El estremecedor relato del fiscal del caso de Andrés Escobar

Este 2 de julio se cumplen 20 años de la muerte del jugador de la selección de Colombia. El fiscal que investigó este asesinato reconstruyó para El Espectador un crimen que todavía nos duele.

JUAN DAVID LAVERDE PALMA
22 de junio de 2014 - 02:00 a. m.
Corría el minuto 35 del partido de Colombia contra Estados Unidos cuando al intentar cortar un centro, Andrés Escobar hizo un autogol. El juego quedó 2-1 en favor de los americanos. La selección resultó eliminada.
Corría el minuto 35 del partido de Colombia contra Estados Unidos cuando al intentar cortar un centro, Andrés Escobar hizo un autogol. El juego quedó 2-1 en favor de los americanos. La selección resultó eliminada.
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Pasaron ya 20 años desde su asesinato y esta Colombia violentada y herida sigue poniendo muertos por cuenta del fútbol. No parece haberse sacudido jamás de esa cultura de la bala fácil, del crimen impune, de la muerte en la esquina. Y, sin embargo, la vergüenza nos alcanza para dolernos todavía por ese horrendo homicidio del que fue víctima Andrés Escobar. Esa madrugada del 2 de julio de 1994 Humberto Muñoz Castro, chofer de los hermanos Gallón Henao, le descargó seis balas. Cuando le preguntaron si le habían dado la orden de matarlo, sin inmutarse, frío, contestó sin rodeos: “Todavía no me habían dado la orden”. Dos décadas después Jesús Albeiro Yepes, quien fue el fiscal del caso, por primera vez se animó a contarle a un medio de comunicación todo lo que vivió ese día y cómo le dolió esa muerte. Este es su relato:

“Yo iba en un taxi de madrugada cuando me explotó la noticia. Sin preámbulos el locutor sentenció: ‘Acaban de matar a Andrés Escobar’. El taxista paró el carro, se llevó las manos a la cabeza, se quedó en silencio por un minuto hasta que pegó un grito: ‘¡jueputa!’. Luego me preguntó desconcertado: ‘¿A dónde es que vamos, señor?’. Le indiqué. Cuando llegamos a mi casa le fui a pagar y no tenía ‘devueltas’. Me dijo ‘hasta luego’ y se fue. La verdad es que ni le pagué la carrera. Eso fue muy duro, ambos quedamos en estado de choque. Entré a la casa todo ido y a la media hora me llamaron de la Fiscalía para que me presentara. La revolución en Medellín a esa hora de la mañana era absurda. El director de Fiscalías de Medellín, Mario Nicolás Cadavid, nos comisionó el caso a Carlos Alberto Rico, Abelardo Duica y a mí.

Fue muy duro porque yo era hincha del Nacional y Andrés era un ídolo. Además de ser un gran jugador en el momento de los criollos dorados del verdolaga, siempre se le conoció como ‘El Caballero de las Canchas’, tenía un temperamento pacífico y era de esos que hacía faltas fuertes y se devolvía a presentar excusas. ¡Cómo olvidar su gol en Wembley! Lo de Andrés tiene todos los rasgos de una tragedia griega. Era querido por todo el país. Y en la selección, único. Terrible todo.

A Andrés lo mataron como a las 4 de la mañana en el parqueadero El Indio, en la vía Las Palmas, en Medellín. Y cinco horas después ya sabíamos que los asesinos se movilizaban en dos camionetas, ya habíamos entrevistado a la gente de la discoteca en la que estaban y reconstruido los detalles del matoneo que sufrió. La gente empezó a llamar enloquecida dando información. El Mundial aún no había acabado y esa muerte provocó una indignación internacional. Hasta un minuto de silencio hubo en algún juego. No habían pasado ni 10 días desde su autogol en el juego con Estados Unidos y su muerte multiplicó la vergüenza de Colombia en una época en la que Medellín era sinónimo de sicarios en moto, poderes criminales y narcotráfico.

Andrés estaba esa noche con Juan Jairo Galeano y dos amigas en la discoteca. Desde la mesa de Pedro y Santiago Gallón, quienes estaban con un grupo de amigos, le empezaron a gritar ‘Autogol, Andrés, autogol’. Lo provocaron una y otra vez. Él pidió respeto y se alejó. Luego le gritaron ‘Leo, pantaloncillos Leo’. Andrés estuvo incómodo toda la noche. Cuando salió del lugar, ya en su carro, se dio cuenta de que los que lo molestaron estaban en el parqueadero El Indio e ingresó allí. Volvió a pedirles respeto. Ahí discutió con Pedro Gallón y luego llegó Santiago, el mayor, y lo recriminó. Después le dijo: ‘Usted no sabe con quién se está metiendo’. En esas el chofer de los Gallón, Humberto Muñoz, escuchó esa frase, se bajó del carro apurado y mientras Santiago le repetía a Andrés esa frase: ‘usted no sabe con quién se está metiendo’, como para demostrar que Andrés realmente no sabía con quién se estaba metiendo, se arrimó a su carro y le descargó el revólver en la cabeza. Seis tiros.

