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Wilson es un perro de raza Pastor Belga, que no aparece desde el pasado 8 de junio y por quien la Colombia clama su regreso a salvo. Se perdió durante las labores de búsqueda en la espesa selva entre el Caquetá y Guaviare, para dar con los cuatro niños indígenas que, no solo sobrevivieron a un accidente aéreo, sino a 40 días a la merced de la naturaleza. Los niños, entre ellos uno de un año, están en Bogotá recibiendo atención médica especializada. Sin embargo, de Wilson no sabe nada. Solo que es uno de los mejores estudiantes caninos con los que el Ejército cuenta.
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La labor de Wilson fue un éxito. Gracias a él, se pudieron encontrar las pistas que daban esperanza a los más de 100 militares e indígenas que se propusieron encontrar con vida a los menores de edad. Su compañero de misión fue Ulises, quien no soportó la agresividad de la selva y, entre llagas y fuertes vómitos, tuvo que regresar. Ambos fueron estudiantes de centros de entrenamiento canino, entre ellos la Escuela de Entrenamiento y Reentrenamiento de la Escuela de Ingenieros Militares en Bogotá.
Este colegio para perros es también un centro de aprendizaje para militares. A cada uniformado le corresponde su pareja canina, de tal forma que se crean binomios de trabajo. Desde 2006, por esa Escuela, han pasado más de 17.000 parejas, entre ellas la que conformaba Ulises con su adiestrador. Ambos estaban recién graduados de la especialidad de rastro e intervención, luego de 14 meses de capacitación. Como ellos, son cientos los binomios que son entrenados para aprovechar las habilidades caninas en misiones cruciales para el Ejército.
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“Los perros llegan sin entrenar, pero llegan con unas características que las vamos contemplando en el entrenamiento. Lo que hacemos aquí en el Centro de Entrenamiento es jugar. Este es el mejor trabajo del mundo, entonces a mí me pagan por venir a jugar, y jugamos con el perro. Entonces, cuando hablamos con el alumno o guía, no le decimos vamos a trabajar, sino vamos a jugar porque es un juego”, enfatiza el entrenador Edgar Fontecha, fundador del centro en la Escuela de Ingenieros Militares de Bogotá.
Wilson y Ulises se especializaron en Rastro en Intervención. Durante 14 meses fueron entrenados para realizar diferentes maniobras desde helicópteros, como descenso de soga o rapel. Fueron capacitados en superación de obstáculos e intervención de objetivos, dado que esta especialidad se utiliza para acompañar tropas en operaciones desarrolladas tanto en zona selvática, como urbana. Están plenamente capacitados para ingresar al interior de establecimientos, viviendas y, en este caso, la densidad de la selva hasta hace poco inexplorada del Guaviare.
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La carrera de Wilson y Ulises fue encaminada por allí, no obstante, cuentan con compañeros adiestrados en detección de sustancias. A su vez, estos estudiantes se dividen en detección de sustancias narcóticas, la detección de explosivos y la seguridad en instalaciones. El entrenamiento para ellos es de 18 meses. Las fases del entrenamiento son: cobranza básica y asociación de olores, punto a punto cuarteo, manejo y registro sistematizado. Todas las fases están relacionadas con el juego, dado que siempre se conlleva a una recompensa.
Asimismo, el Ejército cuenta con perros especializados en desminado, que recibe un entrenamiento de 15 meses. Pasan por cinco etapas hasta llegar a la certificación, donde el perro es presentado ante la Organización del Tratado de Atlántico Norte (OTAN). “El entrenamiento se realiza en terrenos planos y en pendientes de hasta 30 grados de inclinación para trabajar estabilidad en el ejemplar canino. Lo más interesante es que se le enseña al perro a regresarse por la misma línea por la que ha caminado para evitar activar alguna mina”, explica el Ejército.
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Otros perros se especializan en rastro específico, para seguir un objetivo definido a trabes de un olor determinado. Puede ser una persona que se busque a través de una prenda o algún objeto que sostenía. Ese entrenamiento dura cerca de 1 años y el perro aprender a hacer seguimiento tanto de huellas frescas, como de huellas envejecidas. Y los últimos son especializados en búsqueda y rescate, quienes aprender a utilizar al máximo sus 300 millones de receptores olfativos, que les permite detectar olores dentro de escombros.
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