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Suena la música en una casa adaptada para fiestas clandestinas en una comuna de Medellín. Afuera están los “campaneros”, muy jóvenes, casi todos, que controlan el flujo de personas que pueden o no entrar al lugar. El ingreso cuesta $15.000 y, como en cualquier otro evento, ponen manillas a los autorizados. Otros “pelaos” bailan adentro en círculos, un ritual común en el que se cierra la confianza rotando el tusi, una mezcla de sustancias psicoactivas, y compartiendo líquido para hidratarse. No se consume alcohol, son responsables, no se puede combinar más ese coctel, que suele contener ketamina, MDMA y cafeína, del que es difícil establecer una dosis recomendada (Le recomendamos este especial multimedia: Tusi, el coctel de drogas de alto riesgo producido en Colombia).
En algo parecido a una tarima, que tiene una pantalla led a su espalda, otros jóvenes de no más de 15 años son los encargados de animar la rumba. Su destreza con las unidades muestra que llevan un par de años seleccionando sonidos electrolatinos para mezclarlos en vivo, para ganarse un espacio en el azaroso mundo de las fiestas al que ya entraron. Uno de los DJ no supera los 11 años, se fuma un cigarrillo mientras define cuál es la siguiente canción, un ejercicio que no puede tomar mucho tiempo porque empatar los beats es una tarea que requiere concentración y oído.
Desde muy jóvenes aprendieron el valor de los aplausos y cómo estos masajean el ego. Su desempeño en ese paraíso los puede llevar a otras fiestas en las que paguen mejor y el billete puede solucionar muchos problemas de la vida. Por ahora, los más básicos, los de la pinta y los de la fiesta. Mientras ellos aseguran un buen toque, uno de los asistentes se excedió. Aquí no hay adultos, cada quién responde por sí mismo. Se desploma y su cuerpo no responde. No puede ponerse en pie. El efecto de la ketamina, un potente anestésico incluido en la mezcla del tusi, ya hizo lo suyo. Como puede se levanta, los globos oculares quieren salirse, la mirada está desorbitada y abandona el lugar dando tumbos. Los demás siguen bailando.
El espacio es poderosamente atractivo. No cautivador, atractivo. Desde allí se ve la ciudad montaña abajo, miles de casas como esa se apilan en las lomas dando la sensación de que una sostiene a la otra, de que quitar una es arriesgarse a que las demás se vengan abajo, es la fragilidad y el poder de la comuna, siempre al borde del abismo. Algo parecido a lo que pasa en ese expendio de tusi para menores de edad. Todos están ahí juntos protegiendo el secreto del único lugar en el barrio para poder ir a jugar a ser grandes, a vivir con libertad y a resolver las preguntas sobre el polvo rosado que circula en la capital antioqueña.
Es fácil explicar por qué esa mezcla de sustancias se masificó en Medellín: para producirla solamente se necesita un fogón, un sartén con una cuchara de madera para no dañar la cobertura y una cuchilla o filtro para refinar el polvo. En menos de una hora, está lista la cantidad que el chef, como le llaman a quienes la producen, luego distribuirá entre sus clientes. Para empacarla, se utilizan bolsas ziploc pequeñas que se dividen en puntos (1 gramo) o bolsones (3 gramos). Los paquetes tienen marcas para diferenciar el sabor y establecer quién es el productor.
Ahora, lo complicado es tener la receta, por la que hay que pagar $12 millones. Pero eso no es suficiente para abrir una “tienda”. Las plazas tienen dueños y ellos son quienes autorizan la distribución, por la que es obligatorio pagar cerca de $500.000 mensuales. Quien venda sin ella, automáticamente, está “contrabandeando” y se expone a que, en caso de ser descubierto, deba pagar $5 millones de inmediato o exponerse a la muerte. En las calles circulan historias de los que no tuvieron el dinero para responder y son el cuento para ratificar que este es un negocio serio.
Aunque el consumo del tusi en un principio fue asociado a las fiestas electrónicas, hoy por hoy los “ñatazos”, como se le dice en la calle a inhalar por la nariz, se echan a cualquier hora del día y en cualquier espacio. El polvo rosado es un fenómeno que está fuera de control en la capital de Antioquia, con planes de prevención al consumo de sustancias psicoactivas sin éxito. En tiempos de internet, las autoridades no dan abasto para combatir la distribución.
El tusi, un coctel psicoactivo
El colectivo Échele Cabeza, un proyecto que ofrece información sobre reducción de riesgos y daños a la hora de consumir sustancias psicoactivas, publicó recientemente un estudio sobre los ingredientes del tusi. Encontró un preocupante panorama por la variación en las sustancias del polvo final que algunos jóvenes inhalan por la nariz en Colombia. Aunque hay una base de ketamina, cafeína y MDMA, que de por sí ya son adictivos, se hallaron rastros de oxicodona, cocaína, clonazepam, metadona, entre otras sustancias. En el trabajo de campo de este reportaje, dos distribuidores aseguraron que algunas recetas también incluyen heroína.
