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Sentir un nudo en la garganta la mayor parte del día y estar inmovilizada, quieta, mientras cada vez más pensamientos negativos impiden tener la mente en blanco. Dormir por horas y horas, y luego no poder dormir más de una hora al día; evitar las reuniones sociales y familiares, incluso las conversaciones sencillas durante la cena y las llamadas telefónicas, y aislarse tanto como sea posible. Estas son apenas algunas de las formas en que puede cambiar la cotidianidad cuando se tiene depresión, pero ¿cómo se afronta la salud mental de las madres cuando prima su rol de cuidadoras en el hogar?
“Recuerdo poco. Recuerdo que podía pasar todo el fin de semana en la cama. A veces nos llamaba para ver una película acostados, pero yo no era consciente de lo que pasaba”, dice la hija menor de Fabiola Rosas, quien vivió tres años en un estado depresivo que modificó su rutina y la de su familia.
En 2006, Fabiola tuvo un accidente automovilístico. Ella conducía e iba acompañada por su esposo y dos de sus tres hijos. Aunque después del choque fue diagnosticada con estrés postraumático, meses después el psiquiatra determinó que lo de Fabiola era depresión.
“Después del accidente empecé a desarrollar crisis de pánico, a acordarme del accidente y a generar un sentimiento de culpa; me culpaba, aunque no fue mi imprudencia la causa del choque, pero pensaba que hubiese podido pasar una desgracia mayor. Pasaron casi cuatro meses en los que no salía de mi casa, no podía ir a trabajar, lo que hacía era llorar. No quería que me dejaran sola”, recuerda Fabiola.
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En una de sus charlas TED, el escritor y doctor en Psicología Andrew Solomon, autor de El demonio de la depresión, dijo: “Una de las cosas que se olvidan cuando se habla de depresión es que uno sabe que lo que le pasa es ridículo. Mientras te está pasando, sabes que es ridículo. Sabes que todo el mundo puede escuchar los mensajes en el contestador, almorzar, organizarse para darse una ducha, para salir, y que no es nada del otro mundo, y, aun así, estás en sus garras, incapaz de imaginar cualquier salida. Y entonces empecé a sentir que hacía cada vez menos, pensaba cada vez menos, sentía cada vez menos. Era como una incapacidad”.
Así lo sentía también Fabiola cuando las personas cercanas a su familia le pedían que saliera, que estuviera activa como siempre, “que volviera a ser la Fabiola que había sido siempre, la que no se quedaba quieta un momento”. “Así el paciente quiera poner de su parte, quiera salir a flote y tenga cualquier cantidad de motivos para hacerlo, tu cerebro no te deja. Humanamente yo no podía”, dice Rosas.
A ese sentimiento se sumaba la culpa por no poder estar al tanto del cuidado de sus hijos y de la alimentación en el hogar. “Tenía un sentimiento de lástima por no poder atender a mis hijos, pero ni física ni emocionalmente estaba en la capacidad de cuidarlos. Se acrecienta el sentimiento de culpa porque estoy enferma y no puedo cuidar de mis hijos, cuando toda la vida he sido una persona tan activa. Tenía rutinas con los muchachos que ya no podía cumplir como buscarlos en el colegio, compartir todas las comidas en familia, acompañarlos en sus tareas”, recuerda hoy a sus 53 años.
La preocupación excesiva y constante por el cuidado de sus hijos y la impotencia de no poder atenderlos se relaciona con el rol de cuidado que socialmente se ha recargado en las madres y las mujeres que viven en el hogar. En las conversaciones familiares sobre la valentía de las madres tal vez haya escuchado que “las mujeres han soportado partos, mientras los hombres quedan en cama por una gripa”, pero no se trata de quién es más resistente, sino de un estereotipo que implica que, a pesar de estar enfermas, las mujeres deban cumplir con la preparación de los alimentos, el cuidado de los hijos y el aseo de la casa.
Los resultados de la última Encuesta Nacional de Uso del Tiempo 2020-2021 (ENUT) del DANE evidenciaron esa sobrecarga. En ese trabajo de cuidado no remunerado ellas ocupan 7:46 horas diarias, mientras que los hombres gastan 3:06 horas. ¿Cómo las madres están asumiendo jornadas de trabajo no pago mientras sufren depresión?
María Catalina Botero, psicóloga clínica del programa “Porque quiero estar bien”, explica que, aunque la madre siga cumpliendo con el trabajo de cuidado, “es importante que la familia reconozca y respete la condición mental, que la apoyen en las tareas de cuidado, distribuyéndolas siempre entre los integrantes del hogar, para garantizar que haya una adecuada repartición de las cargas y no sienta que todas las tareas recaen sobre ella”.
