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Una emblemática y ejemplar sentencia contra un abusador sexual que durante años despojó de toda dignidad a su expareja, humillándola y maltratándola de todas las formas posibles, pues compartían el mismo techo, acaba de ser reconocida por la Comisión Nacional de Género de la Rama Judicial. En el fallo, el juez de Salamina (Caldas) Daniel Ortega Jiménez, de 36 años, abordó el caso desde una perspectiva de género, documentó con rigor la cadena de violencias infames que padeció esta mujer y en nombre de la justicia colombiana lamentó todo lo que le pasó. Le dijo que no estaba sola, que el Estado tenía el deber de protegerla y que este tipo de delitos encarnan una vileza inaceptable y deben ser repudiados con todas sus letras. Este 12 de diciembre, a las 10 de la mañana, en el marco de la Condecoración José Ignacio de Márquez al mérito judicial, Daniel Ortega –el bueno, nada que ver con el autócrata centroamericano– recibirá un homenaje en el Teatro Colón en Bogotá.
El fallo fue proferido el 21 de noviembre de 2023 y en él resultó condenado a 18 años de prisión Róbinson Alirio Lora Martínez por los delitos de acceso carnal violento agravado en concurso con violencia intrafamiliar agravada. La víctima era su expareja, que aquí llamaremos María José para no revictimizarla. Con ella compartía vivienda en zona rural de ese municipio en la finca El Silencio, aunque cada uno vivía entonces en habitaciones separadas. Aunque María José relató en el expediente el patrón de vejaciones y abusos que durante años le infringió Lora Martínez, este último terminó sentenciado por un episodio ocurrido el 7 de noviembre de 2021. Ese día sobre las 8:00 de la noche el labriego tocó la puerta de ella diciéndole “que estaba arrecho”, pero como ella no le abrió se subió por el techo, ingresó al cuarto, la golpeó sin mediar palabras, le arrancó la ropa a zarpazos, la tiró a la cama, la arrastró del cabello, trató de ahorcarla y la violó.
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La golpiza fue tan brutal que María José perdió el sentido y cuando reaccionó, tiempo después, Róbinson Lora Martínez ya estaba dormido. Quiso salir de inmediato de ahí, pero temió que se despertara y volviera a golpearla, como ya había ocurrido antes. Sobre las 7:00 de la mañana del día siguiente, con un poco más de bríos en el alma, cuando se disponía a irse al hospital, pues le dolía mucho la cabeza, Róbinson la tiró al suelo, le dio patadas y puños y después cogió el cable de un cargador de celular y empezó a pegarle con él por todo el cuerpo. María José tuvo que esperar hasta la noche de ese 8 de noviembre de 2021 para poder volarse de allí. En el proceso consta que ella le dijo muchas veces que no la agrediera ni la abusara, pero Róbinson siempre le respondía que así era que le gustaba a él y que ella no merecía mejor trato. En múltiples ocasiones, inclusive, este sujeto le hizo saber “que no estaba buena sino para matarla”.
El juicio fue muy accidentado. Desde diciembre de 2021 se realizaron las audiencias preliminares de captura y formulación de imputación contra Róbinson Alirio Lora, hoy de 43 años. Increíblemente en ese momento no le dictaron medida de aseguramiento. El 3 de marzo de 2022, la Fiscalía radicó escrito de acusación y se determinó el 2 de mayo de ese año para instalar la audiencia. Pero entonces empezó la feria de la dilación y los aplazamientos. En principio, porque la Fiscalía y el procesado estaban evaluando un posible preacuerdo y luego porque el titular del ente investigador tenía otros expedientes pendientes o quebrantos de salud o porque el abogado de Róbinson Lora insistía en una salida negociada o porque después renunció a representarlo, entre otro largo etcétera. A pesar de esta bitácora de demoras, el juez Ortega trató de darle la celeridad que pudo al caso. Finalmente, el 23 de agosto de 2023, profirió sentido de fallo de carácter condenatorio.
