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Nacido el 29 de abril de 1949 en Buga (Valle), con más de 39 años en el Ejército, el general de tres soles y reconocido tropero dentro de las Fuerzas Militares, Mario Montoya Uribe, le puso punto final a su carrera —“llegué al final de la jornada”, dijo él— luego de interpretar varios movimientos en el seno del Gobierno, en donde palabras más, palabras menos, desde hace una semana “venían mostrándole la puerta” por el escandaloso episodio de las ejecuciones extrajudiciales en las que estarían involucrados hombres a su mando. En su reemplazo el presidente Uribe designó al general Óscar González Peña, uno de los hombres más cercanos a Montoya.
Muy temprano en la mañana del martes, el general Montoya le comunicó al ministro Juan Manuel Santos su renuncia irrevocable como comandante del Ejército y, sobre las 10 a.m., aplomado y conciso, leyó un escueto comunicado en el que le solicitó al país que no juzgara a los 27 oficiales y suboficiales que fueron descabezados el miércoles pasado por el fantasma de los falsos positivos, “sin antes haberles concedido el derecho de defenderse”, en abierta contravía con las virulentas declaraciones del Jefe de Estado, que dejó la sensación de que los uniformados destituidos eran unos violadores de los Derechos Humanos.
Al caer la tarde, el presidente Uribe, desde la base militar de Catam, acompañado del ministro Juan Manuel Santos y el comandante de las Fuerzas Militares, general Freddy Padilla de León, elogió la labor del general Mario Montoya Uribe y le pidió al Ejército más oficiales de su estatura. “Muchas gracias al general Montoya y bienvenido el general González”, resaltó, y añadió que lo que necesita la Fuerza es generales que cumplan con eficacia sus labores en el campo de batalla y en sus labores.
Pese a su momento estelar, Montoya no pudo eludir su responsabilidad política por la desaparición y posterior asesinato de al menos 11 jóvenes de Soacha y otras regiones del país. Para sucederlo Uribe Vélez designó a alguien de su estilo. El mayor general Óscar González Peña es otro de los denominados “troperos” de la Fuerza Pública.
Por su trabajo en la recuperación de la seguridad en el norte del país, al frente del Comando Conjunto del Caribe, fue escogido como el mejor comandante de tropa en 2006. Y curiosamente, aunque su nombre no sonó en principio para reemplazar a Montoya, lo cierto es que desde años ha venido siguiendo sus pasos en fila india y ha comandado las mismas unidades.
Lo más grave y traumático para la imagen de Montoya como guerrero era que desde hace bastante tiempo, organizaciones de Derechos Humanos habían venido denunciando que su política siempre ha privilegiado las bajas sobre las desmovilizaciones y las capturas, y que en ese contexto existen sombras sobre algunas operaciones. Lo curioso es que su fama de tropero no había tenido antes una objeción mayor, pues durante los últimos 32 meses llevó al Ejército a conquistar las victorias más sonadas contra las Farc.
En una osada operación que aún genera interrogantes, Montoya dirigió el exitoso rescate de 15 ‘canjeables’ en poder de las Farc; comandó unidades élites en el operativo que resultó en la muerte del segundo hombre fuerte de esa guerrilla, alias Raúl Reyes; la presión militar derivó en deserciones como la de alias Karina, la temida comandante del frente 47 de dicha organización o la de Pedro Pablo Montoya, alias Rojas, quien de paso asesinó a su comandante y miembro del Secretariado, Iván Ríos. Ni qué decir de alias Isaza, que le arrancó a la selva un hombre que llevaba 8 años pudriéndose en ella.
No obstante, varias de sus actuaciones fueron seriamente cuestionadas, sobre todo durante su comandancia de la IV Brigada del Ejército, con sede en Medellín. El 25 de marzo de 2007, el diario Los Angeles Times divulgó que, según información de la CIA, Montoya planeó la ‘Operación Orión’ (llevada a cabo en octubre de 2002) con paramilitares. En septiembre pasado, el Washington Post recogió las acusaciones de alias Diomedes, un desmovilizado que relacionó al general con el extinto líder de las autodefensas Rodrigo 00. Y un mes más tarde, el New York Times también publicó una versión según la cual hombres de la IV Brigada habrían asesinado a cinco personas y presentado como muertos en combate.
Son las paradojas que encierra el general Montoya. Cuando sonaba como seguro comandante de las Fuerzas Militares, en tiempos en que éstas cabalgan sobre el mayor porcentaje de favorabilidad en muchos años, y la Política de Seguridad Democrática consolidó su campo de acción, al general le tocó hacerse a un lado luego de los escabrosos resultados de la investigación interna que adelantó el general Carlos Suárez para destapar ese contubernio criminal entre uniformados y organizaciones ilegales. En tales pesquisas se establecieron asociaciones entre militares y narcotraficantes, en los que ganaron por partida doble.
Más allá de orillas, sí existía una abierta diferencia entre Montoya y Suárez. Y la pelea parece haberla ganado este último, quien cuenta con la bendición incondicional del comandante de las Fuerzas Militares, Freddy Padilla de León. Aún así, luego de la oficialización de la salida de Montoya, desde la oficina del inspector general del Ejército empezó a cuajarse una estrategia para solidarizarse con el hoy ex comandante de esta institución. Catorce generales se mostraron de acuerdo en pasar al retiro y el ruido de sables tuvo que ser conjurado por el propio presidente Uribe y el ministro Santos, que llamaron al orden a su cúpula militar y evitaron un remezón mayor.
Paradójicamente, la salida de Montoya confirma que el momento más estelar de las Fuerzas Militares transita por caminos cenagosos que la justicia documenta, como que por homicidios en personas protegidas ya existen 42 condenas de sus miembros, sin contar con la aterradora cifra de 2.878 integrantes de la Fuerza Pública que están siendo procesados disciplinariamente por ejecuciones extrajudiciales. Los entendidos le han atribuido este karma a la política de recompensas del gobierno Uribe y a la presión por los resultados. De cualquier manera, la caída de un general de tres soles por lo que los expertos denominan ya ‘la tentación de los falsos positivos’, contrario a apagar el escándalo, ha contribuido a atizarlo.