Violencia sexual, una estrategia de guerra y despojo paramilitar

El Espectador revela los hallazgos más importantes del capítulo del informe final de la Comisión de la Verdad sobre la violencia paramilitar, que padecieron mujeres, niñas y personas LGBTIQ+ en el conflicto armado colombiano.

Natalia Herrera Durán
08 de julio de 2022 - 02:04 p. m.
Violencia sexual, una estrategia de guerra y despojo paramilitar
Foto: Eder Rodríguez

El conflicto armado en Colombia reconfiguró de manera violenta los territorios y afectó la vida de las mujeres y niñas en todos los ámbitos de su vida: la relación con su cuerpo, la salud, la maternidad, las relaciones familiares y de pareja, el rol social y político, sus labores y trabajos, sus liderazgos. Así quedó evidenciado en las 10.844 de mujeres, que confiaron sus testimonios sobre el conflicto armado a la Comisión.

La violencia sexual, por ejemplo, fue una forma de control, castigo, esclavitud, un incentivo y una recompensa para los hombres, de todos los bandos, que arriesgaban su vida en combate. Además de las fuentes documentales a las que accedieron, la Comisión escuchó 1.154 testimonios de personas que fueron víctimas de violencias sexuales, entre los cuales el 89,5% de las víctimas fueron mujeres y el 10,5% hombres. Este tipo de violencia fue la cuarta victimización más reportada por ellas. La mayoría indicó que las violencias sexuales ocurrieron en las zonas rurales. Las niñas y mujeres jóvenes (entre los 12 y los 28 años) fueron las más afectadas.

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La Comisión encontró que todos los actores armados violentaron sexualmente a mujeres y niñas, pero que lo hicieron de formas distintas. Los grupos paramilitares perpetraron estas violencias como un mecanismo efectivo de terror que privilegiaron para desplazar, despojar y controlar los territorios y comunidades en distintas partes del país.

Las modalidades de violencia sexual más comunes en los grupos paramilitares fueron la violación, el acoso, la obligación de presenciar actos sexuales, la desnudez forzada, la esclavitud sexual y la amenaza de violación, según la entidad encargada de esclarecer qué nos pasó en el conflicto.

La base de datos que tomaron como referencia del Registro Único de Víctimas incluye a Antioquia, Valle del Cauca, Magdalena, Sucre, Bolívar, Putumayo, Cauca y Nariño como los departamentos con más víctimas de violencias sexuales por parte de los bloques Calima, Norte, Héroes de los Montes de María, Élmer Cárdenas, Central Bolívar y Mineros.

En el caso del paramilitarismo, en particular las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), las violencias sexuales se perpetraron junto a otras formas de ejercicio del terror contra las comunidades, como las masacres –que fueron eficaces para el control territorial–, el despojo y la ruptura de los lazos comunitarios, entre otras.

Uno de los casos más crudos que reseña el informe de más de 500 páginas es el del Bloque Norte de las AUC. En el año 2000, bajo la comandancia de Rodrigo Mercado Pelufo, conocido con el alias de Cadena, que incursionó en El Salado (Montes de María), el terror lo instauraron torturando, violando y agrediendo a las mujeres y niñas (con empalamientos y violencia verbal, entre otras modalidades). Además, estos hechos ocurrieron en escenarios públicos, ante familiares y personas de la comunidad, a manera de acciones aleccionadoras, causantes de miedo, y como consecuencia de tener supuestos vínculos afectivos o ser auxiliadoras de la guerrilla.

