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Las minas los lastiman, pero no los derrotan

Jugando voleibol, haciendo parapente y alfabetizándose: así encaran su destino quienes se recuperan en el centro Héroes de Paramillo.

Diana Carolina Durán Núñez / Enviada especial Medellín
23 de febrero de 2015 - 02:00 a. m.
El instructor de parapente César Salazar se lleva a un grupo de soldados del centro ‘Héroes de Paramillo’ a un corregimiento de Bello (Antioquia) cada fin de semana, para que vuelen con él. Cristian Garavito - El Espectador
El instructor de parapente César Salazar se lleva a un grupo de soldados del centro ‘Héroes de Paramillo’ a un corregimiento de Bello (Antioquia) cada fin de semana, para que vuelen con él. Cristian Garavito - El Espectador
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El cabo primero del Ejército Jairo Enrique Gualdrón nunca perdió la consciencia desde que pisó la mina en el Nudo del Paramillo hasta que ingresó a cirugía en el hospital San Vicente Fundación en Rionegro, Antioquia. Aturdido por la explosión y por el zumbido en los oídos que quería dejarlo sordo, intentó pararse para huir: ahí fue cuando se dio cuenta de que el explosivo le había pulverizado el pie derecho. “Intenté salir de donde había caído, pero ya el dolor me consumía”, recuerda Gualdrón. Las esquirlas afectaron todo el lado derecho de su cuerpo y le levantaron un pedazo del rostro. Había sangre por todos lados. “En ese momento ya uno depende de la reacción de los compañeros. Gracias a Dios me sacaron rápido”, dice.

Basta con mirar la sala de fisioterapia de la compañía de sanidad Héroes del Paramillo, que está en la VII División del Ejército en Medellín, para entender o confirmar que en este país la guerra es una batalla eterna de pobres contra pobres. Ahora mismo, en esta sala, hay once hombres, todos suboficiales —incluido el cabo Gualdrón—, soldados profesionales y hasta está Cristian Camilo Zapata Prada, de 21 años. Es soldado bachiller, lo que indica que su familia probablemente no tuvo los recursos para patrocinar su libreta militar o sus estudios y terminó en una de las zonas más minadas del país: el noroccidente colombiano. Y ni qué decir del otro lado: los guerrilleros que fabrican y ocultan las minas no son, precisamente, los del Secretariado. Son también el eslabón más bajo de la pirámide.

Este drama, que ocurre el 98% de las veces en zonas rurales, se resume así en números: encontrar y desactivar una mina le puede costar al Ejército unos $3 millones. Quien sea víctima de ella debe recibir un tratamiento que no costará menos de $50 millones —y puede llegar hasta los $1.500 millones—. Equipar un grupo de 10 expertos antiexplosivos sobrepasa los $300 millones. A Halo (única organización acreditada en Colombia para hacer desminado con civiles), hallar tres minas en zona rural de El Carmen de Viboral le costó el salario de siete desminadores y dos supervisores durante tres meses. El director del programa antiminas, general (r) Rafael Colón, estimó que para limpiar el país se necesitarán unos US$100 millones. Y todo esto empieza con una mina artesanal que no costó más de $20.000 —y eso ya es caro—.

La compañía de sanidad Héroes de Paramillo, inaugurada el 7 de agosto de 2013, nació ante la contundencia de la problemática: las minas han afectado a todo el país, sin duda; pero a Antioquia realmente la han jodido: desde 1990, el 22% de los accidentes que han dejado víctimas ocurrieron en este departamento. Es decir, que de 11.043 afectados con minas, 2.459 estaban en esta región. Y 1.359 eran militares. Se sabe que hay 31 departamentos en riesgo —la única excepción es San Andrés—, pero en tan solo cinco de ellos, que son Antioquia, Meta, Caquetá, Nariño y Norte de Santander, han tenido lugar la mitad de los accidentes que han dejado víctimas. Los indicadores abrumadores llevaron a los empresarios antioqueños a pensar en hacer un aporte.

“El 70% o 75% de las instalaciones de esta compañía fueron construidas con aportes de los gremios antioqueños, los demás recursos vinieron del Ministerio de Defensa. Se vio la necesidad de tener un lugar que pudiera atender a los jóvenes afectados por minas o artefactos improvisados en la jurisdicción de la VII División”, cuenta el mayor Alexánder Villalobos, comandante de la compañía. El propósito de este lugar, explica el oficial, es la rehabilitación funcional: “Estamos tratando de que estos jóvenes vuelvan a adquirir funciones básicas que todos tenemos, cuestiones tan sencillas como caminar, abrocharse los botones, poder manipular con sus miembros superiores e inferiores cualquier elemento... Para muchos de ellos, pisar una mina se vuelve una segunda oportunidad”.

El mayor se refiere a que, de los 329 casos que han atendido, muchos aprendieron a hacer en Héroes del Paramillo cosas a las que nunca les habían dedicado tiempo, que van desde aprender a leer y a escribir hasta pintar y aprender de cocina. La fundación El Cielo para Todos, fundada por el chef Juan Pablo Barrientos —dueño del restaurante de comida molecular El Cielo—, hace capacitaciones con algunos de los militares que se rehabilitan aquí. Cristian González, de 23 años, patrullaba con el batallón Atanasio Girardot cuando una mina lo dejó sin piernas. Anda en silla de ruedas por los pasillos del centro contando chistes y diciéndoles a sus compañeros que esto es grave, pero que no tanto. A él le preguntamos qué hacía ahora, que antes no hubiera podido. Su respuesta fue: “Pasear”.

