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El 16 y el 17 de octubre de 2002 son las fechas oficiales en que se llevó a cabo la operación Orión, una incursión militar que partió la historia de la Comuna 13 de Medellín y dejó una estela de muertos, desaparecidos e interrogantes sobre sus responsables. Sin embargo, las raíces de Orión fueron sembradas meses antes de la incursión. Operaciones previas, como Mariscal y Antorcha, fueron el preámbulo para el horror que se avecinaba, todo bajo las banderas de la pacificación de la comuna disputada por paramilitares y guerrillas. Asimismo, Orión se extendió. En los días posteriores decenas de personas desaparecieron .
Sin duda, la evidencia más tangible de que Orión se prolongó más allá de la incursión son las heridas abiertas de los habitantes de la comuna. El Espectador conoció las historias de tres mujeres para quienes la operación no ha terminado: una a la que una bala perdida la dejó para siempre en silla de ruedas; otra, líder comunitaria a quien sus denuncias sobre la incursión le han valido una persecución eterna; y una esposa condenada a la búsqueda sin fin de su pareja.
“Muerta en vida”
En la tarde del 26 de julio de 2002, después de recibir el impacto en la espalda que la tumbó al piso, Gloria Amparo Urrego dejó de sentir sus piernas. Cuando por fin terminó el enfrentamiento, ni la Policía ni el Ejército que pasaron a su lado le tendieron la mano. Sus vecinos la trasladaron al centro de salud, donde perdió el conocimiento. Diez días después despertó en un hospital de Medellín y escuchó las palabras que sonaron como una sentencia: “La bala le fracturó las vértebras. Ya no va a volver a caminar”.
“Recuerdo que fue en uno de los enfrentamientos entre las milicias, encapuchados y el Ejército, porque la operación Orión sólo fue una pelea más entre esa gente. A veces se olvida que antes de esa balacera famosa pasaron muchas otras tragedias”, señala Gloria Urrego. Trece años después, todavía no sabe quién disparó la bala de fusil que la alcanzó y tampoco sabe qué pasó con sus compañeros y vecinos desaparecidos.
Ahora, Gloria Urrego pasa sus días entre otras víctimas del colectivo Mujeres Caminando por la Verdad, para que se conozca la realidad de la violencia que sufrió la Comuna 13 y se logre justicia y reparación. Su silla de ruedas es un recordatorio de que la guerra en la comuna se prolongó más allá de la operación Orión. Para ella, ese fuego cruzado “no sólo mató y desapareció, sino que a otros, como a mí, nos dejaron muertos en vida”.
Una denuncia, su cruz
Un niño que no superaba los doce años, encapuchado y con un uniforme camuflado que le quedaba grande, señaló a Socorro Mosquera. Con ese gesto, el 12 de noviembre de 2002 comenzó una persecución contra tres líderes de la Comuna 13 que aún no cesa. Mery Naranjo, su compañera en la Junta de Acción Comunal (JAC) del barrio Independencias III, estaba con ella. Además, los policías y soldados del Ejército que, según su relato, llegaron con el niño, solicitaron la presencia de Teresa Yarce, otra de sus compañeras en la JAC. Días antes, las mujeres habían denunciado ante las autoridades y los medios de comunicación la existencia de dos de las primeras fosas comunes a donde fueron a parar cinco víctimas de la operación Orión.
Sin pruebas ni una orden judicial en su contra, las montaron a una tanqueta y las condujeron a un calabozo. Desde una ventana contigua a la habitación donde estaban encerradas, se asomó un hombre encapuchado que les gritaba, las acusaba de guerrilleras. Les tomaron fotos, les pusieron números en el pecho, “como si fuéramos las peores criminales”, recuerda Mery Naranjo. Once días estuvieron encerradas irregularmente, los peores días de su vida, los definitivos. Tras su salida, las tres mujeres siguieron con su trabajo comunitario. Denunciaron lo que Naranjo califica como la complicidad entre el Estado y los grupos armados. “Esas denuncias ocasionaron nuestra tragedia”, dice.
Tras su detención, las mujeres quedaron marcadas como guerrilleras. “Nos señalaban, perseguían a nuestros hijos, nos desplazaron. Los compañeros de las otras JAC tenían miedo de acercársenos”. Dos años después, Teresa Yarce fue asesinada. La persecución contra Socorro Mosquera y Mery Naranjo no ha parado, pero tampoco sus denuncias. Un nieto de Naranjo fue asesinado, según ella, para amedrentarla.
Hay días en los que se encierra y no quiere salir de su casa. Ha acudido a tratamiento psiquiátrico. “Me da miedo, como a cualquier persona, pero quiero que se sepa la verdad de todo el daño que nos hicieron, a toda la gente sumida en el dolor porque no encuentran a sus hijos. Porque acabaron con la tranquilidad, con la felicidad, con nuestro seres queridos. El Estado nos desprotegió”, dice entre lágrimas.
Sin despedida
Tres hombres desconocidos llegaron en la noche del 30 de noviembre de 2002 al asadero de pollo donde trabajaban Daniel* y su esposa. Preguntaron por el hombre. Por esos días, tras la operación Orión imperaba una supuesta calma en la Comuna 13. Ya no se escuchaban tiros ni se sabía de atracos, pero había rumores de la desaparición de varias personas.
Dos hombres abordaron a Daniel y el otro retuvo a su esposa, Lucía*. “Él tiene que hablar unas cosas con el patrón”, le dijeron a ella. La mujer intentó zafarse, mientras se quitaba el delantal con la intención de acompañar a su esposo a donde fuera que lo llevaran. “Madrecita, tranquila que él ya vuelve”, le dijeron. Su esposo intentó tranquilizarla. Cuando lo montaron a un taxi parqueado frente al negocio, él la miró, con tristeza, por última vez. Lucía gritó y se desmayó. El taxi arrancó a toda velocidad.
Cuando Lucía se despertó, buscó entre la multitud que la rodeaba el rostro de su esposo. No lo encontró. Se paró con el corazón en la mano y salió a buscarlo por las calles. Una búsqueda que desde esa noche no ha cesado y que consume cada uno de sus días. “Mi vida ha sido un desastre desde entonces”. A los 18 años, Lucía se casó con Daniel. Querían tener hijos y trabajaban duro para que ella pudiera estudiar enfermería; ese era su sueño. “La operación Orión fue lo peor que me pasó en la vida, acabó con todo eso. Hoy, que se conmemora lo sucedido, mi corazón está arrugadísimo porque es algo que a uno no se le olvida, que siempre está en mi cabeza”.
*Nombres cambiados para proteger la identidad de las fuentes.