La mitad de los colombianos pasa hambre

Mónica y Rocío no desayunaron esta mañana. Casi nunca desayunan. El escaso dinero que ganan vendiendo papel de regalo y tarjetas de Navidad en una calle del norte de Bogotá solo les alcanza para darles algo de comer en las mañanas a sus hijos. “Nosotras podemos aguantar, pero los niños no”, dicen con resignación. Son hermanas. Son jóvenes. Son madres solteras cabeza de hogar. Viven juntas en un barrio pobre al sur de la ciudad. Se levantan todos los días a la madrugada, hacen los oficios de la casa y salen a trabajar sin comer. “Solo agua y café, cuando hay”. A los niños les preparan huevos, arroz y agua de panela.

Mónica y Rocío no desayunaron esta mañana. Casi nunca desayunan. El escaso dinero que ganan vendiendo papel de regalo y tarjetas de Navidad en una calle del norte de Bogotá solo les alcanza para darles algo de comer en las mañanas a sus hijos. “Nosotras podemos aguantar, pero los niños no”, dicen con resignación. Son hermanas. Son jóvenes. Son madres solteras cabeza de hogar. Viven juntas en un barrio pobre al sur de la ciudad. Se levantan todos los días a la madrugada, hacen los oficios de la casa y salen a trabajar sin comer. “Solo agua y café, cuando hay”. A los niños les preparan huevos, arroz y agua de panela.

Es jueves antes de Navidad y varias personas se acercan a comprar sus productos. “En un día bueno podemos ganar $40.000 , pero lo normal son $20.000”, dice Mónica mirando a su hijo, que en estos días de vacaciones la acompaña a vender en la calle. Con ese dinero tienen que pagar el arriendo de la casa, los servicios públicos, el transporte y la comida. “Nunca podemos hacer mercado para el mes o para la semana. Nos toca comprar lo del día”. Lo del día casi siempre es una libra de arroz, un puñado de fríjoles o lentejas, un par de papas, una yuca o un plátano. Muy pocas veces alcanza para comprar carne, pollo o cerdo. No se acuerdan de cuándo fue la última vez que comieron pescado. Las frutas y las verduras son un lujo. El yogur, el queso, las nueces y las semillas, necesarios según la FAO para una nutrición balanceada y saludable, no están nunca en su dieta alimentaria. Sueñan con que el 24 de diciembre vendan mucho y puedan preparar una cena especial para la Nochebuena. “Si ahorramos algo de dinero estos días podemos hacer un arroz con pollo muy rico”, explica Mónica. Su niño sonríe.

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La situación de Mónica y Rocío es similar a la de 21 millones de colombianos que tienen dificultades para conseguir las tres comidas diarias, según reveló la Asociación de Bancos de Alimentos de Colombia (ABACO) y la Cámara de Comidas y Bebidas de la ANDI en un nuevo informe sobre el hambre en el país. El estudio, que analiza y pondera por primera vez seis indicadores de desnutrición en los 32 departamentos, concluye que el 54 % de la población colombiana vive en inseguridad alimentaria. La investigación, además, revela que 554.000 niños menores de cinco años padecen desnutrición crónica, una enfermedad con efectos irreversibles que impide el crecimiento físico y el desarrollo neuronal. Todo esto, en un país que desperdicia diez millones de toneladas de alimentos al año.

Una persona padece inseguridad alimentaria, dice la FAO, cuando carece de acceso regular a “suficientes alimentos nutritivos para un crecimiento y desarrollo normales y para llevar una vida activa y saludable”. Según esta entidad, la inseguridad alimentaria se puede deber a la falta de disponibilidad de alimentos o a la falta de recursos para obtenerlos. En entrevista con El Espectador, el médico Juan Carlos Buitrago, director de ABACO, afirma que el problema del hambre en Colombia es crítico, muy grave. “Hoy en nuestro país 650.000 personas se van a acostar con un solo plato de comida al día y 150.000 se duermen con menos de uno; a veces no alcanza ni para un pan con agua de panela”.

Buitrago insiste en que la principal causa del hambre es la pobreza y el principal motivo de la pobreza es el desempleo. “No podemos olvidar que, según el DANE, en Colombia hay más de siete millones de personas que viven con $145.000 mensuales o menos y catorce millones de personas con $331.000 o menos”. Eso no alcanza para comprar una canasta mínima de alimentos.

