Cerrojo a la Oficina de Envigado
A partir de la extradición de alias ‘Don Berna’, empezó la debacle de esta tenebrosa organización criminal. Desde los tiempos de Escobar, en este municipio las actividades informales fueron controladas por los narcos. Hoy se busca a ‘Douglas’, ‘Valenciano’, ‘Yiyo’ y ‘Jerónimo’, los últimos enlaces del clan.
Redacción Judicial
Daniel Alejandro Serna, conocido en el bajo mundo como Kéner, comenzó a ser famoso en Antioquia en los últimos meses, cuando el temible jefe paramilitar Diego Fernando Murillo Bejarano, alias Don Berna lo presentaba como uno de sus hombres de confianza. Desde entonces se empezó a rumorar que no le tenía miedo a nada, que sufría de claustrofobia y por eso evitaba los sitios cerrados y oscuros, que se la pasaba oculto en el municipio de Copacabana y que tras bambalinas era el nuevo jefe de la Oficina de Envigado.
Una vez detectaron en Bogotá su importancia, los expertos de la Policía Judicial sumaron a la incipiente información que a Serna también le decían El Cabo, que tenía una novia con la que se veía únicamente los fines de semana y que antes de ser extraditado a Estados Unidos, Don Berna le había encargado la dirección de la banda criminal de Los Paisas, un grupo de narcotraficantes que además de comerciar con armas, clandestinamente cobraba “impuesto de seguridad” a prostíbulos, dueños de buses, taxistas y algunos comerciantes.
Kéner se sentía inadvertido e imbatible. No sólo lo custodiaba un ejército privado las 24 horas del día, sino que tenía a su servicio a un pequeño grupo de policías corruptos que lo alertaban de las operaciones en su contra. De ser un gatillero de poca monta hace algunos años, súbitamente había pasado a convertirse en traficante de armas e importante enlace del narcotráfico en Antioquia, Bolívar, Magdalena y Atlántico. Vivía su cuarto de hora en el poder mafioso, pero tenía un enconado enemigo: Daniel Rendón, alias Don Mario, otro coloso de la guerra paramilitar.
De 44 años, apasionado por los relojes Cartier y las colonias costosas, Daniel Rendón Herrera, hermano del confeso jefe paramilitar de Urabá, Freddy Rendón Herrera, conocido como El Alemán, desde hace varios meses se proclama el nuevo ‘patrón’ y dice tener una razón esencial: la muerte del máximo jefe de las autodefensas Carlos Castaño. De hecho, creó el bloque Héroes de Castaño para vengar su muerte. Y desde entonces lidera una de las bandas emergentes que, sin renunciar al narcotráfico, pretende recuperar el poder que dejaron los jefes paramilitares extraditados a Estados Unidos.
Los investigadores de la Dijín afrontaban una compleja disyuntiva: a quién atrapar primero. A Don Mario, promotor de una nueva guerra y remiso absoluto del proceso de paz con el Gobierno, o a Kéner, menos ostentoso en sus gustos, pero imprudente en sus palabras, pues no cesaba de pregonar ante propios y extraños que jamás sería capturado y que primero se pegaba un tiro o se enfrentaba a toda la Policía. Los expertos de la justicia optaron por el segundo y le montaron la cacería. Y el primer paso fue llegar a este delincuente presionando legalmente a los policías que le daban amparo de forma ilícita.
Entonces se pudo ratificar que al igual que otros personajes de su calaña y antecedentes, Kéner tenía una costumbre: consultar a los brujos. Y lo hacía a una adivina que también orientaba a otros sicarios de Envigado. El hecho no era nuevo. Desde los tiempos de poder de Don Berna, como lo ratificó a El Espectador un oficial de inteligencia, “todas las decisiones pasaban por los brujos. Resolvían la vida sentimental de los bandidos, hacían brujería a sus enemigos y alertaban sobre operativos de la Policía”.
