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“Hubiera preferido que me mataran a mí”: padre Gabriel Izquierdo

El ex director del Cinep y sacerdote jesuita recuerda a sus amigos Mario Calderón y Elsa Alvarado, dos investigadores asesinados hace 19 años.

María José Medellín Cano
20 de mayo de 2016 - 04:56 a. m.
El día del asesinato, Elsa Alvarado escondió a su hijo de 18 meses en un armario. El niño sobrevivió. / Revista “Semana”
El día del asesinato, Elsa Alvarado escondió a su hijo de 18 meses en un armario. El niño sobrevivió. / Revista “Semana”
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Cuando el padre Gabriel Izquierdo recuerda a sus amigos Mario Calderón y Elsa Alvarado, asesinados el 19 de mayo de hace 19 años, se le corta la voz y luego llora sin consuelo. Asegura que no hay nada más doloroso que haberlos perdido. Y es que en la guerra que a él le tocó vivir, tanto desde la dirección del Centro de Investigación y Educación Popular (Cinep), como desde su labor como jesuita, ha perdido a demasiados amigos. Sus cuentas van en 34. En el aniversario número 19 de la muerte de Calderón y Alvarado, el padre Izquierdo recordó la lucha que la pareja libró en defensa de los derechos humanos y los momentos de zozobra que vivió cuando matar a defensores y líderes comunitarios se convirtió en la rutina de los violentos en los años 90.

La muerte de la pareja Calderón Alvarado está unida con otros tres crímenes: el de los defensores de derechos humanos Eduardo Umaña y Jesús María Valle, y el del periodista Jaime Garzón. Según las declaraciones que ha hecho desde Estados Unidos el exjefe paramilitar Diego Murillo Bejarano, alias Don Berna, Carlos Castaño habría sido el autor intelectual de sus asesinatos. Y, que para lograr su cometido, fue fundamental la ayuda que recibieron los paramilitares de agentes del Estado, en especial de un coronel hoy en retiro: Jorge Plazas Acevedo. Desde julio de 2014 este militar se encuentra detenido, luego de que se fugara de la Escuela de Artillería de Bogotá el 24 de julio de 2003, cuando pagaba una condena de 40 años de prisión por el secuestro y homicidio del industrial israelí Benjamín Khoudari.

El padre Gabriel Izquierdo le contó a El Espectador, además, que él mismo le preguntó a Carlos Castaño, determinador del crimen, por qué los había matado. Casi dos décadas después del asesinato, con la impunidad intacta, la Comisión Colombiana de Juristas va a pedir a la Fiscalía que el caso sea declarado de lesa humanidad.

 

¿Qué estaba pasando en el país cuando asesinaron a Mario y Elsa?

Eran años de un crecimiento enorme del paramilitarismo. Se habían tomado la zona del norte del país, donde queda Chocó y el Urabá, y estaban en la brega de tomarse territorio más hacia el sur. Además, se habían tomado todo el negocio de la coca y adquirieron un poder altísimo. En ese momento empezaron a aumentar las muertes de líderes, sindicalistas y defensores de derechos humanos. Cuando comenzó el escalamiento de la violencia yo era el director del Centro de Investigación y Educación Popular (Cinep). Teníamos un equipo enorme, de unas 100 personas, trabajando por un país más igualitario y enseñándole a la gente a vivir con dignidad. Pero además, se estaba evidenciando la escandalosa relación entre los militares y los paramilitares. Ante esto, los gobiernos demostraron una enorme indiferencia. El mensaje que recibíamos de ellos era que si nos mataban, pues era por algo. Era una situación realmente dolorosa desde todos los puntos de vista.

El Cinep fue el punto de encuentro entre usted y Mario. Pero también el lugar donde se conocieron Calderón y Elsa Alvarado.

En esa época éramos el centro más grande de trabajo social, de investigaciones y defensa de los derechos humanos del país. Estaba compuesto de gente comprometida con el trabajo popular. Mario era sacerdote jesuita, después de trabajar muchos años en Tierralta (Córdoba), y por problemas de seguridad, lo sacaron de la zona y llegó a Bogotá. Entró a trabajar en temas de medioambiente. Era un hombre sin leyes, pero dispuesto, como el viento, a ayudarle a todo el mundo. Elsita, por su parte, era una mujer especializada en medios de comunicación y fue quien se encargó de editar nuestras revistas y publicaciones. Ahí fue que se conocieron. Ellos dos, junto con otros amigos, crearon en la zona de Sumapaz un centro en donde se dedicaron a proteger las fuentes de agua que llegaban hasta Bogotá. Ambos estaban comprometidos con la defensa de los derechos humanos y el Cinep fue fundamental para que lo lograran.

Pero su participación en el Centro también les ocasionó muchos problemas...

A todos. Un miembro de las Fuerzas Militares nos acusó de ser auxiliadores de la guerrilla. Una gran mentira. En una reunión de cabecillas paramilitares habían sentenciado a muerte a varias personas del Cinep. A Mario y a Elsa lo único que les importaba era reivindicar los derechos de las personas más necesitadas. Nada más.

¿Cómo se enteró de que habían asesinado a Mario Calderón y Elsa Alvarado?

