De desplazado por las FARC a gerente de glamping: la historia de Héctor Sáenz
Cuando la guerrilla quiso tomarse Bogotá, despojó predios como el de Héctor Sáenz, en Viotá (Cundinamarca). Un sobreviviente que aprovechó la restitución de tierras para montar un exitoso glamping, justo en tierra que por años inspiró miedo y donde, ahora, crece el turismo.
Jhoan Sebastian Cote
La cabaña del predio La Toma, en la vereda La Rudiosa de Viotá (Cundinamarca), es un sitio lleno de historias. Desde 2021, cuando entró en funcionamiento el glamping Tres Piedras, decenas de familias se han tomado un descanso de la ciudad y se hospedan allí para recargar sus energías, escuchando los sonidos de la cascada cercana y de las aves de la región. Pero también, fue el lugar donde, en 2009, las FARC sometieron a su dueño, Héctor Julio Sáenz, amenazándolo con que abandonara el municipio en 24 horas o lo asesinarían. El predio fue devuelto en 2017 a su propietario y, además de darle una nueva vida a este sobreviviente, representa la resignificación de los espacios en los que la guerra dejó su huella.
Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO
¿Ya tienes una cuenta? Inicia sesión para continuar
La cabaña del predio La Toma, en la vereda La Rudiosa de Viotá (Cundinamarca), es un sitio lleno de historias. Desde 2021, cuando entró en funcionamiento el glamping Tres Piedras, decenas de familias se han tomado un descanso de la ciudad y se hospedan allí para recargar sus energías, escuchando los sonidos de la cascada cercana y de las aves de la región. Pero también, fue el lugar donde, en 2009, las FARC sometieron a su dueño, Héctor Julio Sáenz, amenazándolo con que abandonara el municipio en 24 horas o lo asesinarían. El predio fue devuelto en 2017 a su propietario y, además de darle una nueva vida a este sobreviviente, representa la resignificación de los espacios en los que la guerra dejó su huella.
Viotá está a poco más de dos horas de Bogotá, siendo uno de esos municipios del disfrute dominical de los capitalinos, como La Mesa, Anapoima o El Colegio. Para llegar al glamping de Héctor hay que recorrer un par de kilómetros al norte desde el centro del municipio. El mismo que está aprovechando el Acuerdo de Paz y la salida de las últimas células guerrilleras, en 2016, para mostrarse en definitiva como un lugar de tranquilidad. Para ello, las autoridades locales ofrecen la garantía de su clima, ubicación y paisajes, para atraer turistas que pueden encontrarse con hallazgos naturales como la cascada del río municipal y pinturas rupestres que hace milenios antepasados dejaron sobre rocas descubiertas.
Pero Viotá, hace no mucho, era diferente. Desde los ochenta, las guerrillas se enquistaron en los municipios del occidente cundinamarqués, en su plan por tomarse Bogotá. Las FARC desplegaron frentes móviles como el Policarpa Salavarrieta y Manuela Beltrán, encargados de financiarse a costa de los campesinos. El control territorial era tan estratégico que, como lo establece la sentencia de restitución a favor de Héctor, de 2017, a través de Viotá se llevaban los secuestrados de las FARC a San Vicente del Caguán, en Caquetá. “Por estos caminos uno no podía salir después de las seis de la tarde. Si no, lo tiraban a uno donde los marranos para que se lo comieran”, dice Héctor, señalando la carretera de la vereda.
Como toda joya territorial, Viotá despertó interés en los paramilitares del centro del país, los cuales en los ochenta servían al narco Gonzalo Rodríguez Gacha y a los carranzeros del zar esmeraldero Víctor Carranza. Con el tiempo llegó el Bloque Elmer Cárdenas de las Autodefensas, que, en 1997, estallaron un petardo en el casco urbano de Viotá y masacraron a 15 campesinos inocentes en el municipio vecino de Tocaima. Años después, “la llegada de Álvaro Uribe Vélez a la Presidencia y, con él, la estigmatización de habitantes de Viotá por parte de la Fuerza Pública, junto con el fortalecimiento de las estructuras paramilitares, implicaron consecuencias funestas para quienes vivían en el municipio”, sentenció el juez de restitución.