Andrés no llegó a provocar una pelea, tanto que no se bajó nunca de su carro, sólo bajó la ventana del vehículo y reclamó respeto. Pero vinieron los insultos, la frase aquella y su muerte. Quizás Andrés pudo haber sido imprudente, su carro estaba en otro lugar y él ingresó al parqueadero El Indio para decirles que no lo molestaran. Claro, no sabía a quiénes les exigía una gota de respeto. Su amiga lo trasladó a una clínica, pero falleció en el camino. Los Gallón se fueron de inmediato en sus camionetas. A las 9 de la mañana nos informan que una persona había denunciado el robo de una camioneta en el sector de Buenos Aires. La camioneta correspondía con la descripción de uno de los carros de los asesinos.

El denunciante era Humberto Muñoz, el mismo que le había descargado seis balas a Andrés apenas unas horas antes. Él decía que lo habían asaltado, le habían hecho tiros y lo habían amarrado. Incluso mostró sus muñecas magulladas por una cuerda. Pronto confirmamos sus mentiras y descubrimos que esa era la camioneta y ese el asesino. Muñoz creó una historia ficticia a instancia de los hermanos Gallón. Los organismos de inteligencia nos dieron abundante información sobre los Gallón y sus actividades. A las 2 de la tarde ya sabíamos quién era el asesino, que los Gallón estaban involucrados y el rastro del arma homicida.

Tres horas después ya habíamos dado las órdenes de allanamiento y hacia las 11 de la noche ya teníamos las camionetas, el revólver, todo. Incluso los Gallón se habían comunicado con el fin de que se les dieran garantías para entregarse. Al amanecer del día siguiente ya estaban en la Fiscalía. En 24 horas se supo todo, se resolvió todo y se capturaron las personas. Muñoz confesó ese día el crimen, pero dijo que no sabía que se trataba del jugador Andrés Escobar. Siempre alegó que estaba medio dormido en la camioneta cuando escuchó a su jefe, se bajó del carro y asesinó a Andrés como por inercia.

Ese día aprendí el poder de un Estado: si tiene voluntad y decisión es posible descubrir hasta el más planeado de los crímenes. El poder del Estado es infinito. Para resolver este caso hubo un despliegue de poder pocas veces visto en Colombia, quizás en dos o tres crímenes. Entendí entonces que el Estado lo puede todo, lo que pasa es que no le da la gana o la negligencia es total. Yo recuerdo que Muñoz estuvo varias horas en silencio, evadiendo nuestras preguntas hasta que se soltó y dijo que la coartada buscaba encubrirlo todo. Entonces el ambiente en Medellín estaba muy tenso. La gente buscaba lincharlo. Incluso ofrecían dinero para que fuera enviado a la cárcel de Bellavista en Medellín. Era una locura.

Dispusimos su traslado a la Modelo de Bogotá. Yo vine a indagarlo dos días después. Él insistió en que lo mató, pero que nunca supo a quién estaba matando. Respecto al hecho mismo de que había asesinado a un ser humano no parecía sentir molestia o angustia. En la indagatoria le pregunté si sus patronos le habían dado la orden de disparar, y él contesto expresamente: ‘Todavía no me habían dado la orden’. A ese hombre nunca lo vi llorar ni mostrar arrepentimiento alguno. Era frío, como fría fue su forma de encubrir el crimen. Esa mañana se cortó el bigote y se hizo tallar las manos para fingir el asalto.

Apenas terminó la indagatoria regresé a Medellín y dictamos medida de aseguramiento en contra de él y de los hermanos Gallón por homicidio. Pronto nos dimos cuenta de que los Gallón tenían mucha relación con autoridades. Uno percibía que acudían a muchos intermediarios entre las estructuras de poder para que no los persiguiéramos. Y hubo algo particular: varios de los narcotraficantes de los ‘12 del patíbulo’, cuyos crímenes fueron perdonados en 1993 por su colaboración contra el cartel de Medellín de Pablo Escobar, terminaron declarando en la Fiscalía en favor de los Gallón. Recuerdo que la mayoría de ellos pasaron por la oficina para dar sus versiones. O sea, los Gallón no solamente tenían dinero, sino poder y amigos en el Estado.

