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Arjona: verbos vs. sustantivos

Con su Tour Quinto Piso, que promociona su más reciente trabajo discográfico, este artista regresa a Colombia.

Angélica Gallón Salazar / Juan Carlos Piedrahita B.
10 de abril de 2010 - 03:42 a. m.

El cantante guatemalteco Ricardo Arjona llenará a reventar durante dos noches el Coliseo El Campín de Bogotá, también el de Medellín y el de Cali. No será ninguna proeza, ya en sus giras pasadas ha logrado que durante cinco noches seguidas Buenos Aires cante al son de su guitarra.

Sin embargo, mientras sus numerosos fans esperan con ansias sus poesías urbanas, otros tantos, que se retuercen con sus letras y sus metáforas, no entienden por qué tanta algarabía.

Así, entre amores fervorosos y repulsiones estomacales, el autor de más de 18 discos que saltó al estrellato con sus tonadas para las mujeres alborota los ánimos y es capaz de producir los más intensos comentarios.

Pero, ¿cómo es que un cantante puede generar tanto amor, tanto odio?

Para quienes van en bus, no en unicornios

Lucía Torres conoce más de 200 canciones de Ricardo Arjona y sin embargo puede señalar con certeza el momento de su vida en el que se cruzó con Lo poco que queda de mí, la canción con la que el guatemalteco le conquistó el alma —porque es ahí, según ella, el lugar en donde habita la música de este cantautor—. “Sentí que me estaba describiendo, que estaba haciendo una detallada crónica de mi vida sentimental”, comenta esta mujer, cuya afición la ha llevado a entrevistarse con él en dos oportunidades y  nunca ha faltado a uno de sus recitales.

“Arjona es amado porque aunque les cueste a muchos reconocerlo canta, narra, retrata y reflexiona las vidas de miles de personas para quienes las metáforas de Silvio Rodríguez o Joaquín Sabina no tocan sus fibras o son ilegibles. Y las fibras de esas vidas —la mayoría en nuestro continente— no sueñan con unicornios o mujeres sofisticadas, sino con salir adelante en los autobuses, calles y telenovelas de su cotidianidad”, explica el programador radial y crítico musical José Alejandro Cepeda.

El encuentro casi íntimo que Lucía refiere con Arjona es narrado con el mismo fervor por otros fans, como Fidel Iza, un pereirano de 26 años, o Yolanda Salazar, bogotana de 45, quienes ya tienen en sus manos la boletas para el primer y segundo concierto de Arjona en Bogotá.

“Habla de una mujer de zapatos rosas, que siempre está fumando, que le sabe las mañas al novio, que sabe lo que oculta y lo que se silencia”, explica Yolanda emocionada. “Yo crecí escuchándolo, mi mamá lo oía todo el tiempo y lentamente fui descubriendo sus letras y su música. Aunque entre mis amigos goza de muy buenos aprecios, siento que el mundo lo persigue un poco por sus ideas de izquierda”, explica Fidel. “Cuando pongo su música me siento en compañía de  un amigo, un pana, que siempre está hablando de mí o de alguien que conozco, pero a diferencia de Franco de Vita, no me lleva a cortarme las venas, sino a creer en la vida”, añade Lucía.

“Es adorado por los débiles, porque sienten que consiguieron su poeta de bolsillo. De otro lado, entre los bienpensantes, Arjona es un pretexto estupendo para sentirse inteligentes. Está de moda hablar mal de Ricardo Arjona para sentirse bien. Como se trata de un cantante de multitudes, que pretende ‘lanzar mensajes’ mientras canta, los que se han leído más de un libro se sienten felices estigmatizando al pobre Ricardo”, añade el melómano y escritor Sandro Romero.

Ante los intensos y valerosos testimonios de los fans, Arjona, que puede contar como hazaña haber llenado 35 veces el teatro Luna Park en Argentina, aparece ante los que se trasnochan con sus canciones como un gran artista que compone y crea su propia música, como un consolador de almas, un cronista de la realidad, un inspirador y, por supuesto, como un galán.

“En todo caso, como Charlie Zaa, tiene algo a su favor: no ha pretendido como tantos saltar del rock al tropipop o a la electrónica por conveniencia. Es tan coherente en su populacherismo como el Padre Chucho, Walter Mercado, Andrés López o Paulo Cohello. Es decir, con Arjona sabemos al menos a qué atenernos. Y eso en los días que corren es una virtud”, añade Cepeda.

El mayor defecto que le señalan sus detractores, el de repetir una fórmula incansablemente, “será porque no me gusta la tapicería que creo en tu desnudez”, es justamente una de las razones que mayor despierta fidelidad entre sus aduladores: “Usa muchos símiles, a veces se excede, pero esa reiteración no sólo ha creado una gran sensación de cercanía y fidelidad, sino que además me divierte, siento que él es capaz de transformarlo todo con su estilo”, explica Lucía Torres.

