La voz de la mujer que denunció a expresidente de Asobancaria por acoso sexual
Este es el crudo relato que le entregó la exdirectora de comunicaciones de Asobancaria a El Espectador sobre la denuncia que sacó de la entidad a Hernando José Gómez, quien además fue codirector del Banco de la República. Durante varias horas, Sarmiento contó su historia, con pruebas en mano, y reveló la tragedia que ha sido este episodio en su vida. Esta es su voz, la voz de una víctima.
Yo llegué a Asobancaria en 2019, durante la presidencia de Santiago Castro. Trabajaba en la Vicepresidencia de Asuntos Corporativos, a cargo de toda el área de comunicaciones de la entidad. En enero de 2021 llegó a la presidencia Hernando José Gómez. Estábamos en plena pandemia. La gente le tenía terror. Era un hombre súper exigente y solía hacer jornadas de trabajo muy extensas. Para él, las comunicaciones eran muy importantes y por eso empecé a tener cada vez más relación con él. Al principio fue una relación complicada. Me trataba muy mal y no le gustaba mi trabajo. Era grosero y siempre me preguntaba quién era yo, qué era lo que hacía y por qué estaba ahí. Tan grosero que, incluso, le dije a un compañero que quería salir de ese grupo de trabajo y que buscara a alguien para mi reemplazo. Él me dijo que no porque yo era muy buena y que teníamos que demostrarle a él mis capacidades.
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Yo llegué a Asobancaria en 2019, durante la presidencia de Santiago Castro. Trabajaba en la Vicepresidencia de Asuntos Corporativos, a cargo de toda el área de comunicaciones de la entidad. En enero de 2021 llegó a la presidencia Hernando José Gómez. Estábamos en plena pandemia. La gente le tenía terror. Era un hombre súper exigente y solía hacer jornadas de trabajo muy extensas. Para él, las comunicaciones eran muy importantes y por eso empecé a tener cada vez más relación con él. Al principio fue una relación complicada. Me trataba muy mal y no le gustaba mi trabajo. Era grosero y siempre me preguntaba quién era yo, qué era lo que hacía y por qué estaba ahí. Tan grosero que, incluso, le dije a un compañero que quería salir de ese grupo de trabajo y que buscara a alguien para mi reemplazo. Él me dijo que no porque yo era muy buena y que teníamos que demostrarle a él mis capacidades.
Ahí empezamos a estructurar un plan de comunicaciones para presentarle. Todavía estábamos trabajando de manera virtual y eso dificultó la situación porque él no me conocía y le decía a mi jefe: “Es que ella es muy seria”. A raíz de esa situación, colegas me empezaron a decir que tenía que sonreírle más y reírme de sus chistes, pero no me daban risa porque eran comentarios fuera de lugar y muchas veces sexistas. Supe que él mismo le pidió a un compañero que me dijera que no fuera tan seria. Entonces uno angustiado porque le van a quitar el trabajo, pues empecé a reírme en las reuniones virtuales porque seguíamos sin conocernos. Cuando empecé a reír más la situación cambió. Él empezó a hacerle preguntas a mi jefe sobre cuánto medía yo o de dónde era. Ese cambio en el trato ocurrió hacia mitad de 2021 con la alternancia laboral. Por esa época nos vimos por primera vez personalmente.
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Asobancaria empezó a reactivar sus eventos presenciales. Por mi trabajo debía organizar dichos encuentros, muchos de los cuales eran en Cartagena. Siempre viajaba para coordinar el equipo de comunicaciones. Hasta ahí la relación era normal. Él seguía haciendo sus chistes y si yo no me reía el man como que se emberracaba y devolvía todas las presentaciones o nos criticaba y la semana de trabajo se volvía desastrosa. La relación fue cordial el resto de ese año, pero 2022 era año electoral y los gremios tenían preocupación sobre qué iba a pasar y él quería liderar un movimiento que llamaba a la votación informada. Me pidió diseñar una campaña de comunicaciones para presentarle al consejo gremial. Fue muy extenuante, pero la campaña fue muy exitosa. Ese fue el punto de quiebre. Él quedó deslumbrado con mi trabajo y empezó a decirme que merecía más y creó la coordinación de comunicaciones que no existía.
