El desencanto de una modelo webcam en Colombia
El crudo testimonio de una mujer que entró a la prostitución siendo menor de edad y que, recientemente, ha buscado ingresos vendiendo videos sexuales en estudios webcam. Una industria que en Colombia se estima que les deja ingresos a 150.000 hogares.
Natalia Herrera Durán
Brenda* iba a cumplir seis años cuando fue violada. Fue un primo. Su madre era de los Llanos, desplazada por el conflicto armado, nunca aprendió a leer y a escribir, y tenía con ella ocho hijos. A su padre nunca lo conoció. No hubo mucho alimento ni cuidado en ese hogar. Por eso terminó en la capital. Según ella, muchas de las jóvenes con quienes inició en la prostitución en el barrio Santa Fe, en el centro de Bogotá, habían pasado por lo mismo siendo niñas. Empezó “en forma” a los 16 años, en las “wiskerías” o “chochales”, donde asegura que los “jefes” la escondían en las redadas de las autoridades porque todavía no tenía cédula. Desde entonces esa ha sido su vida y su ingreso, hasta hoy. Se ha parado en la calle, ha estado en bares, ha salido del país, fue un tiempo “prepago” y en estos últimos dos años, cuando buscaba salir de ese mundo, se atravesó la pandemia, la falta de recursos y terminó en el modelaje webcam.
Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO
¿Ya tienes una cuenta? Inicia sesión para continuar
Brenda* iba a cumplir seis años cuando fue violada. Fue un primo. Su madre era de los Llanos, desplazada por el conflicto armado, nunca aprendió a leer y a escribir, y tenía con ella ocho hijos. A su padre nunca lo conoció. No hubo mucho alimento ni cuidado en ese hogar. Por eso terminó en la capital. Según ella, muchas de las jóvenes con quienes inició en la prostitución en el barrio Santa Fe, en el centro de Bogotá, habían pasado por lo mismo siendo niñas. Empezó “en forma” a los 16 años, en las “wiskerías” o “chochales”, donde asegura que los “jefes” la escondían en las redadas de las autoridades porque todavía no tenía cédula. Desde entonces esa ha sido su vida y su ingreso, hasta hoy. Se ha parado en la calle, ha estado en bares, ha salido del país, fue un tiempo “prepago” y en estos últimos dos años, cuando buscaba salir de ese mundo, se atravesó la pandemia, la falta de recursos y terminó en el modelaje webcam.
Tiene 31 años, y aunque confiesa que ya se siente “vieja” para “el oficio”, dice que “al final sale cliente para todo”. Lleva una chaqueta abierta, una blusa negra transparente que deja ver sus senos grandes, una licra ajustada a sus caderas gruesas, también negra, y unos tenis de plataforma caqui que la hacen ver 20 centímetros más alta de lo que realmente es. Por su experiencia sostiene que realmente son pocas las diferencias que hay entre la prostitución y el modelaje webcam, que se publicita con tanta fuerza en redes sociales y que solo en Colombia sería “el sustento de 150.000 familias”, según los cálculos de esta industria. “Llegué por una amiga, ella me llevó al primer estudio en el que estuve, al sur de Bogotá”. Un apartamento pequeño con tres habitaciones o cubículos, iluminado de forma artificial, con cámaras y conexión a internet, al que asistían 20 modelos webcam diariamente.
(Lea también: Desaparición y tortura: se exacerba la violencia contra las mujeres en el primer semestre de 2022)
“Los dueños del negocio eran una pareja. Son los que cobran el dinero, graban, manejan las páginas y traducen lo que les dicen los “manes” detrás de la pantalla. En general, la idea es que uno hace “shows” de 20 minutos (muchas veces en vivo), en donde hace de todo para que los “manes” le regalen tokens, o propinas virtuales, y el que quiere más se la lleva a un privado (una sala virtual, sin otros hombres)”, dice Brenda y explica que cada token de las páginas internacionales que distribuyen el contenido sexual, con las que trabajaba ese estudio (Naked, BongaCams, Came4, Stripchat, entre otras) vale entre US$0,046 y US$0,25 centavos. La expectativa es que en un “show” la mujer o modelo reciba, al menos, 100 tokens, que equivaldrían entre US$4.6 y US25.
“Muy barato, ¿no?, un “show”, donde uno se desnuda completamente y hace de todo por $22.000 en el valor más bajo. Ya me parece muy explotador porque, además, los estudios se quedan con la mitad de los ingresos”, dice Brenda y hace sus propias cuentas: “Si usted hizo $700.000 (que equivalen a US$155 o 3.100 token) ellos cogen la mitad, pero eso si le va muy bien, porque muchas chinas no hacíamos más de $200.000 quincenales, después de lo que nos quitaban los dueños del estudio”. Para ella el “negocio” ha mutado y está “muy duro” por la cantidad de mujeres que hay. Los que se lucran son los estudios.
