Medea, la obra de teatro que deconstruye el mito de la venganza por amor
La producción, que combina teatro y ballet contemporáneo, estará en la sala Fanny Mikey del Centro Nacional de las Artes Delia Zapata Olivella, en Bogotá, del 17 al 28 de abril.
Daniela Villamarín Solorza
“Madre, un acontecimiento inesperado se me ha venido encima y me ha partido en dos”, dice Medea en su monólogo, vestida de negro, rodeada de humo, iluminada por un reflector que también le apunta a su tragedia: la infidelidad de su esposo Jasón. “Madre, yo sigo siendo salvaje, eso dicen los hombres. Para ellos es salvaje quien no da su brazo a torcer. Prefieren un animal doméstico, perfectamente amansado”.
Esta tragedia griega, escrita hace 2.500 años por Eurípides, cuenta la historia de Medea, una mujer que fue considerada bruja, salvaje, hechicera, despiadada y vengativa, capaz de matar a sus propios hijos para vengarse del hombre que amó y por el que había renunciado a todo. Sin embargo, la adaptación del creador escénico Jimmy Rangel, que contiene fragmentos de la versión escrita por Christa Wolf, pretende deconstruir el mito de Medea para mostrarla en toda su complejidad, lejos del arquetipo con el que ha sido narrada por miles de años.
“El discurso es que Eurípides hizo una obra machista, una obra para el patriarcado. Si se entiende desde su contexto, es posible imaginar que esa era la regla hace 2.500 años”, explica Rangel, director de esta adaptación. Dice que no quiere que los asistentes vean a Medea como la mujer que se enamoró profundamente y después se refugió en la histeria porque la traicionaron. “Me interesa que la vean más allá de todo eso. Queremos salir de ese lugar y mostrar a una Medea más humana”, le dijo a El Espectador.
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Juana del Río, la actriz que la interpreta, dice que “Medea es la sombra de lo que somos y no hemos querido aceptar”. Cree que es un personaje de muchas interpretaciones y que el asesinato de sus hijos es solo es un símbolo. “Dicen que no hay nada más peligroso que una mujer herida. Yo detesto esa premisa. Es muy reduccionista pensar que hacemos todo porque estamos heridas, por celosas o porque nos traicionaron. Lo que hacemos las mujeres no viene necesariamente desde el rencor, de esa cosa pueril, sino, como ocurre con Medea, de un deseo profundo de recobrar un lugar que nos fue quitado, de tomar agencia sobre lo que nos pasó”, le explicó a este diario.
La actriz confiesa que puede verse en los ojos de Medea. Se ve en su rabia visceral, en el deseo que tiene de recobrar su poder y en su urgencia por encontrar justicia. “Estoy recordando quién soy, tomando mi vida con mis manos, invocando mi poder. A las mujeres nos ha querido mantener con bozal. Así es ahora y así era en Grecia hace 2.500 años. Lo que dice Medea, y lo que debería quedarnos de ella, es que podemos tomar las riendas de nuestra vida sin rótulos y sin miedo. No se trata de lastimar a otros. Se trata de reconocer lo que eres para usarlo a tu favor”.
Rangel quiere que su obra, hecha casi toda por bailarines, sirva para explorar la compleja condición humana. Para que las personas puedan pensar que las historias no son “de un color o van en una sola dirección”. Espera que la gente piense, se haga preguntas y pueda navegar en un gran lienzo donde el movimiento y las palabras puedan servirle para deconstruir un mito o construir su propia historia sobre él. “Yo no hice Medea para encontrar respuestas, sino para hacer preguntas”, asegura el director.
Una bailarina abre la boca y escupe una flor. El piso del teatro se rompe. Una manada de lobos sale entre las grietas. El césped crece. Las voces de las mujeres que cantan junto al escenario se vuelven estremecedoras. Medea es la luna en un cielo sin estrellas, está sola. Una coreografía desgarradora acompaña su confesión. El humo la abraza. Las bailarinas abren las piernas a su alrededor. Medea ya no es la luna, es una araña gigante. El artrópodo que asusta, caza y pone trampas de filamento. “Pero también la araña que se reproduce, es madre y teje redes para cuidar”, explica Rangel.