Tras la desmovilización paramilitar en 2005, el frente 42 de las FARC quedó al mando de Viotá. Durante esa época, sucedió el desplazamiento de Héctor. “Ese día, en 2009, llegaron los armados en moto. Eran tres hombres y una mujer. Me dijeron: ‘usted va a morir esta noche’. Yo no entendía por qué, si yo no le había hecho daño a nadie. Y me respondieron: ‘Si encontramos propaganda del Ejército, usted se muere’”, agrega. Un aliado de la guerrilla lo había acusado falsamente de informante del Ejército, solo porque, una vez, militares le regalaron unas botas porque lo vieron mal de calzado. Como los rebeldes no le encontraron nada, le perdonaron la vida a cambio de que se fuera, no sin antes estallarle un palo de madera en la cabeza.
“No sé qué pasó. Aparecí con un morral que yo tenía negrito, con dos pantalones y una toalla aquí colgada –dice señalándose la nuca –, ahí en la vía pavimentada, como a las tres de la mañana. Perdóneme si lloro, es que esto es muy verraco”, agrega Héctor. Estuvo desplazado durante nueve años en Bogotá, pero no se olvidó de La Toma. “Esto estaba en abandono. Yo a veces venía y me quedaba mirando mi finca unas tres horitas y me iba. Me daba miedo que me pasara algo. Los vecinos me cuidaron de que no me sacaran las cosas, la herramienta”, dice. Una vez en televisión vio propagan de la Ley de Víctimas, acudió a la Unidad de Restitución y a través de un fallo, el cual comprometió a la Policía y Ejército a cuidarlo, regresó.
La idea del glamping se concertó con las autoridades municipales y los abogados de restitución. Para cumplir con lo que dicta la Ley de Víctimas, sobre el principio de fortalecer la seguridad alimentaria nacional, lo financiaron con un proyecto de piscicultura. El mismo que Héctor iba a montar con el dinero ahorrado que, aparte, le robaron los guerrilleros de una caja de herramientas. Y, por medio de un estudio de campo, entre todas las autoridades se dieron cuenta de que la tierra de Viotá no solo es fértil en frutas y verduras, sino también en turismo. Ahora, ofrece una hermosa cabaña que pueden rentar parejas y familias de entre tres y seis personas.
Para Ernesto Caicedo, abogado experto en tierras, asesor de la Comisión Colombiana de Juristas, “la restitución tiene el objetivo de lograr una transformación y hacer que una persona vuelva a su estado anterior al hecho del despojo y al abandono”. No lo sucedió eso en el caso de Héctor, sino que también se dispuso el espacio para todos aquellos que quieran conocer a Viotá en su nuevo presente: “La gente de la ciudad y la que vive en conjuntos residenciales quieren encontrar aire puro. Quieren reencontrarse en la naturaleza y su tranquilidad. Los niños son felices aquí”, concluye.
Según Martha Arévalo, directora de la regional central de la Unidad de Restitución, estos casos muestran una verdad que desde la centralidad se quiso ocultar y es que Cundinamarca fue tan víctima de la guerra como las periferias. “Hemos recibido alrededor de 3.000 solicitudes de restitución en el departamento y ya hemos beneficiado a 1.200 familias”, dijo. Viotá es el tercer municipio con más casos de restitución en Cundinamarca, pero el más violento de la región del Tequendama, en las narices de la capital. Proyectos como el de Héctor, no obstante, representan esa idea a veces utópica, pero en definitiva necesaria, de que la tierra puede volver a su estado natural anterior al conflicto armado.
Para conocer más sobre justicia, seguridad y derechos humanos, visite la sección Judicial de El Espectador.