La historia de lucha de Helena Herrán, la mujer trans que obtuvo su pensión como tal
Tras cinco años de lucha en Colpensiones, decisiones en tres instancias judiciales y más de 50 años reconociéndose como mujer, aunque nació hombre, Helena Herrán es una mujer trans que logró un precedente judicial clave: que su jubilación se tramitara con los requisitos que se aplican a las mujeres. Esta es su historia.
Sebastián Cote Lozano
Helena Herrán es una mujer. Pareciera simple, hasta redundante al ver sus fotos, pero lograr que esa frase funcione para describir su vida ha sido una lucha tan titánica, pues, a sus 61 años, sigue siendo tratada como una persona que, en realidad, actúa en una puesta en escena. Cansada, con voz pausada y manos que aún trabajan, esta semana protagonizó una historia inédita: es la primera mujer transexual en ser reconocida como tal, en un pleito jurídico por acceso a la pensión de vejez en Colombia.
Todo empezó en 2008, cuando Herrán fue por primera vez a una oficina de Colpensiones. Estaba preocupada porque en el sistema solo le aparecían tres años de cotización, cuando ella empezó a trabajar incluso antes de salir del colegio. “Yo empecé a cotizar con 17 años -dice ella, recordando su juventud en la localidad de Kennedy en Bogotá-. Era el año 1975. Mi primer trabajo fue de oficios varios, había que llevar documentos de un lado para otro, colaborar con propaganda con volanticos a las personas en los carros”.
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Le dijeron que su historia laboral no estaba unificada por cambios en el sistema de la administradora. Sin embargo, el asesor le rectificó el tiempo que había trabajado legalmente, inclusive con su tarjeta de identidad. Luego del trámite, Helena Herrán preguntó sobre el proceso para gozar de su pensión de vejez, pero en aquella oficina le respondieron que debía esperar a los 60 años, que entonces era la edad de jubilación para los hombres.
Esa respuesta despertó una preocupación profunda en la mujer, que ya había hecho el tránsito de sexo y, también, a través de escritura pública, había cambiado su nombre a Helena Herrán Vargas. ¿Era un hombre ante los ojos de la ley, y por tanto debía jubilarse con 60 años? Por mucho tiempo creyó moverse en terreno pantanoso, hasta que se expidió un decreto clave en materia de derechos de la comunidad LGBTI. En 2015, el Ministerio de Justicia y Derecho ordenó que cualquier persona estaba en derecho de cambiar el componente de sexo del registro civil. Se sintió cobijada por la ley.
“Ella primero cambia su nombre a Helena Herrán en 2007, en la Notaria 14 de Bogotá. Luego se genera el decreto 1227 de 2015, donde se incluyen los trámites correspondientes para hacer el cambio del componente sexo del registro civil y por ende en la cédula de ciudadanía. Ella lo hizo el 25 de octubre de 2016”, dice su abogada Pilar Astrid Lizarazo, asesora de las áreas de derecho laboral y público del consultorio jurídico del Politécnico Grancolombiano.
El 2016, de hecho, fue un periodo de cambios trascendentales para ella. No solo conjuró su nombre y orientación sexual ante las autoridades colombianas, también empezó a ejercer su profesión de contadora pública de manera independiente. “Mi último trabajo formal fue en ese año, en el Sindicato Nacional de Choferes”, dice Helena Herrán, quien por la pandemia por COVID-19 hace balances, declaraciones y certificaciones desde Silvania, Cundinamarca. Allí vive en una finca con algunos familiares, arropada por un clima agradable y con animales de granja que le “alegran el paisaje”.
Con todos los papeles en regla, 61 años en su espalda y casi 2.000 semanas cotizadas, el 11 de julio de 2018 Herrán regresó a aquella oficina de Colpensiones, creyendo que volvería a su casa con buenas noticias. Todo lo contrario, de nuevo le respondieron que debía esperar a los 62 años, porque esa “era la edad de jubilación de los hombres”. Salió tan triste que caminó por horas en las calles grises de Bogotá, donde, desde su juventud, miradas constantes la hacen sentir excluida.
