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“En la vida y en la política hay que ser ético”

La mandataria chilena, Michelle Bachelet, dice que no está de acuerdo con que los gobernantes cambien la ley para su beneficio.

John Carlin / Especial de El País,Santiago de Chile
08 de diciembre de 2009 - 09:57 p. m.
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Durante los últimos 20 años, América Latina ha pasado de ser un continente plagado de déspotas y dinastías políticas a ser uno en el que se impone, de norte a sur, la democracia electoral. Pero lo que no ha cambiado es el ansia de los gobernantes por eternizarse en el poder. Convencidos, como Luis XV de Francia, de que después de ellos, el diluvio, buscan cómo cambiar las reglas del juego para poder presentarse a la reelección. Hugo Chávez, el presidente de Venezuela, ofrece el caso más notorio, pero su némesis, Álvaro Uribe, de Colombia, también da señales de haber caído en la misma tentación. Igual que Daniel Ortega en Nicaragua y, en su día, Alberto Fujimori en Perú y Carlos Menem en Argentina.

Michelle Bachelet, la presidenta de Chile, en cambio, no evidencia ningún interés en prolongar su mandato más allá del límite de cuatro años que impone la Constitución. Pese a que los últimos sondeos le dan un 76% de apoyo popular, un logro mayor en un país hasta hace muy poco partido políticamente por la mitad, la socialista Bachelet no ha sucumbido a la droga del poder.

El domingo habrá elecciones en Chile y ella abandona la presidencia en marzo. Doctora en medicina y ex ministra de Defensa, Bachelet, de 58 años, es simpática y humilde, vivaz y pensativa, cualidades que detectan en ella la gran mayoría de chilenos, razón por la cual han adoptado a su primera presidenta de la historia como la primera madre de la nación.

Ya que goza de una enorme popularidad entre el electorado chileno, ¿se le ha pasado por la cabeza cambiar la Constitución para repetir presidencia?

Creo que en la vida como en la política hay que ser ético y estético. Jamás cambiaría una situación para beneficio personal. Si yo alguna vez hubiera pensado que hay que hacer un cambio a la Constitución, habría mandado un proyecto de ley que hubiera entrado en vigor desde el próximo gobierno en adelante. Creo de verdad que no es una buena política que las personas arreglen las legislaciones, el mundo político, la autoridad a su tamaño. Los cambios en las leyes, en las instituciones, tienen que ser para mejorar la situación del país, no las situaciones personales.

Pero, tras vivir cuatro años la pompa del poder, ¿puede entender esa desesperación de algunos por no abandonarlo?

No soy un buen ejemplo para contestar eso. Lo único que quiero hacer en los meses que me quedan es cumplir los compromisos con la gente, porque a eso vine. Ahora... algunos dicen que el poder es sexy. Pero a mí no se me ha generado esa droga. El boato no me impresiona, ni los fuegos artificiales. Lo que sí he visto es que tiene que ver en algunos casos con la ambición personal, que puede ser ambición de fama. También he visto que hay en esto algo vinculado al género. No sé si es un tema de la naturaleza o si es cultural, antropológico o biológico, o está relacionado con el momento de la historia en el que estamos.

Según su experiencia, ¿el hombre siente mayor atracción por el poder?

No quiero caricaturizar..., pero... parece ser que en el caso del hombre se ofrece una suerte de atracción fatal más potente por el poder. Le pasa una cosa distinta, aunque hay excepciones. Es diferente que una mujer. Lo he visto en jefaturas diversas, ministerios, muchos sitios: hay gente espléndida, encantadora, que cuando llegan a un cierto cargo se transforman en pequeños dictadores.

¿Cuál cree que es la respuesta?

Hay una mujer llamada Gilligan que ha hecho estudios de neurociencia basándose en observar cómo el niñito y la niñita resuelven los conflictos en los jardines infantiles. Ella dice que todos quieren resolver el conflicto (por eso no digo que los hombres llegan al poder a hacer una cosa mala y las mujeres una buena), pero las mujeres, cuando resuelven un conflicto, buscan el win-win solution. Buscan que el resultado sea bueno, pero no a costa de muchos heridos en el camino, sino de que ojalá todos salgan ganando. En cambio, los hombres se preocupan más por el resultado que por el proceso.

Un rasgo típicamente masculino de su presidencia que los chilenos han resaltado últimamente, tras el regocijo nacional por la reciente clasificación de Chile para el Mundial de Sudáfrica, es que usted ha invertido más que cualquier presidente anterior en el fútbol, concretamente en la construcción de estadios nuevos. Explique esto.

Como médico, entiendo que el deporte es esencial para la salud física y mental. Así se genera una sociedad más sana y más integrada, y por eso mi apoyo al fútbol. Eso hace feliz a la gente.

En los últimos años ha surgido el concepto de la economía de la felicidad, algo intangible más allá de las estadísticas...

Es muy importante, los chilenos somos hipercriticones. Somos muy serios y eso tiene la dificultad de que a veces no nos sentimos orgullosos de lo que hemos sido capaces de construir. Pero, por otro lado, ser serio nos lleva a que respetamos las normas, somos exigentes con nosotros mismos, no nos quedamos con las respuestas fáciles ni con los aplausos. Y eso nos ha permitido que las instituciones funcionen. A Chile le ha ido bastante bien, ha hecho las cosas que ha hecho, ha sido capaz de recuperar la democracia y reconstruir el país.

¿Y capaz de ser feliz también?

Es un tema importante. Cuando yo voy al terreno y la gente en la calle me abraza, cariñosa, y me dice: “Sabe que éste es un país al que le ha ido bien, pero nosotros necesitábamos algo más humano, más calentito, más arropadito, como las mamás”. En el fondo, eso quiere decir que no nos basta con ser exitosos en la economía, también queremos algo para ser un poco más felices.

