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“La paz no es una bandera, no es un discurso, ni una canción.
La paz es un apacible silencio, es mi voz convocando respeto, libre de mordazas invisible proclamando libertad.
La paz desde mi vientre, pariendo libre en mi elección, libre de violencia sexual y obstetricia de esa infame industria del dolor.
La paz desde mi siembra, desde campos limpios de minas, regadas por ríos sin sangre, ni cianuro, ni cuerpos, ni opresión.
La paz de los ausentes, nuestro derecho a una tumba, a un epitafio que grite verdades, justicia y reparación.
La paz es un camino que labramos juntas en la armonía de una mandala, con nuestros colores, con nuestras esencias, diversidades y voces de inclusión”.
Este poema sin título fue escrito por la psicóloga Bani Cecilia Amaya Salas, una mujer víctima de violencia, quien junto a la lideresa Rosiris Murillo ha venido fomentando espacios seguros para escuchar y acompañar a otras mujeres de Cartagena y de Montes de María que también han sufrido la violencia en sus cuerpos, hogares y territorios.
El trabajo por los derechos de las mujeres afros, la reivindicación de sus tradiciones y la construcción de paz plasmado en el poema recoge las voces de diversas organizaciones de mujeres afrocolombianas que desde hace décadas vienen con esta labor.
Rosiris Murillo, desde la Asociación Grupo Artístico de Mujeres Espejo, en Cartagena, y Yobana Millán Bustos, desde la Red Nacional de Mujeres Afrocolombianas Kambirí, son algunas de las lideresas afros del país que acompañan a otras mujeres a partir del arte y la colectividad.
El arte como forma de reconciliación
A veinte minutos del centro histórico de Cartagena está el barrio Santa Rita, donde Rosiris Murillo formó parte de la Asociación Santa Rita para la Educación y Promoción (Funsarep) ejerciendo su profesión como profesora de los niños de la comunidad, pero también este espacio significó un punto de encuentro entre su historia de vida y su vocación por trabajar por los derechos de las mujeres afros que son víctimas de violencias en sus hogares o causa del conflicto armado.
Durante su infancia y adolescencia, vivió entre preguntas sin respuestas por el abandono de su madre, cuando Rosiris tenía siete años; se apoyó entonces en su madrastra y en los consejos de su profesora, de quien aprendió el gusto por la enseñanza. “Las historias entre mujeres, escucharlas y entenderlas me sirvió de inspiración para saber qué quería hacer y cómo podía servirle a su comunidad”, cuenta Murillo y dice que siempre tenía presente la historia de su madre como una historia dolorosa, pues años antes de llegar a Cartagena había sido desplazada de los Montes de María con sus cinco hijos.
Consuelo Pedroza, quien era la directora de Funsarep, la impulsó a ella y a otras docentes a conocer al grupo de mujeres brasileñas Loucas de Pedra Lilás, un grupo feminista de teatro callejero de Recife que, por medio del arte, promovía la prevención y el combate de la violencia de género, racista y homofóbica, la defensa de los derechos de las mujeres y sus derechos sexuales y reproductivos.
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Sobre las semanas que pasó conociendo al grupo brasileño en el año 2000, Murillo cuenta: “Nosotras ya hacíamos teatro, conocimos de qué manera ellas exigían los derechos de las mujeres víctimas en las favelas durante carnavales y con el teatro callejero. Entendimos como grupo que acá en el país también muchas mujeres sufren distintos tipos de violencia, por ser mujer, por ser mujer pobre y por ser mujer negra, y quisimos replicar esas experiencia con nuestras historias de vida”.
La puesta en escena que emprendieron llevó a las cartageneras a crear la Asociación Grupo Artístico de Mujeres Espejo, liderada por Murillo, donde el teatro se convirtió en un medio para contarle a la comunidad las violencias que sufrían las mujeres, pues antes con Funsarep ya hacían teatro, pero pensado para explicar la Biblia.
Mientras trabajan en su primera obra sobre las violencias de las mujeres afros, Josefa, la madre de Murillo, volvió a Cartagena y a partir de ese reencuentro se creó parte de Cuerpos con historias. “Esa primera obra fue inspirada en nosotras mismas, en nuestras historias de vida, las que nos daba pena contar, que silenciábamos, que nos vulneran y nos hacían sentir culpables. Después de esa obra supe que mi madre había sido víctima de abuso sexual y conocer las historias que nunca hablamos, verla a los ojos y entender muchas situaciones que antes desconocía me reconcilió con ella”, recuerda Murillo y cuenta cómo el teatro transformó la historia de dolor de Josefa por una de resiliencia e inspiración para las otras mujeres del grupo.
Junto al Movimiento Social de Mujeres en Cartagena, las Mujeres Espejo replicaron la experiencia en cada vereda de la ciudad para trabajar sobre el cuerpo y la palabra como herramienta que les ayudara a visibilizar las violencias de las que eran víctimas y buscar apoyo para sanar esas heridas. Murillo explica que cada encuentro era diferente, pero que en muchos también participaban hombres que habían sido victimarios para reconocerse como tales y buscar ayuda.