Fue terrible. Yo estaba muy triste porque el día anterior había muerto un cuñado que quise mucho. Ese día me levanté muy temprano para preparar la misa. Hacia las 6 y 30 de la mañana me llamó un mensajero del Cinep y me contó. Para nosotros fue un choque. Siempre que uno piensa en eso se me desbarata el corazón. (Cuando el padre Izquierdo dice que se le desbarata el corazón, es literal: llora sin consuelo). Yo no puedo dejar de llorarlos. Sobre todo cuando pienso que lo único que estaban haciendo era un bien. Perder a un amigo es de las peores cosas que me han pasado en la vida. Yo no sólo perdí a Mario en esta lucha: a mí me han matado 34 amigos. Es tan doloroso como absurdo. Por eso me causa tanto dolor pensar en los colombianos que quieren que nos sigamos matando.

Como director del Cinep, ¿qué medidas tomó para proteger a su gente después del asesinato de Mario y Elsa?

Una de las primeras cosas que hice fue concretar una reunión con Carlos Castaño, porque mi preocupación era el bienestar de los miembros del Cinep, pero también me parecía importante expresarle a todo el mundo que íbamos a seguir. Logré concretar una cita con Castaño, con la ayuda de varios religiosos de la zona de Chocó.

¿Qué le dijo?

Nos encontramos en un lugar entre Valencia y Tierralta (Córdoba). La reunión fue en una especie de gallera que había adecuada como sala de juntas. Me sorprendió que cuando llegué, había gente conocida: un antiguo javeriano y una señora, creo que era Sor Teresa, que era de las personas más poderosas en contra del Cinep. En un momento me quedé solo con ellos. . Les dije: ‘Yo vine aquí para explicarles por qué trabajamos en derechos humanos, pero también porque quiero que me digan si ustedes mataron a mis amigos’.

¿Qué le respondieron?

No contestaron con claridad y varios hicieron alusiones de que sabían de qué les estaba hablando. Castaño me aseguró que ellos no tenían nada que ver con esas muertes. Pero ellos sí estaban involucrados. Ellos fueron los que llamaron a Don Berna para que mandaran a los hombres de La Terraza para que apretaran el gatillo. Nos pasaron un tamal y no me lo pude ni comer de las náuseas que tenía.

¿Es verdad que Carlos Castaño le confesó que lo querían matar a usted en lugar de Mario y Elsa?

No es verdad. Yo no era el objetivo de esa operación. Carlos Castaño no me dijo eso. Pero si me lo hubiera dicho, le habría pedido que me matara a mí. Yo no soy ningún héroe, pero sí hubiera deseado que acabaran conmigo y que no le quitaran sus papás a Iván (el hijo de Mario y Elsa). Además, años después le pregunté al fiscal que llevaba el caso que por qué no me habían matado a mí, si yo tenía un perfil mucho más grande que Mario y Elsa. Él me explicó que su objetivo era aterrorizar a las personas que estaban trabajando en la base en materia de derechos humanos.

¿Qué significó la muerte de Mario y Elsa?

La muerte de cualquier persona es irreemplazable. Cuando son amigos el dolor es más profundo. Pero al mismo tiempo, esta situación nos llenó de orgullo porque ellos murieron sencillamente por defender a los derechos humanos. No los mataron por ser narcotraficantes, ni paramilitares o por estar desplazando campesinos. Todo lo contrario. Los mataron porque precisamente estaban enseñando cómo vivir con dignidad. Eso nos llenó de ganas de seguir luchando.

Antes de que lo asesinaran, ¿Mario le contó sobre amenazas?

No. Yo hablaba mucho con Mario. En ese momento, yo estaba preocupado porque él se la pasaba en la zona de Sumapaz y allí había una alta presencia de la guerrilla. Dos semanas antes de su asesinato, a Mario lo pararon en un retén militar y le hicieron muchas preguntas sospechosas. Eso nos preocupó mucho. Uno duda del papel que cumplió el Ejército en su asesinato. Hasta el día de hoy, no sabemos con certeza qué pasó ese día. Pero esperamos tener una respuesta pronto.

¿Usted perdona a las personas que mataron a sus 34 amigos?

Yo no quiero vengarme. Tampoco siento odio por nadie. Por eso no siento la necesidad de perdonar. Yo lloro, solamente, la pérdida de mis amigos. De los 34. Lo que sí me angustia es que no seamos capaces de dar un paso adelante y dejar 50 años de guerra atrás. No puede ser que vayamos a volver a la época de los años 90 cuando nos mataban a todos y seguido. Antes de Mario y Elsa, fue Eduardo Umaña, después Jesús María Valle y Jaime Garzón. Eso no puede ser.

¿Por qué cree que vale la pena recordar la vida de Mario y Elsa?

Para entender lo absurdo que es el mal y el sinsentido del odio. Si nosotros no logramos aprovechar esta oportunidad de dejar de matarnos, estamos absolutamente perdidos. Porque Mario, Elsa y su papá, Carlos, eran tres colombianos, comunes y corrientes que intentaban hacer un país mejor y que dieron su vida en medio del absurdo de nuestra guerra. La paz no es un embeleco de unos idiotas, sino la única manera de seguir viviendo como colombianos.

 

Por María José Medellín Cano

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