“El día que me notificaron salí con mucha rabia, decepción. Yo decía: el gobierno saca un decreto en el que nos hacen un reconocimiento, y con base en este yo supongo que son igualitarios. Dije que me parecía una burla ¿Para qué sacan eso entonces? Es como darle un dulce a un niño para que se contente, pero en realidad no tiene efecto. Me sentí muy mal, pero dije voy a pedirles la reconsideración, pero nunca me contestaban”, dice Helena.
La mujer asegura que se dirigió al defensor financiero de Colpensiones, pero no pasó nada. Luego, redactó un correo en la pestaña de peticiones, quejas y reclamos, y tuvo la misma suerte. Así las cosas, y hablando con amigos, terminó acudiendo a la oficina LGBTI del Distrito de Bogotá, que delegó su caso al consultorio jurídico del Politécnico Grancolombiano.
“Helena llegó el 6 de noviembre de 2019 para contarnos su caso -agrega su abogada Pilar Astrid-. Ella me decía: doctora, es injusto lo que nos están haciendo, yo tengo derecho, yo soy mujer. Yo le dije claro, doña Helena, no hay cómo decirle que no. Los requisitos son 57 años y 1300 semanas, y usted tiene casi 2.000, usted tiene toda la razón”. Ese mismo día, radicaron un derecho de petición a Colpensiones, invitándoles a demostrar que Helena Herrán es un hombre. Jamás pudieron comprobarlo.
Ahí empezó la representación de Pilar Astrid Lizarazo, quien, por la pandemia, también trabaja desde casa. La apoderada asegura que, aunque el tema adversarial era con Colpensiones, lo que estaba en juego era la dignidad humana de una mujer en condición de vulnerabilidad. “Creo que la escribí -la tutela contra la administradora de pensiones- como si fuera parte de la población, no lo soy, pero me pongo en los zapatos de mis usuarios. Nosotros como consultorio estamos en la entera disposición de la población más pobre y vulnerable del país, afros, indígenas, migrantes, comunidad LGBT”.
La acción de tutela fue radicada ante el Juzgado 45 Civil del Circuito de Bogotá, con el objetivo de proteger los derechos de Herrán a la vida, igualdad, salud, libre desarrollo de la personalidad, seguridad social e identidad de género. Como respuesta, la jueza Gloria Cecilia Ramos Murcia, considerada por Pilar como la “heroína de esta historia”, ordenó proteger las demandas de la mujer trans. Fue uno de los días más felices en la vida de Helena Herrán.
“El juzgado me notificó a mi correo electrónico. Me puse nerviosa. Pensé de todo, hasta que Colpensiones tiene razón. La doctora Pilar había sido muy positiva, pero me dijo que no me ilusionara tanto por si llegaba a pasar. Al final salté de la alegría porque no solo fue el reconocimiento de la pensión, era saber que yo tenía la razón, que Colpensiones estaba mal al tratarte como lo que no soy”, dice Helena Herrán.
La decisión de la jueza Gloria Cecilia Ramos decía que, en un máximo de cinco días, Colpensiones debía comunicarse con Helena Herrán para gestionar el pago de su pensión de vejez. Pero la administradora utilizó una maniobra para llevar el proceso a segunda instancia: la impugnación. Sin embargo, por fortuna para la mujer trans, el Tribunal Superior del Distrito de Bogotá falló nuevamente a su favor, y le dio a la administradora un plazo de 48 horas para reconocerla como mujer y empezar los tramites del desembolso.
Esta es una de las consideraciones del Tribunal: “La dignidad humana no es un principio que esté en función de una determinada clasificación binaria de las personas, mejor aún, de su género, erigida con miramiento específico en el fenotipo, más concretamente en un rasgo sexual de nacimiento, sino que atiende -y debe atender- al ser humano en su real dimensión”.