En su último contacto, ya interceptado telefónicamente por las autoridades, la bruja le advirtió a Kéner que lo iban a capturar. Él juró entre improperios que si lo cogían era muerto y luego llamó a su novia, quien le recomendó que se escondiera. El delincuente no atendió las recomendaciones y al día siguiente tenía las esposas puestas. “Pensábamos encontrar a un tipo bravo, pero se rindió sin resistencia y entregó su arma”, comentó un oficial que participó en su aprehensión. “Sin mucha publicidad cayó un peso pesado del crimen organizado”.
Hoy, Kéner está detenido en los calabozos de la Dijín y su protector, Don Berna, preso en una cárcel de Estados Unidos. Aunque nadie quiere reconocerlo abiertamente, el rumor ronda en Envigado: desde que Don Berna se subió al avión de la
DEA que lo llevó a Estados Unidos el pasado 13 de mayo, quedó claro el mensaje a sus secuaces: evaluar las condiciones para su rendición definitiva. Al menos en los últimos dos meses han caído tres reconocidos jefes de la Oficina de Envigado, y el principal de todos, Carlos Mario Aguilar, ya acompaña a Don Berna.
Aguilar, conocido con el alias de Rogelio, es un ex miembro de los organismos de seguridad que después del asesinato del empresario deportivo Gustavo Upegui López en julio de 2006 y de Daniel Alberto Mejía a principios de 2007, heredó el poder de la Oficina de Envigado y tras una sigilosa filtración de las autoridades en el municipio antioqueño, con estratégicos pagos para sostener sus negocios, durante los últimos meses de permanencia de Don Berna en la cárcel de máxima seguridad de Itagüí, se convirtió en el amo y señor de la muerte en Antioquia.
Pero a finales del pasado mes de junio cobró forma el rumor. Rogelio se entregó a la justicia. Y como se acostumbra en estos nuevos aires del narcotráfico, ya no es como en los tiempos de Pablo Escobar, en que preferían una tumba a una cárcel en Estados Unidos, ahora optan por una extradición o una entrega a la justicia norteamericana antes que una cárcel en Colombia. Y Rogelio lo hizo. Vía Buenos Aires, cuando estaba a punto de ser detenido en la capital argentina, contactó a la DEA y hoy explica en Miami cómo operaba y quiénes eran sus hombres de confianza. Eso explica que estén cayendo sus segundos.
La ‘Oficina de Envigado’
La historia de la macabra Oficina de Envigado se remonta a más de 20 años atrás. Este municipio fue el fortín del capo de capos Pablo Escobar Gaviria, quien a partir de 1983, cuando estalló la guerra contra el Estado, organizó un esquema clandestino para cobrar “tributos” a todos los negocios informales o ilícitos de varios municipios del Valle de Aburrá. Los expendios de droga, las empresas de chance, las organizaciones de vigilancia privada, la economía derivada de actividades ilícitas, la prostitución y el comercio ilegal de gasolina, todos aportaban al cartel de Medellín.
Y Escobar Gaviria ejercía el poder desde su red de sicarios. Con un faceta financiera que las autoridades lograron detectar, pero que se olvidó en medio de la guerra contra el ala militar de Los Extraditables. El 22 de marzo de 1988, más de 2.000 soldados pertenecientes a la IV Brigada del Ejército estuvieron a punto de capturar a Escobar en la finca ‘El Bizcocho’, ubicada en la loma de Los Balsos, en la parte alta del municipio de Envigado. De ese operativo surgió la leyenda de que el narcotraficante había alcanzado a huir en calzoncillos justo cuando apareció la tropa.
La denominada ‘Operación Crisol’ les permitió a las autoridades incautar armas, vehículos y abundante información que dejó al descubierto estrechas vinculaciones de las altas esferas políticas, económicas y judiciales del país con el máximo jefe del cartel de Medellín. La expectativa por conocer sus nombres fue creciente, pero al cabo de los días, únicamente salió a relucir el propietario de la finca ‘El Bizcocho’, que resultó ser el empresario y dirigente deportivo Gustavo Adolfo Upegui López, a quien las autoridades de inteligencia sindicaron como el hombre de confianza de Pablo Escobar.