Es la hora del almuerzo y muchos recicladores y trabajadores informales que buscan algo de dinero en la misma esquina de Mónica y Rocío aún no han desayunado. Pasa lo mismo en otras partes de la ciudad. En Usaquén, por ejemplo, varios vendedores de dulces y cigarrillos coinciden en que al día es difícil ganar más de $30.000, confirman que muchas veces salen sin desayunar de sus casas y que la carne de res es un lujo escaso. “Una vez al mes compro carne para mi hija”, dice Edulgencia, una indígena que tiene un puesto de paquetes en la esquina del centro comercial Hacienda Santa Bárbara.

Sin embargo, ni Bogotá ni Cundinamarca son las regiones más afectadas por el hambre en Colombia, según el estudio de ABACO y la ANDI. Los departamentos con peores resultados en los indicadores nutricionales son Amazonas, Vaupés, Guainía, Vichada, La Guajira y Chocó, en ese orden. Así lo determinó el estudio, que analizó la concentración de población menor de 18 años, el retraso en la talla y delgadez, el bajo peso al nacer, el porcentaje de mortalidad fetal por causas asociadas a la desnutrición y la tasa de mortalidad por desnutrición.

En esta última variable se encontró, por ejemplo, que los diez municipios que presentaron las tasas de mortalidad más altas para niños y niñas menores de cinco años en 2020, en orden descendente fueron: San Felipe (Guainía), Carmen de Atrato (Chocó), Sipí (Chocó), Concepción (Santander), Cértegui (Chocó), Bagadó (Chocó), Salado Blanco (Huila), Santiago (Putumayo), El Guamo (Bolívar) y Pueblorrico (Risaralda). Juan Carlos Buitrago afirma que el problema es que “el hambre se nos olvidó, nos acostumbramos a ella, se volvió paisaje”. Buitrago insiste en que muchas veces cuando se muestran fotos de niños con desnutrición severa, la gente piensa que es en África. “Resulta que no, que es en Colombia. Acá mueren, en promedio, 200 niños por desnutrición cada año”.

El médico Buitrago explica que la situación de hambre en Colombia y en el mundo se ha agudizado después del coronavirus. “Antes de la pandemia había 635 millones de personas con hambre en el mundo. Después del covid, las proyecciones dicen que en 2030 el hambre aumentará a 840 millones”. En Colombia está pasando algo similar por la tendencia, pero aún no hay cifras oficiales que lo confirmen. “El coronavirus nos retrocedió dos o tres décadas en la lucha contra el hambre”, explica.

Una de las conclusiones más graves del estudio es que los 554.000 niños menores de cinco años que sufren desnutrición crónica en Colombia están condenados a vivir con muchas dificultades. “La ciencia ha demostrado que, si sobreviven, estos niños mal alimentados van a desarrollar en su vida adulta catorce puntos menos de coeficiente intelectual, cinco años menos de escolaridad y 54 % menos de ingresos”, dice Buitrago. De acuerdo con el investigador, en Colombia hay millones de adultos que tuvieron desnutrición crónica en la niñez. Son menos inteligentes, estudian menos y muchos viven en la pobreza. Por eso el Banco Mundial afirma que la malnutrición en países como Colombia puede disminuir hasta 11 % el producto interno bruto, $23 billones al año aproximadamente.

Camilo Montes, director de la Cámara de la Industria de Alimentos de la ANDI, escribió en un comunicado de prensa: “El hambre y la desnutrición son grandes obstáculos para el desarrollo y por eso buscamos visibilizar los avances de la nutrición infantil en Colombia”. Montes asegura que el estudio también propone 25 soluciones concretas para mitigar el hambre en Colombia, que surgen de la evaluación de experiencias internacionales exitosas. “Entre estas recomendaciones se incluyen definir planes operativos y financieros para todas las políticas con las que cuenta Colombia con el fin de aterrizar a todos los territorios unas acciones concretas que mejoren la calidad de vida de las poblaciones en los municipios” .

Mónica y Rocío trabajan todos los días para que sus hijos no crezcan con desnutrición crónica. Entre dificultades, creen que están mejor que otras personas: “Trabajar en la calle es muy difícil, pero al menos tenemos un ingreso”, dicen antes de despedirnos. Cerca de ellas, en la entrada de un restaurante, hay un hombre con su esposa, sus dos hijas pequeñas y un perro cachorro recogiendo un plato de sopa que le regalan los cocineros de lo que sobró de los almuerzos. Dice que aún no ha comido nada y que la sopa es para una de las hijas, que está enferma. Llegaron hace poco a Bogotá, desplazados por la violencia, y cada día tienen que salir a pedir plata o comida para sobrevivir. La triste escena evoca el poema “Nanas de la cebolla”, de Miguel Hernández: “En la cuna del hambre / mi niño estaba. / Con sangre de cebolla / se amamantaba. / Pero tu sangre / escarchada de azúcar, / cebolla y hambre”.