Aquí la decisión de la Sala Primera Civil del Tribunal:
Helena Herrán responde su celular desde la zona rural de Silvania, a donde llevó su computador de escritorio, inundado por cifras y documentos de sus clientes. Dice que no quería pasar la pandemia sola, porque “detesta sentirse encerrada”. El día que el Tribunal falló en segunda instancia para ella, recibió una llamada de Colpensiones, en la cual le aseguraron que en un máximo de 72 horas le iban a responder su solicitud. “Sigo aquí esperando y no ha llegado nada”, dice con desesperanza, como recordando las veces que la administradora se negó a responder sus peticiones. “Lastimosamente, si no notifican a la usuaria podríamos pasar un incidente de desacato”, asegura su abogada Pilar.
El proceso de libertad
Lo primero que Helena Herrán recuerda, sobre su identidad, es que le había tocado ser alguien más. Sentía que la habían sellado en un cascaron y si intentaba sacar al menos un dedo, todos estaban de acuerdo en devolverla. “Ser marica era casi como un delito”, recuerda la mujer. “Cuando tenía siete años, comencé a tener conciencia de mí misma. En ese momento entendí que no me sentía en mi cuerpo”, agrega.
“Intenté imitar el sexo con el cual me identifico. A mi me gustaba coger muñecas, hacer cosas de niñas, pero todo el mundo me decía que yo era un niño y tenía que hacer una cosa u otra. Pero no, a mí me gustaba vestir prendas femeninas. Me gustaba combinar ropa. Eso molestaba mucho a mis hermanos, ellos me hicieron lo que ahora se llama bullying. Se burlaron y me hicieron sentir muy mal, humillada. Tanto así que de ahí en adelante lo hacía a escondidas para que nadie se diera cuenta”. Además, de no ser por su madre, que prohibía el uso de malas palabras, el trato en su propia familia pudo ser mucho peor.
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Para Helena Herrán resultaba difícil, incluso, ir al colegio. Las personas notaban la incomodidad con sí misma y, haciéndola sentir diferente a los demás, la obligaron a terminar el bachillerato en horario nocturno. Se graduó de bachiller en el INEM de Kennedy. Luego, empezó a trabajar como auxiliar contable y, en la seguridad de su cuarto, combinaba la ropa de su gusto frente al espejo, imaginando que un día podría mostrarle al mundo quien era en realidad. El anhelo terminó a sus 45 años, cuando por fin dejo de ser lo que le dijeron que debía ser.
- “¿El tránsito de sexo, entonces, fue el momento más importante de su vida?”, le pregunto en entrevista.
- “Sí, claro. Desde 2004 empecé a vestirme abiertamente como me sentía. Antes de tenía mucho temor a la crítica, tenía miedo a que me encentrara con alguien y me diga ¿Qué te pasó? O ¿Cuándo pasó esto? No fue un paso fácil”, recuerda ella.
- “Entonces, antes de 2004 usted tenía que vestirse como un hombre, por el rechazo social de la época”.
- “En esa etapa yo desempeñaba un papel, como un actor. Obviamente a veces dejaba expresar ciertas cosas que a veces las personas detectan y empiezan a decir que uno es raro. Yo estaba pendiente de mantener el papel”.
- “Inclusive hasta la voz”.
- “Eso y la forma de caminar, los ademanes, los gestos. Tenía que manejar todo. Pero cuando uno se libera de todo, ya no estaba pendiente de ver como estaba caminando, que si los pasos son muy cortos, que si las piernas, que el movimiento de las manos. Incluso las frases y las palabras que se dicen. A mí me toco tener muy medido todo movimiento de mi vida para ser aceptada socialmente”, recuerda la mujer.