“Mientras no llegue el día en que lo único que se pueda oír en la radio sean sus canciones, que el buen Ricardo siga con sus tonadillas y nosotros le pediremos al señor taxista que le baje un poco al volumen del radio. No mucho”, puntualiza Sandro Romero.


“El problema no es Arjona, el problema es lo que canta”

Es una paradoja que un compositor tenga la mano para escribir: “Mujeres / lo que nos pidan podemos / si no podemos no existe / y si no existe / lo inventamos por ustedes, mujeres“, y que con ese mismo puño agreda a su pareja. Sin embargo, esas contradicciones son las que marcan la actividad musical de Ricardo Arjona. Es un artista que no pasa desapercibido, es un personaje que a nadie le resulta indiferente en apariencia y sus canciones no pasan inadvertidas.

“Arjona, efectivamente, se encuentra en el nivel de los cantautores, hay que decirlo. Incluso podríamos ser algo más condescendientes y situarlo en lo que se suele llamar ‘música de autor’. Y lo ha logrado gracias a un esquema prefabricado en el que hacen tabula rasa, equivocadamente, las situaciones que afectan el alma de los seres humanos y el materialismo más prosaico. Es como si tuviera una planilla en la que dice: ‘Ahora conectemos la angustia con el tapete del baño’. Ejemplo: ‘Platico con tus medias de seda / y le preparo un croissant al recuerdo / mientras le rasco una rodilla a esta vida, sin vida’ (Realmente no estoy tan solo)”, comenta Jaime Andrés Monsalve, columnista musical de la revista Cromos.

Sus detractores, que no son pocos, aseguran que el guatemalteco no ha debido superar la etapa del cantante de restaurante, aquella figura que está ahí de fondo cumpliendo una función ídem. Pero su reconocimiento es insospechado. Fue el gran triunfador en el Festival de la Canción de Viña del Mar, sus discos se venden al por mayor y sus fanáticos son de una fidelidad a prueba de todo.

“Arjona llena estadios seguramente por la misma razón por la que los libros de autoayuda y superación venden más que la buena literatura. Algunos de sus ‘versos’ podrían ser parte de una antología de lo peor de la canción latinoamericana de todos los tiempos. Su música es pobre, pero pretensiosa”, dice el productor Iván Benavides. Aunque para Juan Carlos Garay, crítico musical de la revista Semana, la razón de su éxito sea otra. “Es un artista más simple de lo que la gente cree. Es un tipo que en cada canción repite lo mismo pero de mil maneras distintas, no desarrolla las temáticas pero sí un tono que se confunde fácilmente con la poesía. Cuando el común de la gente nota que puede acercarse fácilmente a este tipo de canción, se siente parte de un ‘club exclusivo’”.

“El peor lastre con el que carga Ricardo Arjona es que el empaque no es consecuente con lo que está adentro. Se trata de insinuar que él es exponente de un tipo de canción comprometida, con intereses sociales cuando en realidad se trata de una balada simplona. Su música es sólo la expresión exterior de una pobreza espiritual y mental disfrazada de canción mensaje”, afirma el artista y productor musical Iván Benavides.

“El punto de conflicto en su caso está en la definición. Él mismo, o la gente que lo rodea, han tratado de clasificarlo como un cantautor social a la manera de Serrat o de Sabina, y la verdad es otra: es un baladista. No digo que eso sea malo, sólo que el tipo está mal clasificado. Para mí sería más justo que lo nombráramos el sucesor de José Luis Perales porque su música en realidad va más por ese lado (y ojo: Perales tiene buenos momentos). Pero definitivamente no es un Serrat ni un Sabina”, afirma Juan Carlos Garay.

“La voz impostada, esa constante cara de circunstancia y una especie de afán por forzar la métrica y la rima que, se nota a leguas, no es intencional: simplemente así le salen las canciones. Hagamos una paráfrasis arjonesca: ‘El problema no es Arjona, el problema es lo que canta’. Uno no tiene por qué estar llamando las cosas por su nombre siempre, faltaba más. El lío es equivocarse en el símil. Porque una mancha de menstruación es lo que es, no un ‘cuadro impresionista bajo el edredón’. Porque un taxista que va ufanándose de haberse acostado con una clienta la misma noche de haberla conocido no es un galán, sino un patán indigno de confianza. Lo suyo no es poesía ni metáfora, sino eufemismo. Y todo eufemismo es, por definición, mentiroso”, concluye Jaime Andrés Monsalve.

Por Angélica Gallón Salazar / Juan Carlos Piedrahita B.

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