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Abortos forzados y violencia sexual: así fue el control de las guerrillas

Las violencias sexuales perpetradas por las insurgencias se dieron a gran escala en el conflicto armado, a pesar de ser delitos que suponían castigos severos en sus estatutos. Esto de acuerdo con el apartado sobre afectaciones a las mujeres y niñas del Informe Final de la Comisión de la Verdad.

Natalia Herrera Durán
08 de julio de 2022 - 08:00 p. m.
Abortos forzados y violencia sexual: así fue el control de las guerrillas
Foto: Eder Rodríguez
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Todos los actores armados han violentado sexualmente a las mujeres y niñas. Esa es una de las premisas más presentes del apartado del Informe Final de la Comisión de la Verdad sobre estas afectaciones: “Mi cuerpo es la verdad, volumen de experiencias de mujeres y personas LGBTIQ+ en el conflicto armado colombiano”. Sin embargo, para esta entidad, las guerrillas son el segundo actor responsable de hechos de violencia sexual, después de los paramilitares. Y en eso coinciden con los datos del Registro Único de Víctimas y las investigaciones del Centro Nacional de Memoria Histórica.

En el caso de las guerrillas, la mayoría de los testimonios dejan en evidencia que las violencias sexuales fueron perpetradas sin que hubiese control por parte de comandantes, y que incluso en ocasiones fue ejercida por ellos mismos, a pesar de ser un delito que suponía castigos severos en los estatutos de los grupos insurgentes. En su mayoría, fueron violencias que se dieron dentro de un control territorial, es decir, en las zonas que controlaban las insurgencias se disponía de los cuerpos de las mujeres y niñas sin mayores sanciones.

En los departamentos de Antioquia, Nariño y Cauca, los mayores responsables fueron los bloques Noroccidental y Sur, pertenecientes a las Farc, y el Frente de Guerra Darío Ramírez Castro, el de Guerra Central y el de Guerra Suroccidental, en el caso del Eln. Teniendo como referencia los testimonios recogidos por la Comisión de la Verdad, la mayoría de los hechos perpetrados por las Farc ocurrieron en los departamentos de Nariño, Cauca, Valle del Cauca, Antioquia y Meta, con dos picos en 1996 y 2002, donde se incrementaron los casos. Las violencias y crímenes iban desde la violación, acoso sexual, obligar a las personas a presenciar actos sexuales forzados y la esclavitud sexual.

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Los frentes más mencionados en estos delitos fueron el 35 del Bloque Caribe, con jurisdicción en los Montes de María; el 21 del Bloque Central, que operaba en el Tolima; y el 34 del Bloque Noroccidental, que hizo presencia en Antioquia y Chocó. Las jóvenes entre los 12 y 17 años fueron las más violentadas, seguidas por las mujeres entre 18 y 25 años.

Elena*, una mujer abusada por las Farc en Tame (Arauca), en 2007, narró las violencias sexuales en ese contexto de control territorial:

“Llegó la guerrilla ese domingo y me violó, porque el Ejército había caminado por ese sector. Según ellos, me violaban para demostrar que eran los que estaban mandando en la zona. Yo, sola allá, no tuve a quién decirle algo ni cómo pedir auxilio, porque mientras unos me violaban, los otros me encañonaban y me decían que me callara o me mataban ahí

Fueron tres guerrilleros de las Farc los que me violaron. Aparte de un daño físico, me hicieron un daño moral”.

En otras ocasiones, las violencias sexuales se utilizaron contra las mujeres que se opusieron al reclutamiento de sus hijos e hijas, como en el caso de María:

“Yo fui víctima. Soy de Planadas, Tolima, y salí desplazada de allá. Ha sido muy difícil recuperarme, demasiado difícil. Primero que todo, me violaron y les hicieron ver a mis hijos ¡Eso es algo muy duro! Se iban a llevar a mi bebé y me dijeron que yo era una berraca y que también me iban a llevar, porque yo servía para batallar, para “tumbar montes”. Yo no quise que se llevaran a mi niño y ahí fue donde yo les tiré; me fregaron, me dieron duro, pero no me arrepiento. Lo único que sí sé es que soy una berraca para defender a mis hijos, porque mi niño es lo más sagrado en mi vida y me duele mucho que haya visto lo que ellos me hicieron, y me duele todo el corazón de ver cuántas personas me violaron, de ver que yo gritaba y le decía a mi bebé: “Papi, tápele los ojos a la niña, no la deje ver, no la deje ver”. Él lo único que me decía era: “Mamita, ¡yo la amo! ¡Yo la amo, mami! ¡Mami, yo la adoro! Piense que nosotros estamos jugando, mamita”, y yo le rogaba: “Papi, por favor, no mire, no mire”.

Primero que todo, me violaron y les hicieron ver a mis hijos ¡Eso es algo muy duro! Se iban a llevar a mi bebé y me dijeron que yo era una berraca y que también me iban a llevar, porque yo servía para batallar, para “tumbar montes”. Yo no quise que se llevaran a mi niño”

Mujer víctima de violencia sexual.

