Las confesiones de una “sugar baby”
En conversación con El Espectador, una colombiana relata con desencanto lo que padeció cuando aceptó vivir por contrato con un alto ejecutivo español a cambio de un arreglo económico. Un fenómeno creciente en Colombia que podría conllevar riesgos y violencia machista para las mujeres.
Natalia Herrera Durán
“Un ángel, un sueño”. Eso creía Rosalba* que era un sugar daddy. El término se encuentra cada vez más en redes sociales y en motores de búsqueda de internet. Viene del inglés y se refiere a hombres mayores con poder adquisitivo que acuerdan, generalmente por contrato, apoyar o sostener económicamente por un tiempo a mujeres jóvenes a cambio de compañía y sexo. Rosalba anhelaba ser escogida para dejar atrás la preocupación económica, pero solo pudo resistir tres meses. Esta es la historia de una sugar baby colombiana que, con desencanto, detalla la cotidianidad de una violencia machista de la que poco se habla en el sugar dating, como se conoce a esta tendencia que induce a la prostitución, aunque se publicita con éxito desde la “dulzura” y la “comprensión”.
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“Un ángel, un sueño”. Eso creía Rosalba* que era un sugar daddy. El término se encuentra cada vez más en redes sociales y en motores de búsqueda de internet. Viene del inglés y se refiere a hombres mayores con poder adquisitivo que acuerdan, generalmente por contrato, apoyar o sostener económicamente por un tiempo a mujeres jóvenes a cambio de compañía y sexo. Rosalba anhelaba ser escogida para dejar atrás la preocupación económica, pero solo pudo resistir tres meses. Esta es la historia de una sugar baby colombiana que, con desencanto, detalla la cotidianidad de una violencia machista de la que poco se habla en el sugar dating, como se conoce a esta tendencia que induce a la prostitución, aunque se publicita con éxito desde la “dulzura” y la “comprensión”.
“En el imaginario de las chicas está que ese sugar daddy te va a ayudar a salir adelante, te va a pagar los gastos, el estudio, la vida, y que no vas a tener que preocuparte por nada”, comenta Rosalba. La idea que expresa, sin saberlo, tiene origen en Estados Unidos, hace más de un siglo, en 1908. El término sugar daddy apareció luego de que Adolph Bernard Spreckels, de 51 años, contrajo nupcias con Alma de Bretteville, de 27 años. Adolph era el director de la empresa de azúcar Spreckels Sugar Company y Alma se refería cariñosamente a su esposo como su sugar daddy. La expresión, paulatinamente, empezó a utilizarse en el cine y la música para referirse a hombres que halagaban a mujeres mucho más jóvenes con dinero y regalos, a cambio de compañía y de sexo.
El modelo actualizado de la relación sugar se remonta al año 2006, cuando Brandon Wade, empresario e ingeniero del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), lanzó el sitio web Seeking Arrangement, que el ingeniero Wade ha defendido diciendo: “Las relaciones románticas solo pueden funcionar si dos personas están de acuerdo en lo que esperan y lo que pueden dar y recibir del uno o del otro”. La página web, que sigue teniendo una enorme vigencia entre los cientos de sitios similares que hoy existen en el mundo, tiene más de 108 millones de miembros activos, de los cuales un poco más de ochenta millones son sugar babies, que no deben pagar ninguna mensualidad, únicamente ofrecer sus perfiles.
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De hecho, en abril de este año, este sitio web describió a las mujeres colombianas como las “mejores sugar babies”, deseadas por cientos de extranjeros, y reveló también que Colombia es el tercer país de Latinoamérica, después de México y Brasil, con mayor número de sugar daddies: 73.745 hombres registrados, que pagan una mensualidad de cerca de US$100 al mes para acceder al perfil de las mujeres inscritas. Datos que corroboran la fuerte influencia de este fenómeno en Colombia y que, de alguna manera, explican por qué Rosalba desde hace seis años soñaba con tener su propio sugar daddy en Bogotá. Ahora habla de su desencanto.
Era mayo de 2015. “Conocí a don Jaime* en un club nocturno en el que trabajaba como prostituta. Era un alto ejecutivo español, de 67 años. Él empezó a ir seguido al sitio y a pedirme que lo acompañara. Después me invitó a almorzar y a cenar en buenos restaurantes y un día me dijo que me fuera con él, que firmaríamos un contrato”, cuenta Rosalba, que refiere que ahora se atreve a contar su historia porque el hombre ya se fue del país. El arreglo se pactó, Rosalba estaba ilusionada. Debía vivir, dormir y complacer los deseos, incluidos los sexuales, de su sugar daddy. A cambio recibiría un pago de $6 millones mensuales y una tarjeta con cupo de $10 millones para gastos. “Vivimos primero en una casa en la 92 con 11, y después nos trasladamos a una casa en Gratamira, en Suba. Lo primero que me dijo es que me debía comportar como su señora”.
