Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Hace veintiún años Maritza Sánchez y su familia fueron desplazados de su hogar en San José del Guaviare. Su travesía los llevó al municipio de Topaipí, Cundinamarca, hasta donde los siguieron las amenazas de grupos armados que se materializaron con el asesinato del padre de sus hijas. Su siguiente destino, ahora como madre cabeza de hogar, fue Yopal, donde se convirtió en líder social de población víctima del conflicto armado, representando a las víctimas de los 19 municipios del departamento de Casanare.
Sánchez, de 52 años, sigue trabajando con mujeres víctimas del conflicto desde Bogotá, a donde llegó en 2015 con su familia. “Entre las víctimas hay viudas, huérfanos, padres sin sus hijos, por una guerra en la que no tenemos culpas, que pagan inocentes y por las que decidimos trabajar y defender sus derechos que les fueron arrebatados”, dice la lideresa sobre su motivación para seguir acompañando a más personas que, como ella, han vivido los dolores del conflicto colombiano.
En el Barrio San Felipe, de Bogotá, la historia de Maritza está condensada en un collar tejido con hilos azules; es una pieza realizada por la joyera Nubia Ordónez, como una secuencia de grandes nudos que rodean el cuello y que representan los caminos que ha recorrido la lideresa. “A simple vista se ve que son nudos, nudos de adversidades y problemas que hay que soltarlos. Nosotras trabajamos para soltarlos y para encontrar la libertad. Ya no tenemos que escondernos de nada”, asegura Sánchez.
Las joyas que ahora cuentan parte de su historia y sus fotografías hacen parte del proyecto Transformando caminos, una galería que destaca el valor de diez mujeres que han pasado por el desplazamiento forzado, violencia de género y la crueldad de la guerra, pero que también han usado su experiencia como herramientas de liderazgo y de transformación social en sus comunidades.
Le recomendamos: “La paz y el progreso no son sostenibles sin igualdad de género”: Neneh Diallo
Actualmente las diez mujeres que participan de la exposición residen en la localidad de Bosa donde se encontraron con Papsivi y con Gysmara, la marca de la joyera Gina Martínez, que quiso convertir un proyecto personal en una herramienta para expresarse y resignificar vivencias por medio de la joyería.
“Cuando empiezas a trabajar la joya, además de contar historias, también sientes muchas cosas y dejas tu alma ahí porque hay muchos sentimientos”, cuenta Martínez mientras muestra una pulsera hecha de aluminio, su material predilecto de trabajo, que tiene líneas, martillado y más trazos en cada una de sus hojas.
Con la pulsera de Martínez y un interés personal por expresar su relación materna se construyó el proyecto Transformando caminos. “Durante un curso de joyería artística iba a hacer algo enfocado en la naturaleza, pero en el camino me di cuenta de que tenía cosas que perdonarle a mi mamá y hacia ese lado enfoqué el trabajo”.
El trabajo de esta ingeniera industrial de profesión y artista por vocación y su proyecto de llevarlo a joyeras y mujeres víctimas del conflicto fue seleccionado por la Red de Distritos Creativos de Bogotá y la Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte para llevarlo a cabo con el apoyo de INCIDEM y el Ayuntamiento de Madrid.
El reto de Martínez era convertir una experiencia tan personal como la suya en un proceso que pudiera compartir cada una de las diez mujeres con diez joyeras que elaborarían las piezas que contaban la historia de cada una, todo esto en tiempo récord pues apenas tenían tres meses para lograr esa conexión entre ambas partes.
La unión entre cada joyera y su dupla de trabajo se dio durante una actividad en la que cada una elegía una de diez frases con la se sintiera identificada o representara algo en sus vidas, como por ejemplo “he encontrado el significado de mi vida ayudando a los demás a encontrar un significado en sus vidas”.
“Con cada encuentro podíamos ver partes de unas personas que han tenido otras formas de vida, de comodidades económicas en comparación con nosotras que hemos vivido el flagelo de la guerra, pero que al juntarnos vivimos una misma humanidad, no compartimos las mismas historias, pero sí una disposición por aportar, por construir”, dice Diana Carolina Quiceno Vélez, una lideresa que fue víctima del desplazamiento intraurbano a manos de grupos paramilitares.
