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Una de las realidades que con crudeza nos recordó la pandemia es que las crisis económicas impactan de formas particulares la vida de las mujeres. Las ya amplias brechas entre ellas y los hombres en el mercado laboral, por ejemplo, se expandieron al ser las más afectadas por el desempleo (en gran parte por desempeñarse en sectores altamente informales y vulnerables, o que emplean en gran medida mano de obra femenina). Sin olvidar los incrementos de violencia machista, favorecida, precisamente, por haber ellas sacrificado su autonomía económica. La salida de las mujeres de la fuerza laboral, además, estuvo muchas veces asociada a verse obligadas a dedicarse al cuidado del hogar, de los enfermos o de los menores de edad que se educaban virtualmente.
Ahora, aunque el Fondo Monetario Internacional (FMI) recientemente ha señalado que los vientos de recesión global que se habían pronosticado a causa de factores externos como la guerra en Ucrania y que la lucha contra la inflación en varios países del mundo parece estar “dando frutos”, la situación no parece ir al mismo ritmo en Colombia, en donde la variación del índice de precios al consumidor ronda el 13 % anual. Como ha señalado el Banco de la República, “los múltiples riesgos inflacionarios (…) aún subsisten, entre ellos la indexación de precios, bien sea al salario mínimo o al último dato de inflación, con el agravante de que gran parte de la inflación es causada a principios del año”. Con estas amenazas en el entorno, bien vale la pena preguntarse si aprendimos algo sobre gestión de las crisis en clave de género.
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Lo primero es advertir que las brechas ya existían antes de la pandemia y que superada la parte más crítica los efectos están lejos de revertirse. Aunque la diferencia entre la tasa de desocupación de los hombres y la de las mujeres ha caído hasta cerca de los cinco puntos porcentuales, según el más reciente reporte trimestral del DANE, en otros indicadores acaso igual o más dicientes se mantienen los abismos: la tasa global de participación de las mujeres en la fuerza laboral a finales de 2022 fue del 51,7 %, mientras que el nivel “prepandemia” llegaba casi al 54 %. Esto, según María del Pilar López Uribe, profesora e investigadora de la Facultad de Economía de la Universidad de los Andes, es “preocupante” porque quiere decir que “hay muchas mujeres que están en edad de trabajar y no lo están haciendo”.
También hay que tener en cuenta que, pese a que en este momento también se habla de presiones económicas, las razones son muy distintas en comparación con la pandemia. Mientras que en ese momento los confinamientos prácticamente pararon las actividades económicas, ahora distintos factores externos e internos, como los mencionados, son los que obligan a tomar medidas “contractivas”. Por ello, Paula Herrera Idárraga, profesora e investigadora del Departamento de Economía de la Universidad Javeriana, asegura que hay que ser cuidadosos al escoger los instrumentos de política pública. Sin embargo, algo que parece común o tener un impacto en cualquier caso es la división sexual del trabajo.
Primero, como señala Herrera Idárraga, durante las crisis económicas se suelen recortar gastos públicos generalmente asociados al cuidado, por ejemplo, en educación o salud, lo que dificulta el desempeño laboral de las mujeres. Y eso fue lo que la pandemia causó: al ser ellas las que mayormente asumen el cuidado de las personas enfermas o de los niños o niñas, que empezaron a estudiar en casa, muchas fueron prácticamente empujadas a la inactividad laboral. “Para poder incorporarse al mercado laboral de forma exitosa, esas estructuras (salud, educación, entre otras) son sumamente importantes”, explica la economista.
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Pero ahora que se habla de medidas restrictivas para controlar la inflación, uno de los efectos es el encarecimiento del crédito. Con esto, “puede que las mujeres se vean más afectadas que los hombres, dado que ellas de por sí tienen menos acceso a crédito”, agrega. Según un informe de la Superfinanciera, las mujeres participan más en los créditos de bajo monto y microcréditos, mientras que los hombres dominan en los créditos de mayores desembolsos, por ejemplo, para consumo o vivienda. Habrá que ver el efecto de la decisión de varios bancos de bajar sus tasas de interés, lo que, no obstante, precisamente ha despertado en muchos analistas preocupaciones sobre los efectos negativos sobre la inflación.
Ante el encarecimiento del costo de vida, uno de los efectos puede ser la necesidad de que más integrantes del hogar, incluidas las mujeres o quienes solían dedicarse solo a estudiar, salgan a buscar trabajo, al tiempo que se lidia con otro tipo de presiones. Herrera Idárraga señala, por ejemplo, que los hogares tienden a recortar servicios como los de las trabajadoras domésticas o las niñeras, o las comidas fuera del hogar. La provisión interna de esos bienes y servicios, de nuevo, suelen recaer en las mujeres de la casa y repercutir en dobles o triples jornadas: el tiempo que se trabaja a cambio de un salario y el tiempo que luego se trabaja en el hogar sin generar ingresos, lo que dificulta dedicar tiempo a estudiar, descansar o al cuidado personal.
Al tiempo, añade la profesora de la Javeriana, por las presiones inflacionarias, podemos estar ante empresas en busca de recorte de gastos. “Las mujeres tienden a perder más sus empleos que los hombres cuando se toman este tipo de decisiones. Por un lado, todavía los hombres son vistos como el sustento de la familia, entonces hay una narrativa de preservar los trabajos de quien sustenta a la familia”. Para hacerse una idea, según una encuesta del DANE, ante la afirmación “Ambos, el hombre y la mujer, deberían contribuir al ingreso del hogar”, el 32 % de los hombres estuvieron en desacuerdo, frente a solo el 11 % de las mujeres. En medio de estos efectos que crean distintas tensiones, “hay que ver cuál de todos efectos va a dominar, pero por eso la política pública va a ser tan importante, por ejemplo, poniendo en marcha el sistema nacional de cuidados (incluido en el Plan Nacional de Desarrollo) para aliviar esos costos”, señala Herrera Idárraga.
Para López Uribe, aunque el FMI ha dado mejores perspectivas, “no se debe bajar la guardia hasta que tengamos certeza de que hay una tendencia a la baja. No es buena solución relajar medidas, pues el costo puede ser que sigamos en una espiral inflacionaria”. Y menciona los efectos negativos de la inflación en la desigualdad, pues los hogares de ingresos más bajos son los más afectados por el alza de los precios al consumidor. Si, en general, la pobreza afecta más a los hogares con jefatura femenina, las mujeres están en mayor medida en la informalidad, sumado a todo lo anterior, es innegable que el factor de género no debe estar al margen de la toma de decisiones.