Rosalba tenía que dormir siempre con él. Esa era la regla. “No siempre teníamos sexo, pero sí era muy a menudo que lo solicitara. No le gustaba usar condón, pero se había hecho la vasectomía. A veces me tocaba buscarlo, porque me alegaba que yo lo ignoraba. Entonces yo me le insinuaba, aunque por dentro pensaba “ay, no quiero tocar a ese viejo”. Le proponía que si quería trajera a otra amiga y él me decía que solo quería estar conmigo, o me proponía que fuéramos a un bar swinger. Nunca estuvimos con otro hombre, solo con mujeres. Un día casi se muere encima mío porque le dio un infarto de tanta viagra y perico que metió esa noche. Yo lo vestí y lo llevé al hospital”, comenta Rosalba. Su estancia en la casa, sin embargo, estuvo llena de restricciones: no podía cocinar ni hacer aseo, no podía poner la música de su preferencia y tampoco podía traer amigos ni salir con libertad.
“Con los días empecé a sentirme muy sola en esa casa. Por eso un día decidí llamar a una amiga. Cuando él llegó y la vio se puso muy bravo y me dijo que la sacara de la casa o él la sacaba. Tampoco dejaba que mis hijos, que eran pequeños, fueran a verme a esa casa. Pero me daba permiso para verlos de vez en cuando. Solo para eso podía salir sin él de la casa. Una vez, ya cansada, quise salir de noche y me encerró. Supliqué que me abriera y lloré desesperada, pero nadie me ayudó. Ahí fui entendiendo que la plata no valía tanto maltrato”, asegura.
Cuando le pregunto qué fue lo peor que vivió en esos casi tres meses responde: “Es que eran 24 horas de maltrato. Nunca me golpeó, pero todo el día me decía: ‘Retírate, no preguntes, no hables, no pienses, no digas, cállate, no sabes, no mires, no respondas’. Me decía: ‘Ahora eres una dama, antes eras una sucia. ¿No recuerdas? Sucia’”, describe Rosalba. Con el paso de los días, las mentiras que tenía que decir eran insoportables: “Cuando él tenía la invitación de amigos o de compañeros de trabajo, me escogía la ropa que debía usar y me decía lo que tenía que decir. Debía decir que lo amaba, que estaba feliz, que era buen amante, un polvazo. Debía abrazarlo, hacerlo sentir grande, seguro. Esa era la principal tarea”.
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Rosalba queda por momentos en silencio durante la entrevista, medio absorta. Y agrega que cuando todo pasaba no lo sintió tan violento como lo ve ahora. “Yo lo veía como mi jefe, aunque para mis adentros pensaba ‘viejo hijueputa’, porque le gustaba siempre pordebajearme, humillarme, doblegarme. Un día le respondí que él era un anciano, que no lo deseaba y me dijo que no fuera igualada. Le dije que me iba e intentó detenerme, me prometió un nuevo contrato por más dinero, pero ya no me lo aguantaba más. Aunque sí alcancé a pensarlo, por la plata, por mis hijos”, recalca.
Al final, supo que ya no podía más porque se vio temblando, llorando y con mucha ansiedad solo de pensar que se acercaban las seis de la tarde, la hora habitual de llegada del trabajo de su sugar daddy: “Llegué a pensar: ojalá se mate, ojalá le pase algo. Tuve esos pensamientos terribles, no puedo mentir. Nunca lo quise, nunca, nunca. Era muy pedante, no solo conmigo, con todo el mundo”.
Rosalba se fue lejos y con lo que ahorró recuerda que alcanzó a remodelar un baño en la finca de su padre, gastarles ropa a sus hijos, terminar de pagar una liposucción y una queiloplastia (para darle más volumen a sus labios). Después volvió a la prostitución porque se le acabaron sus fondos y tuvo que irse del club en el que estaba porque este hombre la seguía buscando y preguntando.
“Ya me ha pasado que me han vuelto a hacer la propuesta de irme como sugar baby, pero yo he dicho que no. Un servicio y listo. La verdad es que una sugar y una puta son lo mismo, sino que a los hombres les gusta maquillarlo para hacerla más digna, más propia. Algunos incluso les piden a las chicas salir a centros comerciales y que los cojan de la mano. Ellos quieren presumirla, que los envidien por estar con esa chica joven y bonita”, explica Rosalba.
Para María Serat, investigadora en temas de prostitución y trata, el sugar dating es un fenómeno cada vez más popular en Colombia y el mundo. Sin embargo, está lejos de ser una forma de “empoderamiento femenino”, porque es “intrínsecamente explotador” y puede convertirse en punto de partida para la trata de personas con fines de explotación sexual. “El principal problema es que es un modelo de negocio dirigido a mujeres muy jóvenes, de bajos ingresos o que buscan ayuda financiera. Una realidad que pone a las mujeres en una situación vulnerable, que genera dependencia económica y emocional”, expresa.
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De acuerdo con María Serat, en este intercambio o negocio no hay una relación humana propiamente dicha, “hay un desequilibrio de poder; en donde el tiempo, el deseo y la prioridad dependen únicamente de quien pone el dinero. La sugar baby solo es un lujo extra”. Rosalba, en una orilla muy distinta, le encuentra la razón: “Yo todavía veo a muchas chicas soñando con sugar daddy, con ese que las va a sacar de putas, les va a pagar el carro, la universidad o los lujos. De todas las historias que conozco solo una fue así de dulce como se presenta. Yo ya no sueño con eso, porque ya sé que puede ser una vivencia terrible”.
* Su identidad fue reservada por razones de intimidad y seguridad.