“En Colombia hay muchas en esto, ya sea porque no consiguieron otro trabajo o les pintaron pajaritos en el aire, porque está por todos lados, en redes sociales como Tik Tok, Twitter o Snapchat, todos los días vemos mujeres que dicen que eso es la última maravilla. Pero ya no creo tanto. Ahora pienso que esos videos y mensajes son para captar “chinas” y hasta les pagarán por eso. Por eso las mujeres están ahí más de 12 horas, para poder hacerse algo de plata a final de mes. Porque un “man” además poco repite en la web, prefiere ir rotando”. También hay menores de edad, como no hay una verificación fidedigna por parte de las plataformas internacionales, lo que hacen los estudios es que a las menores las registran como mayores, tomándole una foto con una cédula de una mujer que se les parezca”.
Brenda habla con desencanto y detalla asuntos que pasan inadvertidos para quien paga. “De tanto que uno se mete ese aparato (los vibradores o consoladores mecánicos) uno ya no siente nada. Por eso uno se echa un poco de vainas para que los hombres crean que uno sí se vino. Uno se aplica una jeringa con líquido blancuzco en la vagina, lo retiene bien profundo hasta que llega el momento, lo puja y lo bota, fingiendo que uno se está viniendo, pero eso también jode la flora vaginal. Además, de tanto masturbarse con esas uñas acrílicas largas que uno se pone se lastima la vagina y los dildos (consoladores), que son tan gruesos, cuando uno se los mete por el ano lo joden a uno, lo desgarran, y con el tiempo puede que uno ya no pueda retener nada”.
Así como comenta otros impactos a su salud mental que le han quedado: “Cuando se inicia en el modelaje webcam uno queda “boleteado”, así le juren y rejuren que nadie se va a enterar. Y cuando uno se da cuenta de eso empieza a vivir “repaniqueado” (atemorizado) y empieza a resignarse y acostumbrarse a que lo traten mal. Uno siente que ya no se merece nada. Los hombres constantemente le dicen a uno groserías, que perra, que zorra, que de todo. Y ya uno ni se inmuta. Pero hay cosas que sí le remueven los traumas, como cuando piden que uno se haga pasar por una niña, porque quieren imaginar que violan a una. Eso me ha pasado en la prostitución y en la webcam. Hay “manes” muy pervertidos y asquerosos, les piden a las mujeres que se coman su propio popó, por ejemplo, pero ellas los engañan y usan otras vainas, como chocolate”.
Hay cosas que sí le remueven los traumas a uno, como cuando piden que uno se haga pasar por una niña, porque quieren imaginar que violan a una. Eso me ha pasado en la prostitución y en el webcam”.
Brenda, modelo webcam.
Menciona otras secuelas, que describe como “daños colaterales”: “Uno siempre está como paranoico porque a uno lo graban, por todo lado. Lo graba el estudio, para la publicidad y para vender el contenido a las grandes plataformas o lo graba el que compra, sin decirle nada a uno y con el celular. Uno siempre vive con el temor de que la familia vea ese contenido. Sin hablar de que es muy común que si los dueños de estudios se dan cuenta que uno tiene hijos se lo pidan también. Así le pasó a mi amiga que tiene una hijita de 15 años. A mí hija también la han acosado sexualmente luego de que le han dicho que yo soy una puta, “manes” que ni conozco”.
(También le puede interesar: Pamela, la colombiana que sobrevivió a una red de tratantes sexuales en España)
Brenda es una mujer de carácter fuerte, que solo llora cuando habla de su infancia desprotegida. Se seca las lágrimas con los dedos, en un gesto rápido, pero cuidando que no se le corra el delineador negro que enmarca sus ojos verdes. Es capaz de hablar de episodios violentos como si nada, aceleradamente y de forma anecdótica. Cuenta que se le ha escapado a la muerte tres veces. Una cuando un “cliente” le cortó la vagina, otra cuando se salvó del botellazo de otro hombre que quería pagar para estar con ella, pero estaba muy borracho, y una más cuando estando en Curazao (que por ser colonia holandesa también reguló la prostitución) un europeo que pagó por sus servicios sexuales intentó asfixiarla, pero ella alcanzó a espichar el botón de alarma de la habitación y cinco hombres corpulentos alcanzaron a auxiliarla. Tuvo suerte, dice, y recuerda que en esos tres meses que estuvo en esa isla dos mujeres “no la lograron” y fallecieron a manos de hombres que pagaron para accederlas sexualmente.
Bigo Live y contenidos sexuales
Volviendo al mundo de los “servicios sexuales en la virtualidad”, Brenda asegura que, a pesar de la sobreoferta, todos los días hay nuevos espacios y plataformas. Da el ejemplo de Bigo Live, una plataforma china de videos en vivo, propiedad de la empresa JOYY, con más de 400 millones de inscritos en todo el mundo, que surgió en 2014 para que las personas, o “emisores”, pudieran mostrar sus talentos, “en vivo”, y ganaran dinero por eso. La moneda virtual que manejan se llama beans (fríjoles) y se compran con dinero del mundo real: 210 beans equivalen a un dólar estadounidense, pero solo se puede cambiar por dinero real cuando se acumulan mínimo US$31. También hay agentes que reclutan “emisores” y que ganan comisiones por eso.