Si bien Herrán hizo el tránsito de sexo en 2004, los pasajes discriminatorios siguen siendo tan constantes, como las nuevas dificultades que enfrenta como adulta mayor. “Cuando le mandaban exámenes de laboratorio sentía discriminación de algunas personas, no dicen nada, pero la mirada comunica todo”. Con los años llegaron problemas de hipertensión y venas varices. Además, aún tiene familiares que se niegan a reconocer su proceso. “Hay una parte de la familia de mis hermanos que lo acepta y me llama por mi nombre Helena, pero hay otros que no. Todavía no son capaces de llamar así. Yo los entiendo, no debe ser fácil”.
Con el tiempo no solo aprendió a retocar su cara, pues también debió maquillar las deudas que adquirió para vivir dignamente. Helena Herrán asegura que tiene sus clientes, pero esto no es suficiente para completar sus necesidades, aún más cuando el peso de los años cae sobre el cuerpo. “Quiero hacer lo que siempre había planeado: vivir dignamente. A partir de una época para acá la condición no ha sido muy fácil, me llené de deudas y obligaciones y ahora que me reconozcan eso voy a decir: puedo disfrutar mi pensión. Voy a tener un ingreso mínimo que me permite subsistir”, dice con la voz quebrada.
“El sacrificio de ella es un ejemplo a seguir. Ella es muy bonito ser humano, ahora va a ver los frutos de ese trabajo tan duro de 40 años. Nos dice que hagamos algo para que no sea solo para mi sino para todas”, agrega su abogada Pilar, quien elevará el caso de su cliente a la Corte Constitucional, para que sea revisada y sirva como antecedente en materia de derechos para la comunidad LGBTI.
Por último, Helena Herrán quiere dejar un mensaje con su expediente. Desea, “desde lo profundo de su corazón”, que la sociedad colombiana abra su mente a través de su historia. “Mi intención es superar ese paradigma de que la mujer transexual solo trabaja como prostituta ¡Pues no! Yo tengo derecho a ser profesional, yo tengo derecho a ocupar un cargo público. Quiero, en este momento, que sea de conocimiento público que una mujer trans está disfrutando la pensión que trabajó”, cerró en la entrevista.
Helena Herrán es una mujer. Pareciera simple, hasta redundante al ver sus fotos, pero lograr que esa frase funcione para describir su vida ha sido una lucha tan titánica, pues, a sus 61 años, sigue siendo tratada como una persona que, en realidad, actúa en una puesta en escena. Cansada, con voz pausada y manos que aún trabajan, esta semana protagonizó una historia inédita: es la primera mujer transexual en ser reconocida como tal, en un pleito jurídico por acceso a la pensión de vejez en Colombia.
Todo empezó en 2008, cuando Herrán fue por primera vez a una oficina de Colpensiones. Estaba preocupada porque en el sistema solo le aparecían tres años de cotización, cuando ella empezó a trabajar incluso antes de salir del colegio. “Yo empecé a cotizar con 17 años -dice ella, recordando su juventud en la localidad de Kennedy en Bogotá-. Era el año 1975. Mi primer trabajo fue de oficios varios, había que llevar documentos de un lado para otro, colaborar con propaganda con volanticos a las personas en los carros”.
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Le dijeron que su historia laboral no estaba unificada por cambios en el sistema de la administradora. Sin embargo, el asesor le rectificó el tiempo que había trabajado legalmente, inclusive con su tarjeta de identidad. Luego del trámite, Helena Herrán preguntó sobre el proceso para gozar de su pensión de vejez, pero en aquella oficina le respondieron que debía esperar a los 60 años, que entonces era la edad de jubilación para los hombres.
Esa respuesta despertó una preocupación profunda en la mujer, que ya había hecho el tránsito de sexo y, también, a través de escritura pública, había cambiado su nombre a Helena Herrán Vargas. ¿Era un hombre ante los ojos de la ley, y por tanto debía jubilarse con 60 años? Por mucho tiempo creyó moverse en terreno pantanoso, hasta que se expidió un decreto clave en materia de derechos de la comunidad LGBTI. En 2015, el Ministerio de Justicia y Derecho ordenó que cualquier persona estaba en derecho de cambiar el componente de sexo del registro civil. Se sintió cobijada por la ley.