No obstante, con el paso de los días y el agravamiento de la guerra entre el Estado y el narcotráfico, quedó en el olvido ese nombre y el país se enfrascó en la dura confrontación de finales de los años 80, en que Pablo Escobar hizo detonar muchos carros bomba, mientras las autoridades libraban una guerra abierta contra su red de sicarios. Cuando cambió el gobierno, en 1990, y el capo de capos logró negociar con la administración de César Gaviria su sometimiento a la justicia, el jefe del cartel de Medellín, antes de entregarse, dejó perfectamente organizado su negocio y el hombre clave fue precisamente Gustavo Upegui López.
Pero el frente principal de la guerra estaba en la cárcel de La Catedral, en Envigado, donde fue confinado Pablo Escobar desde junio de 1991. Y en ese escenario de corrupción absoluta se desenredó la suerte del cartel de Medellín. Por discrepancias frente al cobro de dineros para sostener el negocio ilícito, el capo de capos asesinó a sus antiguos socios de Itagüí, los hermanos Galeano y Moncada. Por desacato a la orden de presentarse a rendir cuentas, se salvó el jefe de seguridad de Fernando Galeano, un antiguo guerrillero del Epl conocido como Don Berna, que le declaró la guerra a muerte.
Así nació el capítulo de los Perseguidos por Pablo Escobar, Los Pepes, una alianza entre autoridades legales, narcotraficantes y paramilitares, para acabar con el jefe del cartel de Medellín. Hoy ya está suficientemente documentado que esa amalgama, en diciembre de 1993, dio al traste con el peor delincuente en la historia de Colombia. Pero a su muerte, alguien tenía que quedar al frente del negocio ilícito, y el hombre fue Don Berna, y la estructura para sostener el poder económico era la Oficina de Envigado. Esta última siguió siendo la fuente financiera del narcotráfico, la casa matriz de las extorsiones, los asesinatos y los controles al mundo informal del Valle de Aburrá.
Aunque Don Berna afrontó dificultades con los carteles de la droga de Cali y el norte del Valle, a raíz del asesinato de José Santacruz Londoño en 1996, hecho que le obligó a refugiarse en Urabá bajo la protección de Carlos Castaño, hacia finales de 1998, la organización ilícita en el Valle de Aburrá sufrió un duro golpe con la captura de Gustavo Upegui, quien para entonces ostentaba la condición de ser el mayor accionista del equipo profesional de fútbol Envigado. De hecho, la Fiscalía lo puso preso minutos después de que su equipo le ganara al Santa Fe por 1-0.
Lo acusaron de secuestro extorsivo y conformación de grupos sicariales. Él se defendió negando los cargos y recordándole al país que entre 1995 y 1996 sus dos hijos habían sido secuestrados por la guerrilla. Aunque la Fiscalía lo acusó, en dos instancias resultó absuelto por la justicia. Entonces recobró su doble faceta: la de empresario deportivo con su equipo y la de jefe indiscutible de la Oficina de Envigado. Entre tanto, superadas sus dificultades con los narcotraficantes del Valle, Don Berna volvía a fortalecerse contra otro capítulo de su eterna guerra: su frente paramilitar en las comunas de Medellín.
De esta manera, mientras la Oficina de Envigado regulaba el mundo ilegal en los centros urbanos, el Bloque Nutibara de Don Berna imponía su violencia en las comunas y las zonas rurales. Hasta que el gobierno de Estados Unidos puso el ‘tatequieto’
cuando pidió en extradición a los jefes paramilitares. Entonces no quedó otra salida que buscar una negociación de paz. Ésta empezó a gestarse en 2002, cobró forma en el acuerdo de Santa Fe de Ralito en 2003, y para 2004, todo parecía listo para que los grupos paramilitares hicieran su transición de la guerra a la política en asunto de pocos años.
Pero la Oficina de Envigado seguía vigente, aunque sus poderes totalmente dispersos. La prueba fue que el 3 de julio de 2006, en su finca de San Jerónimo, fue asesinado Gustavo Upegui López. Todo el mundo supo que lo mandó a matar Daniel Alberto Mejía, alias Danielito, y que en el fondo empezaban a enfrentarse Don Berna y Macaco. Entonces se supo que el heredero de la Oficina era Rogelio y que empezó a comprar policías, jueces y fiscales a granel, con la misma estrategia con que había penetrado a la Fiscalía años antes, hasta lograr el asesinato de los investigadores del CTI que persiguieron al paramilitarismo a finales de los años 90.