Cuando me nombraron, me dijo que me lo había ganado. Yo quedé feliz. Pero al día siguiente, por un tema laboral, me pegó un regaño que yo quedé hasta temblorosa. A la semana me buscó y me habló como si no hubiera pasado nada. Yo le manifesté mi inconformidad y le dije que, ya que estaba calmado, le quería explicar lo que había pasado. Él me dijo: “No te preocupes que igual yo a ti te quiero mucho y esas cosas pasan”. Yo le contesté que no me tenía que querer porque esta era una relación laboral y que no me interesaba que me quisiera sino que valorara mi trabajo.A él le dio risa. Fue el primer momento en que marqué distancias, le dije que no estaba ahí para que fuéramosamigos. La intensidad del trabajo aumentó, así como los viajes y eventos, que eran al menos dos veces al mes. Ahí empezó a acercarse más. Me escribía por el chat para que saliéramos a comer los dos, aunque siempre viajábamos con más personas.
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Eso fue hacia mitad de 2022 porque teníamos la coyuntura de la convención bancaria, el gran evento de la asociación y, además, era el relanzamiento de la marca. Siempre estábamos en permanente comunicación por la carga laboral. Chateábamos todo el tiempo. Él trabajaba sin respetar horarios. Me escribía después de las 8 o 10 de la noche y los fines de semana. Me empecé a sentir incómoda. En junio de 2022 esas conversaciones empezaron a cambiar. Me escribía sólo para saludarme, empezó a preguntarme cómo estaba o si estaba en la oficina para que fuera a verlo a su despacho. Cuando iba no me hablaba del trabajo sino que me comentaba sus días y sus reuniones con ministros o senadores y siempre cuando me levantaba para irme me decía: “Dame un abrazo. Es que abrazarte me da calma”. Yo siempre me preguntaba: “¿Que qué?”. Pero me daba miedo que me echaran y terminaba dándole el abrazo.
Yo sentía que si no accedía a ese tipo de comportamientos el tipo se ponía de mal genio. Él tenía una fachada que usaba para hacerme creer que me quería como un papá o como un señor de autoridad que quiere lo mejor para uno. Era mentira porque con el resto del mundo era un ogro. Al principio yo decía:”Bueno, es sólo un abrazo”. Pero en el fondo me sentía incómoda. Le conté a mi mamá del tema. Ella es de otra generación, pero me dijo: “Ay, hija, la piel avisa”. Y yo me quedé pensando que si era así, mi piel debía sentir mucho asco cuando lo abrazaba. Decidí contarle a un amigo y compañero de trabajo y me dijo que eso era maluquísimo, pero que quizá actuaba así porque me había ganado la confianza de Hernando José. El tema no era nada fácil para él ni para mí, porque ambos éramos subalternos de Hernando José. A mi amigo le conté siempre todo. Le mostré los chats que me mandaba. Y él le declaró eso a la Fiscalía.
El escenario era muy complejo. Él era un hombre muy poderoso, con contactos en el alto gobierno y el mundo financiero y, además, yo con quién me iba a quejar por un abrazo. En fin. Yo tenía 30 años y quería tragarme el mundo profesional. Siempre estaba muy enfocada en el trabajo, pero fueron aumentando los viajes y los mensajes. Ya empezó a decirme por WhatsApp que eran invitaciones sociales y no laborales. Yo le decía que podíamos comer con otros compañeros, pero él insistía en que fuéramos solos. Como había tanto trabajo, eso le sirvió de excusa para insistir tanto. Empezó a preguntarme cosas personales. Yo le conté que era de Manizales como él y que seguramente conocía a mis papás porque teníamos familiares relacionados. Lo hice como un seguro: pensaba que si sabía quién era mi familia, ese señor no se podía atrever a nada más. Fue completamente intencional.
