“La buena sombra”: este es el cómic que denuncia la crueldad de Chiquita Brands
Un ejecutivo estadounidense que desprecia el trópico y que se esconde en las tinieblas de su propia ambición. Un jornalero cordobés cuya esencia tiene el precio ofrecido por el paramilitarismo. La historia de Chiquita Brands en Colombia, en un cómic nacional.
Jhoan Sebastian Cote
Si la multinacional bananera Chiquita Brands fuese un personaje de novela, en el plano general sería como el mítico rey Midas, que todo lo convierte en oro. Esa reconocida marca auriazul que llevó el negocio del banano a escala global, dotando de infraestructura a países centro y suramericanos, que no lo hubiesen podido hacer sin una multimillonaria inversión. Sin embargo, la historia judicial, que permite hacer un primerísimo primer plano de este personaje, lo descubre como un sincero villano. Un sujeto cruel que, en realidad, todo lo que toca lo destruye. Y que a su paso ha dejado masacres, golpes de Estado y, en particular, el desarraigo de la esencia misma de pobladores que sufrieron las consecuencias de su paso por el Urabá antioqueño.
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Si la multinacional bananera Chiquita Brands fuese un personaje de novela, en el plano general sería como el mítico rey Midas, que todo lo convierte en oro. Esa reconocida marca auriazul que llevó el negocio del banano a escala global, dotando de infraestructura a países centro y suramericanos, que no lo hubiesen podido hacer sin una multimillonaria inversión. Sin embargo, la historia judicial, que permite hacer un primerísimo primer plano de este personaje, lo descubre como un sincero villano. Un sujeto cruel que, en realidad, todo lo que toca lo destruye. Y que a su paso ha dejado masacres, golpes de Estado y, en particular, el desarraigo de la esencia misma de pobladores que sufrieron las consecuencias de su paso por el Urabá antioqueño.
Esa personalidad empresarial es la inspiración del artista Mario Garzón, más conocido como Rey Migas, plasmada en la novela gráfica La buena sombra. Un cómic colombiano que ilustra dos historias paralelas sobre la inversión de Chiquita Brands en el Urabá, durante la época que iniciaron sus probados pagos a las Autodefensas Unidas de Colombia. Según determinó el Departamento de Justicia estadounidense, en 2007, quedó registrada una financiación con hasta US$1,7 millones, gestionada a través de las organizaciones Convivir. El pasado 10 de junio, en un primer juicio, el Tribunal del Distrito Sur de Florida concluyó que esas entregas desembocaron en ocho homicidios. Sin embargo, la justicia estadounidense estudia más de 6.000 casos.
El Tribunal de Florida escogió un grupo de casos como ejemplo de la victimización en el Urabá y Magdalena medio, de demandas que han sido interpuestas en Estados Unidos desde 2007. Como le explicó a este diario Marco Simons, abogado de víctimas y representante de Earth Rights International, ahora esa primera decisión será utilizada para resolver los otros miles en juicio y, también, para que la misma Chiquita Brands llegue a acuerdos de culpabilidad con grupos de víctimas. Se trató de una decisión extraordinaria, pues por primera vez en la historia de la justicia, la multinacional fue declarada responsable de delitos violentos en el marco de su inversión en las Américas. “La Colombia rural puede ganarle a las multinacionales”, expresó, en su momento, Simons.
Volviendo al cómic, la primera de las historias paralelas la protagoniza un funcionario enviado a Bogotá desde la sede principal de Chiquita en Cincinnati, Ohio. Su función es coordinar en tierra colombiana las decisiones que llevan a la multinacional a prestar su flota de barcos para el tráfico de armas y, en definitiva, a auspiciar grupos paramilitares. “Es un personaje nocturno y esa es una decisión que no es nada casual, pues el funcionario está del lado oscuro de la vida. No solo aspira a que lo que pase en Colombia no sea visible, sino que también está dispuesto a hacer las cosas que a plena luz del día no las haría”, le dijo a este diario Garzón, quien realizó una investigación de cuatro años para la obra.
Este funcionario, para Garzón, encarna la vida empresarial de Chiquita. La misma multinacional que —según el libro Bananos: cómo la United Fruit Company moldeó el mundo, del escritor Peter Chapman, otro ponente del arte de registrar la realidad— fraguó la masacre de las bananeras en 1928. Y el mismo inversionista que, atrevidamente influyente en la denominada “república bananera” de Guatemala, en 1954, orquestó un golpe de Estado contra el militar Jacobo Árbenz. Según documentos desclasificados de Estados Unidos, Chiquita logró vincular al presidente con el comunismo, al punto que tropas oficiales bombardearon Guatemala. El pecado de Árbenz fue crear políticas públicas para sacarle tierras bananeras a Chiquita en favor de sus campesinos.
Al tiempo, se desarrolla la historia de un raspachín de coca cuyo contexto social lo incita a enlistarse en el grupo de los guelengues: los primeros 40 paramilitares que luego conformarían el Bloque Élmer Cárdenas de las Autodefensas. El papel de Ever, el protagonista, es reseñar el desarraigo personal. “El pelo es como el de Willington Ortiz. Antes de irse a los guelengues, llevaba siempre una camiseta del Junior, que en 1996 fue campeón. Esa camiseta representa todo lo que él era antes, un pelado que le gustaba el fútbol. Con el desarrollo de la historia, se encuentra ese objeto y reflexiona en los cambios de su vida. En esa historia es importante también su hermano, de 13 años, quien representa la niñez robada por los grupos armados”, agrega Garzón.
Ever es entrenado en la finca La 35, ubicada en San Pedro de Urabá. El bastión paramilitar de los hermanos Castaño, donde exmilitares sádicos enseñaban los brutales mecanismos de la guerra contra la insurgencia guerrillera. Esa autodefensa que terminó repoblando el Urabá de intereses empresariales y de la que Chiquita Brands se aprovechó. Las viñetas verdes oscuras están inspiradas en la fotografía de Julián Lineros, quien retrató, en otra de las artes de contar la verdad, esos niños cubiertos de lodo en plena selva urabeña, similares a los guerreros de terracota chinos, a quienes se les enseñó a asesinar por dinero. El músculo financiero que, al final de cuentas, auspició la masacre de Mapiripán (Meta), de 1997, en la que acribillaron al menos a 50 inocentes.
“Las cifras del conflicto armado dejan por fuera el impacto que tiene para una persona, en este caso los urabeños y cordobeses, la modificación de su identidad. Chiquita Brands patrocinó hechos como la concepción misma de quienes eran, qué creían que era posible y qué posibilidades tenían como seres humanos. Fue una estructura inmensa que avasalló todo a su paso”, concluye Garzón. La buena sombra fue creada en cómic por las posibilidades que ofrece la técnica. Es como ver una película cuadro a cuadro, en el que el autor se jugó permanentemente la estética, la narrativa y el dramatismo de las heridas sociales regionales. “El dicho dice que ‘al que buen árbol se arrima, buena sombra lo cobija’. Colombia jugó a esa idea al permitir la entrada de Chiquita. Pero, si fuera un personaje, fue alguien que te jodió y que te quiso mal. Como una madrastra cruel”, dice.
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