Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Pocas veces una fotografía puede estremecer tanto el corazón como la compartida por las Fuerzas Militares, cuando anunciaron a Colombia que, tras una búsqueda de 40 días, encontraron con vida a cuatro niños, cada uno más pequeño que el otro, en el corazón de la selva de Guaviare. Rostros desorientados y cachetes marcados hasta los huesos por desnutrición. Y tanta vegetación alrededor, como cuando por primera vez alguien hubiese puesto un pie en ese lugar. A su alrededor, indígenas uitotos conocedores de la naturaleza y hombres de las Fuerzas Militares, visiblemente agotados, cuidando de quienes son dueños de una historia que, si no fuera porque sucedió, nadie la creería: sobrevivir a un accidente aéreo y cinco semanas en el corazón de la selva.
Lea también: Fariña, semillas, frutas y raíces: así sobrevivieron los cuatro niños en la selva
Operación Esperanza. En un país acostumbrado a que las acciones militares apetezcan la muerte de peligrosos criminales, esta vez la mirada estaba puesta en la vida. El 1° de mayo una aeronave tipo Cessna 206 reportó fallas y su piloto, con casi su último aliento, dijo que buscaría un cuerpo de agua para aterrizar de emergencia. Pero se estrelló contra los árboles en algún punto entre Caquetá y Guaviare.El 15 de mayo la Aeronáutica confirmó la muerte de tres adultos en el siniestro, pero las autoridades aseguraron que, de manera milagrosa, cuatro niños que abordaron el vuelo estarían con vida. Hubo esperanza desde el minuto uno. Tanta como para desplegar a un grupo de rescatistas conformado por más de 100 comandos de Fuerzas Especiales, 80 indígenas y tres perros entrenados.
Los niños, de la etnia uitoto, son Lesly Jacobo Bonbaire, de 13 años; Soleiny Jacobombaire Mucutuy, de nueve años; Tien Noriel Ronoque Mucutuy, de cuatro años, y Cristin Neriman Ranoque Mucutuy, de quien podrán decir que pasó su primer cumpleaños perdido en la selva. Todos fueron enviados de inmediato a San José del Guaviare, donde revisaron su estado de salud, la misma que pudieron mantener al límite gracias a los 100 kits de supervivencia que el Ejército lanzó desde un helicóptero hace 20 días. Lo que parecía ser un tiro al aire, terminó siendo la más importante estrategia para asegurar la vida de los sobrevivientes. Los kits contenían fariña -un alimento típico de la región-, agua, bocadillos, galletas, sueros y un encendedor.
Le puede interesar: Un general del Ejército será padrino de la bebé rescatada en la selva
El Espectador pudo constatar de fuentes cercanas a la búsqueda que, entrado el mes de búsqueda, el Ejército estaba pensando en “desacelerar” el proceso, pues resultó costoso mantener a semejante tropa y a los helicópteros que intentaron dar con los niños por el aire. Pero las pistas siempre las entregó la misma tierra. El día 17 de búsqueda fue clave, pues Ulises, uno de los perros entrenados, alertó por un refugio hecho con palos y ramas. Dentro había unas tijeras y unas “moñitas”, de aquellas que sirven para sujetar el cabello. Al día siguiente el presidente Gustavo Petro se equivocó anunciando que los niños habían aparecido y, aunque se retractó de su error, lo que sí apareció fue una huella. La esperanza seguía latente.
Con el paso de los días la expectativa aumentó. Hombres acostumbrados a perseguir al ELN, las disidencias de las FARC o al Clan del Golfo de repente estaban en una carrera por dar con unos niños, de quienes se presumía su vida y que dejaban pistas de su admirable fortaleza para sobrevivir. Los militares se dividieron por grupos de siete u ocho personas, a quienes se les sumaron indígenas de Caquetá, Guaviare y Putumayo. Pronto fueron reconocidos como “células combinadas de búsqueda”. Guardianes de la selva y del Estado, cada uno con sus saberes, luchando por el mismo objetivo. “La articulación entre Fuerza Militar e indígenas, ellos conocedores de la selva mucho más que nosotros, fue completamente eficaz. Un ejemplo de lo que pueden ser para el país estas alianzas y objetivos comunes”, señaló el presidente Gustavo Petro.
Lea: La crianza indígena mantuvo con vida a los cuatro niños en la selva del Guaviare
“Lo más difícil era la comunicación, porque a veces por la intensa lluvia ni el teléfono satelital salía, y a veces había mucha interferencia con los radios. Hoy le podían reportar normal y al otro día no se podía entender nada. Las jornadas empezaban a las cuatro de la mañana y había veces que terminaban a las 12. Se trabajaba mucho y se dormía poco, tocaba comer de pie, no había tiempo de ir al comedor y nos relevábamos. Se recurrió a lo humano y lo divino, a veces el papá del niño con sus tradiciones y sus cosas, de videntes que le decían busque en tal lado y en otro”, le dijo a El Espectador una fuente que participó directamente en el rescate.
El mapa de los trazos de la búsqueda revelado por las Fuerzas Militares parece más bien una telaraña. Decenas de viajes en todas direcciones, que serán recordados por los más de 2.600 kilómetros que recorrieron los uniformados, en conjunto con los líderes indígenas, para dar con esa aguja en el pajar. Desde hace semanas, un militar, inmortalizado en la foto del rescate, esperaba con radio satelital en mano dar la buena noticia. Este viernes gritó cuatro veces: “Milagro, milagro, milagro, milagro”. Esa era la clave con la que se identificaría a los cuatro niños y que significó un desborde de lágrimas en el Puesto de Mando Unificado instalado solo para la búsqueda. Operación Esperanza, una historia de vida.