Además me parece que la justicia les dio un trato muy indulgente porque terminaron siendo procesados por encubrimiento, pero no se les investigó ni como cómplices ni como determinadores del homicidio. Un fiscal de segunda instancia revocó la decisión que se había tomado de procesarlos por asesinato y por eso estuvieron muy poco en la cárcel. Nuestra teoría era que los Gallón implícitamente le habían dado una orden a Muñoz, porque ellos lo que evidenciaron con el crimen de Andrés Escobar fue una estructura de poder y, obviamente, no se trataba de un poder pacífico, sino criminal. Lo que se decía en nuestra providencia era que cuando un hombre con ese poder dice delante del conductor de manera repetida y desafiante ‘usted, hijueputa, no sabe con quién se está metiendo’, es porque él mismo considera que representa un poder intimidante, un poder incluso capaz de la eliminación física. Y lo que hizo Muñoz respondía a una estructura de poder que esperaba de él decisiones, acciones.

Sin embargo, un fiscal superior no aceptó esa tesis. Los Gallón presentaron el tema como un error del conductor bajo el argumento de que estaba medio dormido y que cuando se despertó consideró que estaban en peligro y por eso actuó en su defensa. Esa teoría pendeja tuvo eco en la segunda instancia. Lo que pasa es que en 1994 el nivel de jurisprudencia sobre estructuras delictivas de poder no tenía el desarrollo de hoy, en donde, por ejemplo, ya se habla de la determinación moral implícita. Sobre los ‘12 del patíbulo’ jamás entendí a qué horas terminaron declarando en el proceso. En el fondo creo que más que servirles, lo que hicieron fue llenar el expediente de papeles. Acuérdese que en esa época se habló mucho del tema de las apuestas y se creó la idea de que la muerte de Andrés estaba relacionada con eso. Pero eso nunca tuvo respaldo. Ellos finalmente lo que sirvieron fue a la causa de los hermanos Gallón.

El conductor Muñoz fue condenado a 43 años de cárcel, pero no pagó ni 12. Desde 2005 está libre. Los Gallón fueron sentenciados por encubrimiento. Años después otro de sus hermanos fue extraditado a Estados Unidos y en 2010 Santiago fue condenado por financiar al paramilitarismo. ¿Usted por qué cree que llegamos tan rápido a los Gallón en 1994? Desde esa época había mucha información de inteligencia sobre ellos que los asociaba con actividades del narcotráfico. Vale decir que jamás fui amenazado en esta investigación.

¿Que cómo me afectó a mí el crimen de Andrés Escobar? Mire, a mí me mataron un hermano, y yo entendí que a él lo habían matado por esas cosas absurdas por las que en Colombia matan a la gente: una pelea que las autoridades no resolvieron a tiempo y eso desencadenó una serie de problemas que terminaron en un homicidio absurdo. En Colombia las tragedias humanas están en gran parte relacionadas con unas actitudes de negligencia eterna y absoluta de las autoridades. Es horrible la cantidad de muertos que este país ha puesto por esa manera tan negligente y displicente con que suelen asumir las autoridades los procesos judiciales.

En mis tiempos como fiscal entendí que el Estado tiene todo el poder del mundo, que si quiere resolver un crimen lo puede hacer en 24 horas si le da la gana, como pasó con el de Andrés Escobar. Pero al final lo que uno retrata es una negligencia infinita. Desde los escritorios no se investiga nada. Le digo más: Colombia todavía no ha superado la muerte de Andrés. Yo todavía me pregunto quién mató a Andrés Escobar. La respuesta simple y plana es que lo mató el señor Muñoz Castro. Pero eso no responde el problema. El problema es por qué un hombre como Muñoz Castro mata de esa manera, y la respuesta no puede ser sino una sola: porque somos una sociedad habituada a la cultura de la mafia.

Colombia todavía vive el oscurantismo de esa anticultura que sigue disponiendo de la vida humana de la misma manera, con la misma frialdad, con la misma indiferencia y con ese silencio oficial. Las causas de esta muerte están vivas aún. ¡Esto no ha cambiado! Es que aquí se bajan de un carro y le van disparando a alguien como si fuera cualquier animal. Aquí la vida no vale nada. Colombia sigue siendo eso, todavía no lo hemos superado. Cualquier cristiano que revise la historia de este país se dará cuenta de que el Estado y la sociedad colombiana han sido de una contemplación eterna con esas expresiones de violencia. Yo lo retrato más o menos así: nos pasamos 50 años justificando a los que mataban en nombre de la justicia social; cuando eso se desbordó empezamos a justificar a los que mataban en nombre de la defensa social. En ese saco de justificaciones estuvo antes, durante y después el narcotráfico. Y cuando todo eso nos superó empezamos a justificar la violencia a través de la justicia.

Aquí la gente pide, por ejemplo, que se condene a un hombre así no haya pruebas. Es una tragedia todo. Veinte años después de ese crimen que indignó a Colombia y al mundo no hemos cambiado nada. Seguimos igual de mal”.

  

jlaverde@elespectador.com

@jdlaverde9

Por JUAN DAVID LAVERDE PALMA

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