El camino le quedó doblemente despejado a Rogelio, porque a principios de 2007 también fue asesinado Danielito. Pero el ex funcionario de la justicia no contaba con la extradición de Don Berna y después de su envío a Estados Unidos el pasado 13 de mayo se vino la debacle. Uno a uno han venido cayendo los miembros de su banda. El más importante de todos fue el invisible Kéner. Y se busca acuciosamente a Douglas, Nito, Yiyo, Jerónimo y El Negro Elkin, todos sicarios, cobradores de ilícitos y enlaces del narcotráfico.
Y en Envigado ya se sabe de donde viene la información: de Estados Unidos, donde los otrora jefes de la Oficina ya saben que el único camino es la delación. Como en El cartel de los sapos, la operación es la misma. Rogelio y Don Berna negocian en Estados Unidos y en Colombia capturan. La oficina de cobro de Envigado está llegando al principio del fin. Está en manos de las autoridades judiciales y de policía que esta experiencia de horror, corrupción, muerte y narcotráfico no vuelva a reciclarse.
De Gustavo Upegui a ‘Danielito’ y ‘Rogelio’
“En los años 60, cuando mi familia se trasladó al barrio La Paz, diagonal a mi residencia vivía la familia del señor Abel Escobar y doña Hermilda Gaviria, la más querida de las maestras de Envigado. De esa familia era miembro Pablo Escobar, vecino de mi familia. En esa época infantil compartíamos afición por el ciclismo y el fútbol. Mi familia salió del barrio en 1971 y no volví a ver a Pablo hasta 1980, cuando participamos en actividades políticas y culturales”.
Esas fueron las explicaciones que Gustavo Upegui López dio a El Espectador en 1998, un mes después de ser capturado bajo la acusación de secuestro extorsivo y conformación de grupos sicariales. Fue la única vez que el empresario deportivo tuvo problemas con la justicia. Un año después salió libre, pero volvió a sus andanzas. En el bajo mundo se sabía que Upegui era el hombre de Don Berna en el manejo de la temible Oficina de Envigado, hasta el 3 de julio de 2006, en que fue asesinado.
“Es posible que un día también quieran matarlo a usted”, le comentó Rogelio a Don Berna, cuando se enteró de que Daniel Alberto Mejía, alias Danielito, era el hombre detrás del asesinato de Upegui López. Y lo peor, que sin escrúpulo alguno había asistido al sepelio del empresario deportivo. Entonces Don Berna dispuso que Danielito muriera. A principios de 2007, Rogelio empezó a mandar. Hoy es un informante más en E.U.
‘Don Berna’: guerrillero, narcotraficante y paramilitar
Diego Fernando Murillo Bejarano nació el 25 de febrero de 1961 en Cartago (Valle). Primero fue guerrillero del Epl, después se hizo jefe de seguridad del narcotraficante Fernando Galeano. Tras el asesinato de su jefe a manos de Pablo Escobar, fue el hombre clave de Los Pepes. Luego se alió con Carlos Castaño y desde finales de los años 90 fue pieza importante de la expansión del paramilitarismo y del negocio del narcotráfico.
A mediados de 2005, las autoridades de Estados Unidos ya lo tenían señalado y solicitaron su extradición. En el indictment aportado a Colombia, en apenas ocho páginas la justicia norteamericana documentó que desde finales de los años 90 Don Berna no había hecho otra cosa que exportar drogas a los Estados Unidos. Según un detective de la Policía de Nueva York, un agente de la agencia antidrogas, a partir de 2000 envió más de 5.000 kilos a ese país.
Las autoridades indican que Don Berna siempre fue un abastecedor de estupefacientes de los carteles del norte del Valle, y en compañía del jefe paramilitar Vicente Castaño organizó que todos los negociantes de droga tenían que pagar el 50% de las utilidades de cada envío de cocaína que pasaba por los territorios de las autodefensas. Hoy Don Berna, un perverso criminal, genocida y narcotraficante, trata de negociar con la justicia de Estados Unidos. Su poder en Antioquia se hace trizas.