Pero las masacres no ocurrieron solo en el norte del país. En el suroriente, el 15 de julio de 1997, los jefes paramilitares Carlos y Vicente Castaño, en alianza con paramilitares de los Llanos Orientales, enviaron 100 hombres a la población de Mapiripán en el departamento del Meta, y en coordinación con el Ejército Nacional, según el informe de la CEV, perpetraron una de las masacres más devastadoras. De acuerdo con la sentencia del 15 de septiembre de 2005, la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) constató que “al llegar a Mapiripán, los paramilitares tomaron control del pueblo, comunicaciones y oficinas públicas, y procedieron a intimidar a sus habitantes”. Al menos 60 personas fueron asesinadas, y por la complicidad del Ejército y de la Policía con los paramilitares, la CIDH condenó al Estado colombiano. El general Jaime Humberto Uscátegui, a cargo de los Llanos Orientales, también fue sentenciado a 40 años de cárcel por este crimen, reseñó el capítulo.

En el contexto de la masacre, Carmenza*, mujer indígena habitante de Mapiripán, le narró a la Comisión de la Verdad la violación sexual de la que fue víctima. Aquí un fragmento de ese testimonio:

“Lo mío fue el 17, al amanecer del 18. A la mayoría de las mujeres nos cogieron porque ellos decían que nosotras éramos mujeres de milicianos, de guerrilleros, cuando no era así. Sí, fuimos varias mujeres violadas; mujeres que perdieron los niños de tres meses, cuatro meses de embarazo, por las golpizas de la violación perdieron los niños (...). Ellos (los paramilitares) aparecieron con el ejército allá. Aparecieron por el lado de aquí de la carretera. Yo estaba en una residencia porque estaba enferma de paludismo y hepatitis. Y el cuento de ellos fue que yo era una guerrillera que estaba en recuperación por un aborto, cuando yo estaba era que me moría de un paludismo que tenía, ¡horrible!, y entonces ellos me tildaban a mí así.

Fuimos varias mujeres violadas; mujeres que perdieron los niños de tres meses, cuatro meses de embarazo, por las golpizas de la violación perdieron los niños (...). Ellos (los paramilitares) aparecieron con el ejército allá”

Mujer víctima de violencia sexual en Mapiripán (Meta)

Y yo estaba ahí en la residencia de Miguel Guaviare y ahí fue donde nos tumbaron la puerta, a mí me rompieron la piyama con una puñalada. Ahí fue cuando me cortaron todo esto de acá, vea todo esto, acá tengo un cuchillazo que me metieron, acá vea todo esto, la cara, aquí, en el seno también, casi me quitan el pezón. Perdón le muestro. Estoy toda, toda, acuchillada, toda acuchillada en las piernas; aquí, al pie de la columna, me mandaron una navaja, un navajazo que casi me deja inválida, en la espalda. En la parte... en la parte anal y la vagina a mí me unieron, a mí me... ¡La violación mía fue muy desastrosa! El pene me lo introdujeron en la boca, me restregaban esa vaina por acá, no, eso fue horrible. ¡Horrible! Es que yo no... yo no entiendo esos animales hasta dónde llegan a ser... que yo… yo digo, ¿cómo hacen las dos cosas a la vez?, ¿cómo acuchillan y le hacen sexo a una mujer? ¿Qué es eso? Es lo que yo nunca en mi vida, yo creo que nunca, voy a entender. No sé, son unos animales, son... son cuerpos incorporados en el diablo, no sé yo”.

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Para la Comisión, el terror aleccionador en las masacres fue usado para doblegar a la población, y la violencia sexual ejercida con crueldad también fue empleada para ese fin. Las zonas que sufrieron un asentamiento prolongado del poder paramilitar, como el del Bloque Héroes de los Montes de María, el Frente Resistencia Tayrona y el Bloque Calima en el suroccidente del país, tienen unas particularidades que ayudan a ejemplificar los órdenes sociales autoritarios que instauraron estas estructuras.