“Ella primero cambia su nombre a Helena Herrán en 2007, en la Notaria 14 de Bogotá. Luego se genera el decreto 1227 de 2015, donde se incluyen los trámites correspondientes para hacer el cambio del componente sexo del registro civil y por ende en la cédula de ciudadanía. Ella lo hizo el 25 de octubre de 2016”, dice su abogada Pilar Astrid Lizarazo, asesora de las áreas de derecho laboral y público del consultorio jurídico del Politécnico Grancolombiano.
El 2016, de hecho, fue un periodo de cambios trascendentales para ella. No solo conjuró su nombre y orientación sexual ante las autoridades colombianas, también empezó a ejercer su profesión de contadora pública de manera independiente. “Mi último trabajo formal fue en ese año, en el Sindicato Nacional de Choferes”, dice Helena Herrán, quien por la pandemia por COVID-19 hace balances, declaraciones y certificaciones desde Silvania, Cundinamarca. Allí vive en una finca con algunos familiares, arropada por un clima agradable y con animales de granja que le “alegran el paisaje”.
Con todos los papeles en regla, 61 años en su espalda y casi 2.000 semanas cotizadas, el 11 de julio de 2018 Herrán regresó a aquella oficina de Colpensiones, creyendo que volvería a su casa con buenas noticias. Todo lo contrario, de nuevo le respondieron que debía esperar a los 62 años, porque esa “era la edad de jubilación de los hombres”. Salió tan triste que caminó por horas en las calles grises de Bogotá, donde, desde su juventud, miradas constantes la hacen sentir excluida.
“El día que me notificaron salí con mucha rabia, decepción. Yo decía: el gobierno saca un decreto en el que nos hacen un reconocimiento, y con base en este yo supongo que son igualitarios. Dije que me parecía una burla ¿Para qué sacan eso entonces? Es como darle un dulce a un niño para que se contente, pero en realidad no tiene efecto. Me sentí muy mal, pero dije voy a pedirles la reconsideración, pero nunca me contestaban”, dice Helena.
La mujer asegura que se dirigió al defensor financiero de Colpensiones, pero no pasó nada. Luego, redactó un correo en la pestaña de peticiones, quejas y reclamos, y tuvo la misma suerte. Así las cosas, y hablando con amigos, terminó acudiendo a la oficina LGBTI del Distrito de Bogotá, que delegó su caso al consultorio jurídico del Politécnico Grancolombiano.
“Helena llegó el 6 de noviembre de 2019 para contarnos su caso -agrega su abogada Pilar Astrid-. Ella me decía: doctora, es injusto lo que nos están haciendo, yo tengo derecho, yo soy mujer. Yo le dije claro, doña Helena, no hay cómo decirle que no. Los requisitos son 57 años y 1300 semanas, y usted tiene casi 2.000, usted tiene toda la razón”. Ese mismo día, radicaron un derecho de petición a Colpensiones, invitándoles a demostrar que Helena Herrán es un hombre. Jamás pudieron comprobarlo.
Ahí empezó la representación de Pilar Astrid Lizarazo, quien, por la pandemia, también trabaja desde casa. La apoderada asegura que, aunque el tema adversarial era con Colpensiones, lo que estaba en juego era la dignidad humana de una mujer en condición de vulnerabilidad. “Creo que la escribí -la tutela contra la administradora de pensiones- como si fuera parte de la población, no lo soy, pero me pongo en los zapatos de mis usuarios. Nosotros como consultorio estamos en la entera disposición de la población más pobre y vulnerable del país, afros, indígenas, migrantes, comunidad LGBT”.