En otras circunstancias, de acuerdo con la Comisión de la verdad, se advirtió, incluso, una planeación de los hechos, así como conocimiento o participación de los comandantes. Lo que indicó para esta entidad que estas acciones se instalaron como una práctica aceptada por fuera de la lucha ideológica.

En esa dirección, la Comisión rescató el testimonio de Carla, de Argelia (Antioquia):

“En 2002 ya tenía a mi hijo. Ahí fue cuando un subversivo de esos que mandaba como a doce guerrilleros abusó de mí. Mi esposo se iba a trabajar a una vereda que quedaba muy lejos de ahí, en Buenos Aires, y yo quedaba sola toda la semana. Las primeras veces, ellos llegaban y preguntaban dónde estaba mi esposo y yo les decía que estaba trabajando allí cerquita; pero en realidad no era así, sino que me daba miedo que supieran que estaba sola. Se fueron dando cuenta de que eran mentiras y que él no estaba conmigo. Un día llegó el comandante y me dijo que, si las otras veces me había escapado, ahora sí no me iba a librar, porque él ya sabía que yo estaba totalmente sola y que si no quería a las buenas pues iba a ser a las malas. Ahí abusó de mí y así pasó por varios meses; yo no decía nada, porque me amenazó con matar a mi esposo”.

Para la Comisión, este sinnúmero de violencias, sin norte ideológico, fueron permitidas por el discurso y los imaginarios patriarcales, que han sostenido que las mujeres les pertenecen a los hombres. Por eso, aquellas “sin un varón como pareja” tenían más riesgo, porque no contaban con la “protección” de ningún hombre. Eso significó que ver a una mujer “sola” los hacía sentirse autorizados a invadir y violentar su cuerpo, y a exigir silencio y obediencia.

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En otras ocasiones, las violencias sexuales se utilizaron como formas de compensación a los combatientes, aunque los testimonios no dan cuenta de que esta fuera una modalidad generalizada en las guerrillas. Esta entrevista a una mujer víctima de violación sexual es un ejemplo de ello:

“Eso fue en el segundo gobierno de Uribe, cuando hacían la pesca milagrosa y yo no sabía nada de eso. Ese día salí a San Cayetano, cogí mi bus tranquilamente y llegando a Ovejas salieron todos esos tipos del monte. Bajaron del bus a todos los hombres; a las mujeres no las bajaban, solo a ellos. Y no: “Las mujeres también. Pa’bajo”, nos ordenaron. Y pensé: “Bueno, ¿pero por qué?, ¿estos quiénes son? El Ejército no puede ser... ¿qué es esto?”. Yo, siempre curiosa, saqué la cabeza y vi al tipo con botas, vestido como un soldado y con su fusil; en el brazo decía Farc. Cuando revisaron todo el bus y cogieron lo que pudieron, lo que llevaban todos los pasajeros y les pareció de valor, montaron a los hombres y le dijeron al chofer: “Bueno, anda”. Y yo le dije: “Mire, pero, ajá, ¿y nos van a dejar a nosotras?”. Me mandó a callar. Uno me tenía cogida por aquí, el otro por acá y el otro me apuntaba. Yo le rogaba (…) Había una especie de caminito y por ahí nos entraron. Yo, desesperada, trataba de coger al tipo con las uñas y nada. Cuando trataba de hacerle eso, él me golpeaba (…)

Y las otras mujeres también clamaban, lloraban; una del susto se orinó. Nos llevaron lejísimos caminando por esa montaña. Los llamaron y de pronto esos tipos vinieron, y le preguntaban a cada uno: “¿Cuál quieres tú?”, y el tipo señalaba: “Esa”. Llamaron a otros y hacían lo mismo. Después de tenernos ahí como si eso hubiera sido una rifa, como si uno fuera un objeto, llamaron a otro grupo. A cada mujer, uno le cogía las piernas, otro un pie, otro el otro pie, el otro la mano y el otro la sujetaba. Decían: “Para que les sea facilito y no tengan tanto problema se quedan quietas; si no, a la fuerza”. Me desmayé de tanto llorar (…)”.

El informe de la Comisión reseña que la forma, la permisividad, así como la participación de todos los miembros del grupo que cometieron esta violación colectiva, validaron el mensaje de desprecio por la dignidad de la vida y el cuerpo de las mujeres.

