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El guardián del fútbol rentado

A la sombra de los famosos, con la contundencia de su archivo y el poder de su memoria, Guillermo Ruiz es hoy el historiador esencial del balompié colombiano. Nadie como él conoce los mejores secretos de 60 años de goles.

Jorge Cardona Alzate
13 de febrero de 2008 - 01:49 p. m.
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La memoria de Guillermo Ruiz  Bonilla empieza en los recortes de prensa pegados con goma en sus cuadernos de colegio, cuando los ecos de Pedernera, Rossi o Di Stéfano llegaban al ingenio azucarero de Carlos Sarmiento Lora en Tuluá (Valle), y él se ponía la 9 del equipo infantil para salir a golear. Hasta que un día de 1957, el entrañable amigo de su padre Polo, el futbolero Tío Barbas, pidió permiso para llevarlo a Cali, para que viera su primer partido en el estadio Pascual Guerrero, en un 2-2 extraordinario entre la selección del Valle y el River Plate de Buenos Aires, que empató Delio Maravilla Gamboa y le dejó al estudiante un ídolo de siempre y una divisa amada: el azul Millonarios.

Después no hubo semana que no sumara a sus papeles una edición de Totoguía, Vea Deportes, Esfera Deportiva o Afición. Una especialización adelantada en historia del fútbol profesional colombiano que fue clasificando también por anécdotas, como un guardián de medio siglo de goles que sigue celebrando como si fueran actuales. El día que su abuela le regaló el dinero de su primer viaje a Bogotá en 1962, para que asistiera a la victoria brasileña 6-5 entre Botafogo y Millonarios; o el 2-1 entre Millonarios y Santos en 1967, meses antes de que su familia se trasladara a vivir a la capital, y él encontrara un rincón para conservar de cada partido una foto, una remembranza o un recorte.

El gol de tiro libre de El Rifle Andrade agonizando el partido que eliminó a Argentina en 1971 y clasificó a Colombia a los Olímpicos de Munich, o el postazo de Abel Da Gracca del Cali que a escasos minutos del cierre pudo cambiar la suerte del campeón Millonarios en 1972. Sucesión de emociones mientras adelantaba estudios profesionales en la Universidad de La Sabana, donde se graduó como psicólogo en 1973. De inmediato asumió como director del Laboratorio de Orientación Profesional del Gimnasio Los Cerros, tres años después se casó con Gloria Cecilia Matallana y luego se fue a buscar fortuna a Medellín, oficiando de entrada como vicerrector del Gimnasio Los Alcázares.

Pero Guillermo Ruiz nació para hablar de fútbol y pronto encontró a un contertulio insuperable, al técnico del Nacional  Osvaldo Juan Zubeldía, a quien escuchó disertar muchas veces y hoy recuerda como “una caja de música”. Aprendiendo a su lado, también fortalecido en la amistad del presidente del club, Hernán Botero, pasó cuatro años inolvidables, en medio de los cuales afianzó también su condición de estadígrafo. Ya había debutado en este oficio en la revista Nuevo Estadio de Manizales y, desde entonces, supo que entre sus cajas de revistas, afiches, banderines o autógrafos, conservaba secretos sobre los magos del balón y las vueltas que dieron  para llenar los estadios.       

Por eso en 1980, cuando regresó a Bogotá, el primer paquete del trasteo fue su biblioteca de campeones y goles. Ejerció brevemente como psicólogo del colegio Emilio Valenzuela, pero por sugerencia de su amigo desde la universidad Raúl Senior, hijo del destacado dirigente deportivo Alfonso Senior, ese mismo año entró a oficiar como Secretario General de la Dimayor. Entonces, como en sus tiempos de colegial en Tuluá, fólder por equipo y carpeta por futbolista, armó el más completo e inusitado archivo de jugadores y prospectos, que terminó convirtiéndolo en un obligado consultor de directivos, técnicos, empresarios y periodistas deportivos.

Sin embargo, estaba cantado que iba a terminar vinculado a los clubes. El primero en advertirlo fue Álex Gorayeb, quien lo llevó al Deportivo Cali como asistente de Presidencia entre 1981 y 1982. Después apareció el empresario Hermes Tamayo con la idea de invertir en Cali, pero ante la negativa del equipo azucarero compró a Millonarios y contrató a Guillermo Ruiz como Gerente Deportivo. Estuvo cinco años con los embajadores y su ojo avizor fue clave para ayudar a crear el equipo que conquistó la estrella 12 en 1987.  Desde el propio Mario Vanemerak, hoy técnico del onceno azul, de esta época sólo tiene opinión para gratos momentos y buenos amigos.