Por ejemplo, en el Caribe, los paramilitares usaron la violencia sexual para expulsar a los habitantes y apropiarse de las tierras. “En este sentido, los cuerpos violentados de las mujeres cumplieron la función simbólica de mostrar el poder de los armados al apropiarse un territorio. Así ocurrió en Chimborazo, corregimiento de Tierra Nueva, ubicado en el municipio de Puebloviejo en el departamento del Magdalena, en donde, por ejemplo, las amenazas, las humillaciones, el maltrato verbal y psicológico en contra de las mujeres, así como las violencias sexuales, los trabajos forzados con fines domésticos, y tratos crueles, inhumanos y degradantes, se usaron con el fin de desterrar a poblaciones enteras84 en nombre de los paramilitares del Bloque Norte”, anotó la Comisión de la Verdad.

Otro de esos órdenes más crueles en contra de las mujeres y sus familias fue el del comandante paramilitar Hernán Giraldo Serna, quien usó la violencia sexual para castigar a la población:

“Era como una muestra de poder y eso le permitía dominar los cuerpos de las niñas y los niños. Ellos no se podían negar, porque si requería a una niña pa sus objetivos sexuales, para su satisfacción, se la llevaba y no pasaba nada; inclusive, trataba de callar o compensar a los padres para “retribuirles el favor” que le estaban haciendo y mitigar un poco la pobreza”. Fue una de las reflexiones que surgieron en una conversación colectiva de lideresas con la Comisión de la Verdad. Allí rememoraron la época de Giraldo Serna, catalogado por la prensa nacional como “el mayor depredador” del país, y que fue apodado como “Taladro”. Dicho apodo se entendería con las verdades que salieron a flote en los procesos de Justicia y Paz, donde se revelaría, por primera vez, lo que sucedió con las niñas y mujeres en la Sierra Nevada de Santa Marta.

“Entonces encontramos que las características con que la violencia sexual era ejercida por parte del Frente de Resistencia Tayrona no correspondían a las de violaciones oportunistas, como se desarrollaban en otros grupos paramilitares; eran violaciones sistemáticas como parte de una condición estratégica”, dijeron las mujeres. Los hijos que tuvo, en su mayoría con menores de catorce años, harían parte, según Giraldo Serna de esta estructura criminal, asegurando de esta manera la presencia simbólica y material de su autoridad, además de la marca indeleble que cada mujer violentada llevaba, al no poder rehacer su vida sexual y afectiva con algún otro hombre, pues inmediatamente pasaba a ser “la mujer del patrón”, aunque Giraldo no volviera a tener contacto con ella.

Si alguna se atrevía a hacerlo, tal como se registra en los testimonios recolectados por la Comisión, corría el riesgo de ser asesinada. “Todo el mundo sabía que Giraldo Serna había violado a muchísimas niñas en la Sierra Nevada; si usted le preguntaba a alguien todo el mundo conocía un hijo no reconocido de Giraldo Serna. Son muchísimos en el territorio. Pero nadie hablaba de eso porque, aun cuando Giraldo Serna fue extraditado, la gente le temía muchísimo. Y era más fácil hablar de las masacres, de los asesinatos, de las desapariciones forzadas; incluso cuando se hacían reuniones y comités públicos, todo el mundo seguía hablando en voz baja de los delitos sexuales”.

Todo el mundo sabía que Giraldo Serna había violado a muchísimas niñas en la Sierra Nevada; si usted le preguntaba a alguien todo el mundo conocía un hijo no reconocido de Giraldo Serna (...) Pero nadie hablaba de eso porque, aun cuando Giraldo Serna fue extraditado, la gente le temía muchísimo”

Mujer víctima del Caribe.

La estrategia se sustentaba en entablar relaciones sexoafectivas forzadas con mujeres mestizas del territorio e implementar un régimen moral autoritario que procedía de las creencias de este jefe paramilitar, de acuerdo con lo que contrastó la Comisión de la Verdad.

Para esta entidad, aunque las acciones de otros comandantes y estructuras paramilitares en el resto de la región tenían rasgos similares, e hicieron uso de las violencias sexuales contra las mujeres, estas acciones fueron conexas con otros delitos y no estratégicas, como el caso de Giraldo.

