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Era 15 de junio de 1995. En Colombia, dos hombres desafiaban las reglas constitucionales de una sociedad pacata y de un Estado que, aunque se había declarado laico, todavía le faltaba dar muestras de ello.
Frente al altar de la iglesia católica del Señor de los Milagros de Buga, en el barrio La Soledad de Bogotá, Ángel Alberto Duque y Jhon Óscar Jiménez se juraban amor eterno. El primero, fielmente ateo, y el segundo, un creyente hasta los tuétanos, unidos por un sentimiento que reconciliaba las radicales diferencias de ideologías aun en épocas como Navidad y el 20 de julio.
“Hagamos de cuenta que nos vamos a casar, y los dos vamos a usar argollas iguales”, dijo Jiménez. “¿Pero de dónde vamos a sacarlas si no las hemos comprado?”, preguntó Duque. “Aquí las traje, ¿aceptas?”, Jhon Jiménez las sacó de un bolsillo y apresuró a arrodillarse. Cada uno le puso el anillo al otro. Y así se celebró sin testigos ni invitados un “matrimonio” que para ese año estaba prohibido, entre parejas del mismo sexo, y que tan solo 21 años después, el pasado 7 de abril, fue aprobado por la Corte Constitucional.
Su vida en pareja ya había comenzado en una discoteca cuatro años antes, ad portas de que el país promulgara la Constitución de 1991, con la que se prometía una sociedad igualitaria y se declaraban derechos fundamentales inquebrantables. Era también 15 de junio y la primera vez que Ángel Duque celebraba sin su familia el Día del Padre. En medio de la rumba a la que asistió con una amiga, ese desconocido llamado Jhon lo invitó a bailar. Fue amor a primera vista, la pista se prolongó hasta la madrugada y desde entonces no pudieron vivir el uno sin el otro hasta que la muerte los separó. Una semana fue suficiente para que se fueran a vivir juntos a un cuarto alquilado.
De lo que más estaban llenos era de sueños. Jhon, con 25 años, anhelaba terminar en seis meses su bachillerato en la nocturna y estudiar sistemas, al tiempo que trabajaba como mensajero en una empresa de duchas. Ángel, con 35, quería viajar por toda Colombia. Y así lo hicieron. Pisaron las tierras de Santa Marta, Cali, Buenaventura, Cartagena y Villavicencio.
Cuando le faltaban dos semestres para terminar el curso básico de sistemas, a Jhon le salió trabajo en el Banco Popular y tuvo que retirarse de la universidad. Tiempo después le ofrecieron un puesto en la Dirección de Impuestos y Aduanas Nacionales (DIAN) y así logró afiliarse al sistema de salud y recibir el tratamiento médico que necesitaba, ya que lo diagnosticaron con VIH al igual que a su pareja. Gracias a este trabajo, ambos recibieron los medicamentos, porque Ángel se quedó sin empleo, la empresa donde laboraba la trasladaron a Tocancipá (Cundinamarca).
Después de muchas trabas para acceder a una vivienda por ser una pareja homosexual, lograron comprar una en el barrio Fontibón, occidente de Bogotá, donde hoy vive Duque. Tuvieron que fingir en ese entonces que Jiménez tenía una relación heterosexual. La cuota inicial fue de $3 millones. Pero Jhon solo alcanzó a vivir en ella siete meses: el 15 de septiembre de 2001 falleció. Y ahí comenzó el calvario.
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Estas son algunas de las fotos de los viajes de la pareja. /Andrés Torres
Un hombre gay sin derechos
Duque, con VIH y sin empleo, había recibido tratamiento médico desde 1998 porque su pareja le ayudaba. Al morir ésta, la única alternativa que le quedaba era reclamar la pensión de sobreviviente por convivir en unión marital de hecho por una década. Ninguna compañía lo quería contratar por tener 45 años.
Hizo la solicitud al fondo de pensiones Colfondos, entidad que respondió que no podía reclamarla porque, de acuerdo con la legislación de ese momento (2002), la seguridad social no cobijaba a las uniones entre parejas del mismo sexo. Ángel presentó una tutela, que en dos instancias fue fallada a favor de Colfondos. Por eso acudió en 2005 a la Corte Interamericana de Derechos Humanos (Corte IDH) y demandó al Estado por violarle sus derechos.
Once años tardó ese alto tribunal en darle la razón a Duque y el pasado viernes hizo pública la sentencia. El abogado Germán Rincón Perfetti, que llevó el caso junto a la Comisión Colombiana de Juristas, lo llamó a su teléfono y le dio la noticia. “¿Qué sentí? Felicidad, pero estaba preparado para recibirla. Me recogieron para ir a visitar a una amiga que está enferma de cáncer en Sasaima (Cundinamarca) y me fui”.
