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Pero explorando su obra periodística, sorprende encontrar que varios años antes de que el ministro Rodrigo Lara Bonilla emprendiera sus acusaciones contra Pablo Escobar Gaviria y demás mafiosos, Guillermo Cano ya había advertido lo que terminó por suceder: la cultura del dinero fácil se impuso en demasiados frentes limpios de Colombia.
Cuando el ministro Lara señaló por sus nombres a los mafiosos desde mediados de 1983, para Guillermo Cano empezó a convertirse en una obsesión opinar e informar sobre estas acusaciones. Y en el momento en que Lara se quedaba solo porque el narcotráfico intentó sacarlo del Ministerio de Justicia a través de una estratagema forjada por el narcotraficante Evaristo Porras Ardila, el director de El Espectador se dio a la tarea de buscar toda la información posible que demostrara que las denuncias de Lara eran ciertas.
En ese contexto se produjo el recordado hallazgo de la publicación que reveló los antecedentes de Escobar Gaviria. Un agente del DAS llamó al entonces editor judicial Luis de Castro para advertirle que en el periódico se había publicado alguna vez que el entonces representante a la Cámara, Pablo Escobar, había sido capturado por narcotráfico. De Castro le comentó a Guillermo Cano sobre su conversación, y para el director de El Espectador se convirtió en una misión personal encontrar esa publicación.
Después de varios días de encierro en el archivo del periódico, por fin encontró lo buscado. La noticia había salido en junio de 1976 bajo el título “Caen 39 libras de cocaína”, con subtítulo “Detenidos seis narcotraficantes en Itagüí”, y enseguida las seis fotografías de los capturados. Entre ellos, Pablo Escobar Gaviria, su primo Gustavo Gaviria Rivero y su cuñado Mario Henao. De inmediato, Guillermo Cano ordenó que se volviera a publicar esa noticia. Así salió en la edición del 25 de agosto de 1983.
A partir de ese día, no sólo quedaron al desnudo los antecedentes delincuenciales del representante Escobar Gaviria, sino que éste puso en la mira de sus objetivos criminales a Guillermo Cano. Pero lejos de atemorizarse, desde ese momento el director de El Espectador fortaleció la posición del periódico frente al narcotráfico en tres frentes de trabajo: su columna “Libreta de apuntes”, la posición editorial del diario con el respaldo de sus compañeros de consejo editorial, y la parte informativa de presencia cotidiana.
Sin duda, en los momentos cruciales de su misión periodística, su mano derecha fue el periodista y para la época columnista del diario, Fabio Castillo. Desde su condición de jefe del equipo investigativo de El Espectador, también Castillo había sido el reportero clave en las denuncias del periódico pocos años antes, a raíz de la confrontación con el Grupo Grancolombiano en el llamado escándalo de la crisis financiera de los años 80. Fabio Castillo lo apoyó informativamente y desde su columna “Palabra más, palabra menos”.
Cuando Guillermo Cano fue asesinado en diciembre de 1986, Fabio Castillo se impuso una titánica tarea: escribir un libro en el que quedaran reseñados todos los gestores del narcotráfico en Colombia. Desde la guerra verde de la zona esmeraldífera de Boyacá que dejó ver el nacimiento de uno de los frentes del tráfico de drogas hasta el nacimiento y proyección de las familias de narcos que dieron lugar a los carteles de Medellín, Cali, el norte del Valle y la costa Atlántica, entre otros mafiosos.
El libro llamado “Los jinetes de la cocaína” salió a la luz pública en noviembre de 1987, dedicado a la memoria de Rodrigo Lara, el coronel Jaime Ramírez y el director de El Espectador, Guillermo Cano. Además, exaltó los nombres de los 11 magistrados caídos en el holocausto del Palacio de Justicia, de quienes dijo habían sido víctimas de la guerra sucia de la mafia. En cosa de días se vendieron los primeros 5.000 ejemplares de la edición. Y en un año el libro había sido reimpreso cinco veces más.
Sin embargo, para el periodista Fabio Castillo, tanto la muerte de Guillermo Cano como la publicación de su libro cambiaron radicalmente su vida. Poco tiempo después, en condiciones de extremo riesgo, tuvo que salir huyendo del país. Y fue un largo exilio, del que sólo pudo volver ya en los años 90. Aun así, desde el exterior o cuando regresó, siguió siendo el mismo periodista investigativo, indeclinable en sus denuncias contra el narcotráfico y fiel a la memoria de su mentor, Guillermo Cano.
Pero Fabio Castillo no fue el único en la lucha de El Espectador contra la mafia. Otro de los periodistas cercanos a Guillermo Cano en su misión fue Héctor Giraldo Gálvez. Al igual que Castillo, integrante del grupo investigativo en el escándalo de la crisis financiera. Además, oficiaba como uno de los abogados del periódico. Por esta razón, cuando Guillermo Cano fue asesinado, la familia no dudó en que Héctor Giraldo fuera el apoderado de la parte civil en la investigación de la justicia por el magnicidio.