Brenda toma su celular Android, abre la aplicación y explica en lo que se ha convertido: “Eso está de moda en Latinoamérica, los “manes” son en su mayoría asiáticos, o de Emiratos Árabes, y hay mucha peladita colombiana. Eso ya lo prostituyeron. Vea, usted no puede mostrar ni los pies, entonces uno sale, baila, se ríe y deja en mensajes con emoticones la propuesta: tantas semillas beans por videos explícitos al Whatsapp o por Sanapchat o Instagram. Entonces el contenido sexual se concreta, al final, por otro lado. En mensajes también recibe otras propuestas, de agentes o de hombres que incluso la quieren estafar como este mensaje que me dejaron: “Hola quieres apoyo. Quiero una llamada sexual y tomas el pago a través de Paypal”. Muchas veces las mujeres son estafadas y ese contenido lo venden a plataformas”.
El contenido sexual que se ofrece es evidente, aunque las mujeres en la pantalla sigan, aparentemente, los términos y las condiciones de la plataforma: “Se prohíbe cualquier contenido o actividad que implique pornografía o sexo. Se prohíbe el uso de cualquier prenda medio sugerente como “escotes grandes en V, prendas transparentes, medias de color carne o de rejilla, ligas, tangas, pantis, bragas, pantalones de cintura baja u otras prendas con contenido sexualmente sugerente en forma de textos o imágenes. Se prohíbe tocarse partes del cuerpo”, entre otras muchas prohibiciones relacionadas.
Para María Serat, investigadora en temas de trata y prostitución, la industria sexual en la web, o la prostitución filmada, como la llama, “refuerza los comportamientos masculinos de dominación que ahora se esconden detrás de una simple transacción en línea, acentúa la trata de los seres humanos como objetos sexuales y el tratamiento del sexo como una mercancía, incrementa la cultura de la violación y la normalización del comercio sexual”, y todo eso preocupa, en especial en Colombia, por “el poco interés del Estado colombiano en investigar a fondo, analizar y tomar medidas para que se respete la dignidad de la mujer”.
Un fenómeno global que hoy es incalculable, por la cantidad de plataformas que hay, en el que también participan (aunque de forma minoritaria con relación al número de mujeres), hombres y mujeres trans, que muta y se adapta vertiginosamente. Desde que se lanzó “A Personal Touch Services”, el primer negocio sexual en el “World Wide Web”, en Seattle, Washington (Estados Unidos), han pasado 28 años. En 1995, ya existían 200 empresas de ese estilo en la virtualidad, concentradas en vender contenido sexual, específicamente de mujeres. Y en 1996 nacieron las primeras plataformas virtuales, de pago digital, como “Cams”, pionero en el cobro por imágenes sexuales de mujeres. El ingreso al mercado de los teléfonos celulares inteligentes, en 1997, inició otra era que modificó las comunicaciones e impactó hasta nuestros días el “negocio” de servicios sexuales en la web, como lo ha documentado la feminista y académica estadounidense Donna Huges.
Una industria que, sin embargo, ha tenido duros señalamientos en los últimos años. El caso más sonado es la demanda que interpusieron 34 mujeres (dos de ellas colombianas) en contra de Pornhub, la plataforma web que aloja contenido pornográfico más grande del mundo, por lucrarse de violaciones, contenido sexual no consentido o que fue grabado cuando ellas eran menores de edad. De hecho, el 29 de julio de 2022, un juez federal de Estados Unidos negó las pretensiones de Visa, la multinacional de servicios financieros y transferencias electrónicas, de que la apartaran de este caso y se conoció que irá a juicio junto a los magnates de la compañía canadiense.
¿Es legal ser modelo webcam en Colombia?
En Colombia, a comienzos del siglo XXI, se registraron los primeros negocios de contenido sexual en video, conocido entonces como “sexcam”, transmitidos en Medellín y Cali por internet satelital, y dos décadas después la industria es gigante, a pesar de que tiene enormes vacíos jurídicos y no está reglamentada. No obstante, en los últimos cinco años, el Estado ha dado pasos en esa dirección. La Ley 2010 de 2019, en su artículo 73, mantuvo el impuesto al negocio webcam. En mayo de 2020, el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE) la incluyó como actividad económica y en el Congreso se han presentado ya varias iniciativas que no han terminado su trámite y buscan su regulación.
Entretanto, cada vez se conocen más voces desencantadas o afectadas “del negocio”, como Brenda o las colombianas que fueron engañadas por Víctor Galarza, el proxeneta estadounidense condenado este año en una corte federal de Estados Unidos por vender videos sexuales que grabó en Medellín, que alertan a otras de los enormes impactos a la salud mental y física que puede haber detrás de la industria webcam.
* La identidad se resguardó por razones de seguridad e intimidad.
Vea más temas de Investigación 🔍📓 de El Espectador aquí.