“Los recuerdo a todos hasta en instantes difíciles. Desde el equipo de El Pato Pastoriza hasta el que dio la vuelta olímpica. A Juan Carlos Díaz, amigo de la casa, a Juan Gilberto Funes y su calidez desbordante, hasta del técnico nacional Jorge Luis Pinto conservo anécdotas. Desde que llegó de Alemania innovó con su disciplina, aunque algunos jugadores comentaban con sorna que los debía entrenar en un hipódromo. Sin quererlo, un día Funes le metió un balonazo y casi no lo levantamos del piso. Otro día encontré a El Pibe Valderrama con cara de aburrido y cuando le pregunté qué le pasaba me contestó: ‘ese man me sacó porque estaba entrenando con un tenis y un guayo’ ”.   

Por diferencias con un directivo, Guillermo Ruiz dejó a Millonarios a mediados de 1988 y, cambiando de frente, pasó a ocupar la gerencia deportiva del Santa Fe. “Ese equipo de Diego Umaña y el profesor Esteban Gesto también fue tremendo. La campaña terminó con el sinsabor de un raro arbitraje”, añade sin comentarios. Después volvió por unos meses a la Dimayor y, como desandando los pasos, pasó a gerenciar la Escuela Carlos Sarmiento Lora en un momento estelar en que la Liga del Valle los vio muchas veces campeones. “Estaban, entre otros, Leonardo Fabio Moreno, Víctor Mafla y Héctor Hurtado, esa fue una generación de señores jugadores”, comenta entusiasmado.

A mediados de 1991 ingresó a la gerencia de las divisiones inferiores del América y fueron otros seis años de promoción de futbolistas. En 1997 consideró concluida su gestión en los clubes y regresó a Medellín con el propósito de constituir una tienda deportiva. El negocio no resultó, pero le dejó muy claro que ya era hora de vivir de sus papeles. En 1999, en Bogotá creó su empresa Mundo Fútbol y, con el apoyo de sus hijos Juan Guillermo, Ángela y Daniel Mauricio y, obviamente, de su compañera de siempre, Gloria Cecilia, le saca buenos dividendos a su poderoso archivo de revistas, videos, libros o afiches, el 60% digitalizado o con buen empaste.

Su casa es un museo vibrante del fútbol colombiano y, en calidad de anfitrión, su conversación es un recuento de goles y nombres memorables. “Sin duda el mejor de todos ha sido Willington Ortiz, pero junto a él están Jairo Arboleda, Alejandro Brand, Alfonso Cañón, Alfredo Arango, Cunda Valencia, El Pibe Valderrama o El Papo Flórez. En cuanto a técnicos, me quedo con tres: el médico Gabriel Ochoa Uribe, el maestro Zubeldía y el profesor Carlos Salvador Bilardo. Si le hablo de amigos no le alcanza el artículo, pregúntele a mi mujer, por ejemplo, cómo nos quieren  Foad Mazziri o El Tigre Castillo. Yo soy un hombre feliz y el fútbol tiene la culpa”.

Lo llaman de España, de México, de Argentina o de Chile, lo consultan los colegas, la competencia o los amigos. Y a todos les pasa al teléfono o les aporta el dato que necesitan para que sean precisos. De su primer libro sobre Colombia y su fútbol, escrito en 1993, sólo vendió un ejemplar y regaló 200. A los pocos días fue el 5-0 en Buenos Aires y un mejor negociante le compró la edición a precio de feria y la vendió completa como  best seller. Desde entonces ha escrito y editado libros y fascículos de equipos y selecciones, oficia en Colombia como el hombre clave para los álbumes de Panini y, en próximos días, saca al mercado un impactante recuento de 60 años de fútbol profesional en Colombia.

Este es Guillermo Ruiz y el admirable legado de su memoria y su disciplina. Admite que no ha sido fácil pero se siente satisfecho. “He vivido golpes personales duros y también me han tocado días de aguapanela, pero siempre han aparecido los amigos que en la podrida te dan la mano. Hay quienes creen que  guardo basura, pero otros que sí valoran mi archivo. Converso con periodistas jóvenes y a ninguno les niego un dato, también me ayudan y corrigen los oyentes, pero sigo creyendo que los que más conocen de esta historia son el médico Ochoa y Hernán Peláez”. Evita reconocerlo, pero en el fondo él sabe que hoy por hoy, cuando se necesita un dato certero, es necesario llamar a Guillermo Ruiz.

Por Jorge Cardona Alzate

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