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“Asesinada Diana Turbay. Los secuestradores le dispararon por la espalda. Rescatado ileso el camarógrafo Richard Becerra. El Cuerpo Élite de la Policía adelantaba un operativo tras Pablo Escobar”. Así encabezó El Espectador la portada del 26 de enero de 1991, en la que gran parte de la edición se dedicó al cubrimiento de la muerte de la periodista e hija del expresidente liberal Julio César Turbay. El día anterior, la curtida reportera había fallecido en un quirófano en Medellín por las heridas que le causaron tres impactos de bala que le propinaron sus secuestradores en medio de un operativo de rescate. La habían secuestrado en una campaña de terror por la no extradición.
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Para enero, Turbay llevaba secuestrada cinco meses junto a un numeroso equipo periodístico. Bajo el señuelo de que tendría una entrevista exclusiva con el cura Manuel Pérez, jefe guerrillero del Eln, sus victimarios lograron convencer a la directora de la revista Hoy x Hoy y del noticiero de televisión Criptón de ir hasta ellos. “Pensar que Diana desistiría de ese viaje era no conocerla. En realidad, la entrevista de prensa con el cura Manuel Pérez no debía interesarle tanto como la posibilidad de un diálogo de paz”, escribió años más tarde Gabriel García Márquez en su reportaje Noticia de un secuestro, libro en el que reconstruye la seguidilla de secuestros que sucedieron al de Turbay.
Con alguna distancia de tiempo, en la segunda mitad de 1990 secuestraron a personajes como el entonces jefe de redacción de El Tiempo, Francisco Santos; la directora de Focine, Maruja Pachón; Marina Montoya, hermana del entonces secretario de la presidencia de Virgilio Barco, entre otros. El de Turbay, sin embargo, fue el plagio más numeroso, pues ella había dispuesto de un gran equipo periodístico para la hazaña de entrevistar a uno de los más influyentes miembros del Eln: de Criptón la acompañaron Azucena Liévano, Richard Becerra y Orlando Acevedo; de “Hoy x Hoy” fue con ella el subdirector Juan Vitta y también se subió al bus el periodista alemán Hero Buss.
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El 30 de agosto emprendieron el viaje y en las salas de redacción de Bogotá se pensó que la demora y la no comunicación eran naturales. Pero el 18 de septiembre Hoy x Hoy decidió revelar que su directora estaba desaparecida y al día siguiente ocurrieron los plagios de Marina Montoya y Francisco Santos. Más de un mes después, el 30 de octubre, el grupo de narcos liderados por Pablo Escobar, que se oponían violentamente a la extradición, dijo en un comunicado: “Aceptamos públicamente tener en nuestro poder a los periodistas desaparecidos”. Estaban presionando al Gobierno para cerrar cualquier posibilidad de que se los llevaran a Estados Unidos por sus delitos.
En cautiverio, Turbay no dejó atrás su labor de reportera: Llevó un diario de todo lo que vivió y hasta entrevistó al jefe de su banda de captores, Ricardo Prisco. La entrevista la publicó de manera póstuma Hoy x Hoy, en 1992, y allí Prisco confesó que le seguían la pista desde mucho antes, pero suspendieron su secuestro luego del asesinato de Galán, porque atrajeron mucha atención. “Como bandidos que somos, no podemos tocarles un pelo y la orden es: buena comida, lo que quieran, lo que necesiten y no se les puede tratar mal, y aquel que los trate mal ya sabe que se muere. Esta es una cosa muy estricta y delicada, porque usted es una persona muy importante”, le dijo Prisco.
Esa pasión por el periodismo fue una de las cosas que marcó la vida de Turbay. Pero no las chivas, sino el análisis de fondo, siempre bajo el faro de buscar la paz. “Mi mamá creía que los periodistas no somos solo los notarios de lo que pasa en el día a día, sino que tenemos que ser guardianes de la verdad y defensores de la paz”, recordó en diálogo con este diario su hija, la también periodista y exviceministra TIC María Carolina Hoyos. Cuando murió su madre, Hoyos recién había cumplido 18 años y en ese momento decidió estudiar periodismo para seguir sus pasos. “A ella la callaron y alguien tenía que seguir alzando la voz”, agregó.