Daniel Alejandro Serna, conocido en el bajo mundo como Kéner, comenzó a ser famoso en Antioquia en los últimos meses, cuando el temible jefe paramilitar Diego Fernando Murillo Bejarano, alias Don Berna lo presentaba como uno de sus hombres de confianza. Desde entonces se empezó a rumorar que no le tenía miedo a nada, que sufría de claustrofobia y por eso evitaba los sitios cerrados y oscuros, que se la pasaba oculto en el municipio de Copacabana y que tras bambalinas era el nuevo jefe de la Oficina de Envigado.
Una vez detectaron en Bogotá su importancia, los expertos de la Policía Judicial sumaron a la incipiente información que a Serna también le decían El Cabo, que tenía una novia con la que se veía únicamente los fines de semana y que antes de ser extraditado a Estados Unidos, Don Berna le había encargado la dirección de la banda criminal de Los Paisas, un grupo de narcotraficantes que además de comerciar con armas, clandestinamente cobraba “impuesto de seguridad” a prostíbulos, dueños de buses, taxistas y algunos comerciantes.
Kéner se sentía inadvertido e imbatible. No sólo lo custodiaba un ejército privado las 24 horas del día, sino que tenía a su servicio a un pequeño grupo de policías corruptos que lo alertaban de las operaciones en su contra. De ser un gatillero de poca monta hace algunos años, súbitamente había pasado a convertirse en traficante de armas e importante enlace del narcotráfico en Antioquia, Bolívar, Magdalena y Atlántico. Vivía su cuarto de hora en el poder mafioso, pero tenía un enconado enemigo: Daniel Rendón, alias Don Mario, otro coloso de la guerra paramilitar.
De 44 años, apasionado por los relojes Cartier y las colonias costosas, Daniel Rendón Herrera, hermano del confeso jefe paramilitar de Urabá, Freddy Rendón Herrera, conocido como El Alemán, desde hace varios meses se proclama el nuevo ‘patrón’ y dice tener una razón esencial: la muerte del máximo jefe de las autodefensas Carlos Castaño. De hecho, creó el bloque Héroes de Castaño para vengar su muerte. Y desde entonces lidera una de las bandas emergentes que, sin renunciar al narcotráfico, pretende recuperar el poder que dejaron los jefes paramilitares extraditados a Estados Unidos.
Los investigadores de la Dijín afrontaban una compleja disyuntiva: a quién atrapar primero. A Don Mario, promotor de una nueva guerra y remiso absoluto del proceso de paz con el Gobierno, o a Kéner, menos ostentoso en sus gustos, pero imprudente en sus palabras, pues no cesaba de pregonar ante propios y extraños que jamás sería capturado y que primero se pegaba un tiro o se enfrentaba a toda la Policía. Los expertos de la justicia optaron por el segundo y le montaron la cacería. Y el primer paso fue llegar a este delincuente presionando legalmente a los policías que le daban amparo de forma ilícita.
Entonces se pudo ratificar que al igual que otros personajes de su calaña y antecedentes, Kéner tenía una costumbre: consultar a los brujos. Y lo hacía a una adivina que también orientaba a otros sicarios de Envigado. El hecho no era nuevo. Desde los tiempos de poder de Don Berna, como lo ratificó a El Espectador un oficial de inteligencia, “todas las decisiones pasaban por los brujos. Resolvían la vida sentimental de los bandidos, hacían brujería a sus enemigos y alertaban sobre operativos de la Policía”.
En su último contacto, ya interceptado telefónicamente por las autoridades, la bruja le advirtió a Kéner que lo iban a capturar. Él juró entre improperios que si lo cogían era muerto y luego llamó a su novia, quien le recomendó que se escondiera. El delincuente no atendió las recomendaciones y al día siguiente tenía las esposas puestas. “Pensábamos encontrar a un tipo bravo, pero se rindió sin resistencia y entregó su arma”, comentó un oficial que participó en su aprehensión. “Sin mucha publicidad cayó un peso pesado del crimen organizado”.
