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                                                                                                                                Contra el olvido, en favor de la justicia y la verdad: el legado de Guillermo Cano

                                                                                                                                El 17 de diciembre de 1986 fue asesinado en Bogotá el director de El Espectador. Una fecha de antesala a la Navidad que debe ser recordada porque evoca a un periodista que hizo de la información un deber.

                                                                                                                                Cano asumió la dirección de El Espectador en 1952, cuando tenía 27 años. Allí permaneció hasta su muerte.
                                                                                                                                Foto: Archivo
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Primero fue por la libertad de expresión. En mayo de 1958, lo resumió en un texto publicado: “Si como ciudadano me ha correspondido, por mandato de la edad, pertenecer a la generación llamada del Estado de sitio, como periodista me ha tocado formar en las filas de la generación del periodismo sitiado”. Ni más ni menos. Se había hecho periodista antes de los veinte años, cuando la república liberal daba al traste. Y después, como todos, sufrió el rigor del 9 de abril de 1948, la censura de prensa desde el 49 y la dictadura de Rojas Pinilla, que obligó a cerrar el periódico en 1956. Más de una década intentando decir la verdad.

                                                                                                                                El Espectador presenta '30 años sin Guillermo Cano'
                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                De izquierda a derecha: Fidel, Luis Gabriel, Guillermo y Alfonso Cano Isaza en la rotativa del diario.
                                                                                                                                Foto: Archivo

                                                                                                                                Una época dedicada a la formación de periodistas y editores que vieron llegar los años 70 mientras El Espectador crecía en todas las regiones de Colombia. El ejemplo del Watergate en Estados Unidos había dejado a los periodistas del mundo un aire renovador; y Guillermo Cano, al hilo de la investigación como estandarte, así como no tuvo reparo en respaldar editorialmente los avances en derechos civiles promovidos por el gobierno de López Michelsen, fue incisivo para develar sus escándalos o concluir, de su puño y letra, que, después de la era López, “Colombia terminó insegura, ofendida y mal dirigida”.

                                                                                                                                Su bonanza liberal se había deshecho y el paro cívico de 1977 había obrado como una demostración del desencanto. Con eventuales licencias para ejercer su oficio de cronista, Guillermo Cano nunca dejó de advertir que, más allá del clientelismo político, era un retroceso no sumar filas en la lucha contra tres amenazas: la subversión, el narcotráfico y la corrupción. En julio de 1979, decidió reforzar su tarea de director del diario con la de columnista en primera persona. Los hechos fueron los que lo llevaron a ser autor de Libreta de Apuntes. Y su primera obsesión fue advertir el craso error del Estatuto de Seguridad.

                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                Guillermo Cano, al lado de su esposa, Ana María Busquets de Cano, y otros miembros de su familia.
                                                                                                                                Foto: Archivo

                                                                                                                                Los mantos de silencio e impunidad que impusieron el Grupo Grancolombiano y otros paralelos, cuando la Comisión Nacional de Valores confirmó el sinnúmero de ilegalidades que estos estaban cometiendo en el sector financiero. Y también en el universo periodístico para controlar la información. La respuesta de Guillermo Cano fue el editorial “La tenaza publicitaria”, publicado el domingo 4 de abril de 1982, para denunciar las represalias económicas ante las investigaciones y advertir que lo correcto era defender a los ahorradores divulgando los pormenores de los banqueros e inversionistas.

                                                                                                                                Así se hizo y sus escritos fueron claves para que el estrépito financiero fuera develado. “El cimiento más firme de un periódico respetable es su credibilidad”, escribió el director de El Espectador, y ese valor había quedado a salvo. Tanto el Círculo de Periodistas de Bogotá como la Sociedad Interamericana de Prensa premiaron su trabajo y el de sus investigadores. Su única directriz fue no tapar las cosas, pero revisarlo todo para evitar rectificaciones. Con su inspección personal, para no dejar pasar un error de titulación ni de ortografía. La rigurosidad al demostrar lo que la justicia no logró esclarecer fue su estandarte.

