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Estaba a punto de viajar al exterior mientras se preparaba para hacer curso de ascenso a general. Pero los narcotraficantes sabían que iban a tener en él a un enemigo acérrimo que parecía destinado a la dirección de la Policía. Por eso, a sus 47 años, lo asesinaron frente a su esposa e hijos.
Desde sus primeros años como oficial de la Policía, Jaime Ramírez Gómez fue un avezado investigador. Sus acciones contra el narcotráfico se iniciaron desde los años 70, cuando empezó a documentar el crecimiento del negocio ilícito de las drogas. Por ello, muchas veces se le oyó decir que éste flagelo iba a ser la nueva plaga de la sociedad moderna. Desde el entonces F2, se convirtió en un enemigo aparte de los traficantes de droga, apuntándose varios éxitos en la persecución de este delito.
Por ejemplo, en su historial quedó documentado que hacia 1975, desmanteló una poderosa banda de narcotraficantes en Bogotá que actuaba bajo la dirección de un sujeto identificado como Iván Darío Carvalho, más conocido como ‘El Mocho’. La acción final tuvo lugar en la vecina población de San Antonio de Tena. Años después desvertebró otra organización que dio de qué hablar, la que entonces comandaba Verónica Rivera de Vargas, conocida en las cloacas del delito como ‘La Reina de la Cocaína’.
Por estas razones, parecía destinado a ocupar uno de los cargos más complejos de su época, la jefatura de la Unidad Antinarcóticos de la Policía. Y lo hizo en el mismo momento en que el ministro de Justicia Rodrigo Lara Bonilla emprendía su batalla contra Pablo Escobar y los demás capos de la droga. Después de que Escobar perdió su inmunidad parlamentaria y empezó a ser perseguido por las autoridades, el coronel Jaime Ramírez Gómez se volvió el hombre clave para la ofensiva del ministro Lara.
Pero no sólo desplegó una ofensiva sin par contra Escobar y su organización, sino en general contra todos los carteles de la droga. Decomisó decenas de avionetas, destruyó incontables laboratorios para procesar droga, concretó la captura de muchos enlaces del narcotráfico y, principalmente, le asestó a los mafiosos el golpe más contundente de la época: el descubrimiento y destrucción del llamado complejo de ‘Tranquilandia’, un gigantesco laboratorio para procesar droga oculto en los llanos del Yarí, en el Caquetá.
El operativo se desarrolló en marzo de 1984 y permitió establecer que los principales narcotraficantes de la época se habían asociado para consolidar el complejo de ‘Tranquilandia’, que llegó a refinar más de 20 mil kilos de cocaína en pocos meses. La acción permitió reivindicar al Estado colombiano frente a la comunidad internacional y convirtió al coronel Ramírez Gómez en el hombre de confianza de Estados Unidos en la lucha contra el narcotráfico. Sin embargo, también lo ubicó en la mira inmediata de los mafiosos.
A pesar de que a través de sus informantes, el coronel Ramírez advirtió una y otra vez al ministro Lara que existía un plan para asesinarlo, no fue posible evitar el magnicidio. Pero después del crimen de Rodrigo Lara, incentivó sus acciones contra el narcotráfico. Además, se encargó personalmente de apoyar las investigaciones del juez Tulio Manuel Castro, para que el asesinato del ministro de Justicia no quedara en la impunidad. Era el oficial más amenazado en Colombia y también el que más se expuso.
Una de sus últimas averiguaciones fue saber que la gente de Escobar Gaviria utilizaba para sus asesinatos una serie de placas con las iniciales KF que había sido hurtada de las oficinas del tránsito en Itaguí (Antioquia). Además llegó a tener la certeza de la orden impartida por Escobar Gaviria para que lo asesinaran, e incluso del dinero que se pagó para que se concretara esta acción. En un momento crucial en la lucha contra el narcotráfico era tan incómodo para los delincuentes como para los oficiales y funcionarios corruptos que ayudaban a Escobar.
Dentro de los cambios rutinarios de la Policía, el coronel Ramírez Gómez pasó a cumplir funciones como Inspector Delegado y después como Director de Personal. Lo claro es que no eran más que pasos efímeros mientras se preparaba para el generalato y, con el apoyo de Estados Unidos, en el oficial elegido para la guerra que debía librarse contra los carteles de la droga. Sin embargo, sus enemigos lo venían acechando, nunca le perdieron la pista, y encontraron el momento para concretar su acción.
Antes de viajar al exterior, el coronel Ramírez Gómez decidió descansar con su familia en un municipio cercano a Bogotá. Lo hizo durante un puente festivo de noviembre. Debido a las graves amenazas contra su vida, escasas personas sabían que ese fin de semana andaba sin escoltas y en compañía de su familia. Cuando regresaba a Bogotá, al atardecer del lunes 17 de noviembre de 1986, los sicarios lo estaban esperando. El ataque se produjo a la altura del puente sobre el río Bogotá, entre Mosquera y Fontibón.
El coronel Ramírez Gómez iba al volante de un campero Toyota de color blanco. A su lado estaba su esposa. En el asiento trasero sus dos hijos. De repente, desde un Renault 18 de color verde empezaron a dispararles. Mal herido, el oficial perdió el control del vehículo y se estrelló contra una roca situada unos 300 metros adelante del puente, cerca al retén de la Policía. Los sicarios aprovecharon la situación, se bajaron del vehículo y remataron al oficial frente a la mirada atónita de su esposa e hijos.
La dirección de la Policía, entonces a cargo del general José Guillermo Medina Sánchez, expidió un comunicado para exaltar la impecable trayectoria del coronel Jaime Ramírez Gómez. La Presidencia de la República hizo lo propio para lamentar el hecho y prometer una exhaustiva investigación hasta sus últimas consecuencias. Pero como otros magnicidios de la época, la investigación judicial no llegó a ninguna parte. Tampoco su memoria fue suficientemente exaltada. En cambio los narcotraficantes celebraron ruidosamente el contundente golpe a su principal enemigo.