Hoy, Kéner está detenido en los calabozos de la Dijín y su protector, Don Berna, preso en una cárcel de Estados Unidos. Aunque nadie quiere reconocerlo abiertamente, el rumor ronda en Envigado: desde que Don Berna se subió al avión de la
DEA que lo llevó a Estados Unidos el pasado 13 de mayo, quedó claro el mensaje a sus secuaces: evaluar las condiciones para su rendición definitiva. Al menos en los últimos dos meses han caído tres reconocidos jefes de la Oficina de Envigado, y el principal de todos, Carlos Mario Aguilar, ya acompaña a Don Berna.
Aguilar, conocido con el alias de Rogelio, es un ex miembro de los organismos de seguridad que después del asesinato del empresario deportivo Gustavo Upegui López en julio de 2006 y de Daniel Alberto Mejía a principios de 2007, heredó el poder de la Oficina de Envigado y tras una sigilosa filtración de las autoridades en el municipio antioqueño, con estratégicos pagos para sostener sus negocios, durante los últimos meses de permanencia de Don Berna en la cárcel de máxima seguridad de Itagüí, se convirtió en el amo y señor de la muerte en Antioquia.
Pero a finales del pasado mes de junio cobró forma el rumor. Rogelio se entregó a la justicia. Y como se acostumbra en estos nuevos aires del narcotráfico, ya no es como en los tiempos de Pablo Escobar, en que preferían una tumba a una cárcel en Estados Unidos, ahora optan por una extradición o una entrega a la justicia norteamericana antes que una cárcel en Colombia. Y Rogelio lo hizo. Vía Buenos Aires, cuando estaba a punto de ser detenido en la capital argentina, contactó a la DEA y hoy explica en Miami cómo operaba y quiénes eran sus hombres de confianza. Eso explica que estén cayendo sus segundos.
La ‘Oficina de Envigado’
La historia de la macabra Oficina de Envigado se remonta a más de 20 años atrás. Este municipio fue el fortín del capo de capos Pablo Escobar Gaviria, quien a partir de 1983, cuando estalló la guerra contra el Estado, organizó un esquema clandestino para cobrar “tributos” a todos los negocios informales o ilícitos de varios municipios del Valle de Aburrá. Los expendios de droga, las empresas de chance, las organizaciones de vigilancia privada, la economía derivada de actividades ilícitas, la prostitución y el comercio ilegal de gasolina, todos aportaban al cartel de Medellín.
Y Escobar Gaviria ejercía el poder desde su red de sicarios. Con un faceta financiera que las autoridades lograron detectar, pero que se olvidó en medio de la guerra contra el ala militar de Los Extraditables. El 22 de marzo de 1988, más de 2.000 soldados pertenecientes a la IV Brigada del Ejército estuvieron a punto de capturar a Escobar en la finca ‘El Bizcocho’, ubicada en la loma de Los Balsos, en la parte alta del municipio de Envigado. De ese operativo surgió la leyenda de que el narcotraficante había alcanzado a huir en calzoncillos justo cuando apareció la tropa.
La denominada ‘Operación Crisol’ les permitió a las autoridades incautar armas, vehículos y abundante información que dejó al descubierto estrechas vinculaciones de las altas esferas políticas, económicas y judiciales del país con el máximo jefe del cartel de Medellín. La expectativa por conocer sus nombres fue creciente, pero al cabo de los días, únicamente salió a relucir el propietario de la finca ‘El Bizcocho’, que resultó ser el empresario y dirigente deportivo Gustavo Adolfo Upegui López, a quien las autoridades de inteligencia sindicaron como el hombre de confianza de Pablo Escobar.
No obstante, con el paso de los días y el agravamiento de la guerra entre el Estado y el narcotráfico, quedó en el olvido ese nombre y el país se enfrascó en la dura confrontación de finales de los años 80, en que Pablo Escobar hizo detonar muchos carros bomba, mientras las autoridades libraban una guerra abierta contra su red de sicarios. Cuando cambió el gobierno, en 1990, y el capo de capos logró negociar con la administración de César Gaviria su sometimiento a la justicia, el jefe del cartel de Medellín, antes de entregarse, dejó perfectamente organizado su negocio y el hombre clave fue precisamente Gustavo Upegui López.