Eso no lo disuadió. Un día me dijo que le había encantado compartir tiempo conmigo, que yo era la única persona que le decía las cosas como eran y que le gustaba mucho mi personalidad. Yo siempre le decía: “Con que le encante mi trabajo es suficiente porque todo lo otro no le tiene que gustar”. Él se reía de mis comentarios. Recuerdo un par de cenas de esas sociales, como él decía, una en Barranquilla y otra en Cartagena. Yo siempre trataba de que alguien más de la oficina fuera con nosotros. Cuando lo lograba me escribía después que se había quedado con las ganas de hablar sólo conmigo. A mi compañero le dije que ya estaba jarta de esa abrazadera de él. Le pusimos “la terapia del conejo”: es como cuando uno coge a un conejo y lo acaricia. Mi amigo me preguntaba yo qué hacía en esos momentos y le explicaba que él solo me sobaba. Perdón la expresión, era como si me sobara la cabeza. Siempre me llamaba, me chismoseaba algo, me daba el abrazo, me respiraba y me sobaba el pelo. Yo sudaba y estaba tiesa.
Mi compañero me recomendó manifestarle a Hernando José mi malestar por estas cosas. Eso coincidió con otro viaje a Cartagena. Recuerdo que salimos del evento y mientras hablábamos de cosas laborales, me di cuenta de que íbamos hacia los ascensores. “¿Para dónde vamos?”, le dije. Me dijo: “Acompáñame a mi cuarto que tengo que sacar no sé qué”. Le dije: “¿Qué?”. Y me dijo: “¿Tienes miedo?”. Lo miré y le dije: “¿Miedo de qué? A usted lo veo como mi papá y para usted soy como una hija. Aquí no puede pasar nada”. Le ponía todos los semáforos en rojo, pero creo que eso a él le gustaba. Subimos al cuarto. Yo tenía miedo. Él abrió la puerta y me dijo: ‘Siéntate’. Él se sentó en el computador. Luego me dijo: “¿Me puedo sentar al lado tuyo?”. Se me sentó y me echó el brazo encima. Yo le dije: “Nononó, no tenemos absolutamente nada que estar haciendo acá solos. Vámonos”. Él se rió y me dijo: “Bueno, vamos”.
Después de ese momento en el cuarto me volvió a decir que los abrazos le daban calma. Yo le contesté que entonces tenía que empezar a hacer yoga porque a mí no me gustaba que me tocaran. En el fondo pensaba que no podía hacer mucho más porque de eso dependía mi trabajo y yo no me podía dar el lujo de perderlo. Cada vez me sentía más amenazada. Eso coincidió con otro caso, otra compañera también estaba viviendo algo similar. No con tanta intensidad, pero ella también estaba incómoda. Es más, ella le pidió a un amigo en común que no permitiera que Hernando José se le sentara al lado porque él le ponía la mano en la pierna.Mi compañero se volvió una especie de salvador. Era como un escolta: cuando yo estaba con Hernando José, él aparecía y no nos dejaba a solas. Tuve que contarle a mi novio lo que ocurría. No sabía dónde denunciar ni cómo manejar todo eso. Los mensajes eran muy aburridores.
Nadie habla del acoso, de cómo ocurre o quién puede protegernos. La gente lo normaliza y en muchas ocasiones hasta se fomenta, quizá sin querer. A mí me sucedió porque mis colegas se dieron cuenta de que Hernando José me aprobaba todo, entonces me mandaban a mí a hacer las presentaciones. Terminaba siempre más expuesta. Además, no solo eran los abrazos y la sobada en el pelo, sino que también me cogía la cara y me daba besos en la frente. En Bogotá siempre que me llamaba a su oficina, la conversación terminaba así: me cogía la cara y me daba un beso en la frente. Yo pensaba: “¿En qué momento no me lo dará en la frente sino en la boca”. Él me cogía la cara duro y quedaba medio inmovilizada. Me tensaba un montón. A él le daba risa.Para septiembre tuvimos un viaje a Paipa, después de una convención bancaria. Habíamos planeado un seminario para periodistas económicos para actualizarnos en temas.
