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Tenía 17 años cuando mi mamá fue secuestrada por Pablo Escobar, en compañía de unos periodistas de la revista Hoy por Hoy y el Noticiero Criptón, del cual ella era parte. Llevábamos seis meses esperándola, seis meses rezando para que volviera, seis meses entendiendo que era muy difícil la situación porque Pablo Escobar era calculador, psicópata y un narcotraficante que realmente entendía muy bien cómo presionar al gobierno de ese entonces. Sabíamos que era muy difícil que mi mamá recobrara la libertad, por lo que cada día era una zozobra.
El 25 de enero de 1991 estaba al mediodía almorzando con la esposa de mi papá en un restaurante en Bogotá y se regó la noticia de que habían rescatado a Diana Turbay. Desde ese momento comenzó lo que sería el cambio de mi vida total. Abordé un vuelo a Medellín, fui la primera de la familia que llegó a verla en el Hospital General, y cuando la vi acababa de agonizar.
Ese día, cuando vi a mi mamá muerta, entendí que Pablo Escobar se había metido en mi casa, en mi familia y no se nos había acabado la tranquilidad. Peor que un asesinato es un secuestro, porque te mantiene en la incertidumbre y todo lo que es natural, como reunirse, almorzar, levantarse o celebrar un cumpleaños, se convierte en un evento absolutamente traumático. Quedó en pausa la vida de todos. Eso es lo que hizo Pablo Escobar cuando secuestró a mi mamá, nos puso la vida en pausa, y eso es morirse en vida, es como si todos los días una herida se abriera más y sangrara más.
A Pablo Escobar le corría jugo de mora en las venas, él realmente no se conmovía con nada y sé que el asesinato de mi mamá no significó nada para él, un trofeo más, una manera más de presionar a un gobierno para él poner las condiciones de la no extradición. Sin embargo, el trofeo de Pablo Escobar era nuestro mundo.
El proceso para sanar ese dolor empezó años atrás, con el ejemplo de mis abuelos que perdonaron. Mi abuelo se fue a la tumba de luto y mi abuela Nidia aún está de luto, viste de negro, pero dentro de su dolor perdonaron. La mejor manera de sanar las heridas es perdonando, no existe mejor fórmula para vivir ligero de equipaje. El odio, sin lugar a duda, es como una autodestrucción, es el peor de los mundos ese sentimiento.
Por eso he podido pasar la página, pero mi mamá me sigue haciendo falta todos los días. Hace poco, ella cumplió 50 años de graduada del colegio y debía tener 68 años. Sus amigas hicieron una misa y sembraron 13 árboles por las 13 de la promoción que han muerto, solo ella falleció de forma violencia. Vi a su mejor amiga, la abracé y pensé en ella. Diana Turbay estaría hoy muy bien, linda, activa y con proyectos.