Pero el frente principal de la guerra estaba en la cárcel de La Catedral, en Envigado, donde fue confinado Pablo Escobar desde junio de 1991. Y en ese escenario de corrupción absoluta se desenredó la suerte del cartel de Medellín. Por discrepancias frente al cobro de dineros para sostener el negocio ilícito, el capo de capos asesinó a sus antiguos socios de Itagüí, los hermanos Galeano y Moncada. Por desacato a la orden de presentarse a rendir cuentas, se salvó el jefe de seguridad de Fernando Galeano, un antiguo guerrillero del Epl conocido como Don Berna, que le declaró la guerra a muerte.
Así nació el capítulo de los Perseguidos por Pablo Escobar, Los Pepes, una alianza entre autoridades legales, narcotraficantes y paramilitares, para acabar con el jefe del cartel de Medellín. Hoy ya está suficientemente documentado que esa amalgama, en diciembre de 1993, dio al traste con el peor delincuente en la historia de Colombia. Pero a su muerte, alguien tenía que quedar al frente del negocio ilícito, y el hombre fue Don Berna, y la estructura para sostener el poder económico era la Oficina de Envigado. Esta última siguió siendo la fuente financiera del narcotráfico, la casa matriz de las extorsiones, los asesinatos y los controles al mundo informal del Valle de Aburrá.
Aunque Don Berna afrontó dificultades con los carteles de la droga de Cali y el norte del Valle, a raíz del asesinato de José Santacruz Londoño en 1996, hecho que le obligó a refugiarse en Urabá bajo la protección de Carlos Castaño, hacia finales de 1998, la organización ilícita en el Valle de Aburrá sufrió un duro golpe con la captura de Gustavo Upegui, quien para entonces ostentaba la condición de ser el mayor accionista del equipo profesional de fútbol Envigado. De hecho, la Fiscalía lo puso preso minutos después de que su equipo le ganara al Santa Fe por 1-0.
Lo acusaron de secuestro extorsivo y conformación de grupos sicariales. Él se defendió negando los cargos y recordándole al país que entre 1995 y 1996 sus dos hijos habían sido secuestrados por la guerrilla. Aunque la Fiscalía lo acusó, en dos instancias resultó absuelto por la justicia. Entonces recobró su doble faceta: la de empresario deportivo con su equipo y la de jefe indiscutible de la Oficina de Envigado. Entre tanto, superadas sus dificultades con los narcotraficantes del Valle, Don Berna volvía a fortalecerse contra otro capítulo de su eterna guerra: su frente paramilitar en las comunas de Medellín.
De esta manera, mientras la Oficina de Envigado regulaba el mundo ilegal en los centros urbanos, el Bloque Nutibara de Don Berna imponía su violencia en las comunas y las zonas rurales. Hasta que el gobierno de Estados Unidos puso el ‘tatequieto’
cuando pidió en extradición a los jefes paramilitares. Entonces no quedó otra salida que buscar una negociación de paz. Ésta empezó a gestarse en 2002, cobró forma en el acuerdo de Santa Fe de Ralito en 2003, y para 2004, todo parecía listo para que los grupos paramilitares hicieran su transición de la guerra a la política en asunto de pocos años.
Pero la Oficina de Envigado seguía vigente, aunque sus poderes totalmente dispersos. La prueba fue que el 3 de julio de 2006, en su finca de San Jerónimo, fue asesinado Gustavo Upegui López. Todo el mundo supo que lo mandó a matar Daniel Alberto Mejía, alias Danielito, y que en el fondo empezaban a enfrentarse Don Berna y Macaco. Entonces se supo que el heredero de la Oficina era Rogelio y que empezó a comprar policías, jueces y fiscales a granel, con la misma estrategia con que había penetrado a la Fiscalía años antes, hasta lograr el asesinato de los investigadores del CTI que persiguieron al paramilitarismo a finales de los años 90.