La acción de tutela fue radicada ante el Juzgado 45 Civil del Circuito de Bogotá, con el objetivo de proteger los derechos de Herrán a la vida, igualdad, salud, libre desarrollo de la personalidad, seguridad social e identidad de género. Como respuesta, la jueza Gloria Cecilia Ramos Murcia, considerada por Pilar como la “heroína de esta historia”, ordenó proteger las demandas de la mujer trans. Fue uno de los días más felices en la vida de Helena Herrán.
“El juzgado me notificó a mi correo electrónico. Me puse nerviosa. Pensé de todo, hasta que Colpensiones tiene razón. La doctora Pilar había sido muy positiva, pero me dijo que no me ilusionara tanto por si llegaba a pasar. Al final salté de la alegría porque no solo fue el reconocimiento de la pensión, era saber que yo tenía la razón, que Colpensiones estaba mal al tratarte como lo que no soy”, dice Helena Herrán.
La decisión de la jueza Gloria Cecilia Ramos decía que, en un máximo de cinco días, Colpensiones debía comunicarse con Helena Herrán para gestionar el pago de su pensión de vejez. Pero la administradora utilizó una maniobra para llevar el proceso a segunda instancia: la impugnación. Sin embargo, por fortuna para la mujer trans, el Tribunal Superior del Distrito de Bogotá falló nuevamente a su favor, y le dio a la administradora un plazo de 48 horas para reconocerla como mujer y empezar los tramites del desembolso.
Esta es una de las consideraciones del Tribunal: “La dignidad humana no es un principio que esté en función de una determinada clasificación binaria de las personas, mejor aún, de su género, erigida con miramiento específico en el fenotipo, más concretamente en un rasgo sexual de nacimiento, sino que atiende -y debe atender- al ser humano en su real dimensión”.
Aquí la decisión de la Sala Primera Civil del Tribunal:
Helena Herrán responde su celular desde la zona rural de Silvania, a donde llevó su computador de escritorio, inundado por cifras y documentos de sus clientes. Dice que no quería pasar la pandemia sola, porque “detesta sentirse encerrada”. El día que el Tribunal falló en segunda instancia para ella, recibió una llamada de Colpensiones, en la cual le aseguraron que en un máximo de 72 horas le iban a responder su solicitud. “Sigo aquí esperando y no ha llegado nada”, dice con desesperanza, como recordando las veces que la administradora se negó a responder sus peticiones. “Lastimosamente, si no notifican a la usuaria podríamos pasar un incidente de desacato”, asegura su abogada Pilar.
El proceso de libertad
Lo primero que Helena Herrán recuerda, sobre su identidad, es que le había tocado ser alguien más. Sentía que la habían sellado en un cascaron y si intentaba sacar al menos un dedo, todos estaban de acuerdo en devolverla. “Ser marica era casi como un delito”, recuerda la mujer. “Cuando tenía siete años, comencé a tener conciencia de mí misma. En ese momento entendí que no me sentía en mi cuerpo”, agrega.
“Intenté imitar el sexo con el cual me identifico. A mi me gustaba coger muñecas, hacer cosas de niñas, pero todo el mundo me decía que yo era un niño y tenía que hacer una cosa u otra. Pero no, a mí me gustaba vestir prendas femeninas. Me gustaba combinar ropa. Eso molestaba mucho a mis hermanos, ellos me hicieron lo que ahora se llama bullying. Se burlaron y me hicieron sentir muy mal, humillada. Tanto así que de ahí en adelante lo hacía a escondidas para que nadie se diera cuenta”. Además, de no ser por su madre, que prohibía el uso de malas palabras, el trato en su propia familia pudo ser mucho peor.
Le pude interesar: Comunidad LGBT de El Carmen de Bolívar: reconocida como sujeto de reparación colectiva.