La Fiscalía logró probar el contexto de violencia y de abusos sexuales del señor Róbinson Lora Martínez, quien usualmente, cuando estaba borracho, violaba a María José mientras la golpeaba, la denigraba y la vejaba. Un maltratador y abusador sexual consuetudinario que no tuvo problema jamás en hacer todo ello en presencia de sus hijos. Un infierno repetido día tras día en su finca El Silencio, donde la muerte rondaba a María José sin que nadie pudiera auxiliarla. Las pruebas médicas determinaron que María José presentaba rastros de semen, pero no desgarros ni sangre en su zona genital. En todo caso, las lesiones en su cuerpo eran evidentes. Desde el primer momento, la víctima le contó a galenos, investigadores y fiscales su drama. Es más, ese día que llegó al hospital uno de sus ojos estaba tan hinchado que apenas podía ver. Parece la historia tantas veces repetida de un país lleno de feminicidios que tan solo en 2024 ya cobró la vida de 745 mujeres. Y contando.
Si hasta aquí tiene usted el estómago revuelto por la brutalidad del caso, por favor respire hondo porque se pone peor. El abogado de Róbinson Lora Martínez esbozó en el juicio una serie de frases verdaderamente insultantes para defender a su cliente. Dijo, por ejemplo, que podía condenársele por violencia intrafamiliar, pero no por el delito acceso carnal, pues según él no había pruebas ya que “cuando una persona es violada no lubrica porque no está sintiendo placer”. Aún más, indicó que el relato de la víctima estaba lleno de incongruencias y que la mujer “exageraba” para hacer su relato más creíble. Incluso criticó que la misma noche de la violación ella se hubiera quedado en la misma casa con él, obviando el pánico insalvable que ya se había instalado en María José años atrás. De hecho, el día que la abusó por última vez le pegó tan duro que con su cabeza reventó una parte de la cama y cuando ella trató de oponerle resistencia le desfiguró la cara.
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Róbinson Lora solía decirle a María José que a las mujeres “había que tratarlas como mulas para que copiaran”. El juez Daniel Ortega revisó en detalle el proceso y arribó a una conclusión inobjetable: la expareja de María José cruzó toda raya posible del Código Penal y le dio total credibilidad a la víctima. María José fue maltratada física, mental y económicamente. Los hijos de la pareja también declararon en juicio y corroboraron la cadena de abusos que vivió María José. Uno de ellos aseguró que era usual ver a su padre tomando trago y consumiendo un “polvo blanco por la nariz” y que, en esos momentos de violencia extrema, Róbinson Lora le decía a María José “que se envenenara”. Ella intentó hacerlo una vez. En no pocas ocasiones, María José estuvo al borde de la muerte. El juez Daniel Ortega se preguntó en su fallo: “¿Cómo no creerle a la señora? Proceder en contrario sería sepultar su esperanza de que se haga justicia”.
Y más adelante añadió que este tipo de casos están revestidos de la idiosincrasia del machismo y la violencia contra las mujeres, “al creerse los varones con la potestad de disponer tranquilamente sobre su cuerpo y designios, afectando su libertad, intimidad y dignidad sin ninguna consecuencia”. El juez Daniel Ortega, el bueno, ponderó la consistencia de los relatos de la víctima y criticó ácidamente las justificaciones del abogado de Róbinson Lora, al punto de señalar que tratar de sugerir que no están acreditados los delitos probados en el expediente sería como “pensar que estamos ante una denunciante con la creatividad inigualable de una novelista que inventó tamaña mentira, y no es así”. El juez Ortega dedicó un capítulo para explicar por qué este caso debía ser analizado bajo la lupa de la perspectiva de género, pues el contexto de desigualdad, vulnerabilidad y desprotección de María José resultaban evidentes.
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En su fallo, el juez Ortega calificó como una “escena cobarde, humillante y deplorable” lo que le hizo Róbinson Lora a su expareja y recordó el grado de virulencia que tuvo el victimario al violarla y escupirla al mismo tiempo. Así mismo, Daniel Ortega se quejó de los estereotipos machistas que expuso el defensor de Lora y que quisieron “asignarle de forma cruel, irrazonable y desconsiderada algún tipo de responsabilidad a la víctima, como si ella hubiera propiciado la situación por el solo hecho de haber estado en su residencia ese día”. Todos y cada uno de esos nuevos agravios que recibió María José durante el juicio por parte del abogado de su expareja fueron derrumbados en la sentencia y reseñados por el juez Ortega como “sesgados y hasta descabellados”, pues pretendían ilustrar desde la orilla del defensor que aquí no había pasado nada y que no hubo violación sino sexo consentido.