En Urabá, por ejemplo, Marina narró a la Comisión cómo la presencia de paramilitares del Bloque Élmer Cárdenas, bajo el mando de Freddy Rendón, el Alemán, cambió las dinámicas familiares y comunitarias, en medio del fuego cruzado por la disputa territorial.

“Yo sufrí mi hecho victimizante a los doce años. Me acuerdo que estaba acostada con mis abuelos y me sacaron de la cama. Me llevaron para un monte, la luna estaba clara como el día. Era la una de la mañana, por ahí. Esa era la hora que más cogían ellos para hacer eso: a la una o dos de la mañana, con la luna clara. Quemaban las casas. No importaba si había gente adentro. Como fuera, ellos les metían candela. Entonces nos sacaban y nos violaban. Nos decían que éramos hijas de guerrilleros y que por eso nos violaban. Incluso, estas dos quemaduras que ves aquí son de cigarrillo. Yo detesto el cigarrillo, no me gusta. Me quemaban y me decían: “¿Esto te duele? Eso es porque eres hija de guerrillero”. Duré un día y una noche secuestrada, metida en el monte. Me tenían por allá dizque porque yo era hija de guerrillero. Después me devolvieron a la casa. Decían que ellos eran la ley, que eran los que mandaban en ese territorio, y todavía siguen mandando”.

No importaba si había gente adentro. Como fuera, ellos les metían candela. Entonces nos sacaban y nos violaban. Nos decían que éramos hijas de guerrilleros y que por eso nos violaban”

Mujer víctima en Urabá (Antioquia)

Para la Comisión, una de las características diferenciadoras de los paramilitares fue la profunda crueldad, la sevicia, contra las mujeres que fueron sus víctimas y eso, en este informe, se explica también desde el orden patriarcal, que ha ubicado históricamente en una posición de subordinación a las mujeres y niñas. Los niños y los jóvenes en Colombia han aprendido que, para ser “verdaderos hombres”, deben ser rudos, fuertes, competitivos, tener poca sensibilidad y emotividad. Este tipo de masculinidad que exalta lo “guerrero” está instalada en la cultura.

En numerosas veredas y barrios de Colombia, en medio del hambre y el desempleo, las armas (sean en la carrera militar, o en los grupos paramilitares o guerrillas) se han convertido en una vía de ascenso social, de acceso a recursos económicos, alimentación diaria y protección personal garantizados, a prestigio y poder. En esa dirección, la Comisión encontró referencias explícitas a la utilización de mujeres como parte de la táctica para “levantar la moral” de los hombres armados. “Los paramilitares repetían cantos referentes a violaciones de mujeres que tuvieran nexos con el grupo enemigo. Según un exparamilitar, el comandante instructor decía: “Que por qué las mujeres en el pecho tenían dos limones”. Entonces todos contestábamos: “Y más abajito tienen la moral de los hombres”, referencia.

Las verdades sobre el accionar paramilitar ya las conocía el país, en especial en los informes que han realizado organizaciones sociales y el Centro Nacional de Memoria Histórica. Sin embargo, la contrastación del ejercicio de la Comisión da cuenta de estrategias de guerra que marcaron el devenir del conflicto armado, dejando atrás a miles de víctimas. El documento sostiene sin titubeos que los grupos paramilitares fueron los principales responsables de los desplazamientos a nivel nacional (siendo el 2002 el año con mayor número de víctimas mujeres). Y que esta política de vaciamiento territorial y de ataque a poblaciones se articulaba a otras violaciones como el despojo y el abandono forzado de tierras, masacres, desapariciones forzadas, torturas y violencias sexuales.

*Las identidades fueron reservadas por motivos de seguridad e intimidad.

Natalia Herrera Durán

Por Natalia Herrera Durán

Subeditora de la sección Investigación de El Espectador. Fue hasta mayo de 2021 editora de Colombia+20. Le interesan los temas judiciales, políticos y de denuncia de violaciones a los Derechos Humanos.@Natal1aHnherrera@elespectador.com

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