Según el mismo documento, “la oxicodona se encuentra comúnmente como medicamento de prescripción y es uno de los opioides farmacéuticos más disponibles en el mundo. Aunque en países como Italia, España, Alemania y Reino Unido, no tiene una tasa alta de uso no médico en comparación con otros opioides como la codeína o morfina, es el tercer opioide (después de la heroína y el fentanilo) que ha contribuido a más muertes por sobredosis en los Estados Unidos. No obstante, estas muertes también involucraron combinación con otros opioides, benzodiazepinas y alcohol”.
Energy Control, uno de los programas de intervención desde el riesgo en el consumo recreativo de drogas más importantes del mundo, asegura que “en función de la composición de cada muestra, los efectos pueden ser más disociativos cuando se incluye ketamina o más estimulantes si contiene MDMA y/o cafeína”. Por esta razón, lo recomendable, que no suele suceder, es que se haga un test en el que se aspire una pequeña dosis y se esperen 15 minutos para determinar el efecto de la droga.
De acuerdo con un informe del Ministerio de Justicia conocido por El Espectador, hasta octubre de 2022, a nivel global se había informado la aparición de un total acumulado de 1150 Nuevas Sustancias Psicoactivas (NSP). En Colombia, se han detectado 43 nuevas en los últimos años. Sobresale el consumo de un revuelto psicoactivo conocido como tusi o tusibí. “A través del monitoreo observamos mezclas, presencia de adulterantes, incluso falsificaciones, de tal forma que las personas no saben lo que consumen”, establece el estudio.
La respuesta que la alcaldía de Medellín le ha dado al consumo de sustancias en la ciudad, particularmente en mayores de edad, está asociada a la difusión de información para la reducción del riesgo y los daños. Santiago Bedoya Moncada, secretario de la Juventud de Medellín, cuenta que “se hace necesario hacer nuevos abordajes sobre el consumo de sustancias psicoactivas. Hay una demanda creciente, hay un aumento, quizá, de sintéticos en los últimos años. Y, en últimas, el enfoque de la guerra contra las drogas, desde la criminalización, tiene muy poca perspectiva de éxito en el futuro”.
Aunque en 2022 se realizaron más de 6600 capturas por el tráfico y porte de estupefacientes y se incautaron aproximadamente tres millones de dosis en la ciudad, incluidas las sintéticas, para Bedoya estos mecanismos se quedan cortos. Según el funcionario, esto se da por la dinámica de la demanda y la digitalización de los procesos de distribución, así como las particularidades de su producción. “A través del proyecto Conscientes, que tiene como base la reducción de daños, enfocado en mayores de edad, las personas pueden tomar mejores decisiones. Estamos en el espacio público contándoles a los consumidores los riesgos del consumo y las medidas que podrían tomar para reducir los riesgos y daños” dice.
En 2021, el gobierno local llevó a cabo un estudio para determinar el riesgo químico de consumir las sustancias que circulan en la ciudad. Los jóvenes entregaron sus muestras y fueron analizadas a través de espectrometría, una técnica para identificar compuestos desconocidos. El estudio arrojó que el 94% del tusibí no contenía la molécula a la que hace referencia. Es decir, el 2C-B, una feniletilamina con efectos psicodélicos sintetizada en 1974. Se evidenció, además, que el 59% de esas muestras contenían ketamina y sus derivados. “Eso nos permite acercar información verídica y científica a los jóvenes y, en general, a los usuarios”, concluye Bedoya.
Un debate de salud pública
Mientras las autoridades trabajan para controlar lo que pasa en las ciudades del país con la producción y distribución de este compuesto, el tusi colombiano ya es tipo exportación. Con ese movimiento del mercado, varios de estos jóvenes van movilizándose fuera del país con la promesa de hacer lo que desde temprana edad han hecho acá, pero con mejores ganancias. La voz rueda, como el tusi en las fiestas: hay mejores oportunidades en otro lado.
Muchos de ellos han conocido el mar mientras van a distribuir tusi en las fiestas electrónicas en Cartagena. Ahí deben evadir a otros criminales, dueños de esas plazas, y que no autorizan la venta de la mezcla en sus eventos. Pero ellos lo intentan porque, como en Medellín, eso hace parte del rebusque para asegurarse unos buenos pesos en temporada alta, en la que el caribe colombiano se convierte en una enorme piscina comunitaria.
Allí, contó uno de los jóvenes que accedió a hablar para este reportaje, se vio obligado con sus amigos a consumir el tusi que llevaba para vender ante el inminente riesgo de ser descubierto. Luego de días de una fiesta, condicionado por el miedo, quería arrancarse el pelo, sensación generada por un consumo excesivo de droga. Días después regresó a Medellín, a la plaza en la que sí era conocido y retomó sus actividades de distribución convenidas.
Historias como esa nacen en varias comunas de Medellín. Ese expendio clandestino de tusi para menores de edad, que nos llevó a escribir este texto, es la iniciación de una vida que se moverá al filo de la comuna. Una vida que irá enseñando que la cara de los malos varía, que el mundo no vive de buenas intenciones, sino de lealtades y que en esa coladera de la vida muchas caras conocidas de la fiesta se irán volviendo ausentes. Muy temprano para aprender que la vida no es color de rosa, muy temprano para bajarle el sonido a la música.