Quiceno le atribuye a Dios la forma en que todo el proceso se dio para que las mujeres fueran seleccionadas, las actividades que emparejaron a cada joyera con una de ellas, pues, dice, cada pareja tenía puntos en común, sentimientos y vivencias que las acercaron. De su trabajo con la joyera Ana Eulalia Buitrago surgió una pinza para el cabello con un adorno vistoso, en telas rojas, moradas y verdes que envuelven pequeñas piedras de los mismos colores.
“Estamos resignificando ese dolor en la joya con los colores, pero también contando la esperanza que tenemos”, dice Quinceno, pues además de haber vivido el despojo de su casa en Ciudad Bolívar, riesgos en su salud fueron el punto de conexión con su joyera que también los padecía.
Las duplas de trabajo de las mujeres fueron acompañadas por psicólogas y trabajadoras sociales, porque, como explica Martínez, el trabajo no consistía solo en crear joyas, sino en trabajar en cómo estaban procesando sus emociones. Aunque hay dolores presentes, para Sánchez fue más fácil compartir su historia con su joyera, mientras que en otros casos, como el que trabajó la artista Gisela Amaya, la cercanía tardó más tiempo dado que el desplazamiento y la violencia que enfrentó su pareja de trabajo es reciente.
“Comencé a ver que detrás de esa armadura, de esa actitud adusta, se ocultaba una mujer amorosa y cálida, una mujer valiente, una mamá dispuesta a recomponerse las veces que fueran necesarias para proteger su tesoro más preciado”, explica Amaya, quien tradujo el dolor y el valor de su acompañada en un relicario con una foto de sus hijas en el interior.
Mediante sesiones guiadas sobre cómo procesar sus emociones donde las mujeres dibujaban su cuerpo y sus emociones, las joyeras también compartían sus experiencias y buscaban la inspiración necesaria para crear sus piezas; “eso nos permitió entenderlas más, lo que han vivido, siempre hasta el punto de que ellas se sintieran cómodas de contar”, recuerda la joyera Natalia García. Por su parte, Natalia Olarte, joyera plástica y una de las tres curadoras de la exposición, explica que “no se trata de volver a contar la historia, sino que las joyeras se centraron en eso que ayudó a las mujeres a superar esos eventos duros de la vida, es algo muy valioso que se remarca en cada pieza”.
Tanto joyeras como participantes destacan el enfoque de los talleres en los que se destacaron conceptos como fortaleza, esperanza, sueños y autoestima, pues, en palabras de Quinceno, “trabajar con la comunidad, hacer parte de estos proyectos, encontrar personas que buscan aportar nos da el valor y la importancia que nos quitó la guerra”.
También le puede interesar: Gal Costa: el adiós a la diosa eterna de la música brasileña
En el proceso de construcción de las piezas todas las participantes pasaron por un proceso de resignificación, en el que, como explica García, era necesario ver hacia dentro y reconocer sus propios dolores, empatizar con los dolores que las mujeres caminantes habían vivido y destacar las características de las mujeres para sobreponerse a esos dolores.
En la exposición está plasmado el resultado de ese proceso en diez piezas ícono elaboradas por las joyeras, collares, relicarios, aretes, broches, pero también por diez amuletos que acompañan cada pieza y que se relacionan con esa pieza principal. Al final de la exposición, que finaliza el 26 de noviembre, en un acto ceremonial, cada joyera le hará entrega del amuleto a la mujer que acompañó en retribución a la experiencia compartida.
Mientras Sánchez recorre la exposición con sus hijas y nietos, hace énfasis en la necesidad de replicar la experiencia que ella ha tenido. “Si me toca a mí contar mi historia miles de veces, la contaré para que cada una tenga una experiencia que las ayude a luchar, a evitar esas situaciones, sepan llegar a oportunidades nuevas de vida porque sí que podemos y queremos salir adelante. Somos una fuerza indispensable para el Estado”.
El acompañamiento a estas mujeres, explica Martínez, también busca impactar la economía de las joyeras locales y de las participantes. Además de tener las piezas fabricadas a la venta, durante cuatro sábados las mujeres tendrán clases de bisutería en los que aprenderán elementos claves como alambrismo, tejidos en mostacilla, macramé y ensamble. “De esta manera les damos elementos a ellas para que tengan productos para apoyar su sostenimiento, que puedan vender en la temporada de fin de año o en ferias”, concluye la organizadora del proyecto.