Como era fin de semana, se aprobó que todos los funcionarios de Asobancaria fuéramos con nuestras familias. Ese día me escribió un mensaje que me dio rabia: “Estás bostezando mucho. ¿Mucha acción anoche?”. A mí me dio mucha piedra porque yo estaba con mi novio y obviamente había dormido con él y a Hernando José qué le importaba qué había hecho yo esa noche. Aquí debo agregar que la esposa solía acompañarlo a los eventos. Yo rogaba que ella fuera porque si lo hacía, él no me buscaba. Pero si no iba, empezaba: “¿Qué vamos a comer?”. En medio de eso el trabajo era mucho, nos tocaba estar muy juntos, revisar discursos, en fin, y él me seguía diciendo cosas como: “Usted por qué se pone tan churra, me desconcentra”. Todo tan maluco. En otro viaje le dije: “No me abrace más. No me gusta que me toquen”. Se lo dije porque me acuerdo que él trató de cogerme las manos. Ahí me despaché.
Le dije: “Hey, ¡no me gusta que me toque! ¿Cómo más se lo tengo que decir?”. Y él se rió. Le dije: “Vamos a dejar una cosa clara: yo lo aprecio, lo admiro, le agradezco la oportunidad profesional, pero esta es una relación laboral, por si se está confundiendo. A usted lo quiero como un papá”. El man se rió y me dijo: “Claro, ¿qué más va a ser?”. Siempre le daba risa. Esa era siempre su respuesta a estas situaciones. Afortunadamente no me volvió a abrazar. Pero empezó a mandarme mensajes más confusos. Un día empezó a hablarme del hijo, que estaba en Estados Unidos visitándolo, me mandó una foto y me dijo: “Soltero y a la orden”. Todo me parecía enfermo y raro. Al poco tiempo nos tocó viajar a Barranquilla. Él me reclamó que por qué estaba tan desaparecida, pero yo le contesté que estaba trabajando. Luego me dijo: “Ay, ¿por qué te me atraviesas y me desconcentras? Es que me desconcentras con ese vestido”.
En medio de ese viaje recibí otro mensaje muy bizarro. Sucedió después de una reunión en la que reconocí en público el trabajo del equipo. Hernando José me escribió: “Solo te falta vestirte de dominatrix”. Me acuerdo que le pregunté que a qué se refería. Me contestó que era una broma. Le hice saber mi incomodidad por el comentario. Más tarde, cuando nos teníamos que devolver a Bogotá, volvimos al hotel y él me dijo que lo acompañara al cuarto a sacar su maleta. Fue muy incómodo, pero como había tanta gente allí, accedí. Pero cuando fuimos a coger el ascensor nos quedamos solos. Noté que él miró la cámara de seguridad del ascensor. Pensé que algo iba a pasar. Yo le pregunté: “¿Qué le pasó?”. Y contestó: “Es que me acordé de una vez que estaba con mi esposa en un ascensor y me dio un beso”. No le dije nada porque me pareció un comentario salido de tono.
Llegamos al piso de su habitación y me dijo que entrara al cuarto. Yo le dije que no, que empacara rápido y que lo esperaba afuera. Él solo se reía. De regreso en el ascensor yo estaba tiesa y muy nerviosa. Menos mal se montó alguien. Cuando volvimos al lobby del hotel en Barranquilla había un puesto de joyas. Él me preguntó: “¿Te gustan?”. Y yo le dije: “Sí, muy lindas”. Y me dijo:”¿Cuál te gusta?”. Y yo le dije: “A mí joyas me da mi novio, usted qué me va a dar algo. Olvídese. Vamos que nos va a dejar el avión”. Se volvió a reír y me dijo: “¿Yo no te puedo dar un regalito?”. Le dije: “No, regalos de qué”. Yo me alejé, pero cuando llegó la hora de irnos, nos tocaba desplazarnos en el mismo carro. Normalmente, él siempre se iba adelante, salvo cuando estaba yo. Ahí se sentaba atrás a mi lado. Pero ese día un compañero se subió conmigo atrás y Hernando José se impactó de verlo ahí porque ya no podía irse junto a mí.