En un continente en el que sigue teniendo mucho peso la ideología, su gobierno parece definirse por el pragmatismo. ¿Cómo definiría su filosofía económica?

Si uno quisiera resumirlo en un concepto, diría: crecer para incluir, incluir para crecer. Equilibrio macroeconómico, cuentas saneadas, responsabilidad fiscal: todo esto, claro. Pero, a la vez, con políticas sociales muy fuertes que, a medida que crece el país, van incluyendo a todos, y que al mismo tiempo den confianza e incentivos a la inversión doméstica y externa y a la empresa privada. Siempre, también, con las regulaciones necesarias, luchando contra los abusos y la corrupción. O sea, buscar eficiencia económica, pero a la vez protección. Y entender que en un país de 16 millones no se vive del consumo interno. Tenemos más de 56 tratados de libre comercio con el mundo. Pensamos que es buena la globalización y hay que buscar oportunidades. Creemos que el libre comercio es una oportunidad. Hay países que lo ven como una amenaza.


¿El pragmatismo por encima de la ideología...?

A los 20 años de edad, pragmatismo era una palabra grosera. Pero hoy le doy otro tono. Me encanta lo que decían los griegos: “El pragmatismo es la capacidad de hacer realidad los sueños”. ¡Es verdad! Al final, no es cuestión de ser pragmáticos por ser pragmáticos, sino que gracias a ello hemos logrado disminuir la pobreza y alcanzar un nivel de desarrollo. Mantengo los mismos sueños que siempre, pero he aprendido que los instrumentos pueden ser otros. Esto ha permitido cambiar la cara de este país.

¿Cuál ha sido el mayor logro político de su presidencia? ¿Tendrá que ver con la unificación de un país que hasta hace muy poco estuvo partido en dos por el fenómeno Pinochet?

Hemos avanzado mucho en el reencuentro entre esos dos Chiles. El entendimiento llega a través del diálogo o, cuando el diálogo no es posible, a través de mecanismos democráticos y pacíficos que tenemos para resolver nuestras diferencias.

¿El resto del mundo político ha entendido el mensaje?

Esto para mí es muy importante y muy central. Uno de nuestros proyectos para el Bicentenario es el museo de la memoria. Se llama La memoria y los derechos humanos y será un museo gráfico, vívido para mostrar lo que pasó en nuestro país. Por un lado, mucha tragedia, dolor y muerte, pero termina en un discurso que permanentemente señalo: depende de nosotros cuidar lo que hemos sido capaces de construir, que es un país más tolerante con la diversidad, un país que saca las lecciones del pasado.

Volvamos a su condición de mujer. Usted es una presidenta en un continente —un mundo— machista. ¿Habrá sufrido, como Hillary Clinton señalaba, eso de que la gente se fija menos en lo que dice que en su pelo, su ropa?, ¿habrá tenido que soportar actitudes paternalistas o incluso quizá haya sacado ventaja de una tendencia a subestimarla?

Ha habido todo lo que usted menciona. Desde críticas al pelo, la ropa, el peso... Un hombre de cierto peso, es sinónimo de poderoso. En cambio, una mujer es una gorda. Estoy contando lo que salía en la prensa, no fantasías mías.

Frustrante, ¿no?

 Sí, pero tiene que ver con que la gente se maneja con códigos masculinos para relacionarse con el poder. Al comienzo hubo mucha crítica, prejuicio, machismo, subestimación, sin duda.

Pero ¿se ha avanzado desde aquellos comienzos?

¡Sí! Y ha sido maravilloso, y a mí que soy médico —pediatra— antes las niñas me decían: “¡Quiero ser como tú, quiero ser doctora!”. Ahora me dicen: “¡Quiero ser presidenta!”. Ha sido un proceso, paso a paso, día a día. Todo es posible. Y lo interesante hoy es que ya no es un tema. Creo, de verdad, que ya no lo es.

Una hija de la dictadura

El día del golpe a Salvador Allende, el 11 de septiembre de 1973, el padre de Verónica Michelle Bachelet Jeria, el brigadier de la Fuerza Armada Alberto Bachelet, fue detenido. Falleció en prisión, por lo que su única hija, Michelle, pasó a la clandestinidad. En 1975 fue detenida y enviada al exilio. En 1979 regresó al país para estudiar medicina. Pero el destino le tendría reservado un lugar en la política. Con un bajo perfil, Bachelet fue elegida en 2002 por el presidente Ricardo Lagos como su ministra de Salud.  Luego la puso al frente del Ministerio de Defensa. Su popularidad la llevó a ser designada candidata presidencial para las elecciones de 2005, que ganó en segunda vuelta.

Sebastián Piñera, el favorito

Las encuestas en Chile coinciden en que Sebastián Piñera, de la Coalición por el Cambio, será quien saque el mayor porcentaje de votos en las elecciones presidenciales. Piñera, uno de los hombres más ricos del mundo, intervino en la política cuando se convirtió en militante del partido Renovación Nacional. Fue  senador de la República entre 1990 y 1998. En 2005 fue candidato a la presidencia, pero cayó derrotado por Bachelet.

El repunte de Eduardo Frei

Eduardo Frei Ruiz-Tagle gobernó Chile entre 1994 y 2000. Las encuestas lo ubican en segundo lugar, muy cerca de su rival, Sebastián Piñera. Sin embargo, el fallo de un juez que señala que a su padre, el también ex presidente chileno Eduardo Frei Montalva, lo asesinaron, le acaba de dar un vuelco a la campaña presidencial. Analistas coinciden en que Frei Ruiz-Tagle repuntará en los sondeos durante los próximos días.

Por John Carlin / Especial de El País,Santiago de Chile

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