Medea invoca a su madre: “¿Estás ahí? Tengo la cabeza echa una tormenta. Madre, ¿sabías que se puede añorar el silencio?”
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“Madre, un acontecimiento inesperado se me ha venido encima y me ha partido en dos”, dice Medea en su monólogo, vestida de negro, rodeada de humo, iluminada por un reflector que también le apunta a su tragedia: la infidelidad de su esposo Jasón. “Madre, yo sigo siendo salvaje, eso dicen los hombres. Para ellos es salvaje quien no da su brazo a torcer. Prefieren un animal doméstico, perfectamente amansado”.
Esta tragedia griega, escrita hace 2.500 años por Eurípides, cuenta la historia de Medea, una mujer que fue considerada bruja, salvaje, hechicera, despiadada y vengativa, capaz de matar a sus propios hijos para vengarse del hombre que amó y por el que había renunciado a todo. Sin embargo, la adaptación del creador escénico Jimmy Rangel, que contiene fragmentos de la versión escrita por Christa Wolf, pretende deconstruir el mito de Medea para mostrarla en toda su complejidad, lejos del arquetipo con el que ha sido narrada por miles de años.
“El discurso es que Eurípides hizo una obra machista, una obra para el patriarcado. Si se entiende desde su contexto, es posible imaginar que esa era la regla hace 2.500 años”, explica Rangel, director de esta adaptación. Dice que no quiere que los asistentes vean a Medea como la mujer que se enamoró profundamente y después se refugió en la histeria porque la traicionaron. “Me interesa que la vean más allá de todo eso. Queremos salir de ese lugar y mostrar a una Medea más humana”, le dijo a El Espectador.
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Juana del Río, la actriz que la interpreta, dice que “Medea es la sombra de lo que somos y no hemos querido aceptar”. Cree que es un personaje de muchas interpretaciones y que el asesinato de sus hijos es solo es un símbolo. “Dicen que no hay nada más peligroso que una mujer herida. Yo detesto esa premisa. Es muy reduccionista pensar que hacemos todo porque estamos heridas, por celosas o porque nos traicionaron. Lo que hacemos las mujeres no viene necesariamente desde el rencor, de esa cosa pueril, sino, como ocurre con Medea, de un deseo profundo de recobrar un lugar que nos fue quitado, de tomar agencia sobre lo que nos pasó”, le explicó a este diario.
La actriz confiesa que puede verse en los ojos de Medea. Se ve en su rabia visceral, en el deseo que tiene de recobrar su poder y en su urgencia por encontrar justicia. “Estoy recordando quién soy, tomando mi vida con mis manos, invocando mi poder. A las mujeres nos ha querido mantener con bozal. Así es ahora y así era en Grecia hace 2.500 años. Lo que dice Medea, y lo que debería quedarnos de ella, es que podemos tomar las riendas de nuestra vida sin rótulos y sin miedo. No se trata de lastimar a otros. Se trata de reconocer lo que eres para usarlo a tu favor”.
Rangel quiere que su obra, hecha casi toda por bailarines, sirva para explorar la compleja condición humana. Para que las personas puedan pensar que las historias no son “de un color o van en una sola dirección”. Espera que la gente piense, se haga preguntas y pueda navegar en un gran lienzo donde el movimiento y las palabras puedan servirle para deconstruir un mito o construir su propia historia sobre él. “Yo no hice Medea para encontrar respuestas, sino para hacer preguntas”, asegura el director.
Una bailarina abre la boca y escupe una flor. El piso del teatro se rompe. Una manada de lobos sale entre las grietas. El césped crece. Las voces de las mujeres que cantan junto al escenario se vuelven estremecedoras. Medea es la luna en un cielo sin estrellas, está sola. Una coreografía desgarradora acompaña su confesión. El humo la abraza. Las bailarinas abren las piernas a su alrededor. Medea ya no es la luna, es una araña gigante. El artrópodo que asusta, caza y pone trampas de filamento. “Pero también la araña que se reproduce, es madre y teje redes para cuidar”, explica Rangel.
Medea invoca a su madre: “¿Estás ahí? Tengo la cabeza echa una tormenta. Madre, ¿sabías que se puede añorar el silencio?”
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