Ese fin de semana, ya en Bogotá, volvió a escribirme. Me mandó fotos de una exposición en la que había estado, pero no le respondí nada. Ya en ese punto estaba jarta de todo. No entendía por qué me tenía que escribir esas cosas. No éramos amigos. Entonces llegó ese lunes 31 de octubre. Yo tenía que estar en la oficina porque él siempre pedía cosas y estábamos pendientes de la aprobación del presupuesto. Trabajamos normal y con la gente del equipo hablamos de llevar cosas de Halloween. Yo llevé una peluca, pero estaba vestida con ropa de trabajo normal. Ese día le escribí por un tema de trabajo. Me contestó que lo esperara porque tenía que atender una reunión. Así lo hice. Después de un rato escuchamos su voz por el pasillo y yo le dije a un compañero que me daba pereza que me viera con la peluca porque seguro iba a tener un comentario. Él me dijo que me la dejara, que todos estaban igual y le hice caso.
En ese momento me escribió al chat: “Ven donde el big bad wolf (gran lobo feroz)”. Quedé fría y no entendía. Le mostré el mensaje a mi compañero. Fui a la oficina y me encontré al conductor de él, a la esposa del conductor y a su niña que estaba disfrazada de astronauta. Yo le dije que estaba disfrazada de Cruella, porque mi peluca era blanca. Estábamos afuera de la oficina de Hernando José cuando él abrió la puerta. Yo entré, el cerró la puerta, me miró, se rió, me cogió la cara y me dio un beso en la boca. Yo lo empujé: “¿Usted qué está haciendo?”. Y me dijo: “Es un beso y ya”. Yo le dije: “¡Pero en la boca!”. Me dijo: “No te preocupes, siéntate”. Yo le contesté: “Obviamente me voy a ir”. Yo salí verde. Entré a la oficina de mi amigo y le dije: “Tengo que renunciar ya. Hernando José me dio un beso”. Salí llorando. Desde ese día nunca volví a hablar con él y lo bloqueé.
Esa noche él me escribió que lo sentía, yo no le contesté. Más tarde con mi novio, que es abogado, tomé la decisión de presentar una renuncia motivada describiendo lo que había pasado. Después el caso llegó a la Fiscalía por iniciativa de la junta directiva de Asobancaria, que pidió que se investigaran los hechos. Este episodio ha sido terrible para mí. Yo nunca me había visto expuesta a una situación de esas, nunca me había sentido acosada y tuve que empezar un proceso de acompañamiento sicológico para salir de ahí porque todo es muy doloroso. Además, ese año fue mi año de mayor crecimiento profesional. Y uno empieza a cuestionarse: “¿Yo sí soy buena?, ¿yo merecía ese ascenso?, ¿el man sólo me quería comer?”. Y eso lo golpea a uno durísimo. Entonces me percaté que el acoso está normalizado y lo peor es que uno se termina cuestionando hasta la forma de vestir o si uno provocó eso.
Hay que denunciar estas cosas. Me cansé de hablar bajito. Hoy hablo con ustedes porque las mujeres tienen que saber que no es normal recibir ese tipo de mensajesde sus jefes, que no tenemos por qué sentirnos mal por haber sido acosadas, que no somos las culpables. Un día me acuerdo que teníamos una reunión con la congresista Clara López, y Hernando José me pidió que lo acompañara. Yo quería ponerme una falda con unas botas, pero me miré al espejo y dije: “Ah, esta falda, qué pereza, y si me dice algo”. Pero se me salió el lado feminista y dije: “Qué me importa, yo me siento bien, es mi falda, voy a salir así”. Efectivamente ese día cuando se acabó la reunión, él me dijo: “¿Le puedo hacer un comentario inapropiado?”. Y yo le dije: “Si es inapropiado no lo haga”. Y me dijo: “Es que te ves demasiado seductora con esa falda”. Le dije: “¿Cuántas veces le tengo que decir que no me gustan esos comentarios”. Y me fui.
Es desolador esto de cuestionarnos cómo nos vestimos. Como si de verdad la culpa fuera de uno. Si vamos a llegar a eso salgamos con sábanas encima para que los hombres no se tengan que sentir provocados. Por eso hay que denunciar esto. Esto le pasa a un montón de mujeres que quizá deben estar pensando hoy si están triunfando porque son inteligentes o porque el jefe se las quiere comer. Esa carta que le envió Hernando José a la junta directiva de Asobancaria en respuesta a mi renuncia es indignante. Me dio asco cuando la leí. Decir que solo fue un pico, que no fue un asunto reiterado, lo que dijo de cómo yo estaba supuestamente vestida. Todo fue ofensivo. No era verdad que yo vestía como una gata con maquillaje y mallas y trusa de cuerpo entero, yo solo traía una peluca y ya; pero, además, yo hubiera podido entrar a esa oficina en bikini y el tipo no tenía ninguna justificación para tocarme.