Para Helena Herrán resultaba difícil, incluso, ir al colegio. Las personas notaban la incomodidad con sí misma y, haciéndola sentir diferente a los demás, la obligaron a terminar el bachillerato en horario nocturno. Se graduó de bachiller en el INEM de Kennedy. Luego, empezó a trabajar como auxiliar contable y, en la seguridad de su cuarto, combinaba la ropa de su gusto frente al espejo, imaginando que un día podría mostrarle al mundo quien era en realidad. El anhelo terminó a sus 45 años, cuando por fin dejo de ser lo que le dijeron que debía ser.
- “¿El tránsito de sexo, entonces, fue el momento más importante de su vida?”, le pregunto en entrevista.
- “Sí, claro. Desde 2004 empecé a vestirme abiertamente como me sentía. Antes de tenía mucho temor a la crítica, tenía miedo a que me encentrara con alguien y me diga ¿Qué te pasó? O ¿Cuándo pasó esto? No fue un paso fácil”, recuerda ella.
- “Entonces, antes de 2004 usted tenía que vestirse como un hombre, por el rechazo social de la época”.
- “En esa etapa yo desempeñaba un papel, como un actor. Obviamente a veces dejaba expresar ciertas cosas que a veces las personas detectan y empiezan a decir que uno es raro. Yo estaba pendiente de mantener el papel”.
- “Inclusive hasta la voz”.
- “Eso y la forma de caminar, los ademanes, los gestos. Tenía que manejar todo. Pero cuando uno se libera de todo, ya no estaba pendiente de ver como estaba caminando, que si los pasos son muy cortos, que si las piernas, que el movimiento de las manos. Incluso las frases y las palabras que se dicen. A mí me toco tener muy medido todo movimiento de mi vida para ser aceptada socialmente”, recuerda la mujer.
Si bien Herrán hizo el tránsito de sexo en 2004, los pasajes discriminatorios siguen siendo tan constantes, como las nuevas dificultades que enfrenta como adulta mayor. “Cuando le mandaban exámenes de laboratorio sentía discriminación de algunas personas, no dicen nada, pero la mirada comunica todo”. Con los años llegaron problemas de hipertensión y venas varices. Además, aún tiene familiares que se niegan a reconocer su proceso. “Hay una parte de la familia de mis hermanos que lo acepta y me llama por mi nombre Helena, pero hay otros que no. Todavía no son capaces de llamar así. Yo los entiendo, no debe ser fácil”.
Con el tiempo no solo aprendió a retocar su cara, pues también debió maquillar las deudas que adquirió para vivir dignamente. Helena Herrán asegura que tiene sus clientes, pero esto no es suficiente para completar sus necesidades, aún más cuando el peso de los años cae sobre el cuerpo. “Quiero hacer lo que siempre había planeado: vivir dignamente. A partir de una época para acá la condición no ha sido muy fácil, me llené de deudas y obligaciones y ahora que me reconozcan eso voy a decir: puedo disfrutar mi pensión. Voy a tener un ingreso mínimo que me permite subsistir”, dice con la voz quebrada.
“El sacrificio de ella es un ejemplo a seguir. Ella es muy bonito ser humano, ahora va a ver los frutos de ese trabajo tan duro de 40 años. Nos dice que hagamos algo para que no sea solo para mi sino para todas”, agrega su abogada Pilar, quien elevará el caso de su cliente a la Corte Constitucional, para que sea revisada y sirva como antecedente en materia de derechos para la comunidad LGBTI.
Por último, Helena Herrán quiere dejar un mensaje con su expediente. Desea, “desde lo profundo de su corazón”, que la sociedad colombiana abra su mente a través de su historia. “Mi intención es superar ese paradigma de que la mujer transexual solo trabaja como prostituta ¡Pues no! Yo tengo derecho a ser profesional, yo tengo derecho a ocupar un cargo público. Quiero, en este momento, que sea de conocimiento público que una mujer trans está disfrutando la pensión que trabajó”, cerró en la entrevista.