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Lyda Inés Olivella se viste toda de blanco un día a la semana. Todos los miércoles conmemora las exequias de su esposo, Eliécer Cohen, a quien le prometió, en esa ceremonia, que ese día de cada semana de lo que resta de su vida, se vestiría así. Cohen, un exitoso ingeniero, fue una de las 107 víctimas de la explosión del avión de Avianca HK 1803, el cual fue usado como golpe del terrorismo del Cartel de Medellín el 27 de noviembre de 1989. Aunque el objetivo, al parecer, era el expresidente Cesar Gaviria, todos los ocupantes del vuelo que iba para Cali, fallecieron tras la explosión que despedazó el avión en el Cerro Canoas, de Soacha.
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“Le tocaba a mi esposo, pienso yo”, explica Olivella. Dos frases que resumen la serie de hechos que desencadenaron en que Cohen ocupara la silla 18 aquel día. Para empezar, se suponía que el viaje de negocios a Cali era para el socio de todavía la vida. Sin embargo, justo ese colega estaba de cumpleaños, por lo que Cohen tomó el viaje. La víctima tenía el vuelo que salía 40 minutos después al del avión HK 1803, pero Cohen terminó embarcado en la aeronave que por dentro llevaba los explosivos. El vuelo despegó a las 7:13 de la mañana y, cuatro minutos después, estalló. “Yo le doy la noticia a mis hijos. Y entonces Eliécer hijo me dijo: ‘Mamá con eso no se juega’. Y yo le dije: ‘Daría mi vida por no tener que decirte, a ti y a tu hermano, esta noticia’”, recuerda.
Olivella sigue viviendo en Bogotá. En su cocina hay una foto de Eliécer padre, en blanco y negro, con una rosa. En el cuarto de visitas, el que era de sus hijos cuando todavía dependían de ella, hay decenas de álbumes familiares. La secuencia tiene el mismo ritmo en todos los libros: Eliécer y Lyda Inés, junto a los pequeños Eliécer y Edras. Unas veces en los paisajes más bellos de Colombia, otras en Disneylandia o en la Torre Eiffel. Tras la muerte de Eliécer Cohen, esa vida cambió. Los sueños de educar a sus hijos en Harvard se desvanecieron. Quedó una Lyda Inés Olivella que no tuvo de otra que sostener su familia. “Por mis hijos fui una leona”, agrega.
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“A crédito estudiaron mis hijos. Y yo ahorraba. Vendía empanadas, buñuelos, arepa de queso, arepas planas como las paisas. En mi casa planché ropa de familias. Y mis hijos nunca anduvieron rotos, ni mal vestidos y muchísimo menos mal alimentados. Hacia lo que fuera, dentro de lo que para mí significa honestidad”, explica. Empoderándose en las pequeñas luchas del día a día, Lyda Inés hizo el trabajo silencioso que permitió a sus hijos graduarse de Medicina e Ingeniería. El Estado la reparó y agregó el dinero a los ahorros con los que compró el apartamento en el que sus hijos llegaron a adultos. Recuerda haberlo pagado de contado, cual narcotraficante, dice. Hoy, con las tareas de la vida hechas, vive tranquila en el centro de Bogotá y cada miércoles se sigue vistiendo de blanco.
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