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                                                                                                                                Hace 30 años murió un victimario, pero quienes importan son sus víctimas

                                                                                                                                Se cumplen 30 años de la caída de un taquillero criminal, y hoy queremos atravesarnos a esta ruidosa efeméride, cambiar los recuentos de su saga homicida, multiplicada en libros, documentales y películas, para resaltar los nombres de las víctimas que pocos recuerdan. Por ellas es que vale la pena hoy hacer memoria.

                                                                                                                                De izquierda a derecha y de arriba a bajo: Rodrigo Lara Bonilla, Tulio Manuel Castro, Gustavo Zuluaga Serna, Guillermo Cano Isaza, Myriam Rocío Vélez, Hernando Baquero Borda, Héctor Giraldo, Luis Carlos Galán y el avión Avianca, luego de estallar.
                                                                                                                                Foto: Archivo y cortesía
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                (Le puede interesar: La saña de la mafia contra El Espectador)

                                                                                                                                Igual de improbable conseguir las pegatinas del magistrado de la Corte Suprema de Justicia Hernando Baquero Borda o del magistrado del Tribunal Superior de Medellín Gustavo Zuluaga Serna, asesinados en julio y octubre de 1986. Ambos dieron ejemplo de consagración a la justicia, pero ese valor quedó refundido en los archivos que pocos consultan. El primero fue un acérrimo defensor de la extradición de narcotraficantes. Por compromisos académicos no estuvo el día aciago de la toma guerrillera y la retoma militar del Palacio de Justicia, pero ocho meses después lo asesinaron en Bogotá junto a dos inocentes más. El segundo tuvo el coraje de ordenar la primera investigación contra el capo de los hipopótamos y lo asesinaron en presencia de su esposa embarazada.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                A 661 llegó el número después de un rastreo de varias semanas. No existe una base oficial y de antemano, excusas a las familias de quienes faltan en el registro. También abundan los nombres de víctimas en su momento atribuidas al hombre que hoy acapara evocaciones, pero que después se supo pertenecían a los recuentos personales de otros matones. Lo único claro es que cada uno de los 661 nombres que ocupan la primera página merecen desde un documental hasta una simple lámina, una artesanía, un oráculo, todo lo que sea posible para gritar desde su ausencia que encontraron la muerte por voluntad de un individuo de cuyo rostro sobran las calcomanías. Me atrevo a garantizar que existen historias más dignificantes que la saga repetida del pistolero que explotó a Colombia con sus chicos malos.

                                                                                                                                La vida de Aurora Rocha, esposa del juez Tulio Manuel Castro Gil, que sacó adelante a sus cinco hijas entre tres y 15 años cuando “les arrebataron el derecho de crecer con su papá”. O la historia de la fiscal Myriam Rocío Vélez, muerta a balazos junto a sus escoltas el 18 de septiembre de 1992 en Medellín, cuyo nombre está escrito en una placa en la entrada de los juzgados. Fue la última funcionaria que tuvo el expediente de don Guillermo Cano y dejó lista la acusación contra los asesinos de mi abuelo. No se conocen las agallas de sus dos hijos, Marby y Catalina, víctimas que reflejan al país y que, desde la memoria de mi abuelo, el periodista que entregó su vida convencido de que podía vivir en un país decente y que la sociedad merecía una vida en paz, resultan en esta fecha la única motivación para hacer de diciembre un mes de memorias.

                                                                                                                                (Le recomendamos leer: Bomba al avión de Avianca: historia de una viuda 30 años después del acto terrorista)

                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                Para conocer más sobre justicia, seguridad y derechos humanos, visite la sección Judicial de El Espectador.

                                                                                                                                De izquierda a derecha y de arriba a bajo: Rodrigo Lara Bonilla, Tulio Manuel Castro, Gustavo Zuluaga Serna, Guillermo Cano Isaza, Myriam Rocío Vélez, Hernando Baquero Borda, Héctor Giraldo, Luis Carlos Galán y el avión Avianca, luego de estallar.
                                                                                                                                Foto: Archivo y cortesía
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                (Le puede interesar: La saña de la mafia contra El Espectador)

                                                                                                                                Igual de improbable conseguir las pegatinas del magistrado de la Corte Suprema de Justicia Hernando Baquero Borda o del magistrado del Tribunal Superior de Medellín Gustavo Zuluaga Serna, asesinados en julio y octubre de 1986. Ambos dieron ejemplo de consagración a la justicia, pero ese valor quedó refundido en los archivos que pocos consultan. El primero fue un acérrimo defensor de la extradición de narcotraficantes. Por compromisos académicos no estuvo el día aciago de la toma guerrillera y la retoma militar del Palacio de Justicia, pero ocho meses después lo asesinaron en Bogotá junto a dos inocentes más. El segundo tuvo el coraje de ordenar la primera investigación contra el capo de los hipopótamos y lo asesinaron en presencia de su esposa embarazada.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                A 661 llegó el número después de un rastreo de varias semanas. No existe una base oficial y de antemano, excusas a las familias de quienes faltan en el registro. También abundan los nombres de víctimas en su momento atribuidas al hombre que hoy acapara evocaciones, pero que después se supo pertenecían a los recuentos personales de otros matones. Lo único claro es que cada uno de los 661 nombres que ocupan la primera página merecen desde un documental hasta una simple lámina, una artesanía, un oráculo, todo lo que sea posible para gritar desde su ausencia que encontraron la muerte por voluntad de un individuo de cuyo rostro sobran las calcomanías. Me atrevo a garantizar que existen historias más dignificantes que la saga repetida del pistolero que explotó a Colombia con sus chicos malos.

                                                                                                                                La vida de Aurora Rocha, esposa del juez Tulio Manuel Castro Gil, que sacó adelante a sus cinco hijas entre tres y 15 años cuando “les arrebataron el derecho de crecer con su papá”. O la historia de la fiscal Myriam Rocío Vélez, muerta a balazos junto a sus escoltas el 18 de septiembre de 1992 en Medellín, cuyo nombre está escrito en una placa en la entrada de los juzgados. Fue la última funcionaria que tuvo el expediente de don Guillermo Cano y dejó lista la acusación contra los asesinos de mi abuelo. No se conocen las agallas de sus dos hijos, Marby y Catalina, víctimas que reflejan al país y que, desde la memoria de mi abuelo, el periodista que entregó su vida convencido de que podía vivir en un país decente y que la sociedad merecía una vida en paz, resultan en esta fecha la única motivación para hacer de diciembre un mes de memorias.

                                                                                                                                (Le recomendamos leer: Bomba al avión de Avianca: historia de una viuda 30 años después del acto terrorista)

                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                Para conocer más sobre justicia, seguridad y derechos humanos, visite la sección Judicial de El Espectador.

                                                                                                                                Por María José Medellín Cano

                                                                                                                                Estudió comunicación social en la Javeriana. Hizo sus prácticas en El Espectador y luego se desempeñó durante dos años como reportera judicial, desarrollando temas relacionados con las altas cortes y escándalos de corrupción como el de Odebrecht. Actualmente, es la editora de la Sección Judicial.@Majomedellincmmedellin@elespectador.com
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