Falsos positivos: el testimonio de la madre que le gritó al general (r) Mario Montoya
El Espectador habló con Gloria Lucía López, la madre de una de las niñas que fueron víctimas de ejecución extrajudicial por las que la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) le imputó cargos al general (r) Mario Montoya. Fue ella quien le gritó al alto oficial: “Te va a hacer falta vida y a mí me va a sobrar para que me compruebes que mi hija era una guerrillera”.
Valentina Arango Correa
El testimonio de Gloria Lucía López hablando del asesinato de su hija de 13 años, Érika Viviana Castañeda, fue usado por la Sala de Reconocimiento de la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) para ilustrar el horror de las ejecuciones extrajudiciales. La madre recordó que cuando el alto oficial sacó a su hija del hospital y la montó a una camioneta ella le gritó: “Te va a hacer falta vida y a mí me va a sobrar para que me compruebes que mi hija es una guerrillera”. Esa sentencia volvió a cobrar vida el pasado 30 de agosto, cuando la JEP le imputó al general (r) Mario Montoya, y a ocho militares más, 130 falsos positivos, entre ellos el de Érika Viviana Castañeda. El Espectador habló con Gloria Lucía López para quien existe, con esta decisión, una nueva esperanza para la dignificación de su hija.
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El testimonio de Gloria Lucía López hablando del asesinato de su hija de 13 años, Érika Viviana Castañeda, fue usado por la Sala de Reconocimiento de la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) para ilustrar el horror de las ejecuciones extrajudiciales. La madre recordó que cuando el alto oficial sacó a su hija del hospital y la montó a una camioneta ella le gritó: “Te va a hacer falta vida y a mí me va a sobrar para que me compruebes que mi hija es una guerrillera”. Esa sentencia volvió a cobrar vida el pasado 30 de agosto, cuando la JEP le imputó al general (r) Mario Montoya, y a ocho militares más, 130 falsos positivos, entre ellos el de Érika Viviana Castañeda. El Espectador habló con Gloria Lucía López para quien existe, con esta decisión, una nueva esperanza para la dignificación de su hija.
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¿Cómo era Érika?
Ella era la niña más amorosa, la niña más alegre, con su risa cascabelera, digo yo. Por todo se reía, salía de la casa sonriendo. Incluso el día que pasó lo que pasó, desde una distancia prudente de la casita donde vivíamos, me miró, se rió conmigo y me dijo: “Te amo, mami”. Eso fue lo último que ella me dijo.
¿Cómo se enteró de lo que le sucedió a su hija Érika?
Varios días antes habían organizado una fiesta para un compañero del colegio. Le di permiso para ir ese mismo día, el 9 de marzo de 2002, después de que ella me insistió como desde un mes antes. Fue el peor “sí” que he dado en mi vida. Ella salió feliz con sus dos mejores amigos del colegio. A las seis de la tarde llegó la noticia de que habían hecho un atentado a una camioneta y que en ella iban ellos, porque los habían recogido cuando iban en el camino. Estaba en una tienda comprando víveres, cuando se fue la luz y sentimos una explosión. A los minutos sentí una voz que decía: “Los mataron”. Y supe que era la voz de mi hija mayor, le comenté a la de la tienda que abriera la puerta que esa era mi hija. Después nos fuimos a esperar al hospital, llegaron con ellos en una volqueta y no nos los dejaron ver, decían que la orden del general Mario Montoya era que los cuerpos no podían ser entregados hasta que él llegara.
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¿En qué momento pudo ver a su hija?
Llegó Montoya en su helicóptero. Luego fue hasta el hospital. Estaba con varios periodistas. Cuando me dijeron que los llevaban para el asilo logré llegar hasta media cuadra antes de donde él estaba, pero no me dejaron acercarme y ahí fue que le grité: “Te va a hacer falta vida y a mí me va a sobrar para que me compruebes que mi hija era una guerrillera”. Porque el general ya había dado una rueda de prensa y había dicho que mi hija y sus amigos eran unos guerrilleros. Y, efectivamente, en el asilo les habían puesto uniforme y armamento. Era un domingo, apenas como a la una de la tarde nos dejaron los cuerpos por allá tirados en el cementerio. Ahí pude ver a mi hija, la encontré en el suelo, sobre una camilla, la habían dejado ahí. La pudimos sepultar solo tres días después. La estuve velando en mi casa, porque el papá de ella trabajaba lejos y lo esperamos. La velé con el féretro amarradito, porque a ella le destrozaron la carita con un tiro de fusil. Entonces no la dejábamos ver.
¿Por qué tuvo que dejar su pueblo e irse a Medellín?
Era ama de casa. En San Rafael vivía en El Carmelo, un caserío afuera del casco urbano, con mis tres hijas: Érika Viviana, de 13 años; Johana, de 15, y Jessica, de casi cuatro años. A raíz de la muerte de la niña (Érika) quedé muy devastada y arranqué con lo que tenía puesto y con mi niña de casi cuatro años. El 9 de abril de ese año, un mes después de que pasó lo de Érika, cuando ya estaba en Medellín, a mi hija Johana la asesinaron en San Rafael. Aunque duré un mes buscándola, porque a ella la metieron a una fosa común, la asesinaron los paramilitares. Volví al pueblo para buscarla, pero surgió el rumor de que nos iban a matar, no sé quién ni cómo. No pregunté. Me dio mucho miedo, entonces ahí me fui definitivamente para Medellín.
¿La han acompañado en la lucha por su hija?
La lucha en sí ha sido hombro a hombro con mi hija Jessica. Pero sentimos que estábamos acompañadas y que en realidad el caso de nosotros era importante para alguien, cuando entramos en contacto con la JEP y tuvimos la audiencia pública en Granada, Antioquia, el 28 de mayo de este año. Allá nos encontramos con otras mamitas, con mucha gente que tenía el mismo dolor o quizá peor que nosotros. Entonces fue algo muy bonito, compartir esa pena y toda esa cadena que hemos llevado arrastrando todos estos años. Ahí sentimos que en realidad sí le importamos a alguien. Nos unió el dolor y eso compagina mucho, entonces eso es muy bonito.
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¿Con la imputación a Montoya siente que hay oportunidad de justicia?
Referente a la decisión de esta semana, me siento bien, tranquila, porque lo que he buscado todos estos 21 años es la dignificación de mi hija, el buen nombre de mi niña. Para mí nunca ha sido justo que una niña de colegio como mi hija sea tildada de guerrillera. Y eso es lo que siempre he luchado. Ya me siento bien, porque estoy recogiendo los frutos de todos esos días, todas esas horas, estos años de espera que reconozcan, que salga algo que dignificara la honra de mi hija. Aunque falta mucho porque él debe reconocer que sí lo hizo.
¿Qué espera de la JEP?
Que los culpables paguen lo que tienen que pagar, que no quede impune. Que el señor Montoya reconozca lo que sí es verdad. Vamos a esperar el resultado de lo que viene, porque así como he luchado tanto y he esperado tanto para esto, sé que a muchas mamitas y a muchas familias también les va a dar gusto, porque es la dignidad de los nuestros. Fue más grande el peso de la verdad que el ruido de las balas que hicieron para acabar con ellos.
Nota de la editora: En nuestra edición impresa tuvimos un error al poner que el alto oficial sacó a la niña de su casa. Sin embargo, tal y como se explica en la respuesta de la madre, fue después de que los jóvenes fueron sacados del hospital que ella le gritó.