Su labor fue admirable. Héctor Giraldo fue el investigador ad hoc del caso. Gracias a su persistencia, la justicia empezó a enrutar el proceso hacia los verdaderos autores del magnicidio de Guillermo Cano. Incluso fueron sus notas personales las que permitieron a la justicia demostrar de dónde habían salido los dineros para pagar el crimen. Fue tan incisiva la gestión de Giraldo que rápidamente quedó en la mira de los homicidas. El 29 de marzo de 1989, cuando se movilizaba hacia los juzgados, fue asesinado en Bogotá.
El tercer periodista determinante en la actuación de El Espectador contra el narcotráfico en tiempos de Guillermo Cano fue el editor judicial Luis de Castro. Con su prudente estilo, pero con una experiencia inigualable, como quiera que debutó en el periodismo judicial cubriendo el 9 de abril de 1948, Luis de Castro siguió al pie de la letra las directrices del director de El Espectador en los momentos más difíciles de la guerra de Pablo Escobar. Los redactores a su cargo saben cuánto aportó con su trabajo.
Dolorosamente, la noche en que asesinaron a Guillermo Cano tuvo que regresar al periódico para redactar la triste noticia del magnicidio. Pero después del trágico suceso, se mantuvo al frente de las noticias judiciales del periódico, con el mismo ahínco con que respaldó a su amigo y jefe Guillermo Cano. En 1998, ya pensionado pero firme con el diario, decidió dar un paso al costado, pero hasta su muerte acaecida en 2009, fue su costumbre recordar cómo fueron esos días difíciles para la familia Cano y el periodismo colombiano.
El otro periodista de la cuerda de Guillermo Cano en su batalla contra el narcotráfico fue su hijo mayor, Juan Guillermo Cano Busquets. En su calidad de director de información del periódico, paso a paso siguió las directrices de su padre, y cuando éste fue asesinado, junto a su hermano Fernando Cano, siguió adelante en la lucha. Entre los dos soportaron el ensañamiento de los narcos. Y no sólo vieron cómo la mafia de Pablo Escobar detonó un camión bomba contra la sede del periódico, sino cómo varios de sus colaboradores en Medellín cayeron asesinados. Pero ninguno de los dos declinó en su gestión.
Otros periodistas acompañaron a Guillermo Cano en su última batalla. Su compañero de muchos años, José Salgar, quien tuvo el coraje de echarse al hombro el periódico, no sólo el día del magnicidio sino también en la mañana del bombazo de septiembre de 1989. Los corresponsales en Medellín, primero Carlos Mario Atehortúa y José Guillermo Herrera, y después Carlos Mario Correa, quien tuvo que escribir desde una oficina clandestina porque la mafia de Escobar tenía sentenciado al periódico.
Su incondicional amigo, el maestro Héctor Osuna, quien lo respaldó con su ingenio en todos los momentos de lucha. Sus compañeros de consejo editorial, Jaime Vidal, Gonzalo Mallarino, Ramiro de La Espriella, Alfonso Palacios, Guillermo García o Carlos Villalba, entre otros, quienes complementaron la labor independiente del diario. O los columnistas de confianza, encabezados por María Jimena Duzán, María Teresa Herrán o Antonio Caballero, que aprendieron junto a Guillermo Cano muchos secretos para decir las cosas por su nombre, y después de la muerte de su maestro cumplieron una valiente labor en defensa de su memoria.
Y finalmente, los editores y reporteros de finales de los años 80 para quienes Guillermo Cano fue y seguirá siendo su verdadero maestro. Carlos Murcia, en Política; Héctor Mario Rodríguez y Héctor Hernández, ambos de judiciales y hoy curtidos reporteros económicos en su portal Primerapagina.com; el cronista Germán Hernández, quien dejó la reseña del último día de Guillermo Cano; Édgar Caldas, Gonzalo Silva, José Triana, Heberto Másmela, Aura Rosa Triana, Carlos Junca, Ignacio Gómez, la nueva generación que supo preservar el legado de Guillermo Cano Isaza.
Quizás falten muchos nombres, y también sea necesario incluir a su esposa Ana María Busquets y a su cuñada María Antonieta. Lo mismo que algunos periodistas que se fueron de El Espectador, pero siguieron siendo de la casa, como Consuelo Araújo Noguera o Juan Gossaín. No pueden faltar los deportivos porque Guillermo Cano siempre fue un periodista deportivo por excelencia. Por eso, junto a los demás, también deben ser recordados: Antonio Andrauss, Mike Forero o Rufino Acosta. Ellos también hicieron parte de la última redacción de Guillermo Cano.