Contra la polarización: moderación, humor y diálogo
El problema no es que los colombianos tengamos diferencias pues éstas son naturales e incluso positivas en una democracia; el problema es que estemos llegando a una polarización corrosiva.
El problema no es que los colombianos tengamos diferencias pues éstas son naturales e incluso positivas en una democracia; el problema es que estemos llegando a una polarización corrosiva: un escalamiento de enemistades fanáticas, que lleva a cuestionar las bases mismas de la convivencia democrática. Debemos prevenir esa polarización corrosiva, para lo cual propongo tres ideas simples, retomando apartes de un librito contra el fanatismo publicado por la Comisión de la Verdad.
La primera es una reivindicación de la moderación pues la persecución del absoluto, sin importar los medios, está en el corazón de todo fanatismo. En su libro, “El Hombre Rebelde”, Camus mostró que una rebelión, a pesar de que persiguiera un fin muy noble, requería igualmente mesura en los medios y un cierto realismo de lo que es alcanzable para que no se traicionara a sí misma y terminara en masacre. “La política no es religión, o entonces es inquisición” decía Camus.
Esta reivindicación de la moderación no significa el abandono del entusiasmo ni caer en el cinismo y la indolencia. Debemos combatir con entusiasmo dos extremos igualmente asesinos: el fanatismo y el cinismo. Nuevamente cito a Camus: el realismo y la moderación son necesarios pues “la virtud totalmente pura es asesina”; pero una dosis de moral es necesaria a todo realismo pues también “el cinismo es asesino”.
La segunda idea es la importancia del humor y la curiosidad. El escritor israelí, Amos Oz, quien escribió algunos de los mejores ensayos contra el fanatismo, solía decir que nunca había conocido un fanático curioso o con sentido del humor. Y tenía razón: el humor corroe los dogmas y los relativiza pues invita a que nos riamos de nosotros mismos y abandonemos nuestras pretensiones absolutistas; la curiosidad nos lleva a explorar nuevos mundos e ideas, lo cual pone en riesgo las certezas dogmáticas que son propias del fanático. El humor y la curiosidad deberían ser cultivados como virtudes cívicas pues son antídotos contra el fanatismo.
La tercera idea es crear “diálogos entre improbables”, según la propuesta del profesor Paul Lederach, quien considera que el cambio democrático duradero “no surge de espacios de personas que piensan igual” sino de “espacios de personas no muy probables”, esto es de personas “que vienen de formas de entender, percibir, ver el mundo muy distintas”. Según Lederach, cuando personas tan diferentes logran una conversación honesta “podemos decir que ya se da un milagro”.
Estos diálogos entre improbables son difíciles pues pueden llevarnos a dudar de nuestras convicciones más profundas. Pero son enriquecedores pues nos permiten descubrir otras visiones. Tienen además un valor social profundo: enseñan el respeto entre personas y grupos con visiones del mundo distintas, que es una condición necesaria para la existencia de una democracia pluralista y el combate a los fanatismos y la polarización corrosiva.
La reducción de nuestra polarización corrosiva requiere moderación, mucho entusiasmo, bastante humor y más diálogo con quienes no comparten nuestras mismas ideas o pasiones.
Para conocer más sobre justicia, seguridad y derechos humanos, visite la sección Judicial de El Espectador.
El problema no es que los colombianos tengamos diferencias pues éstas son naturales e incluso positivas en una democracia; el problema es que estemos llegando a una polarización corrosiva: un escalamiento de enemistades fanáticas, que lleva a cuestionar las bases mismas de la convivencia democrática. Debemos prevenir esa polarización corrosiva, para lo cual propongo tres ideas simples, retomando apartes de un librito contra el fanatismo publicado por la Comisión de la Verdad.
La primera es una reivindicación de la moderación pues la persecución del absoluto, sin importar los medios, está en el corazón de todo fanatismo. En su libro, “El Hombre Rebelde”, Camus mostró que una rebelión, a pesar de que persiguiera un fin muy noble, requería igualmente mesura en los medios y un cierto realismo de lo que es alcanzable para que no se traicionara a sí misma y terminara en masacre. “La política no es religión, o entonces es inquisición” decía Camus.
Esta reivindicación de la moderación no significa el abandono del entusiasmo ni caer en el cinismo y la indolencia. Debemos combatir con entusiasmo dos extremos igualmente asesinos: el fanatismo y el cinismo. Nuevamente cito a Camus: el realismo y la moderación son necesarios pues “la virtud totalmente pura es asesina”; pero una dosis de moral es necesaria a todo realismo pues también “el cinismo es asesino”.
La segunda idea es la importancia del humor y la curiosidad. El escritor israelí, Amos Oz, quien escribió algunos de los mejores ensayos contra el fanatismo, solía decir que nunca había conocido un fanático curioso o con sentido del humor. Y tenía razón: el humor corroe los dogmas y los relativiza pues invita a que nos riamos de nosotros mismos y abandonemos nuestras pretensiones absolutistas; la curiosidad nos lleva a explorar nuevos mundos e ideas, lo cual pone en riesgo las certezas dogmáticas que son propias del fanático. El humor y la curiosidad deberían ser cultivados como virtudes cívicas pues son antídotos contra el fanatismo.
La tercera idea es crear “diálogos entre improbables”, según la propuesta del profesor Paul Lederach, quien considera que el cambio democrático duradero “no surge de espacios de personas que piensan igual” sino de “espacios de personas no muy probables”, esto es de personas “que vienen de formas de entender, percibir, ver el mundo muy distintas”. Según Lederach, cuando personas tan diferentes logran una conversación honesta “podemos decir que ya se da un milagro”.
Estos diálogos entre improbables son difíciles pues pueden llevarnos a dudar de nuestras convicciones más profundas. Pero son enriquecedores pues nos permiten descubrir otras visiones. Tienen además un valor social profundo: enseñan el respeto entre personas y grupos con visiones del mundo distintas, que es una condición necesaria para la existencia de una democracia pluralista y el combate a los fanatismos y la polarización corrosiva.
La reducción de nuestra polarización corrosiva requiere moderación, mucho entusiasmo, bastante humor y más diálogo con quienes no comparten nuestras mismas ideas o pasiones.
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