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Para enero de 1991, ya casi todos los secuestrados habían sido liberados, salvo Turbay y el camarógrafo Becerra. Según cuentan las páginas de El Espectador de la época, la Policía había recibido información de que el tan buscado Escobar estaba escondido en una hacienda de Sabaneta, al norte de Medellín. Un cuerpo élite de la institución envió a cerca de 120 hombres en por lo menos cinco helicópteros y dos camiones. Pero en la finca no estaba el gran capo, sino la directora de Hoy x Hoy, junto a Becerra y unos 15 hombres custodiándolos. Tan pronto escucharon las hélices acercarse, a eso del mediodía, los secuestradores les dieron sombreros a sus rehenes y echaron a correr.
“Corrimos durante 15 minutos subiendo una montaña muy difícil; una zona boscosa llena de arbustos espinosos. Cada vez que pasaba un helicóptero teníamos que ocultarnos y ponernos los sombreros para parecer campesinos. Ellos cuatro (los secuestradores) iban detrás de nosotros. Varias veces nos habían dicho que si llegaba la Policía nos mataban, pero como estábamos huyendo de la Policía, podíamos estar seguros de que no nos iban a matar. Finalmente, cuando los helicópteros se acercaron demasiado, ellos ya no estaban allí. Sentí unos disparos, doña Diana cayó al piso gritando: ‘Me hirieron, me mataron’”, contó el camarógrafo Becerra ese mismo día.
Le habían pegado tres tiros en la espalda a su jefa. Él se quedó a su lado y al cabo de un rato llegó la Policía. La trasladaron en helicóptero al aeropuerto de Medellín y de allí al Hospital General. Mientras Turbay entraba al quirófano, en Bogotá su padre comenzaba una reunión citada mucho antes con los expresidentes Misael Pastrana y Alfonso López Michelsen, conocidos como Los Notables, mediadores entre el Gobierno y Los Extraditables para facilitar la entrega de los secuestrados. “Y me tocó hablar con él en esas circunstancias”, le dijo Pastrana en 1991 a El Espectador. “Lo encontré (a Turbay) sumido en la más profunda tristeza, pero con una admirable presencia de ánimo”.
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A las 4:35 de la tarde se hizo oficial: Diana Turbay había fallecido. En camino ya iban su padre, su hija y su madre, Nidia Quintero. Carolina Hoyos le dijo a este diario que lo que más le impactó fue verle los pies, una parte del cuerpo en la que eran idénticas, pero los de su madre estaban en carne viva, porque mientras corría por el bosque se le deslizaron las sandalias que llevaba puestas. En medio del dolor, su abuela habló ante los medios esa misma tarde. “Nidia Quintero responsabilizó de la muerte de su hija a los extraditables que la mantenían en su poder y al Gobierno y al presidente César Gaviria, quien ‘desatendió los llamados para que no se intentara un rescate’”, registró El Espectador.
“Tenemos bien sabido que helicópteros se acercaron hoy a la finca donde Diana estaba recluida. ¿Se imaginan ustedes si en una finca donde hay unos helicópteros volando, los iban a dejar vivos? A raíz de la liberación de Hero Buss y de los demás rehenes que fueron liberados tuvimos la mayor certeza del peligro que corrían y de cómo tenían las personas que los vigilaban orden especial de que, en el momento en que se acercara la ley, en que siquiera sonara un pito o una radiopatrulla cerca, les dispararan y que, como ellos decían, los sonaran”, dijo esa misma tarde Nidia Quintero, quien por años dirigió la fundación Solidaridad Por Colombia y creó una beca en honor a su hija.
Esa misma tarde Ignacio Gómez, hoy subdirector de Noticias Uno¸ fue a la redacción de Hoy x Hoy, que cerraba una edición en medio del luto de la muerte de su directora. Tras hablar con sus coequiperos, escribió en las páginas de este diario: “A fuerza de exigir estrictamente, pero reconocer el trabajo y discutirlo con sencillez, Diana Turbay de Uribe se había ganado el aprecio de los redactores, los reporteros gráficos, el personal administrativo, la gente del archivo, las secretarias, las señoras de los tintos, los porteros”. Así quiere su hija que la recuerden: “Como una mujer de un corazón enorme, una gran periodista y una defensora de la paz”.