Una reivindicación de las “locas de pueblo”: la diversidad más allá del insulto
Guillermo Correa, doctor en Historia y profesor de la U. de Antioquia, se propuso investigar la diversidad sexual en la ruralidad antioqueña. Para hacerlo, visitó cinco municipios donde personas diversas, conocidas como “locas”, construían sus vidas a partir a partir de la resistencia, el humor y el silencio tras los insultos que recibían. El Espectador conversó con él.
Luisa Fernanda Orozco
Felipe Morales Sierra
“Pórtese bien” y “sea más varoncito” fueron dos frases que Guillermo Antonio Correa Montoya escuchó con frecuencia durante su infancia en Caldas, Antioquia. Allí nació y creció con la presencia de la imagen de las “locas de pueblo”, personas sexualmente diversas que se ponían vestidos y maquillaje. De ellas, habla Correa en su nuevo libro “Locas de pueblo, maricas mayores en los municipios de Antioquia”, que se une a otras publicaciones que ha hecho sobre diversidad sexual y de género, como “Raros, historia cultural de la homosexualidad” y “Amores oblicuos” (Lea también: Congelar óvulos para ser mamás, un camino con obstáculos en Colombia).
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“Pórtese bien” y “sea más varoncito” fueron dos frases que Guillermo Antonio Correa Montoya escuchó con frecuencia durante su infancia en Caldas, Antioquia. Allí nació y creció con la presencia de la imagen de las “locas de pueblo”, personas sexualmente diversas que se ponían vestidos y maquillaje. De ellas, habla Correa en su nuevo libro “Locas de pueblo, maricas mayores en los municipios de Antioquia”, que se une a otras publicaciones que ha hecho sobre diversidad sexual y de género, como “Raros, historia cultural de la homosexualidad” y “Amores oblicuos” (Lea también: Congelar óvulos para ser mamás, un camino con obstáculos en Colombia).
La primera loca de pueblo que Correa conoció vive en Caldas. Se trató de un personaje al que todos llamaban Caris y que el investigador buscó para comenzar su estudio. Allí se encontró con una versión diferente a la común sobre la homosexualidad en Antioquia: una que fue planteada a partir de la resistencia y los trabajos comunitarios, las múltiples formas que tiene la identidad, y la violencia. “Pero una distinta a esa oscura que se plantea muchas veces para las personas LGBTIQ+”, dice Correa.
Trabajador social, doctor en Historia y docente e investigador de la Universidad de Antioquia, en Medellín, Correa conversó con El Espectador sobre su nuevo libro (Le podría interesar: Identidad de género y expresión de género: ¿cuál es la diferencia?).
¿Cómo comenzó el proceso para el libro “Locas de pueblo, maricas mayores”?
Es la continuación de un proceso de investigación. En mi libro “Raros”, me ocupé de mirar lo que sucedió en Antioquia en el siglo XX, pero luego comencé a discutir conmigo mismo sobre cómo las teorías que describí ahí obedecían a la idea de que las disidencias sexuales huyen a la ciudad para “liberarse”. Así fue como me pregunté por lo que sucedía en esos lugares que están entre la ruralidad y las capitales. Por ejemplo, yo soy de Caldas, Antioquia, y pese a que estaba a 20 minutos de Medellín, su población todavía tiene unos rasgos muy pueblerinos. Recuerdo que allá había un personaje al que le decían “Caris”, que congregaba toda la idea de ser la “loca” del pueblo.
¿Quiénes son las locas de pueblo?
Las personas que se reconocen o son señaladas como “locas” habitaron en un tiempo en el que no se hablaba de los derechos LGBTIQ+ y la teoría queer, que es este conjunto de conceptos sobre la identidad de género y diversidad sexual. Hoy en día, si tuviéramos las gafas contemporáneas, podríamos decir que las locas son personas no binarias o fluidas: que no se reconocen como hombres ni mujeres, o que fluctúan entre ambas identidades. Esto quiere decir que algunas no se nombran como mujeres trans y tampoco quieren serlo. Biológicamente, nacieron hombres y, ocasionalmente, se ponen vestidos, maquillaje, y se comportan con unos atributos que la sociedad diría “afeminados”. También hacen shows vestidos como Helenita Vargas o Claudia de Colombia, que son sus referentes principales.
En un principio, la loca es un término de construcción cultural. Se usaba de manera despectiva e insultante, pero ellas subvirtieron la palabra y se la apropiaron como un método de resistencia. Hay algunas a las que no les gusta que les digan loca sino marica, otras a las que no se les puede decir “ella” sino “él”, y varias afirman que tuvieron que “ser mujeres” en algún punto de sus vidas porque se los demandó un amante. Las identidades son tan diversas como las personas que existen. En las locas también aparece el humor como un dispositivo para desactivar violencias en el orden de la vida cotidiana, pero también para lograr una serie de propósitos.
¿Cómo era la cotidianidad entonces de las locas de pueblo?