                                                                                                                                La historia de El Espectador a través de la vida de Guillermo Cano

                                                                                                                                A la vuelta de la esquina, se asomaba un enemigo mayor: el narcotráfico, y un grupo por defender: los jueces. “La burla a la justicia, al cumplimiento de los mandatos de los jueces, se hace más ofensiva cuando ocurre en las propias barbas de las autoridades”, reclamó Cano. “El señor Pablo Escobar, según lo dice la gente, y cuando la gente lo dice es porque así ha sido, estuvo el viernes de la semana anterior por sus feudos podridos de Envigado, en componendas políticas, sin que su inexistente derecho de andar libremente por el territorio colombiano se viera perturbado por la presencia de algún agente del orden”.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Lo demás es una historia conocida. A las 7:15 de la noche del miércoles 17 de diciembre de 1986 se cumplió el vaticinio que el propio Guillermo Cano le dio a la periodista Cecilia Orozco 24 horas antes en la sede del diario. “Yo salgo aquí del periódico por las noches y no sé qué va a pasar”. La mafia del narcotráfico segó su voz, y sobre su escritorio quedó una copia de su último editorial titulado “Navidades negras”, publicado días después, donde consignó su convicción por las alegrías de la Nochebuena, en medio de sus dolores vigentes al constatar la forma cómo la violencia arrasaba al país.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                La gravedad de lo sucedido ese día es apenas comparable con lo que vino después: promesas de justicia que no se cumplieron; y nuevos asesinatos, amenazas y exilios a la gente de El Espectador para borrar su resistencia. Todo para enmarcar la impunidad y enrostrársela a una sociedad amedrentada. Una horrible y larga noche que logró cambiar la historia de Colombia, sin que muchos dijeran nada. Contra el olvido y la desesperanza, en favor de la justicia y la verdad, Guillermo Cano fue uno de los que no calló y por eso merece siempre ser recordado, así sea cada 17 de diciembre de su sacrificio, en la antesala de la Navidad.

                                                                                                                                Cano asumió la dirección de El Espectador en 1952, cuando tenía 27 años. Allí permaneció hasta su muerte.
                                                                                                                                Foto: Archivo
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Primero fue por la libertad de expresión. En mayo de 1958, lo resumió en un texto publicado: “Si como ciudadano me ha correspondido, por mandato de la edad, pertenecer a la generación llamada del Estado de sitio, como periodista me ha tocado formar en las filas de la generación del periodismo sitiado”. Ni más ni menos. Se había hecho periodista antes de los veinte años, cuando la república liberal daba al traste. Y después, como todos, sufrió el rigor del 9 de abril de 1948, la censura de prensa desde el 49 y la dictadura de Rojas Pinilla, que obligó a cerrar el periódico en 1956. Más de una década intentando decir la verdad.

                                                                                                                                El Espectador presenta '30 años sin Guillermo Cano'
                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                De izquierda a derecha: Fidel, Luis Gabriel, Guillermo y Alfonso Cano Isaza en la rotativa del diario.
                                                                                                                                Foto: Archivo

                                                                                                                                Una época dedicada a la formación de periodistas y editores que vieron llegar los años 70 mientras El Espectador crecía en todas las regiones de Colombia. El ejemplo del Watergate en Estados Unidos había dejado a los periodistas del mundo un aire renovador; y Guillermo Cano, al hilo de la investigación como estandarte, así como no tuvo reparo en respaldar editorialmente los avances en derechos civiles promovidos por el gobierno de López Michelsen, fue incisivo para develar sus escándalos o concluir, de su puño y letra, que, después de la era López, “Colombia terminó insegura, ofendida y mal dirigida”.

                                                                                                                                Su bonanza liberal se había deshecho y el paro cívico de 1977 había obrado como una demostración del desencanto. Con eventuales licencias para ejercer su oficio de cronista, Guillermo Cano nunca dejó de advertir que, más allá del clientelismo político, era un retroceso no sumar filas en la lucha contra tres amenazas: la subversión, el narcotráfico y la corrupción. En julio de 1979, decidió reforzar su tarea de director del diario con la de columnista en primera persona. Los hechos fueron los que lo llevaron a ser autor de Libreta de Apuntes. Y su primera obsesión fue advertir el craso error del Estatuto de Seguridad.

                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                Guillermo Cano, al lado de su esposa, Ana María Busquets de Cano, y otros miembros de su familia.
                                                                                                                                Foto: Archivo

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                                                                                                                                Así se hizo y sus escritos fueron claves para que el estrépito financiero fuera develado. “El cimiento más firme de un periódico respetable es su credibilidad”, escribió el director de El Espectador, y ese valor había quedado a salvo. Tanto el Círculo de Periodistas de Bogotá como la Sociedad Interamericana de Prensa premiaron su trabajo y el de sus investigadores. Su única directriz fue no tapar las cosas, pero revisarlo todo para evitar rectificaciones. Con su inspección personal, para no dejar pasar un error de titulación ni de ortografía. La rigurosidad al demostrar lo que la justicia no logró esclarecer fue su estandarte.

                                                                                                                                La historia de El Espectador a través de la vida de Guillermo Cano

                                                                                                                                A la vuelta de la esquina, se asomaba un enemigo mayor: el narcotráfico, y un grupo por defender: los jueces. “La burla a la justicia, al cumplimiento de los mandatos de los jueces, se hace más ofensiva cuando ocurre en las propias barbas de las autoridades”, reclamó Cano. “El señor Pablo Escobar, según lo dice la gente, y cuando la gente lo dice es porque así ha sido, estuvo el viernes de la semana anterior por sus feudos podridos de Envigado, en componendas políticas, sin que su inexistente derecho de andar libremente por el territorio colombiano se viera perturbado por la presencia de algún agente del orden”.

                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                No ad for you

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