Además, el cuento de la peluca hizo récord porque todo el sistema financiero hablaba de la peluca. El acoso de Hernando José fue reiterado y está demostrado en los chats. Tras su salida de Asobancaria, el presidente de la junta directiva habló conmigo y me propuso regresar a la entidad. “¿Tú cómo te sentirías resarcida?”, me preguntó. Yo les hice saber que yo no quería plata ni nada de eso, y pensé que si me quedaba en el cargo el mensaje era el correcto: que quienes se tienen que ir son ellos y no nosotras. A finales de diciembre me llegó la citación de la Fiscalía. Y en enero de este año declaré todo y les hice saber que tenía unos chats que corroboraban mi denuncia. Pero esa diligencia fue horrible. La investigadora que estaba ahí me dijo varias veces: “Si acá usted dice mentiras la pueden meter a la cárcel”. Lo mismo me dijo después el fiscal: “Si usted dice algo que falte a la verdad la puedo meter a la cárcel”.
Ha sido muy triste todo. A veces pienso que si esto me pasó a mí que soy una mujer que habla desde el privilegio, que tuve la oportunidad de estudiar, que tengo una red familiar y de amigos, que me muevo en el gremio de las comunicaciones y que conozco periodistas, que tengo los recursos para pagar un abogado para que me asesore, si esto pasó conmigo, digo, qué pasará con una mujer que está en las regiones y ni siquiera logra entender qué es un delito de acoso. De estos temas no se habla lo suficiente, nadie les dice a las mujeres que esos comportamientos de sus jefes no deben pasar. Es que aquí hablamos de un delito que ocurre en medio de un ejercicio de poder y una relación asimétrica. Se lo dije a la investigadora, le dije: “¿Usted sabe quién es Hernando José Gómez?”. Y ella me dijo: “No, ni idea”. Le dije: “Es importante que sepa, además yo soy 30 años menor que él”.
También ha sido horrible tener que escuchar durante estos meses comentarios desobligantes de personas que decían refiriéndose a mí y a Hernando José: “Ay, pero ellos eran como noviecitos”. Me fue llegando información de gente del gremio que en almuerzos o en congresos deslizaba expresiones así. Supe que me trataron de “putica” en unas de esas reuniones. A mis papás les llegaron esos cuentos a Manizales. O de que teníamos una relación consensuada. Un horror. No tengo pruebas, pero tampoco dudas, de que no es la primera vez que Hernando José hace esto. Supe de otra mujer a la que acosaba en la entidad. Por eso, cuando estaba enfrentando este proceso de sanación, entendí que debía irme de Asobancaria. Renuncié en marzo pasado y me liberé mucho. Pero les quiero contar algo: me rechazaron en dos procesos de selección en otras empresas porque decían que yo era un riesgo reputacional muy alto.
¿Que qué opino de Hernando José hoy? Qué buena pregunta. En los términos más primarios, opino que es un viejo hijueputa. En los menos primarios, opino que es una mala persona que aprovecha su situación de poder para doblegar a sus subordinados. Y lo digo en términos del acoso sexual, que lo tiene súper normalizado, porque además en su forma de actuar es misógino. Hoy me doy cuenta de que trataba a las mujeres como un adorno. Cuando tenía una cena con un congresista, por ejemplo, no podía ir solo, siempre tenía que haber una mujer bonita a su lado. A uno de esos almuerzos me pidió que lo acompañara y cuando llegamos le dijo a la otra persona: “Te presento a María Clara para que no digas que solo tienes que ver gente fea acá”. Haciéndome sentir que mi labor en esa reunión no era un asunto profesional, sino una labor de acompañamiento cosmético. En resumen, pues, una mala persona.
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