El juez de Salamina dejó en evidencia esa falacia y aseguró que una violación es una violación, aunque no queden huellas externas y que no puede llegarse al exabrupto de pensar que si hubo lubricación de la vagina –”misma que es natural”– fue porque la penetración no solo fue consentida, sino placentera, como dijo el abogado de Róbinson Lora. “De ninguna manera”, señaló enfático el juez Daniel Ortega –el bueno– y manifestó que era totalmente comprensible que por el dolor y el temor que tenía María José entonces no hubiera salido a pedir ayuda en ese mismo instante. “Se necesita solo un poco de empatía para entender la lamentable situación de debilidad, limitación y desconsuelo en la que se hallaba la afrentada después del macabro vejamen, más cuando se conoce que el agresor la dejó inconsciente producto de los golpes”, concluyó con vehemencia y calificó esta actuación del individuo Lora como “descarnada, irracional y proterva”.
El fallo está lleno de referencias a múltiples sentencias de la Corte Suprema de Justicia y de la Corte Constitucional que han reivindicado la dignidad y libertad de todas las mujeres y que han entendido, desde hace años ya, que la única forma de erradicar la violencia contra ellas también pasa por obligar a las autoridades judiciales a abstenerse de justificar estas formas de violencia que durante tantos años estuvieron tan naturalizadas, o intentar disfrazar las denuncias de las víctimas bajo eufemismos que solo contribuyen a perpetrar y esconder estos fenómenos criminales de discriminación y abuso. En palabras castizas, abordar este tipo de crímenes como lo son: delitos repudiables. En diálogo con este diario el juez Daniel Ortega señaló que todavía hay una influencia machista a nivel social y cultural que en ocasiones trasciende a los estrados judiciales y cuyos prejuicios, a la luz de hoy, no son más que sandeces. Se refería al abogado de marras, por supuesto.
Ortega es egresado de la Universidad de Caldas y tiene especializaciones en Derecho Penal y Criminología y en Derechos Humanos. Desde hace seis años es el juez del circuito de Salamina y dice que quiere escalar hasta donde se lo permita la Rama porque tiene vocación de juez humanista. Al preguntarle por la violencia arraigada contra la mujer y por el fallo que hoy es reconocido por sus superiores, cuenta que en casos así siempre piensa en su compañera, en su madre, en su hermana, en su abuela y en todas las mujeres de su familia que han padecido la violencia por su condición de mujer, por lo que sostiene que, para él, se ha vuelto un reto llevar al escenario judicial esos derechos y garantías de todas las mujeres cuando, como en este caso de María José, han sido vulnerados. Daniel Ortega Jiménez dice que el juez tiene la obligación de limpiar sus lentes de la discriminación y desigualdad para ver la realidad sin los vidrios empañados.
Además, está convencido de que si no se garantiza el acceso oportuno a la administración de justicia en este tipo de casos el Estado podría ser responsable de una forma de violencia institucional. “¿Cómo puede impactar esta sentencia a una sociedad que sigue reproduciendo a velocidades horrorosas los feminicidios y las violencias contras las mujeres?”, le pregunto. Ortega responde: “El derecho y las decisiones judiciales impactan en las costumbres, las relaciones interpersonales y la cultura, ayudando a transformar la realidad social de nuestros días. Las penas también cumplen funciones de prevención para que los ciudadanos se abstengan de seguir atentando contra las mujeres”. Dos de sus profesores lo verán con orgullo recibir su premio: José Fernando Reyes, hoy presidente de la Corte Constitucional, quien fue su profesor de Teoría del Delito, y su propio padre, José Fernando Ortega, hoy procurador delegado para la Casación Penal.
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