mujer resiliente, guerrera, con un don social admirable. “Nadie en Colombia hace la labor que hace Ángela por las mujeres y familias que afrontan el duelo gestacional y perinatal. Ella es capaz de convertir en amor el dolor”.
En cumplimiento de esa ley, el pasado 2 de febrero, el Ministerio de Salud expidió un lineamiento técnico para “la atención integral y el cuidado de la salud mental” en estos casos. El documento indica, entre otras cosas, que todas las instituciones del sistema de salud deberán brindarle a las mujeres una atención digna en casos de duelo; que no podrán someterlas a procedimientos no consentidos; que las personas gestantes tienen derecho a asistencia psicosocial oportuna, información sobre las opciones de parto, el proceso de lactancia y la disposición del cuerpo de sus hijos. “Se debe proveer toda la orientación profesional para la toma de una decisión informada”.
Otras de las acciones que, según el lineamiento, deben realizarse para garantizar una atención integral en el proceso de duelo son darle la noticia a la madre de manera personal, preferiblemente si se encuentra acompañada por alguien de su elección; referirse a ella por su nombre; no utilizar las palabras “feto”, “embrión”, “aborto”, ni utilizar un lenguaje que pueda minimizar la importancia del bebé; expresar condolencias sin hacer alusiones a próximos embarazos o culpabilizar a las familias; garantizarles la intimidad, evitando el exceso de profesionales de salud a su alrededor; indagar si la persona desea conocer al neonato sin vida y, en caso de que quiera, presentarlo de manera digna, evitando cubrir su rostro o envolviéndolo en mantas oscuras y permitir que la madre pueda permanecer con el cuerpo del bebé, en contacto piel con piel, si así lo decide.
El Espectador intentó comunicarse con el Ministerio de Salud para resolver algunas dudas sobre el proceso de implementación del lineamiento, pero la entidad no atendió la solicitud.
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Ángela está en su oficina. Recordando. Se transporta hasta el Congreso y escucha que, finalmente, la ley fue aprobada. Ve a las mamás de su fundación romper en llanto y ella, con solo evocar ese momento, también llora. “Ese día llamé a mi esposo para agradecerle por su apoyo y luego fui al cenizario a decirle a Juan Isaac: ‘Hijo, esto es lo que tú viniste a traer. Me duele mucho que no estés conmigo, hubiera querido que fuera distinto, pero hoy lo comprendo todo”. En ese momento, María Carolina, su hija adoptiva de seis años, abre la puerta de la oficina. Está de vacaciones y le dieron ganas de abrazar a su mamá.
“Con esto también le dejo a María Carolina la esperanza de que para ella todo pueda ser diferente”, comenta. El anhelo de cambio que le dejó la pérdida de su bebé, es el legado con el que ahora Ángela quiere dejarle a su hija “un país más compasivo con las mujeres”.