En la recepción de los 1.154 testimonios de personas víctimas de violencias sexuales (entre los cuales el 89,5% de las víctimas fueron mujeres y el 10,5% hombres) la Comisión también documentó violencias sexuales cometidas por el Eln y otras guerrillas. Marcela, por ejemplo, fue víctima de esclavitud sexual, secuestro, amenaza y tortura en Samaniego (Nariño), por parte del Eln. Fue acusada de ser colaboradora del bando enemigo, por lo que tuvo que someterse a un “juicio” pero, mientras se conocía el resultado, fue obligada a vivir junto a un miliciano por dos años y a hacer las veces de esposa. En estas circunstancias, fue objeto de múltiples formas de agresión, hasta que un comandante autorizó su separación al no “comprobársele” nada:

“Prácticamente fui vendida. La última vez que ese señor me golpeó fue porque él quería hijos, y yo, por cosas de la vida, me busqué una señora de la vereda que me llevó a implantarme una pila, que es un método anticonceptivo; me la pilló y me reventó el brazo. Tuve que hacérmela sacar, porque me la rompió por el golpe. Ese día llegó don Camilo, el comandante, ya bien de noche, y me preguntó: “¿Usted por qué me sigue dando dolores de cabeza? ¿No está bien con este muchacho?”. Entonces yo le conté todo y me dijo: “Yo no sé por qué esta gente hace lo que le da la gana cuando uno no está”. Esa fue la respuesta y la lavada de manos que se pegó”.

Pero también fue la historia de Carolina, reclutada a los trece años por la Columna Camilo Cienfuegos del Eln, que operó en Santa Rosa (Cauca) hasta el año 2000. Además de ser reclutada forzadamente, fue víctima de violencia sexual:

“Pasó el tiempo y el mismo Camilo ya me mandaba a llamar. Tenía que ir obligada donde él, y lo que él me quisiera hacer. Y yo, pues siendo una niña, a negarme, a negarme, que no. Él me dijo: “No, es que usted es para ser mía, usted va a ser mi mujer”. Yo ahí me agarré a llorar y dije no. Yo le dije que no porque yo era una niña y me daba miedo. Entonces me dijo que a él no le importaba, porque si yo había escogido esa vida pues tenía que aguantarme lo que él me quisiera hacer. Ya después, ya pasó lo que pasó, ya él hizo, o sea me cogió a la fuerza, todo eso. Ya después me violaba cada que él quería, y hasta mandaba a los muchachos... O sea, era como una burla para ellos [llanto]”.

Abortos forzados

Uno de los crímenes más silenciados del conflicto armado fueron las violencias sexuales y reproductivas. Crímenes que partieron de la necesidad que han tenido los actores armados de controlar la sexualidad y la reproducción de las mujeres intrafilas en función de sus objetivos bélicos. Varias de las mujeres excombatientes refirieron a la Comisión que una de las violencias que más les preocupaban eran los abortos forzados. En palabras de Rafaela, mujer indígena bora, excombatiente de las Farc, esto era lo que más afectaba a las mujeres, “incluso más que... cualquier otra cosa, que les haya tocado andar mucho o hayan tenido acosos y cosas de esas. Lo que más les afecta es que las hayan obligado a abortar”.

Para Francisca, una excombatiente del Bloque Oriental de las Farc, la decisión sobre la reproducción “dependía mucho de la visión que tuviera el comandante (sobre los abortos forzados), y eso está muy mal”. También que se trataba el tema como si fuera algo menor. “En la unidad del Mono conocí a una muchacha que había tenido , por ejemplo. Ella quedó bastante mal... seguramente eso deja muchas secuelas psicológicas en las mujeres; pero digamos, dentro del ejército eso era algo que no se cuestionaba, y algo que sencillamente se hacía”.

Por otro lado, de acuerdo con los testimonios escuchados por la Comisión de la Verdad, la maternidad es uno de los temas que más se cuestionan las mujeres que están en las filas. La decisión y la posibilidad de quedar embarazadas, de tener o no el hijo, y la imposibilidad de criarlo, son aspectos que, más allá de las condiciones reales de la confrontación armada, afectaron a muchas excombatientes en su salud mentañ, de acuerdo con este documento.

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El informe “Una mirada crítica retrospectiva: hechos de violencia sexual contra guerrilleras en las filas de las Farc”, entregado y reseñado por la Comisión de la Verdad, presentó los resultados de una encuesta realizada a 319 mujeres excombatientes de esta guerrilla:

“Cerca del 80% de exguerrilleras (de las encuestadas que indicaron que estuvieron embarazadas) tuvieron el hijo/a fuera del espacio de la guerrilla, el 43% con licencia de las autoridades cuidaron al hijo/a y luego regresaron al campamento, el 35% tuvieron al hijo/a fuera de la guerrilla y lo dejaron al cuidado de familiares y regresaron. El 23% de las embarazadas tuvo el hijo/a en un campamento de la guerrilla, luego dejó el hijo/a al cuidado de familiar o amigos”.

Una realidad constatada con otros testimonios entregados a esta entidad: “Hubo muchos casos de mujeres que las dejaban tener sus hijos, y eso, un hijo, no es cualquier cosa para uno tenerlo y dejarlo. Entonces eso afectaba mucho la moral de la guerrillera... la moral se iba pa’l piso, porque a un hijo uno no lo va a dejar así, a la deriva”.

*Las identidades fueron reservadas por motivos de seguridad e intimidad.

Natalia Herrera Durán

Por Natalia Herrera Durán

Subeditora de la sección Investigación de El Espectador. Fue hasta mayo de 2021 editora de Colombia+20. Le interesan los temas judiciales, políticos y de denuncia de violaciones a los Derechos Humanos.@Natal1aHnherrera@elespectador.com

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