El camino le quedó doblemente despejado a Rogelio, porque a principios de 2007 también fue asesinado Danielito. Pero el ex funcionario de la justicia no contaba con la extradición de Don Berna y después de su envío a Estados Unidos el pasado 13 de mayo se vino la debacle. Uno a uno han venido cayendo los miembros de su banda. El más importante de todos fue el invisible Kéner. Y se busca acuciosamente a Douglas, Nito, Yiyo, Jerónimo y El Negro Elkin, todos sicarios, cobradores de ilícitos y enlaces del narcotráfico.
Y en Envigado ya se sabe de donde viene la información: de Estados Unidos, donde los otrora jefes de la Oficina ya saben que el único camino es la delación. Como en El cartel de los sapos, la operación es la misma. Rogelio y Don Berna negocian en Estados Unidos y en Colombia capturan. La oficina de cobro de Envigado está llegando al principio del fin. Está en manos de las autoridades judiciales y de policía que esta experiencia de horror, corrupción, muerte y narcotráfico no vuelva a reciclarse.
De Gustavo Upegui a ‘Danielito’ y ‘Rogelio’
“En los años 60, cuando mi familia se trasladó al barrio La Paz, diagonal a mi residencia vivía la familia del señor Abel Escobar y doña Hermilda Gaviria, la más querida de las maestras de Envigado. De esa familia era miembro Pablo Escobar, vecino de mi familia. En esa época infantil compartíamos afición por el ciclismo y el fútbol. Mi familia salió del barrio en 1971 y no volví a ver a Pablo hasta 1980, cuando participamos en actividades políticas y culturales”.
Esas fueron las explicaciones que Gustavo Upegui López dio a El Espectador en 1998, un mes después de ser capturado bajo la acusación de secuestro extorsivo y conformación de grupos sicariales. Fue la única vez que el empresario deportivo tuvo problemas con la justicia. Un año después salió libre, pero volvió a sus andanzas. En el bajo mundo se sabía que Upegui era el hombre de Don Berna en el manejo de la temible Oficina de Envigado, hasta el 3 de julio de 2006, en que fue asesinado.
“Es posible que un día también quieran matarlo a usted”, le comentó Rogelio a Don Berna, cuando se enteró de que Daniel Alberto Mejía, alias Danielito, era el hombre detrás del asesinato de Upegui López. Y lo peor, que sin escrúpulo alguno había asistido al sepelio del empresario deportivo. Entonces Don Berna dispuso que Danielito muriera. A principios de 2007, Rogelio empezó a mandar. Hoy es un informante más en E.U.
‘Don Berna’: guerrillero, narcotraficante y paramilitar
Diego Fernando Murillo Bejarano nació el 25 de febrero de 1961 en Cartago (Valle). Primero fue guerrillero del Epl, después se hizo jefe de seguridad del narcotraficante Fernando Galeano. Tras el asesinato de su jefe a manos de Pablo Escobar, fue el hombre clave de Los Pepes. Luego se alió con Carlos Castaño y desde finales de los años 90 fue pieza importante de la expansión del paramilitarismo y del negocio del narcotráfico.
A mediados de 2005, las autoridades de Estados Unidos ya lo tenían señalado y solicitaron su extradición. En el indictment aportado a Colombia, en apenas ocho páginas la justicia norteamericana documentó que desde finales de los años 90 Don Berna no había hecho otra cosa que exportar drogas a los Estados Unidos. Según un detective de la Policía de Nueva York, un agente de la agencia antidrogas, a partir de 2000 envió más de 5.000 kilos a ese país.
Las autoridades indican que Don Berna siempre fue un abastecedor de estupefacientes de los carteles del norte del Valle, y en compañía del jefe paramilitar Vicente Castaño organizó que todos los negociantes de droga tenían que pagar el 50% de las utilidades de cada envío de cocaína que pasaba por los territorios de las autodefensas. Hoy Don Berna, un perverso criminal, genocida y narcotraficante, trata de negociar con la justicia de Estados Unidos. Su poder en Antioquia se hace trizas.