“Desde antes del Acuerdo de Paz ya veníamos trabajando sobre la paz en los territorios, la paz interior, una paz en las familias y sobre la no violencia contra las mujeres. Eso nos llevó a conectar con la Comisión de la Verdad y con otros municipios”, explica Murillo sobre el acompañamiento que ahora realizan en los espacios de trabajo de la Comisión con las mujeres víctimas del conflicto armado.
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“Trabajamos desde el autocuidado, la autosanación, desde el poder que tiene darles valor a sus historias de vida por medio de la palabra y entender de qué manera esto afecta su cuerpo y su sentir”. Actualmente, 25 mujeres de esta organización buscan incidir en las políticas públicas desde el arte, sus poemas, obras y canciones, pero sin dejar de lado los procesos con las mujeres de Montes de María y Cartagena.
Construir la paz para todos, sin discriminación
Desde hace 25 años, Yobana Millán dejó su natal Buenaventura para vivir en Medellín en busca de oportunidades; allí se unió a la Red Nacional de Mujeres Afrocolombianas Kambirí, de la que ahora es coordinadora para el departamento de Antioquia. “Los primeros tiempos en Medellín fueron muy duros, porque sentí la discriminación, se burlaban de mi acento y me rechazaban por mi cabello. Al principio intenté cambiar, pero entrar a la red me hizo sentirme orgullosa de quien soy y quienes somos juntos”, recuerda Millán.
“Nuestro principal trabajo fue fortalecer el ser de las mujeres, su autonomía y apropiación de la palabra, porque muchas venían de procesos de invisibilización y revictimización”, explica sobre su rol en la red y cómo esto impulsó la creación de escuelas de liderazgo destinadas a empoderar la participación de las mujeres y la conservación de sus tradiciones.
La incidencia política ha sido central en el trabajo de Yobana y el seguimiento al Acuerdo de Paz, pero en las escuelas también impulsa otros frentes, como la participación, el desarrollo de procesos organizativos, la construcción de ciudadanía y los derechos humanos con enfoque de género y étnico.
“Este espacio nos ha permitido estar como voceras apoyando y liderando todo lo que ha acontecido en el marco del conflicto armado en los territorios, hacer seguimiento a un enfoque de género, mujer y familia, porque creemos que las mujeres somos un ser comprendido por el hogar, el territorio y las nuevas generaciones: todo lo que les pasa a los jóvenes y a los territorios nos implica a nosotras”.
Del 7 al 9 de junio, Yobana y otros cuatro miembros de la Comisión Étnica para la Paz y la Defensa de los Derechos Territoriales, el Consejo Nacional de Paz Afrocolombiano y la Instancia Especial de Alto Nivel con Pueblos Étnicos, viajarán a Canadá para reunirse con organizaciones de la sociedad civil y miembros del parlamento. Su misión es aumentar la visibilidad del capítulo étnico del Acuerdo de Paz, firmado en el 2016 entre el Gobierno y las Farc.
“A pesar de la inclusión en el capítulo étnico, que reconoce los derechos político-territoriales, las perspectivas y el estatus especial de las comunidades indígenas y afrocolombianas como ‘pueblos protegidos’, la realidad es que las comunidades indígenas y afrodescendientes continúan siendo blanco de una violencia profunda, que incluye asesinatos de líderes, desplazamientos forzados y continuos conflictos territoriales entre grupos armados, generando así una grave crisis humanitaria en algunas regiones”, explica Millán.
En su viaje, la lideresa tendrá la misión de exponer los ciclos de violencia que persisten en el territorio y cómo las mujeres de comunidades indígenas y afros se ven especialmente afectadas, al estar expuestas a violencias basadas en género en el marco del conflicto armado, a discriminaciones y revictimizaciones, y a barreras de acceso a la participación política en sus comunidades.
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Durante el viaje, también presentarán una actualización sobre la situación que enfrentan las comunidades indígenas y negras en las regiones afectadas por conflictos, los aspectos y desafíos claves relacionados con la construcción de paz y la implementación del capítulo étnico.
Además el ejemplo principal sobre la violencia de género será expuesto por Millán con el caso de Yurumanguí, corregimiento del municipio de Buenaventura, donde el territorio sigue en disputa entre grupos armados y, según explica Millán, la vida de las mujeres está expuesta cada vez que exigen respuestas sobre la desaparición de lideres sociales en la zona.
“Cuando a uno lo toca todo lo que ha sido el conflicto armado, uno solo piensa en todas las personas que han perdido familiares, que han sido despojadas de su casa, que no pueden andar por el territorio, cuando tienes que venir a una ciudad que siempre será un espacio no tejido de lo humano, son muchos los factores que atraviesan el conflicto y hoy en día las comunidades siguen sufriendo eso”, concluye Millán.