“A nosotros no nos gusta que ellos pasen la incapacidad en casa, sino que de una vez se vengan para acá y empiecen a trabajar su rehabilitación, porque se genera una red de apoyo entre ellos. En cambio en la casa va a ser el ‘pobrecito’ y lo empiezan a volver dependiente. La idea es que acá puedan recuperar las habilidades para la vida diaria”, sostiene la capitán Catalina Ruiz, coordinadora asistencial de la compañía. La oficial explica que los tiempos de recuperación para los uniformados que están en el centro Héroes del Paramillo es excepcional, porque “el soldado está acostumbrado a obedecer. Para él, esta es su nueva misión. Hay quienes se ven tan afectados, es tanta la rabia, que no cooperan. Pero lo más común es que cooperen”.

Las actividades físicas han sido un salvavidas. Los soldados, suboficiales y oficiales que están o han pasado por este edificio gris —que parece que hubieran inaugurado ayer— tienen un equipo de voleibol y en esta tarea dieron con dos aliados incondicionales: el entrenador Miguel Ángel Ortiz, asistente técnico de la Selección Colombia de voleibol sentado, y su esposa. Ambos van al menos tres veces en la semana a la Unidad Deportiva Atanasio Girardot y entrenan a hombres discapacitados que en la cancha muestran la misma rivalidad y talento que cualquier deportista. “Lo que necesitamos es más gente que nos apoye, a ellos les hace muy bien ocuparse”, expresa el entrenador. Ortiz ha reclamado varias veces por el desinterés del gobierno regional para respaldarlos.

Otro aliado del Héroes de Paramillo ha sido César Augusto Salazar, un instructor de vuelo en parapente que les propuso a los encargados de la compañía llevar a un grupo de soldados cada viernes o sábado —según el clima— hasta San Félix, un corregimiento de Bello, para que vuelen. “Es para mostrarles que ellos todavía son capaces de servirle a la sociedad. El mayor Villalobos me dice que hay muchos que se enfrascan, pero con tantas actividades que los ponen a hacer, incluido el parapentismo, se dan cuenta de que la vida continúa”, manifiesta Salazar. En una de esas jornadas de vuelo, el turno fue para Henry Schmalbach, un soldado de 29 años que, al aterrizar, pálido como estaba, anotó: “Estuvo excelente. Mejor que andar en helicóptero mil veces”.

Cada vez que se pone sobre la mesa el tema de las minas, suele aparecer una pregunta: ¿Cuántos de estos artefactos están sembrados en suelo colombiano? La respuesta es que no hay respuesta. No existe el método para calcularlo. Lo que sí se sabe, y aterra, es la facilidad para fabricarlas: la base es el nitrato de amonio, un material que durante la Segunda Guerra Mundial fue muy popular para hacer municiones y lo sigue siendo, pero para abonar la tierra. “Asumimos el problema de las minas como un sistema, y lo que buscamos es atacar todos los elementos del sistema: localizar dónde se hacen los explosivos, dónde se hacen las caletas para los explosivos. Pero rastrear los elementos es muy difícil, no podemos prohibirlos porque por ejemplo el nitrato lo usan mucho los campesinos para la agricultura”, explica el general Leonardo Pinto.

Este alto oficial, comandante de la VII División, no ve posible que Colombia esté libre de minas para el año 2021, tal cual se comprometió al firmar el Tratado de Ottawa y al pedir una prórroga en 2011. “Así vinieran otras instituciones, es una tarea muy demorada. Inclusive si se firmara un acuerdo de paz”. Con respecto a Ottawa, la única parte que ha podido cumplir el Gobierno es la destrucción de su propio arsenal de minas, que principalmente rodeaban las bases militares. Según la Campaña Internacional para la Prohibición de Minas, para marzo de 2005 Colombia se había deshecho de 22.555 minas en poder de las Fuerzas Militares. Aunque, contrario a lo que pudiera suponerse, no era el país con mayor número de artefactos: Perú destruyó 338.000 minas; Ecuador, 263.000, y Venezuela, 47.000.

El cabo Jairo Enrique Gualdrón, como los 70 hombres que se encuentran en el Héroes de Paramillo, continúa en su carrera contra la adversidad. La meta: poder usar una prótesis. Antes de obtenerla habrá tenido que eliminar de su mente la idea de que tiene una pierna derecha completa y, después, habrá convencido a su cerebro de que sí la tiene (es la prótesis). Habrá logrado eliminar los dolores fantasmas, habrá ganado masa muscular en la pierna que hoy no usa, habrá vuelto a aprender a caminar con equilibrio. Dice que al salir de aquí quiere volverse comerciante. “Pero uno no puede hacer todo al tiempo: primero viene mi rehabilitación, luego el retiro total y ahí sí me pongo a hacer algo. Es que yo me salvé, como dicen, de milagro”.

Por Diana Carolina Durán Núñez / Enviada especial Medellín

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