Hay varias situaciones. Una de ellas fue estar siempre en divertimiento. Esto puede generar risa, pero ellas tienen la capacidad de leer a las otras personas y ser una especie de espías sociales. Es como si tuvieran la capacidad de leer a ese otro social y adivinaran qué necesita. La loca es una estratega formidable y una sobreviviente a todas las batallas.
Estuvieron poco en el clóset. De hecho, fueron lo más visible en sus municipios, solo que se ganaron el respeto de otras maneras. Por ejemplo, ellas aprendieron a moverse en el entramado del conflicto armado: sabían cómo relacionarse con los distintos actores armados, con los poderes políticos y económicos. Muchas de ellas, incluso, trabajaban en peluquerías y barberías y escuchaban información por parte de paramilitares y guerrilleros. Ahí ellas también aprendieron la importancia del silencio para mantenerse con vida.
Y en el caso de Caris, ¿cómo se manifestaba todo esto?
Decidí buscar a Caris para empezar con la investigación de mi libro. Cuando lo encontré, le pregunté qué había significado para él la experiencia de ser la loca de Caldas. Él encontró una complicidad en lo religioso. Una vez, en Caldas, la señora que llevaba el ramo a la virgen en la iglesia se enfermó. Caris decidió cumplir con esa labor y algunas personas se molestaron e incluso llamaron al Obispo, pero él respondió que Caris era tan creyente como el resto de feligreses y que también tenía derecho a estar ahí. En esa aproximación, me encontré con otros municipios que también tenían su “loca”.
¿Cómo comprender esa relación entre la Iglesia católica y las locas?
Aunque esa complicidad que mencioné antes sucedía en la vida cotidiana, no era verbalizada. Se manifestaba con actos, no con palabras de aceptación pública. Pero la Iglesia católica las acogía e incluso les daba un sustento económico a cambio de que ellas realizaran labores culturales o de decoración, como vestir a las vírgenes. Allí también lograron vincularse con una serie de poderes. Muchas madrugaban a misa de 6:00 a.m. y ahí se encontraban con las esposas de los concejales y alcaldes.
¿Cuál es la posición de las locas frente a lo LGBTIQ+ y los derechos humanos?
Algunas locas son antiderechos en el sentido de la agenda clásica: El tema de las marchas no las convence, el matrimonio homosexual tampoco, y la adopción igualitaria menos, aunque todas tienen un discurso muy fuerte contra las drogas. Casi que hay una articulación muy conservadora entre la tradición de los pueblos conservadores y las locas, que es ahí donde hay un quiebre con las nuevas generaciones que sí hablan de los derechos LGBTIQ+ y tienen posturas frente a lo que es diversidad sexual y de género. Por ejemplo, en los 90 y a principios del 2000, se empezaron a registrar asesinatos en nuevas generaciones que, contrario a las locas, no se quedaban calladas frente a la violencia que veían.
¿Cómo comprender entonces el silencio que muchas de ellas tuvieron que guardar para sobrevivir en el marco del conflicto armado?
Un punto neurálgico de ellas fue ver y callar. Eso les permitió tener una serie de códigos de honor que funcionaban de formas muy impresionantes. Ellas tuvieron contacto con la guerrilla, los paramilitares y el ejército. Incluso, llegaron a ser amantes de varios, pero nunca dijeron quién. Una de ellas, Elenita, que vive en Urabá, dice que “las maricas viven por la lengua”. De otro lado, en San Rafael, las locas tuvieron más problemas con la oficialidad que con los actores armados. En ese municipio había una funcionaria pública que las mandaba a arrestar solo por estar en espacios públicos con ciertas vestimentas, entonces ellas comenzaron a armar fiestas en los calabozos. Se cuenta que gente del pueblo se hacía arrestar para armar la rumba dentro de la cárcel.
¿Cómo vivieron ellas su vida afectiva y sentimental?
Una parte de la historia es muy desolada, con mucha necesidad de afecto. Aunque ellas tuvieron muchos encuentros con hombres heterosexuales, algunas contaban que nadie las vio como personas para ser amadas, sino como personajes. Pero ellas reeditan su vida, y quizás sus pasajes más tristes lo relatan de unos modos fantasiosos. Una de ellas me dijo que ella es la que había vivido su vida y que por eso la contaba como le daba la gana. Yo decidí respetar eso.
No juzgar cómo vivieron…
Sí. Es que, se cree que Antioquia es Medellín, pero no. Quedé con una sensación: que el gran relato de las diversidades sexuales está construido desde las ciudades. Hay una teoría construida alrededor de esto: que las personas sexualmente diversas huyen hacia las ciudades para tener libertad. Si uno lo pone en una perspectiva, es como que las locas lograron crear ciertas grietas en la masculinidad hegemónica, claro, hay todo un tema por discutir y demás y alguien puede decir “sí, pero estuvieron en secreto”, pero es una experiencia del cuerpo distinta.