Aunque el Estado aceptó que para 2002 sí cometió un hecho ilícito y discriminó a esta pareja gay, dijo que en 2007 la Corte Constitucional reconoció las uniones maritales de hecho entre personas del mismo sexo y que en 2008 se les otorgó el derecho a la pensión, aunque lo condicionó a que la unión debía ser declarada por ambas personas (¿y sí ya había muerto una de ellas?). Por esta contradicción, en 2010 el alto tribunal eliminó el requisito y dijo que el fallo era retroactivo, por lo que Duque podría volver a iniciar un segundo trámite.
Mientras esperó la decisión, trabajó como mesero durante siete años de viernes a domingo en un club campestre de Mosquera (Cundinamarca) y luego en una empresa de calzado. En 2009 lo pensionaron. Ahora se dedica dos días a la semana a bailar danza folclórica y pasear.
¿Por qué no desistió de la demanda ante la Corte IDH? “Preferí esperar. ¿Para qué cortar a mitad de camino y no avanzar? Sabía que algún día se iba a pronunciar”, responde Duque. Perfetti agrega que no quisieron volver a la justicia colombiana porque este caso serviría de efecto de onda para todos los países del Sistema Interamericano. Y así fue, la condena contra el Estado colombiano por violar el derecho a la igualdad sienta un precedente para el derecho interno de todos los países firmantes de la Convención Americana. (Lea aquí: "Hay una contaminación religiosa en el Congreso": Germán Rincón Perfetti)
Es una sentencia histórica, la primera que toma la Corte IDH en relación con los derechos de una pareja del mismo sexo y la primera contra Colombia por violar los derechos de una persona de la población LGBT. El Estado deberá pagar una indemnización de US$10 mil y realizar, en máximo seis meses, un resumen de la sentencia y publicarlo en el Diario Oficial y en un diario de amplia circulación nacional. (Lea aquí: Abecé de la histórica condena contra Colombia por discriminar a pareja gay)
El Duque de Calarcá (Quindío)
Ángel Duque supo, desde que tiene uso de razón, que era homosexual, pero tenía que ocultarlo ante los gritos en las calles que lo llamaban “mariposo” y ante los regaños de su madre que le exigía que hablara y caminara como hombre y se vistiera formal, que fuera un “varoncito” y se comportara como el mayor de seis hermanos.
Salió de su pueblo natal, Calarcá (Quindío), a los 21 años y siguiéndole los pasos a su primer amor, un joven del mismo municipio que llegó a probar suerte a la capital del país, pero después se fue a Estados Unidos. Prometió volver por él, pero nunca lo hizo. Esa fue su primera tusa, por la que terminó rezando como su mamá le había enseñado en la iglesia del Divino Niño, donde juró “cambiar de mentalidad, organizar su vida con una mujer y tener hijos”. Y lo hizo, se casó y tuvo un hijo varón. “Fue naciendo esa gratitud de acompañamiento, pero nunca amor”. Once años después desistió de su vida heterosexual y se separó.
A los seis meses empezó a escribir otra historia con Jhon. Para ese entonces, el hijo de un carnicero y creyente de la Iglesia católica, hasta el punto de hacer un viacrucis con los pies descalzos en Zipaquirá para que le saliera un trabajo que nunca cuajó, ya se había declarado ateo.
El hijo de Calarcá volverá a su pueblo para comprar una casa, en la que espera que viva su hermano de 60 años, el mismo que hace unos años le avisó a su madre que Ángel estaba en televisión hablando frente al Senado sobre su caso y con lo que confirmó sus sospechas: Duque era gay. Nunca lo hablaron, pero ella se murió hace dos años sabiéndolo. El resto del dinero de la indemnización lo gastará en viajes, eso sí, solo nacionales. Ni un peso lo destinará para su casa en Fontibón, porque la vida se vive de experiencias y no de cosas materiales.
Retornará triunfante a Calarcá, de donde salió cuando los rumbeaderos gais eran clandestinos y si la policía o el ejército tocaban la puerta se prendía un bombillo como alerta, los abrazos y besos eran suspendidos y las bebidas alcohólicas eran cambiadas por gaseosas.
Duque reconoce que Colombia es hoy un país más igualitario y que la juventud es más abierta a estos temas. Tal vez le hubiera gustado vivir esta época con Jhon. Nunca pensaron en adoptar porque pensaban en la idea de alquilar un vientre, pero les hubiese gustado sentir la sensación de al menos tener la opción de decidir. Seguramente habrían sido de las primeras parejas en casarse tras aprobarse el matrimonio igualitario. Pero ni US$10 mil le recompensarán las largas noches de conversación con Jhon, el viaje a San Andrés que se quedó en planes, los vasos de jugo que sin falta Jiménez tomaba antes de acostarse, los bailes de danza folclórica ni la ilegitimidad en la que vivió su historia de amor por 14 años.