Botero propone que en las familias exista un cuadro de tareas, para facilitar la distribución equitativa de las tareas que hacen parte del día a día en la casa. Una dinámica que, de acuerdo con la psicóloga, les permitirá a las madres tener más tiempo de autocuidado y trabajo en su salud mental.
La relación de los hijos con la depresión de mamá
Saber si lo que está experimentando la madre es depresión no puede ser diagnosticado por sus hijos ni por nadie distinto a un profesional. Puede que en la infancia hubiera situaciones confusas, de las que hay vagos recuerdos, o discusiones que todavía están vívidas en la memoria, pero probablemente no se contemplaba la salud mental en las conversaciones del hogar con los niños. Hoy jóvenes adultos, aunque no estén en la capacidad de dar un diagnóstico, en retrospectiva, sí podrían asociar comportamientos de sus madres con síntomas de depresión que aclaran esos recuerdos.
Laura recuerda que su mamá estaba triste la mayor parte del tiempo. “A medida que fui creciendo me di cuenta de que esa tristeza no era solo una emoción que iba y venía, sino que era una constante que le quitaba la energía para levantarse de la cama, que traía comentarios al aire sobre el desgaste y cansancio del día a día”, cuenta.
Hoy, a sus 26 años, para ella preguntarle a su mamá “¿cómo estás?” no representa algo trivial de cualquier conversación, sino un interés genuino por saber “qué tan triste” ha estado ella durante la semana. Escuchar “muy bien” o “tranquila” como respuesta ha sido un aliciente, pues generalmente respondía: “Muy triste” o “no he podido hacer tal cosa”.
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Al hablar de temas familiares en terapia, una de las primeras retroalimentaciones que se suelen recibir es: “No puedes cambiar la vida ni las decisiones de tus padres”, o tíos, abuelos, de las generaciones anteriores a nosotros. Sin embargo, puede ser difícil no verse afectado por la depresión de ellos, más aun cuando se convive en el mismo espacio.
“Los síntomas de la depresión a veces pueden ser difíciles de entender y, en algunos casos, pueden generar dificultades en las relaciones. Síntomas como la fatiga, la irritabilidad y el alejamiento social son fáciles de malinterpretar como falta de interés, molestia o desapego”, explica Botero, y agrega que esas situaciones pueden resultar en que las familias le retiren su apoyo a la madre, lo que además de afectar la relación puede incurrir en un mayor aislamiento de la persona que padece depresión.
En el caso de la mamá de Andrea, asumir el trabajo de cuidado y el sustento económico fue un detonante para que su hija fuera notando cambios en la salud mental de su madre. “Cada vez se frustraba con más facilidad. Las situaciones económicas la desestabilizaban emocionalmente, pero también pasa con cosas más triviales, como la despedida del Chavo, cuando lloró mucho”. “Yo estoy diagnosticada con depresión y no consideraba que fuera la persona óptima para asumir la carga emocional que estaba recibiendo”, recuerda Andrea sobre su decisión de mudarse.
Sobre el rol de los hijos frente a la depresión de la madre, Botero explica que “si bien los hijos no deben ser los responsables del cuidado de sus padres, sí es bueno que se les hable de salud mental, emociones y la importancia de identificar cambios en estos aspectos. De esta manera se pueden construir entornos validantes y de apoyo”.
En ambos casos (el de Laura y Andrea), las madres de las jóvenes han ido esporádicamente a sesiones de psicología, pero en ningún caso ha sido una prioridad. Con respuestas como “yo ya he ido a psicólogos, pero eso a mí no me sirve”, “me siento boba contándoles mis cosas a otras personas” o “yo ya no tengo solución” han descartado o pospuesto la atención profesional.
“Siempre ha sido una mujer que pone el bienestar de todas las personas a su cargo (mi hermano, mi papá y yo) por encima del suyo”, dice Laura sobre el rol de su mamá en el hogar. Sin embargo, en ocasiones, recuerda, que, si un día su situación era incapacitante, podían pasar el día sin almorzar o comer cualquier cosa. Así mismo, si eran los hijos quienes expresaban cambios en su estado de ánimo o tristeza, no eran tenidos en cuenta, en parte, porque para ella era normal convivir con esos sentimientos y pensamientos.
Asistir a terapia, ahora en su vida adulta, les ha dado herramientas a las jóvenes no solo para reconocer signos de alarma en sus madres, sino para acompañarlas, desde su rol de hijas en el proceso de buscar atención o, por lo menos, hacer conciencia sobre la importancia de priorizar su salud mental.
“Si notan que su mamá se siente decaída, le cuesta mucho levantarse en las mañanas, llora con demasiada frecuencia, no disfruta pasar tiempo con ellos y parece que nada le animara, es bueno que se lo hagan saber a otras personas para estar alerta y poder activar rutas con profesionales de la salud”, concluye Botero.